La columna de Ramón

Carta al doctor Bernabé Ordaz (II)

Urge el apoyo para celebrar en Cuba, con asistencia de loqueros de todo el planeta, una Cumbre de los No Alienados.

Sombrerico, gordiatra y mazorrero Eduardo Bernabé Ordaz part due:

Yo estuve pensando, y pensando, y pensando. Y comparando y comparando. Y vide, claro, clarito, clarísimo como el mejunje que vendían junto al cine Carral —que sabía a abono de corral—, cierto paralelismo, un ligero paralelípedo entre sus funciones en el Hospital Psiquiátrico, conocido como Mazorra por el vulgo, y la realidad circundante, paralela y paranoica, de ese otro Gran Hospital en que se fue convirtiendo la isla.

Tanto pensé, que me decidí a hacer una tabla de salvación, comparando, minucioso, ocioso y acucioso, algunas batallas poblacionales o pueblerinas, masivas y masais, del pueblo cubano, y de como fue entrando en la parafrenia, la esquizoidea, la sapingolemia catártica y otras modalidades deportivas que nos brida el socialismo, y como, a cada acción, enfrentó usted una reacción institucional que no le hacía reaccionario, sino reaccionista. Veamos:

-Principios, pero muy principios, Su Jefe dijo: "Esta es una revolución hecha por los humildes, para los humildes". La gente comenzó a hundirse en la humildad. Se llegó a ser tan humilde que muchos lo confundieron con miseria.

Usted reparó tres naves del hospital y un almacén, esperando llegada masiva de clientela.

-Mas tardecito, el mismo de antes grito: "Hemos hecho una revolución más grande que nosotros mismos". La gente se sintió mas humilde, y se fue llenando de un inmenso, grandioso, agigantado complejo de inferioridad.

Usted puso 380 camas más, por lo que podía suceder.

-Su Jefe la emprendió con el café. Caturra y su variante musical, Caturla. Se sembró cafeto en los inodoros, tanques de agua, acequias, pomitos de compotas rusas —que tenía luego un extraño sabor a ucraniano pasado por las armas—, laticas de carne argentina rusa, joyeros vacíos, tubos de ensayo, cananas, vasos perga, urnas funerarias, casquillos de balas, cantimploras, peceras, gavetas de ministerios, antepechos de ventanas, contraventanas, contrahechos en las ventanas y fuentes soperas. Nadie vio una onza de aquel café, pero la gente disfrutó cantidad y aprendió el funcionamiento de los camiones militares traídos de la taiga.

Usted mando a poner literas en las nuevas salas y levantó un conuco con techo de guano.

-El Hombre dijo en esos años, cosas como que: las vacas daban más leche sí tenían la cabeza en aire acondicionado. El pueblo sembró pangola, pangoooola, pangooooola, y nadie se preguntó cuántos aires acondicionados hacían falta para que todo el mundo tomara leche... Inició una cruzada contra Darwin, o para acelerar la cadena evolutiva, mezclando vacas de las afueras de Amsterdam con ejemplares bovinos de la Tierra del Fuego y extraños ejemplares que sobraban en Nueva Delhi... Surgieron unos animales apáticos y roñosos que gruñían cuando les iban a tocar las tetas.

-Al Hombre le dio por las cortinas rompevientos. Hasta ese momento a nadie le había sucedido nada con el viento, pero el pueblo se volcó de a lleno a sembrar pinos, robles, casuarinas, ceibas —mochas y de las otras—, sequoias californianas, tamarindos —que aprietan la boca antes y después, y acanas guilleneanas. Casi al unísono, se decretó la guerra al marabú, que no había conspirado contra el gobierno. Muchos cubanos no habían visto hasta ese momento un marabú en su vida, pero allá fueron, a no dejar enemigo vivo.

Usted tiró una placa encima de dos de las naves, aumentando así en 2.278 la capacidad de su hospital, por si las moscas.

-A finales de los sesenta llego el delirio: la zafra de los Diez Millones.

Usted se dio por vencido y creo los Hospitales de día, a donde acudía la gente a pasarla bien haciendo muñequitos, collares, búcaros, lamparitas artesanales, pulsos de semillas pulsos de la situación, hamacas con papel de periódico, etc.

Entonces, a la parafrenia que produce la parafernalia, vinieron a unirse nuevas modalidades de quimbe: nadie dormía, porque el enemigo no descansaba. Y un asombroso y nunca visto dejarse llevar —lo mismo por las olas que por la palabra— resumido en un lema sonoro: "a donde sea, cuando sea, y para lo que sea, Comandante en Jefe, ordene"... que según estudiosos de la Universidad de Sydney, es el síntoma primero del desprendimiento del alma de su envase natural.

Desaparecieron los días festivos, esos remansos de paz donde la familia se unía para verse las caras o para matarse alegremente a puñaladas. Cero carnaval, cero Navidad, cero Semana Santa. Los padres dejaron de ver a sus hijos y recordaban que eran padres cuando les llegaba la comunicación de que fulanito de tal había muerto heroicamente en Monaquimbundo, allá por África. Casualmente, el africano que mencionaban en la carta llevaba sus mismos apellidos.

Al Jefe le dio por: echarle a los chinos-querer a los chinos. Maldecir a la Unión Soviética-afirmar que éramos descendientes del Ejército Rojo. Y comenzó a hablar más tiempo, media hora más, seis horas más, ocho horas redondas, como si quisiera cumplir su jornada laboral allí, de pie, en una tribuna, mientras a la concurrencia se le iba derritiendo el poco seso que le quedaba. Nadie comprendió que El Hombre batía su propio récord, y que, como sospechaba que algunos malagradecidos estaban un poco hartos de verle hasta en la inexistente sopa, quería vengarse apareciendo en el libro Guinnes.

Usted se dio cuenta de que, de alguna manera inexplicable o remota, se había contagiado, o traía también mala intención de hechura desde sus anos mozos. Nacer en Bauta, a veces provoca una roña inexplicable, y ciertos delirios de grandeza. Así que decidió seguirle la rima y a considerar insano a todo el que pareciera insatisfecho o cauteloso.

Como desde la segunda década del siglo un tal Mella había dado la orden perentoria de: "Si avanzo, sígueme. Si me detengo, empújame. Si retrocedo, mátame", usted decidió, asesorado por oscuros pisiquiatras del Kremlin, ayudar, con un empujoncito eléctrico a los más lentos. Así que hubo, en sus predios, libertad absoluta de kilowatts a toda hora. Fue como si cumpliera el sueño leninista de la electrificación total, y comenzó a darle chuchazos a todo el mundo, sin ton ni son —que es lo más sublime para las neuronas divertir—.

No resolvió nada, pero al menos mantenía encendida Tallapiedra. Afuera la gente soñaba con morirse en las selvas de Guinea Ecuatorial, en las cañadas verdes de Nicaragua, junto a un kimbo de Lobito, en la umbría boscosidad de Cunene, sobre la arena de Mogadem, un poco para no sonarse otras ocho horas de pie bajo el sol abrasador de La Habana, escuchando las monsergas del Descalabrado Principal, que remachaba que el futuro era nuestro, sin saber que íbamos a hacer con él, si ir desde Guanabacoa al Mariel era tan difícil como pasarse una semana en el cosmos con Yuri Romanenko.

Pero ahí estaba siempre el nunca bien ponderado Pavlov, que experimentó largamente con los reflejos condicionados, recurso que en Cuba empezaron a utilizar primero con las vacas y algunos cederistas destacados. Les ponían reflejos condicionados a falta de aire acondicionado. Y comenzó a escasear también el otro aire, el natural.

El pueblo, agradecido e iluso, vio con sana alegría como surgía en su seno una insania endémica, particular, de la que solamente iban a contagiarse ciertos habitantes de Galicia: la castrofrenia. Todos usaban gorritas verde olivo. Todos hablaban con el tono sereno y desquiciado del Gran Líder. Todos levantaban el dedo para afirmar o perorar. Todos se trepaban en lo primero que hallaran, a modo de tribuna, el lomo de un burro, un taburete, el espinazo de una ballena o el banco de un parque. Y lo peor: todos sabían, de pronto, cómo arreglar el mundo, porque estaban convencidos que allá afuera todo estaba mal hecho, envenenado, en pleno derrumbe.

La irrealidad, fuera de los muros de su hacienda, conspiraba contra sus esfuerzos. A pesar de ello, instaló literas de cuatro pisos, techo una cochiquera, cavó túneles bajo Mazorra para aumentar la capacidad, y habilitó el parqueo. Inútilmente. Se vio desbordado.

Lo que me extraña es que haya muerto de otra cosa, y no conectado a la 220. Lo realmente asombroso es que no haya organizado brigadas internacionalistas para ir a electrocutar levemente a todos los que abandonaban el país. Lo insólito es que mantuviera esa sonrisa beatífica hasta el último minuto.

Claro que le salvó pensar a ratos que era Camilo Cienfuegos piloteando un Cesna por Rancho Boyeros. Y cuando se le pasaba ese delirio, estaba convencido que había nacido en Birán y saltado de un yate en medio de los mangles, como para coger mangles bajitos. A ratos sonaba que era un hueso duro de roer, como había dicho que éramos todos los cubanos el Inalcanzable.

Ahora se precisa, de manera urgente, censar la amplia variedad de alienaciones, demencias, desvaríos, amencias, aberraciones, folias y tarantas creadas en exclusividad por el socialismo tropical.

Urge la mirada mundial, el apoyo del universo sobre la isla, para celebrar allí, con asistencia de loqueros de todo el planeta, una cumbre de los No alienados... Irán tres o cuatro a lo sumo. Desde ahora declino la invitación. Aquello dejó de estar de órdago para estar de Ordaz. A la ordacia del día.

Muy electrizado y con desquicie, Ramón.

© cubaencuentro

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