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A debate

De dictadores, presidentes y del platanal de Bartolo

La historia democrática de Cuba no acabó el 26 de julio de 1953, porque ya lo había hecho el 10 de marzo del año anterior.

Nosotros los cubanos, los de afuera y los de adentro, frecuentemente o no llegamos o nos pasamos. En su último artículo, Antídoto del 'negrismo', Néstor Díaz de Villegas ha hecho algo poco común para nuestros estándares, pues ni no llegó, ni se pasó, lo cual, debo reconocer, es encomiable.

Aún más aprecio el hecho de que ha respondido a mi escrito, esta vez sin emplear términos raciales polémicos como hizo en su artículo anterior. Este trabajo, a diferencia del anterior, Fidel Castro, El Negrero , es un ejemplo de razonamiento, y aunque siga en desacuerdo con algunas de sus ideas, creo que esta vez el tono y la profundidad de sus argumentos son mucho más coherentes.

No obstante, como otra cosa que nos falta a los cubanos desde hace bastante rato es el deseo de discutir con argumentos en lugar de con los puños o con el bate de pelota, intentaré responder a algunos de sus comentarios.

Fidel Castro no la emprendió contra el orden republicano, y para convencerme de lo contrario, Díaz de Villegas tendrá que demostrarme que en 1953 había un gobierno electo democráticamente en Cuba. Fue Fulgencio Batista quien efectivamente la emprendió a balazos contra el régimen republicano. Parafraseando a uno de los más lúcidos historiadores de la revolución cubana, Leland Johnson, sin Batista no hubiera existido Castro.

Sin dictadura, hombres como Frank País, José Antonio Echeverría, Huber Matos y Camilo Cienfuegos, por sólo mencionar unos pocos, no se hubieran jugado la vida creando un movimiento revolucionario para derrocarla. Lo que sucedió después con ese movimiento es harina de otro costal; pero la lucha contra Batista estuvo legitimada por el hecho de que éste también era un dictador.

La historia democrática de Cuba no pudo acabar el 26 de julio de 1953, porque acabó el 10 de marzo del año anterior, cuando Carlos Prío Socarrás, presidente legítimamente electo, fue depuesto por un golpe de Estado liderado por Batista. No intento discutir si la Cuba post-1959 es un país democrático o no; el asunto es dejar claro quién acabó con la democracia en Cuba. Un debate en el cual participaran otras voces, además de la de Villegas y la mía con respecto a este tema, sería bienvenido.

La propaganda izquierdista que según Díaz de Villegas he refrendado en mi artículo, se sostiene sobre argumentos históricos válidos, que por supuesto nunca convencerán y mucho menos agradarán a las personas de derecha. Ahora bien, y esto es algo que he querido referir desde mucho antes de que este debate comenzara, la cuestión cubana ha dejado de ser, desde hace más de 15 años, una cuestión de alineamiento ideológico y político en términos de izquierda, centro o derecha, y más un asunto de quién se queda con Cuba cuando Fidel Castro no esté en el poder.

No obstante, si este debate se va por el camino de las posiciones políticas, estaré feliz de continuarlo. Pero recuerdo al autor que incluso dentro de las filas de la oposición cubana dentro de la Isla hay personas que creen en las ideas socialistas, a pesar de sus opiniones sobre la persona y el gobierno de Fidel Castro.

Volviendo a los Clinton

Lo que Díaz de Villegas sugiere en su artículo en términos metarreligiosos acerca de la historia reciente del Partido Demócrata estadounidense, me parece una idea poco convincente, aunque confieso que la línea sobre la revolución guevarista me ha sacado una carcajada. La verdad es que la percepción de la realidad —particularmente cuando se refiere a asuntos políticos— es bastante diferente de una persona a otra.

Por más que me esfuerzo en dilucidar de dónde rayos puede venir esta revolución guevarista, no lo veo, aunque tal vez ignoro ciertos secretos del mundo político norteamericano. Lo que he visto en los últimos años es un Partido Demócrata que ha apoyado incondicionalmente al Partido Republicano en su lucha contra el terrorismo islamista y en sus esfuerzos para hacerse dueño del petróleo iraquí.

Incidentalmente, si es cierto que los demócratas están planeando con antelación tomar el poder "por los medios que sean necesarios", esto no es nada nuevo; o es que al autor se le ha olvidado cómo los republicanos ganaron las elecciones de 2000, cuando Bush, su padre, y sobre todo la Fox Broadcasting Co., se robaron las elecciones ignorando la voluntad del pueblo norteamericano.

Los demócratas pueden estar pensándolo, la diferencia está en que los republicanos ya lo han hecho. Adicionalmente, recuerdo que borrar fechas y rescribir la historia es algo que también los republicanos han hecho últimamente, aunque no con mucho éxito. Por ejemplo, ¿pudiera usted recordarme cuál fue la razón de Bush para sacar a Sadam Husein de Irak? ¿Fue el hecho de que el personaje en cuestión era un sátrapa despiadado, o que los republicanos convencieron a casi todo el mundo de que el dictador tenía armas de destrucción masiva que podían ser disparadas en 45 minutos?

No estoy interesado en hacer una apología de los Clinton, como tampoco lo hice en mi trabajo anterior, pero no creo que haya mucho bueno que decir sobre George Walker Bush tampoco. Previsiblemente, Clinton y Bush ahora se culpan el uno al otro de haber dejado escapar a Bin Laden y compañía.

Sobre este tema, añado un par de cosas. Ambos se mostraron como mínimo indolentes mientras trataban de contrarrestar la amenaza terrorista que se les venía encima. Clinton por ser, tal vez, demasiado suave; Bush por planear el ataque a Irak cuando debía prestar atención a Afganistán. Pero la culpa en este delicado asunto no corresponde a ninguno de ellos, sino al gobierno de Reagan, que fue quien a través de la CIA enseñó a Bin Laden y su gente casi todo lo que saben, mientras los apoyaban en su lucha contra la ocupación soviética.

Cómo se les fueron de las manos, nadie lo sabe, pero una cosa es segura: Bin Laden es el Frankenstein de Ronald Reagan y George Schultz, y esto muy a pesar de los esfuerzos de Gorbachev por detener el ascenso del militantismo islámico, cuando finalmente el gobernante soviético tomó la decisión de retirarse de Afganistán.

El tema racial en Cuba… y en la diáspora

Como Díaz de Villegas bien afirma, el ideal revolucionario no ha sido siempre "una aspiración compartida por las clases desheredadas". No intento discrepar en este punto. No todos los negros que llegaron a tener éxito en el "hit parade" —para usar sus mismas palabras—, han sido iguales, o han representado las mismas posiciones políticas e ideológicas.

En otras palabras, no se puede meter a todo el mundo en el mismo saco. Las poblaciones de origen africano en nuestro continente, en su inmensa mayoría han sido consistentemente discriminadas. Y si bien es cierto que ningún negro cubano ha llegado a gobernar, tampoco lo ha hecho ningún blanco, porque hasta hace muy poco tiempo tuvimos a la misma persona al frente del país desde hace 47 años, como Díaz de Villegas sabe muy bien.

En términos sociales, principalmente en sus primeros años, el gobierno revolucionario efectivamente mejoró la posición de la población afrocubana. La educación alcanzó a todos, incluyendo la población negra. Incluso la universidad se abrió para aquellos que lograran llegar a ella, en teoría siempre que fueran revolucionarios, sin tener en cuenta el color de la piel.

Habiendo estudiado en la Universidad de La Habana hace menos de una década, tengo una idea bastante fresca de las proporciones raciales en ese claustro, y aunque definitivamente los estudiantes negros eran una minoría, no por ser negros recibieron peores calificaciones que el resto de los estudiantes. Por otro lado, aunque esto suene bastante retórico y Villegas y otros lo puedan interpretar como propaganda castrista, en el terreno de la salud pública la población negra también se benefició como nunca antes.

Dígase lo que se diga, los hechos están ahí para quien los quiera ver. En los policlínicos y hospitales, negros y blancos reciben el mismo trato, y créame que sé de que hablo, porque me crié y viví la mayor parte de mi vida entre los barrios de Belén y Jesús María en la Habana Vieja.

Desde mi punto de vista, el principal problema de las políticas de La Habana en relación con la población negra durante las últimas cinco décadas, es que si bien es cierto que las oportunidades aparecieron, también lo es que no se hizo lo necesario para erradicar la pobreza y el círculo vicioso de marginalización que venía de la época republicana y nunca dejó de considerar a los negros como elementos antisociales y sujetos de bromas racistas que todavía hoy son bastante comunes.

En cualquier caso, sin embargo, el gobierno de Castro, al menos en términos sociales, ha hecho más que ningún otro gobierno cubano para integrar a la población negra dentro de la sociedad y para reconocer su calidad humana. Tomando prestadas unas líneas recientemente publicadas en esta misma revista en el artículo El racismo sobrevive en Cuba pese a las políticas para eliminarlo , "a partir de 1959 fueron abolidas todas las prácticas institucionales, públicas y privadas que de alguna forma lo sostenían".

Para terminar, aclaro que no he sido yo, sino Díaz de Villegas, quien en primer lugar separó a Rice, Cuesta Morúa y Rigoberto Tartabull del resto de los negros; de modo que si alguien ha medido "con una vara los racimos de negros que van a dar a la reja" y con otra a los que han tenido éxito en el "hit parade", ha sido él.

En otras palabras, es Díaz de Villegas quien ha refrendado una vez más el subyacente racismo que por desgracia heredamos de la época colonial, cultivamos durante la época republicana y aún no hemos conseguido eliminar dentro, ni evidentemente, fuera de Cuba.

© cubaencuentro

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