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¿Quién es Raúl Castro?

«Nostálgico del comunismo, desconfiado de los intelectuales»

Domingo Amuchástegui, Jorge Edwards, Alcibíades Hidalgo y Juanita Castro retratan al número dos del régimen, hoy gobernante interino.

Domingo Amuchástegui
Profesor de Estudios Sociales para el Condado de Miami-Dade.

Raúl Castro será el líder cubano que podrá sacar del estancamiento y levantar el veto a la política de reformas e iniciar los cambios necesarios dirigidos a transformar, ante todo, la economía cubana, orientándola hacia una economía socialista de mercado, en la que los principios capitalistas de organización administrativa y operatividad financiera se convertirían en la norma dominante en Cuba. De esta manera, “el otro bloqueo” impuesto en la dinámica económica y social del país por Fidel Castro cuando, después de la discusión de la nueva ley de inversiones en septiembre de 1995, anunció que “no se necesitaban más reformas ni cambios”, pasaría a mejor vida.

Debemos recordar que dos años más tarde, en 1997, después de que concluyera el V Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) con la adopción de un programa económico de rescate y expansión del ritmo de las reformas, Fidel Castro se convirtió en el primer y único oponente a tal programa (conocido como Perfeccionamiento Empresarial), un conjunto de ideas y acciones que su hermano Raúl había estado promoviendo acertadamente luego del creciente deterioro de las relaciones con la Unión Soviética a partir de 1979. Tal como un alto oficial admitió a una analista francesa en el 2004 (Janette Habel, Le Monde Diplomatique, juin 2004, “Cuba entre pressions externes et blocages internes”), “Todo el mundo quiere cambios, excepto Fidel”.

Y esta línea de trabajo, inspirada y representada por Raúl, no es un secreto ni una tendencia oculta dentro de la estructura del poder y la clase política cubana, tanto de la civil como la militar, además de tener un eco considerable entre vastas secciones de la población, lo que le asegura un amplio reconocimiento y apoyo de este último al nuevo líder. Fidel no ignora esas circunstancias y está muy al tanto de las expectativas que rodean su sustitución “provisional”.

¿Actor secundario o en pie de igualdad?

Su papel al frente de la revolución cubana desde el primer día, su carisma excepcional y sus dotes de brillante orador, junto a otros significativos atributos como líder, han convertido a Fidel Castro en lo que ha sido y lo que aún es. Al mismo tiempo, su brillo ha dejado en un segundo plano el papel de su hermano Raúl hasta el día de hoy, cuando tanta gente está todavía tratando de adivinar quién es él realmente y cuál es el papel que pudiera jugar ahora.

Estas líneas no tienen la intención de ser una biografía (para ese propósito se debería consultar el controvertido libro After Fidel, de Brian Latell), sino brindar una perspectiva diferente del papel político jugado por Raúl Castro dentro de la revolución cubana y de su potencial como una alternativa de cambio dentro de la situación actual.

- Es un excelente jefe guerrillero y organizador, algo que ha sido ampliamente reconocido aún por algunos de sus peores enemigos.

- Al no tener los mismos rasgos de la personalidad de su hermano, Raúl sobresale en el trabajo en equipo y no como caudillo; como un organizador brillante y sistemático, a quien le gusta ser asesorado por los más entendidos y que sabe escuchar los puntos de vista de los demás. Es consistente, realista y pragmático.

- Cuando analizamos algunas de las más sólidas e influyentes instituciones de la sociedad cubana, tales como las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), el PCC y el cuerpo parlamentario conocido como Poder Popular, debemos recordar que fueron iniciativas claves que provenían del propio Raúl, fomentadas, apoyadas y protegidas por él hasta el día de hoy. Y la mayoría del pueblo está al tanto de ésto.

- El ha sido durante décadas el “padrino” de la mayoría de los líderes de la UJC que fueron promovidos a posiciones altas dentro del gobierno. Ha sido un consistente defensor de los líderes jóvenes y muchos de ellos se sienten muy ligados a él, tanto militares como civiles.

- Ha sido y continúa siendo un ardiente y abierto impulsor de la promoción de ciudadanos negros a la posición de líderes en todos los campos de la sociedad. Y la promoción de jóvenes generaciones y de ciudadanos negros es extremadamente importante en un país donde dos tercios de la población son jóvenes y negros.

- Ha sido el arquitecto de intentos y esfuerzos recurrentes en el campo de las reformas económicas y los cambios sociales.

Este breve sumario debe servir al propósito de demostrar, por encima de cualquier duda, el hecho de que Raúl no ha jugado un papel secundario, sino que ha sido un dirigente de primera clase en igualdad de condiciones con su hermano, aunque cada uno tenga características diferentes. Y esto no es todo.

Se ha comentando mucho acerca de su falta de participación en los asuntos internacionales de la nación. Esto es un craso error. Ni uno solo de los asuntos relacionados con la política exterior cubana se escapa al dominio de Raúl.

Fue un negociador clave durante la crisis cubana de los misiles; estuvo implicado en cada acercamiento a Estados Unidos; controló muy de cerca las operaciones de la inteligencia desde 1960 y hoy aún más; jugó un papel importantísimo en Angola y Etiopía; fue uno de los negociadores claves para lograr los acuerdos con Sudáfrica; fue el anfitrión e interlocutor de cada uno de los almirantes y generales retirados del ejército estadounidense que han visitado Cuba; ha sido mentor, asesor y supervisor de todos los acercamientos habidos entre los gobiernos de China y Cuba, además de ser reconocida su admiración por las experiencias chinas.

Aún más, durante la década de 1990 (hasta el fin de la administración de Clinton), admitió en público varias veces que el peligro de una agresión de EE UU a Cuba se había reducido mucho y que ese país constituía cada vez menos una amenaza como nunca lo había sido antes en su historia, mientras hacía que la cooperación y la normalidad a lo largo de las fronteras de la GITMO prevalecieran, al igual que con la DEA y la guardia costera estadounidense, seguido todo esto de una cooperación cercana tanto con la Interpol como con un gran número de cuerpos de la policía del Caribe y Europa en relación con el tráfico de drogas. Incluso antes del 11 de septiembre, animó a la administración de Bush para que empezara las negociaciones con Cuba mientras Fidel estuviera vivo todavía.

Además de todo eso, durante el curso de los críticos acontecimientos de principios de los noventa, sus palabras y acciones mostraron un grado considerable de autocrítica y contención frente a la tentación de usar los medios represivos. Cuando el descontento popular se manifestó en Cojímar y Regla (1993) y luego en las calles de La Habana en 1994, Raúl criticó el alto grado de violencia desplegado por las fuerzas del MININT en Cojímar, convocó un encuentro donde estas cuestiones fueron discutidas y criticadas, lo que previno cualquier tipo de respuesta violenta en los sucesos de Regla a finales de 1993.

Cuando se discutía acerca de las manifestaciones en las calles de La Habana, es sabido que él subrayó que lo que hacía falta más que nada eran frijoles, y que ni con armas ni con violencia se mantendrían las protestas bajo control. Pero el hecho aún menos conocido — y que ahora reviste mayor importancia— es el que subrayara que en vista de tales actos demostrativos del descontento y las protestas callejeras, “él no iba a ser nunca el responsable de haber sacado los tanques de guerra a las calles”.

A dónde se dirige

Es posible que Fidel Castro sobreviva a este último accidente de salud, pero sabemos que si así fuera en realidad no será por mucho más tiempo. A diferencia del pasado reciente, tendrá que enfrentarse con el hecho de que el tiempo que le queda va agotándose rápidamente, y de que su estilo de liderazgo y sus poderes de mando se van debilitando cada vez más. Lo más probable es que él apoye a su hermano con toda la capacidad e influencia que aún le quede. Si este fuera el caso, las decisiones, el control y la influencia que ejercerá Raúl se verían reforzados. En la mayoría de los posibles escenarios imaginados hasta hace muy poco, se pensaba que la muerte de Fidel haría que Raúl tomara todo el control del poder, pero ahora cabría la posibilidad de que Raúl asuma ese papel, pero con Fidel apoyándolo a lo largo del juego.

Bajo estas circunstancias, Raúl tendrá que moverse muy rápido por una razón apremiante: ya tiene 75 años. Sus antecedentes y credenciales apuntan a que avanzará aceleradamente, reformando completamente la estructura de poder actual de acuerdo a los lineamientos de su proyecto político de principios de los noventa (la redistribución completa de los cuatro aparatos de poder concentrados en las manos de Fidel, un efectivo liderazgo colectivo, una mayor participación de los jóvenes), complementado todo esto con el darle un papel más importante aún a las instituciones y a las reformas que se realizarán, de una manera similar a como lo hizo China, pero a la escala de la economía y la geopolítica cubanas.

Una comparación inevitable viene a la mente. Raúl Castro pudiera muy bien ser la figura provisional que condujera a la apertura y a los cambios dentro del sistema cubano, jugando un papel similar al de Den Xiaoping luego de que falleciera Mao Se Tung. En cualquier caso, su contribución a la articulación y restructuración de la nueva dirección que tomará el gobierno será decisiva para la sociedad cubana.

Jorge Edwards
Escritor y ex diplomático chileno.

A mediados de febrero de 1971, cuando llevaba casi tres meses en Cuba como representante diplomático de Chile, me tocó entrar en contacto con Raúl Castro para organizar la visita del buque escuela Esmeralda a La Habana. Era la primera visita oficial de un barco de la escuadra chilena, después de largos años de ruptura de relaciones, y el gobierno revolucionario le daba gran importancia al asunto.

Yo había conversado largamente con Fidel en la primera noche de mi llegada a La Habana y había podido sacar conclusiones diversas acerca del personaje. A uno lo citaban en un lugar y a una hora determinada y el encuentro terminaba por producirse en otro y varias horas más tarde. Los ayudantes, los funcionarios, la gente de protocolo, le decían a uno al oído que todo esto obedecía a normas de seguridad, pero también se podía concluir que era una cuestión de temperamento, de gusto, de afición a lo repentino y a lo secreto. Después, durante la reunión misma, nunca faltaba algún elemento de sorpresa, un golpe de teatro.

En vísperas del arribo del buque escuela, llegué a una entrevista de trabajo con Raúl Castro, y empecé a comprobar que el ministro de las Fuerzas Armadas era el exacto reverso, casi la antípoda, de su famoso hermano. Tuve la impresión, incluso, de que manipulaba el contraste en forma deliberada. Ser hermano del Líder Máximo no debía de ser fácil, y el juego de las oposiciones probablemente ayudaba a mantener el tipo.

Sonó la hora precisa de la cita y la puerta del despacho ministerial se abrió. Raúl, mucho más bajo que Fidel, más pálido, lampiño, en contraste con la barba guerrillera, frondosa y famosa, del otro, era un hombre amable, que hasta podía resultar simpático, pero de una cordialidad evidentemente fría. Estaba sentado detrás de una mesa de escritorio pulcra, impecablemente ordenada, y supe que ahí no cabía esperar sorpresas ni golpes de efecto de ninguna especie.

Sus servicios, entretanto, lo habían previsto todo: la entrada del barco al muelle, el transporte por tierra de la tripulación, el programa oficial hasta en sus menores detalles. Habría que asistir a tales y cuales ceremonias y pronunciar tales y cuales discursos de tantos minutos de duración cada uno. El personal a cargo tendría las respectivas ofrendas florales preparadas. Y el ministro procedió a entregarme carpetas cuidadosamente preparadas con el programa, mapas de acceso, credenciales, contraseñas.

Convenía, dijo, antes de la despedida, que se produjo al cabo de media hora justa de reunión, que visitara los recintos de la Marina de Cuba, donde los radares registraban minuto a minuto la navegación del barco nuestro. Lo hice, desde luego, y debido, quizá, a mi total ignorancia, me quedé asombrado por el control perfecto de la situación del buque en los mares caribeños.

En el episodio de la visita de los marinos, según mi balance final, Raúl había sido prudente, además de ausente cuando convenía, y Fidel había sido teatral, excesivo, palabrero, improvisador.

Alcibíades Hidalgo
Ex jefe de Despacho de Raúl Castro y ex diplomático.

El hombre que ejerce hoy el poder en Cuba, y con el cual trabajé directamente por más de una década como jefe de su despacho político, es mal conocido fuera de la Isla, pero también una incógnita para la mayor parte del pueblo cubano, pese a su decisiva participación en la larga aventura de la revolución cubana, de la que es parte imprescindible. Su vida ha transcurrido paralela y a la sombra de su muy famoso hermano, al que ahora reemplaza, todavía de manera provisional.

Durante 47 años Raúl Castro ha sido el ministro, organizador y jefe de la más poderosa institución del país, las Fuerzas Armadas, además de sus otras posiciones determinantes en la cúpula del poder. Ese largo trayecto puede comprenderse mejor si se tiene en cuenta que Neil Hosler McElroy, secretario de Defensa en la administración de Dwight Eisenhower en el mismo año que Raúl Castro asumió su cargo, falleció hace ya 30 años.

Cinco años menor que su hermano Fidel, compartieron en la infancia y adolescencia el inusual mundo rural de la familia Castro Ruz y los largos extrañamientos en lejanos colegios religiosos adonde los enviara su padre, el terrateniente gallego Ángel Castro Argüíz.

A diferencia de Fidel, doctorado en leyes en la Universidad de La Habana, no concluyó estudios universitarios. Mientras su hermano se convertía en figura conocida en las bandas gangsteriles que dominaron la agitada política universitaria a mediados del siglo XX, Raúl escogió una temprana afiliación comunista que lo llevó en 1953 a Austria y países de la Europa del Este, en uno de sus escasos viajes fuera de Cuba.

Tras el triunfo de 1959, tuvo un papel central, junto al Che Guevara, en la derivación hacia las ideas del comunismo de la joven revolución. Reconocido luego por los dirigentes soviéticos como un hombre clave en las relaciones con Cuba y su difícil líder mercurial, fue protagonista de momentos cruciales de aquellas relaciones. Su encuentro en Moscú por instrucciones de Fidel con Nikita Jruschov ultimó los detalles del acuerdo para la instalación de cohetes con ojivas nucleares en Cuba que llevaría a la Crisis de Octubre en 1962.

Durante los largos años en que, junto a su hermano, han impuesto su poder sobre el resto de los cubanos, el menor de los Castro ha intentado contener dentro de cánones institucionales el desbordado individualismo del Máximo Líder. Impulsó, bajo exigencias soviéticas, la llamada institucionalización del país, adoptada en 1975. Bajo su supervisión directa se inició finalmente, tras 17 años de gobierno revolucionario, una organización del Estado y el Partido según moldes socialistas.

Como ministro de las FAR respaldó activamente la participación de tropas cubanas en las guerras de Angola y Etiopía, decididas, claro está, por Fidel. Fue también factor esencial en el regreso a Cuba de esas fuerzas, que llegaron a sumar cerca de 60.000 hombres, solamente en Angola.

En casi cinco décadas ha enfrentado múltiples contendientes por la preferencia de Fidel, con quien mantiene una contradictoria relación de subordinación total y apoyo imprescindible, nublada por la indiferencia del hermano mayor. Su poder sobre las instituciones militares se hizo absoluto en 1989, tras el affaire por acusaciones de narcotráfico contra el general Arnaldo Ochoa y los gemelos La Guardia que terminaría ante un pelotón de fusilamiento. Sus hombres de mayor confianza, integrantes de la poderosa Contra Inteligencia Militar, encabezaron la virtual absorción del Ministerio del Interior, considerado hasta entonces por las Fuerzas Armadas como un peligroso rival potencial.

Pragmático en temas económicos, adicto a los informes de los servicios secretos y a voluminosos expedientes sobre el resto de los dirigentes, desconfiado como su hermano de la cultura y los intelectuales, amante de sus cuatro hijos y siete nietos, despiadado en las decisiones en que se pone en juego la supervivencia del régimen, nostálgico del comunismo soviético, inexperto en relaciones internacionales, aficionado impenitente al vodka y el dominó y temido sin excepción entre la clase dirigente, el ministro, como se le llama respetuosamente en esos círculos, no es hombre que pueda describirse de una sola pieza.

Ahora, y todavía en la misma oficina donde nos encontramos hace 25 años —en la que suele pasearse alrededor de un monumental globo terráqueo semejante al que adornaba los despachos de los mariscales de la URSS— protagoniza el primer episodio de la obra más difícil de su vida: intentar prolongar el castrismo sin Fidel. Le deseo, de todo corazón, que no lo logre.

Juana Castro
Hermana de Fidel Castro y exiliada de Cuba desde 1964.

Son dos personalidades completamente diferentes. Fidel no escucha; tiene que ser lo que él dice. Raúl presta atención a lo que le dice la gente. Es más dialogante, más receptivo a los demás. Fidel se ha puesto enfermo porque dio un discurso de tres horas después de un viaje agotador a Argentina. Se puso a sí mismo a prueba a los 80 años.

Recuerdo cuando Raúl dijo: 'En Cuba no hacen falta fusiles; hacen falta frijoles'. Me impresionó. Recuerdo que pensé: 'Ese muchacho está pensando mejor que su hermano'. Si se lleva a cabo el relevo de poder en Cuba, tal vez pudiera haber algo de luz al final del camino.

Dicen que Raúl quiere aplicar el modelo de China en Cuba. Eso sería aceptable sólo como un paso previo a la democracia. Porque China tiene libertad económica, pero es una dictadura férrea. En cualquier caso, cualquier modelo es mejor que el que tiene Cuba ahora.

© cubaencuentro

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