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La Opinión de…

«Dos transiciones por delante»

Miguel Ángel Bastenier, Carlos Alberto Montaner y Antonio Elorza. Analistas opinan sobre la situación actual en Cuba.

Miguel Ángel Bastenier
Subdirector de Relaciones Internacionales del diario español El País.

La Habana se aboca a una segunda transición. El trayecto de Castro a Castro, de Fidel —80 años el día 13— a Raúl —75 en junio—, no haría más que poner a la Isla ante una nueva sucesión, porque el hermano menor del comandante —como los reyes saudíes— heredaría el poder en la recta final de su vida.

La sucesión está siendo palaciega, con un presidente delegado, el Segundo Castro, invisible, mudo y en paradero desconocido. Y en una demostración de cómo el régimen confunde información con exhibición, el primer Castro llega a superar al mismísimo Franco en su agonía, al sustituir con su sola persona a todo el equipo médico habitual y ser el único firmante de los comunicados sobre su salud. El 'atado y bien atado' con que Franco remitía su sucesión a las instituciones anticipaba la invocación al Partido como solución al traspaso de poder.

Cuba, con dos transiciones por delante, puede que gane un tiempo para aterrizar más suavemente en algo que, sin ruptura civil ni rendición a Washington, evolucione hacia un sistema democrático. Pero son muchos fuera de la Isla los que exigen el copyright absoluto de una democracia que sea sólo de sufragio, como en Bagdad.

La transición debería apuntar a una plena normalización democrática. Pero la ruta va a ser todo un campo minado.

Carlos Alberto Montaner
Escritor y periodista, presidente de la Unión Liberal Cubana y vicepresidente de la Internacional Liberal.

Con 80 años, enfermo, y cercana su muerte, lo esencial no es cuándo desaparecerá Fidel Castro, sino qué sucederá a partir de ese momento.

Fidel Castro ha aplastado con su enorme peso todas las instituciones del país. La clase dirigente está totalmente desmoralizada y secretamente desea cambios profundos. El colectivismo autoritario ha hundido a Cuba en la miseria.

Los logros de la revolución se han convertido en la prueba condenatoria más severa contra el sistema y en una fuente de frustración. No hay persona más inconforme y deseosa de cambios que un ingeniero, una médico o un maestro innecesariamente condenados a la pobreza y a la falta de esperanzas.

Los cubanos (incluidos los castristas) no ignoran que todo el Este de Europa es hoy más feliz y próspero de lo que era antes de 1989, dato que se comprueba en el escaso respaldo electoral de los viejos estalinistas. También saben que chinos y vietnamitas se alejan rápidamente de las supersticiones marxistas y resucitan el mercado y la propiedad privada.

Hay vida más allá del comunismo. Los revolucionarios cubanos no sólo tienen todos los incentivos para cambiar, sino, además, han aprendido que los viejos comunistas, si no han sido responsables de crímenes horrendos, pueden reciclarse dentro de formaciones políticas democráticas, como ha sucedido en Polonia, Eslovenia o Rusia, y permanecer o reconquistar el poder por la vía de las urnas y el apoyo popular, siempre que respeten las libertades. Ya saben que el fin de la dictadura no significa una catástrofe personal para ellos, sino el inicio de una nueva y promisoria etapa.

Existe una oposición democrática dentro y fuera de Cuba con la cual pactar la transición. Con los años, el dolor y la experiencia, dentro y fuera de Cuba se ha forjado una oposición democrática que, una vez desaparecido Fidel Castro, está dispuesta a propiciar una transición pacífica hacia la libertad, pactando las condiciones y los plazos con los sectores reformistas del gobierno.

Antonio Elorza
Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.

Al llegar la democracia a España y ser mejor conocidos los rasgos opresivos de los sistemas comunistas, tanto en su variante soviética como en la china o en la cubana, hubiera podido esperarse una desaparición progresiva del entusiasmo por Cuba. Sin embargo, no ha sido así y ni siquiera los datos irrefutables sobre la represión y la miseria alteran la antigua imagen de Epinal para buena parte de la izquierda, incluidos hombres tan lúcidos como ese "simpatizante legitimador" que fuera en vida Manuel Vázquez Montalbán.

Para explicarlo, conviene tener en cuenta que desde el supuesto de que sigue siendo necesario el vuelco revolucionario anticapitalista, el the world upside-down, por encima de las catástrofes en cadena del pasado siglo, la revolución cubana es la última llama viva, el clavo ardiente al que aferrarse (tal vez con el episodio de Chiapas como fugaz reflejo).

El régimen de Castro ha elaborado además un relato explicativo de sus propios desastres que siguen sirviendo de útil coartada. Entra en juego una transferencia de responsabilidad, de manera que todos los fracasos propios, singularmente en el plano económico, son cargados uno tras otro en la cuenta del embargo norteamericano, designado hiperbólicamente como bloqueo.

Cuba sería el paraíso revolucionario, tal y como quiere su dirigente máximo, el Comandante, pero Estados Unidos lo convierte en un infierno. Más fácil, imposible. Se trataría además de un fracaso que en modo alguno borra su contenido de redención, personificado en el alter Christus del siglo XX, el Che Guevara que hizo entrega de su vida por la revolución, en un sacrificio de sí mismo tan disparatado en su momento como cargado de gérmenes de insurgencia para el futuro de Latinoamérica.

En el caso español, el antiamericanismo dominante hace el resto. Para nada cuentan la brutalidad de la represión, que los Lunes de Revolución se hayan convertido hoy en Granma, que la asistencia a las manifestaciones sea de obligado cumplimiento, que las ruinas de La Habana y la prostitución de tantas adolescentes den fe del fracaso de un ensayo histórico.

En definitiva, los militantes de la izquierda tradicional mantienen su adhesión inquebrantable al castrismo.

© cubaencuentro

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