Actualizado: 28/06/2024 0:13
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Literatura, Arrufat, Testimonio

La mala memoria deslenguada

En este libro a dos voces, Antón Arrufat, de vuelta de casi todo y siempre dispuesto a la cháchara, sabe que hablar con su entrevistador, amigo y paisano contribuirá a la salvación ecuménica de Cuba

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Carlos Espinosa Domínguez creyó que debía a los lectores cubanos una indagación sobre el fallecido Antón Arrufat Mrad y aprovechó sus viajes literarios a La Habana para verse con el intelectual y darle a la sin hueso, anotando cuidadosamente el relato memorialista que todo cubano honrado debe leer.

El entrevistador, con su modestia habitual, refiere que estaba en deuda con los cubanos, tras sus libros sobre José Lezama Lima y Virgilio Piñera Llera, cuando somos los lectores quienes estaremos siempre en deuda con Espinosa, un indagador coherente, honrado y plural; rara avis en el desmesurado panorama cultural, donde egos, manipulaciones y farsantes hacen olas de ida y vuelta.

Espinosa jugó con la ventaja que siempre encontró a Arrufat dispuesto a la cháchara y —cuando alguien que vivió más tiempo en la precariedad y el estigma, que en el reconocimiento y a quien el totalitarismo convirtió en un ser extravagante— está de vuelta de casi todo y sabe que, hablando con su entrevistador, amigo y paisano contribuirá a la salvación ecuménica de Cuba, no pierde tiempo en pesar las palabras y hasta se da el lujo de lamentar esa soberbia suya, ay, y hasta de suavizar la ergástula.

Quizá el pecado mayor de Arrufat y todos los grises por quinquenios es haber desconocido la soberbia mayor de la dictadura más vieja de Occidente: “Contra la revolución, ningún derecho” y ofrecer una versión suavizada de su inxilio en Marianao; atribuyéndolo a celos de los Revueltas (Vicente y Raquel) por no darles su Siete contra Tebas.

Pero su conveniencia no empaña la valía de su testimonio sobre Orígenes, Lunes de Revolución, su teatro y de personajes que desfilan por las páginas del libro con el retrato de un testigo que sabe contar, aunque salga mal parado; como la postergada puesta en escena de su obra más polémica que —cuarenta años después— quedó coja por la inexperiencia de jóvenes actores, pues los consagrados huyeron de Los siete como de alma que lleva el diablo.

“¿Cómo nos vamos a exponer a trabajar en una obra que ha estado castigada, marginada y tildada de contrarrevolucionaria?”, recuerda el dramaturgo que dijo una primera actriz.

Arrufat admite que la reposición tardía de su obra más conocida pudo haber sido un acto póstumo, pero no lo fue así y se regocija por poder compartir butaca con los espectadores, que acudieron en masa a las funciones, tras la Guerra de los emails; otro acto fallido del tardocastrismo, cuando las víctimas la emprendieron contra Pavón, Serguera y Quesada y no contra Raúl y Fidel Castro Ruz.

Arrufat lamenta la cantidad de poemas, relatos, cartas y ensayos extraviados y pone el acento en los resquicios que entiende debe dejar claro de cara a la posteridad. Virgilio no fue un origenista, la heroicidad del teatro de los años 50 del siglo XX en La Habana; incluida la arremetida de los críticos contra su debut dramatúrgico en el Lyceum y su relación personal y epistolar con la casa de Revillagigedo y su llegada a la Casa de las Américas, de la mano de Fausto Masó, amigo y compañero de luchas de Haydée Santamaría.

Los hombres que fueron Lunes y los que no

Para Antón, los méritos del trágico Lunes de Revolución fue la libertad absoluta con la que trabajaron y poner en valor la literatura cubana del siglo XIX, hasta entonces apenas conocida, incluidos creadores de la talla de Ramón Meza, Cirilo Villaverde, José Jacinto Milanés, José María Heredia o Juan Clemente Zenea.

Lunes fue uno de los hechos más extraordinarios” de la cultura cubana. “Cabrera Infante nos daba toda la libertad del mundo”, algo que hoy resulta inexplicable, pero Guillermo y Pablo Armando no leían nuestras notas hasta que no salían publicadas y asumían los encontronazos que pudieran derivarse, como el ocurrido con Lezama, por una nota mía.

“Nosotros no teníamos nada contra Lezama (…) solo que no queríamos escribir como él (…) tendencia que ya era visible en Ciclón”, apunta Arrufat, precisando que aquella discrepancia con Lezama no era como se pretende actualmente; aunque reconoce que fueron “durísimos” con el autor de Paradiso, novela que aún no había publicado y con quien tuvo una amistad zigzagueante.

En el ámbito de retratos personales, Arrufat se fija en un Heberto Padilla burlón que impone la lectura en voz alta en Lunes y su influencia en la poesía de Pablo Armando Fernández, entonces muy marcado por la española Generación del 27; en un atildado y perfumado Gastón Baquero y en el aristócrata José María Chacón y Calvo. Ambos solían vestir de dril, claro y negro; respectivamente, y viajaban en máquinas negras.

Virgilio Piñera criticaba la literatura y las poses de G. Caín, en cartas a José Rodríguez Feo, acota Arrufat, quien se consideró amigo del autor de Vista de amanecer en el Trópico, con quien paseaba por aquella Habana luminosa y triste, recorriendo tiendas de antigüedades y a quien agradece su acercamiento al cine.

“No logro entender la animadversión que Virgilio sentía por Cabrera Infante. Es algo que tal vez ya no haya modo de saber”. En las cartas a Rodríguez Feo, Virgilio habla despreciativamente de su entonces director en Lunes, que siempre lo elogió y “salvó del hambre”.

Para la historia, Arrufat apunta los cuestionamientos a Carlos Franqui por haber incluido a connotados homosexuales, como Virgilio Piñera, en la nómina de Revolución, donde tuvo que firmar como El Escriba, su bronca pública con Raúl Roa, a cuenta de la poesía “cursi” de Rubén Martínez Villena y dimes y diretes con Reina María Rodríguez y Osvaldo Navarro.

Curiosamente, la mayoría de aquellos jóvenes y maduros escritores que sustentaron Lunes con tiradas de hasta 250 mil ejemplares, en su mayoría eran inéditos, empezando por Cabrera Infante, que aún no había publicado su libro de cuentos Así en la paz como en la guerra (Ediciones R, 1960).

Muchos siguieron siendo amigos durante todos esos años, pero nunca volvieron a reencontrarse, como el propio G. Caín o Calvert Casey, a quien añoraba para insultarse mutuamente; al filo de los 83 años, Arrufat confiesa sentirse como una rareza al que jóvenes visitan, y hasta se enamoran, pero quieren saber cómo eran aquellos hombres que fueron Lunes y los que no; aunque él mantuvo su instinto literario durante el ostracismo y la vindicación tardía. Este libro, a dos voces con Carlos Espinosa Domínguez, el más intrépido y cálido de los buceadores cubanos del siglo XX, así lo confirma.

Carlos Espinosa Domínguez, Antón Arrufat. Autorretrato sin enmiendas, Ediciones Furtivas, Miami, 2023, 150 páginas. A la venta en Amazon.


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