Actualizado: 28/06/2024 0:13
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Educación pública, Cine, Francia

Un retrato honesto, esclarecedor y veraz

En su último film, el francés Thomas Lilti Decidí cuenta la vida de un grupo de profesores de secundaria, sin caer en la caricatura, el facilismo o la moralina

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Existe actualmente en el cine una vertiente temática que va camino de dejar de serlo para convertirse casi en un subgénero. Me refiero a las películas que se desarrollan en el ámbito educativo. Para confirmar lo que afirmo, mencionaré los ejemplos recientes de La sala de profesores (Alemania), El maestro (Italia), Radical (México), Los que se quedan (Estados Unidos), Profesor Lazhar (Canadá), El maestro que prometió el mar (España). Una cinematografía que demuestra un particular interés por ese asunto es la francesa. Entre otros realizadores de ese país, lo han abordado Nicolas Philibert (Ser y tener), Laurent Cantet (La clase), Marie-Castille Mention-Schaar (La profesora de Historia), Olivier Ayache-Vidal (El buen maestro), Léa Todorov (Maria Montessori) e Yvan Attal (Una razón brillante).

El último en sumarse a esa nómina es Thomas Lilti (1976) con Los buenos profesores, anodino título con el cual se ha estrenado en España su cinta Un métier sérieux (2023, 101 minutos). Se trata del quinto largometraje de un realizador cuya carrera es bastante atípica. Estudiaba Medicina cuando, entre 1999 y 2003, rodó tres cortometrajes. Tras graduarse, pasó a ejercer esa profesión, pero paralelamente continuó dedicándose al cine. Como director y guionista ha filmado Les Yeux bandés (2008), Hipócrates (2014), Un doctor en la campiña (2016) y Mentes brillantes (2018), así como una serie de televisión basada en su primera película que tiene ya tres temporadas. La buena aceptación que tuvo Hipócrates ha permitido a Lilti abandonar la medicina. Fue una carrera que no estudió por vocación sino porque le fue impuesta por su padre.

Si en Hipócrates, su cinta más famosa, Lilti hizo un retrato coral de un hospital, en Los buenos profesores aplica una mirada similar a un instituto de la enseñanza pública de los suburbios de París. Acerca de las razones que lo estimularon a tratar ese tema, el cineasta expresó: “¿Cómo encontrar sentido a una profesión cada vez más menospreciada, empobrecida y degradada? Decidí contar la vida de un grupo de profesores de secundaria con el fin de observarlos y comprender mejor qué hace que su profesión sea tan especial. ¿Qué les motiva a enseñar ante tanta adversidad en una institución debilitada? ¿En qué clase de padres se han convertido?”.

El film presenta el día a día de un instituto y se centra en las personas que lo hacen funcionar, es decir, los docentes. Naturalmente, los estudiantes aparecen en varias secuencias y en algunas su participación no deja de ser importante. Pero el papel que desempeñan es secundario. El protagonismo absoluto lo tienen los profesores, a los que se muestra tanto dentro como fuera del recinto escolar. Los vemos en las aulas impartiendo clases, en el comedor, en la oficina donde se reúnen. Lilti los presenta además en el ámbito familiar, lo cual le permite explorar sus realidades personales. Este último un aspecto al cual le dedica el tiempo imprescindible y preciso, pues no quiso desviarse del tema principal.

En pocas líneas, el argumento se puede resumir así. Es la vuelta a las clases. Pierre, Meriem, Fouad, Sophie, Sandrine, Alix y Sofiane, un grupo de profesores, solidarios y comprometidos, empiezan un nuevo año escolar en el instituto donde enseñan. Se les une Benjamin, un joven profesor, remplazante y sin experiencia, que muy pronto se enfrenta a las pruebas y las tribulaciones del trabajo. A través del contacto con sus compañeros, va a descubrir que la pasión por la enseñanza sigue viva dentro de esa institución, que a pesar de todo se encuentra en un estado delicado y frágil.

No se trata de decir que son héroes

Entre los personajes, el de Benjamin tiene una mayor relevancia, pero no puede decirse en propiedad que sea el protagonista. El guion le asigna más bien la responsabilidad de servir de conductor a la historia. Estudia sin beca un doctorado, y ante la falta de perspectivas de futuro aceptó un trabajo de sustitución temporal en el instituto. Al no poseer formación ni experiencia previas, le toca ir adquiriendo con la práctica diaria las herramientas necesarias para mejorar sus clases, mantener el orden y establecer un vínculo con los alumnos. En ese proceso recibe la ayuda y el apoyo de sus compañeros, que le dan consejos de distintos tipos. A medida que se relaciona con ellos, Benjamin empieza a tener una mejor visión de su propia vida. Y la buena recepción de sus clases lo ilusiona y lo llevará a replantearse su vocación.

Acerca de esto, Pierre, el más veterano de todo el grupo, le comenta al recién llegado: “Nadie tiene vocación al principio. Llega cuando te meten en un colegio y entonces descubres que ese es tu sitio”. Cuida y protege a sus colegas, pues los considera su familia. Pero tras muchos años de trabajo, Pierre ha empezado a dar muestras de cansancio y siente que en sus clases de Literatura se aburre tanto como sus alumnos. Todo lo contrario a su caso es la joven y entusiasta Meriem, una magnífica profesional que, debido a su situación familiar (comparte de la custodia de su hijo con el exesposo), se ve obligada a trasladarse a otro instituto. También forman parte del grupo Fouad, el simpático profesor de Inglés, Sandrine, maestra no vocacional que confronta dificultades para imponer la disciplina en sus clases, y la pareja de instructores de Educación Física.

La media docena de docentes que componen el equipo tienen distintas formas de concebir y realizar su trabajo. Así, Pierre emplea métodos más tradicionales, mientras que Meriem aplica criterios más modernos. Pero todos comparten el empeño por hacer las cosas bien para que los alumnos salgan adelante, pues saben que aquellos que abandonan los estudios terminan mal. Entre ellos hay una relación de camaradería y de apoyo mutuo que no resulta impostada, sino que es real. Se respetan, se ríen, algunos salen juntos en su tiempo libre.

Al guion puede señalársele que pudo haber incorporado ejemplos de las tensiones y conflictos que son inevitables en cualquier entorno laboral. Sin embargo, les da una dimensión humana a los personajes, al poner de manifiesto todo lo que necesitan esforzarse para trasmitir los conocimientos adecuadamente y además motivar a los estudiantes desinteresados y apáticos. Como expresó Lilti, “no se trata de decir que los profesores son héroes, sino que hay que cuidarlos y recordar que el sistema educativo francés es un bien precioso”.

Sin excesos de dramatismo ni cargar las tintas, Lilti presenta la realidad de la enseñanza pública en Francia y pone sobre el tapete algunos de sus principales problemas. En su trabajo los profesores tienen que lidiar con las trabas institucionales, la intolerancia de los comités disciplinarios, las inspecciones injustas. Fouad es requerido por el director del instituto porque durante el ensayo de los protocolos ante una emergencia no encendió el teléfono. Pero si él y sus compañeros no sabían qué hacer fue porque no recibieron la preparación adecuada. Están, por otro lado, los alumnos problemáticos, como el que tiene un incidente con Benjamin por causa de una mala nota. La delicada situación a la cual eso da lugar enfrenta al profesor a un dilema ético sobre el modo más justo de proceder con el estudiante. Eso le da a Lilti la oportunidad de mostrar la complejidad de la labor docente y el reto que implica decidir entre la disciplina y el respaldo a los estudiantes.

Lilti se distingue por hacer un cine de raíz humanista, y aquí se pone de manifiesto. Demuestra poseer además una marcada preferencia por las pequeñas historias protagonizadas por hombres y mujeres normales. En Los buenos profesores no hay una trama con planteamiento, nudo y desenlace, y de hecho ni siquiera puede hablarse de un eje argumental. La narración fluye con mesura y equilibrio, sin grandes escenas dramáticas. Escenas como las del comedor, las reuniones de los profesores, la reunión del comité disciplinario, están rodadas con espontaneidad y verosimilitud, así como con esa nota de realismo cotidiano presente en toda la película. Asimismo, como en los anteriores trabajos de Lilti hay una combinación de seriedad y ligereza, que hace que la cinta se mueva entre la comedia humanista y el cine social.

Los buenos profesores cuenta con un sólido y profesional plantel de actores. Del mismo forman parte François Cluzet, Vincent Lacoste y Adèle Exarchopoulos, habituales en las películas de Lilti. Tanto ellos como el resto se implicaron en el proyecto y realizan un notable trabajo, al encarnar unos personajes complejos, convincentes y alejados de los estereotipos. Detrás se halla, por supuesto, la buena dirección de Lilti, un cineasta sensible que ha sabido abordar con seriedad y rigor el mundo de los hombres y mujeres que se dedican a enseñar. La prueba es el honesto, esclarecedor y veraz retrato que ha hecho del mismos sin caer en la caricatura, el facilismo o la moralina.