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Las tres dudosas premisas de Pérez Roque

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Castro no se ve a sí mismo como un tirano temido, como Trujillo o Franco, sino se ve y se juzga como un inspirador modelo moral. Es increíble que Pérez Roque, que ni siquiera se atreve a hablar con su cuñada exiliada, ni permite que su esposa la llame —una médico decente y trabajadora, hija de Jaime Crombet—, no quiera entender (o no pueda admitir) que el principal factor de cohesión que mantiene la autoridad en manos de Castro, y por delegación en el gobierno, como ocurre en toda dictadura totalitaria, es el miedo.

Y es aún, más increíble que suponga que el sentimiento que Fidel Castro inspira en la clase dirigente y en la sociedad cubana es la admiración por su conducta ejemplar, y no lo que realmente ocurre: lo que los mantiene unidos es el pavor que Castro les inspira a sus subordinados inmediatos y mediatos, como en voz muy baja a veces confiesan a amigos muy íntimos algunos de los diputados reunidos para oír y aplaudir su discurso.

Ese terror profundo que hace que hasta Raúl Castro a veces tenga que servirse de García Márquez para darle a Fidel un mensaje o una opinión, porque ni siquiera el (supuestamente) segundo de a bordo se atreve a decirle lo que piensa por temor a sus explosivas represalias.

Cumplidas las dos premisas previamente descritas (el ejemplo moral y el consiguiente apoyo popular que éste generaría), queda la tercera: no ceder en el tema de la propiedad privada. Insistir en el colectivismo y en el capitalismo de Estado. ¿Por qué se aferran Castro y Pérez Roque a un modelo tan probadamente fracasado? Porque si cambia el régimen de propiedad y se introduce una suerte de economía de mercado, con empresarios privados, según ellos, se pierden la revolución, el Estado y hasta la nación, "porque Cuba sería absorbida, Cuba sería convertida en un municipio de Miami".
Colofón

En realidad, esto último no es una estupidez, sino algo peor: una coartada para justificar el más grosero inmovilismo. Cuando cambie el régimen, ese absurdo sistema de estabular y empobrecer a la sociedad dará paso a algo que la inmensa mayoría de los cubanos desea: libertades económicas y políticas.

Desaparecerá, es cierto, felizmente, la revolución, pero no el Estado, que se acogerá a un diseño institucional libremente decidido por los cubanos, mucho más hospitalario, eficiente y respetuoso con los ciudadanos. Y la nación sobrevivirá como una entidad independiente, pero en paz y armonía con todos sus vecinos, pues se habrán terminado el aventurerismo y el mesianismo.

¿Qué hace falta para llegar a ese punto? Exactamente lo que más temen Castro, Pérez Roque y el resto de esa minoría dogmática que controla el gobierno: un pacto serio y maduro entre los reformistas del régimen ocultos entre los políticos, militares, administradores, militantes del partido comunista y las organizaciones de masas, y los demócratas de la oposición interna y externa, para llevar a buen puerto la transición, sin vencedores ni vencidos, sin represalias ni pases de cuenta. Algo parecido a lo que sucedió en España, en Hungría o en Checoslovaquia. Sencillamente, ese experimento fracasó y es la hora de darle sepultura ordenadamente con todos los cubanos y para bien de todos los cubanos.

* Dedicado a Ramón Saúl Sánchez, quien en Miami se jugaba la vida en una huelga de hambre por defender el cumplimiento de la ley americana y el derecho de todos los cubanos, mientras yo escribía estos papeles en Madrid.


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