Actualizado: 28/06/2024 0:13
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Lapidar adversarios, Propaganda, Miami

Fidel Castro como fetiche alborotador

El día que los emigrados asuman la figura de Fidel Castro con indiferencia, entonces asumirán que Miami fue la obra más perfecta del tirano

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Un publicista estadounidense, jodedor y sargento político del Partido Demócrata, Claude Taylor, ha alborotado el panal de Miami, igualando a Donald Trump con Fidel Castro, en su peculiar diatriba gráfica contra dictadores.

Primero, Taylor colocó su montaje en una valla publicitaria del Palmetto y luego envío un camión con idéntica imagen en sus costados, para que recorriera las principales vías de Miami, consiguiendo reacciones para todos los gustos, que van desde la indiferencia hasta el guirigay habitual, cuando alguien mienta la soga en casa del ahorcado.

El publicista ha conseguido sus objetivos de ganar dinero y servir a la causa demócrata y anuncia performances similares con imágenes de Hugo Chávez y Nicolás Maduro; que son meros pretextos alborotadores, pues su blanco es Donald Trump, a quien pretende descalificar ante su avance en las encuestas presidenciales.

La búsqueda de un elemento movilizador de parte de la opinión pública de Miami y lo mal que va Joe Biden en los surveys para noviembre, fueron la materia prima del publicista, que ha hecho arte malembe de la provocación.

Trump es un político heterodoxo y bronco, pero ganó las elecciones democráticamente, gobernó Estados Unidos sin meterse en ningún charco bélico y mantuvo a raya al tardocastrismo, que no se atrevió ni a mandar una chalupa con balseros; mientras que a Biden le metió una oleada migratoria salvaje, como aliviadero del 11J y chantaje permanente.

Pero el ocurrente propagandista no usó la figura de Miguel Díaz-Canel, ni siquiera la de Raúl Castro, sino la del comandante en jefe; sabiendo su capacidad movilizadora emocional y corriendo el riesgo que los procastristas miembros de la coalición que aupó a Biden al poder, se enojen y salgan a defender la figura del extinto dictador; o sea, publicidad de la publicidad asegurada y con resonancias dentro y fuera de Estados Unidos.

El truco de Taylor es tan viejo como la Alemania nazi, donde Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y la Propaganda del Tercer Reich, marcó hitos propagandísticos y de lapidación política de los adversarios; aún inigualados y frecuentemente copiados por Fidel Castro en sus afanes totalitarios.

Desde la cárcel de Isla de Pinos, Castro escribió a Melba Hernández sobre la importancia de concentrarse en la propaganda, que ya luego tendrían tiempo para aplastar a las cucarachas; es decir, a quien no le bailara el agua; y si alguna duda queda de las mañas del discípulo caribeño de Goebbels, basta recordar algunas de sus palabras en el Camagüey de 1959.

(…) “Libertad de prensa hay ahora, porque sabe todo el mundo que mientras quede un revolucionario en pie habrá libertad de prensa en Cuba. Quien dice libertad de prensa, dice libertad de reunión; quien dice libertad de reunión, dice libertad de elegir sus propios gobernantes libremente. Cuando se habla del derecho de elegir libremente, no se refiere solo al presidente o a los demás funcionarios, sino también a los dirigentes; el derecho de los trabajadores a elegir sus propios dirigentes…”

Solo se van los pocos que pueden

Y estas perlitas, de trágica actualidad: (…) “El policía era libre de hacer y deshacer y no le pasaba nada. El juez no condenaba a nadie. ¿A quién acudir? La ley era un papel inofensivo. La ley era para impedir, para que los abogados acabaran con él, y el juez acabara con él y la policía acabara con él”.

“¿Cómo vamos a decir: “esta es nuestra patria”, si de la patria no tenemos nada? “Mi patria”, pero mi patria no me da nada, mi patria no me sostiene, en mi patria me muero de hambre. ¡Eso no es patria! Será patria para unos cuantos, pero no será patria para el pueblo. Patria no solo quiere decir un lugar donde uno pueda gritar, hablar y caminar sin que lo maten; patria es un lugar donde se puede vivir, patria es un lugar donde se puede trabajar y ganar el sustento honradamente y, además, ganar lo que es justo que se gane por su trabajo (…) Y la mejor prueba, la mejor prueba de que no tenemos patria es que decenas de miles y miles de hijos de esta tierra se van de Cuba para otro país, para poder vivir, pero no tienen patria. Y no se van todos los que quieren, sino los pocos que pueden…”

El día que los emigrados asuman la figura de Fidel Castro con indiferencia, entonces asumirán que Miami fue la obra más perfecta del tirano, por la cantidad de cubanos valiosos, trabajadores y solidarios, que arrojó a sus playas y; a vivos como Taylor, se les acabará el pan de piquitos.

Castro luego trató de corregir su error, mezclando gente honrada con delincuentes comunes y desterrando a enfermos mentales, con la orden de “vamos a llenarle el corazón de mierda, al manisero”, como dijo Castro en una reunión con el alto mando del Ministerio del Interior, con la que perpetró el Mariel (1980) contra Estados Unidos, presidido por el demócrata James Carter.

Después de tanto nadar, el castrismo fue a morir en la orilla de Miami, de quien depende para remesas, medicamentos, pollos congelados, plantas eléctricas, útiles escolares, pacotilla y propaganda; como acaba de confirmar el ex doble agente Panchito, contando que La Habana financió con hasta doce mil dólares de la época, agresiones de Alpha 66, donde llegó a ser jefe de Acción y Sabotaje; mientras trabajaba para la DGI y el FBI.

Miami es un emporio económico de tales libertad y dinamismo, que es capaz de socorrer a familiares y amigos en Cuba y de asimilar un millón de cubanos recién expulsados del paraíso de los pobres, que se sorprenden de la generosidad de las políticas sociales de Estados Unidos y la Florida.

Cuba, en cambio, es una cárcel hambrienta, enferma y oscura; atiborrada de propaganda mentirosa, que no consigue solapar la imagen de descampado bajo la bota del general deterioro verde oliva y enguayaberado.


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