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Alcohol verde, alcohol rojo

Castro y Chávez critican públicamente la producción internacional de etanol, pero no detienen sus propias inversiones.

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Las recientes críticas de Fidel Castro y Hugo Chávez sobre la producción de etanol como energía alternativa al petróleo vuelan como boomerang rozando sus cabezas. ¿Qué ha cambiado desde la penúltima charla telefónica entre ambos gobernantes? Poco y mucho. ¿A qué viene el famoso artículo publicado por Granma el pasado jueves?

"La idea de poner los alimentos a producir combustible es trágica, es dramática", argumentó Castro al comentar telefónicamente la cantidad de hectáreas de maíz que en su opinión son necesarias para producir un millón de barriles de etanol. En Granma sacó otro adjetivo del sombrero para calificar el proceso: "siniestro".

"Yo me alegro mucho de que tú hayas levantado la bandera de salvar la especie (…), tú estás como un predicador (…) convertido en defensor de la vida de la especie, por esa razón te felicito", añadió el cubano en el mencionado cruce telefónico de halagos.

Sin embargo, el "humanismo revolucionario" de ambos gobernantes será tan breve como Lula, Bush y las hemerotecas le permitan. En público ponen en tela de juicio la apuesta por el biocombustible, mientras en privado, a toda máquina, echan andar sus propios planes.

La causa principal de tal contradicción estriba en que los acuerdos alcanzados entre Estados Unidos y Brasil para la promoción del etanol, aunque todavía en ciernes, provocan insomnio a los nuevos imperialistas del oro negro. A los grande-reservistas y a los maestros en trueques clientelares.

La piel de este segmento de la izquierda, supuestamente comprometido con la búsqueda de energías renovables para aliviar la dependencia petrolera, y su consiguiente impacto medioambiental, ha mutado del verde al rojo ante el posible desvanecimiento del castillo de naipes que ellos —y otros— han edificado gracias a los precios del crudo.

A toda máquina

Los expertos no prevén que el etanol consiga sustituir al petróleo en largos años, suponiendo que el término "sustituir" sea el más adecuado. Pese a esto, Caracas y su excéntrico mercado ideo-bursátil son todo temblores, desde los pies hasta la cabeza.

Chávez y Castro acusan a Bush —cuidándose de no molestar demasiado a Lula— de promover un acuerdo dañino para América Latina. Sus argumentos principales señalan hacia las cantidades de tierra fértil y agua que requiere el proyecto extensivo del etanol. Sin embargo, de la crítica puntual al uso de maíz y soya para producir alcoholes, han pasado a la animadversión total, caña de azúcar incluida. Una inverosímil hostilidad que no atañe a sus propios planes, ya en marcha.

Ambos gobernantes, una vez más, intentan hablar en nombre de los pobres del mundo, una necesidad imperiosa de todo populista que se precie a sí mismo; pero se exceptúan de lo que critican. También previsible. ¿Ya no lo había practicado Castro cuando animó al Tercer Mundo a no pagar la deuda externa mientras negociaba con sus acreedores cómo saldar la cubana?

Pese a los esfuerzos del ideólogo y del tesorero, demasiado temprano han quedado en evidencia las bajas pasiones que les mueven en el temerario entramado al que asiste Latinoamérica.

Con la tranquilidad de unas relaciones de privilegio, La Habana y Caracas anunciaron a principios de marzo un convenio para construir once plantas de etanol, sin precisar cuántas en cada país, y pusieron en blanco y negro una idea acariciada por la isla caribeña desde 2003, cuando pidió ayuda a Brasil para implementar el nuevo negocio. Con razón el canciller brasileño ha salido a defender la apuesta de su país, tras el intoxicador artículo de Castro.


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