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A debate

Algo de lo sacrílego

Hoy abjuramos de la violencia para producir el cambio de régimen, pero celebramos a hombres y fechas que representan insensatas carnicerías.

Juliano el Apóstata llamaba a los cristianos "adoradores de cadáveres". Hoy, una suerte de doctrina secreta permite a Manuel Barcia, en su artículo De dictadores, presidentes y del platanal de Bartolo, repetir que Manzanita es un santo, Huber Matos un héroe y Frank País un intocable, sin esperar que nadie lo contradiga. Nadie, claro, que no sea un apóstata.

Considero exhausto el tema que generó nuestro intercambio —un debate juicioso y "con argumentos, en lugar de con los puños o con el bate de pelota", pues no por gusto salimos de Cuba—, pero tampoco quisiera darlo por concluido antes de aportar un par de razonamientos al problema de las cronologías, ya que también en las cartas de los lectores éste ha tomado el primer plano.

Nos enseñaron que hay algo sacrílego en el sólo hecho de impugnar las grandes fechas —el 13 de marzo, sin dudas, o el 26 de julio, pero sobre todo el 1 de enero, que fue el día que nació el Niño del año nuevo castrista—. Apostasía es aún, para nosotros, revertir el signo de esas efemérides.

Si es verdad que el guevarismo negó a Dios y persiguió a la Iglesia, no es menos cierto que se valió de "lo sacrílego" para redefinir, dentro de su propia esencia, los límites de lo intocable y de lo impensable. El sedimento de la espiritualidad erradicada encontró un uso nuevo en la "adoración de cadáveres": a ese residuo de devoción es a lo que el poeta Omar Pérez, hijo del Hombre, ha bautizado (en el título de su libro homónimo) con la brillante etiqueta de "algo de lo sagrado". ¡Y quién mejor que Omar para darnos una fórmula mágica!

¿Cómo se refuta una 'manzanita'?

Como buenos adoctrinados, somos incapaces de concebir siquiera una crítica de "Manzanita". ¿No hay "algo de lo sacrílego" en pretender impugnarlo? Y, ¿cómo se refuta una "manzanita"? En este punto la doctrina castrista es punto menos que infalible. Tan grave cosa se ha vuelto la refutación de su santoral, que ninguna publicación seria accedería a publicarla. Veamos si es así.

"Manzanita" no es sólo el emblema de la pureza y de la 'salud del cuerpo y del alma', sino su diminutivo afectuoso. ¿Quién osaría desvirtuar lo virtuoso de una "manzana"? Pero he aquí que el 13 de marzo de 1957 es una fecha infausta. Ese día, un soldado extranjero llegado de España ataca el cuartel general de nuestra vida pública, el asiento terrenal de la razón de Estado. El nombre del atacante es Carlos Gutiérrez Menoyo. La hagiografía revolucionaria nos lo escamotea con el mismo ahínco con que exalta a Manzanita. Sin embargo, ambos están a escasos kilómetros de distancia, unidos en una mala hora.

Con sólo limpiar de escombros la superficie del almanaque veremos aparecer completa la imagen de Carlos Gutiérrez Menoyo: un maquis que regresa de una españolísima Guerra Civil y de una sangrienta Guerra Mundial para internarse de inmediato en la maraña de la contienda cubana.

El destino de Eloy ha empañado la gloria de Carlos: la estática nos impide verlo ante las puertas del Palacio, granada en mano, dispuesto a asesinar a uno de los hombres más significativos de nuestra Historia, de quien Pablo Neruda cantara: "Capitán de las Islas, salido como la fibra o la greda de las raíces populares, pueblo él mismo, pueblo en su gracia, en su intuición y en su fuerza…"; alguien que, según dice el poeta, echando mano de un motivo racial, "…puede mostrar con orgullo ese rostro moreno que se mantuvo firme para restaurar la patria".

El día que la oposición antibastistiana se ayuntó con gente de la traza de Menoyo; cuando pactó con mercenarios para ejecutar al presidente golpista y médico a palos de la República; el día que condonó, en nombre de la democracia, la violencia, aún en el corazón del Palacio donde se encontraban Batista, su esposa y sus hijos; el día que los asaltadores que esperaban la noticia de su muerte levantaron, en la estación de radio, el grito jubiloso de "la bestia ha sido ajusticiada en su madriguera", debía ser un día de luto para nuestra sociedad, pues en esa fecha se hizo añicos, en cortos e interminables minutos, una civilización que había costado cuatro siglos levantar. El 13 de marzo propinó el golpe de gracia a la salud del cuerpo y del alma republicanos, y era nada menos que un joven apodado "Manzanita" quien lo asestaba.

Métodos de sabotaje ideológico

Manzanita, visto bajo esa luz, es menos de lo que nos revela la hagiografía: las acciones de la oposición antibatistiana estuvieron enfiladas a la total destrucción del orden público y al establecimiento del caos político, y sólo venialmente al restablecimiento de la justicia —mientras que las reacciones torpes de sus verdugos no llevaban la carga terrible del regicidio, ni la saña capaz de decapitar, en una sola cabeza, todas las soberanías—.

Nótese que hoy abjuramos por principio de cualquier método violento para producir el tan necesario cambio de régimen, pero que seguimos celebrando a hombres y fechas que representan las más insensatas carnicerías. Condenamos la violencia de un Posada Carriles, mientras conmemoramos, o nos negamos a repudiar, el más infausto de los días.

La Historia nos enseña lo que hubiese sido de Manzanita: estaría hoy allí, entre los ancianos de nuestro Comité Central; o, como Huber Matos, habría dudado 40 años antes de echar al fuego los grados espurios de Comandante, junto con la historia falseada de la "gesta" —el cuento de camino que Miguel Ángel Quevedo tuvo la honradez de desmentir— y la vanagloria de haber enfrentado una dictadura con un terrorismo.

Mucho antes de que asomara su oreja el "coco" del comunismo, que el comandante Matos nos dice fue para él la gota que colmó la copa, Frank País y Enrique Oltuski asolaban las calles y plazas de Cuba a bombazos. Las acciones de estos hombres resultaron más dañinas para la estabilidad nacional que las escaramuzas de los casquitos. No olvidemos que el Ejército constitucional terminó vendiéndose al enemigo, y que en los casos en que no mandó al otro mundo a sus feroces contrincantes, fue considerado y humano. Los triunfadores, en cambio, no tuvieron compasión, y la revancha, 47 años más tarde, no conoce límites.

Los mismos métodos de sabotaje ideológico han sido empleados por los Clinton (y cuando digo "los Clinton", aludo a todo un Partido emergente) en demonizar a sus críticos, y es en ese sentido que los tildo de guevaristas. El fanatismo de un Noam Chomsky, de un Harry Belafonte, de un Howard Dean o de una Hillary Clinton lleva las señas de una "conversión", no de una oposición.

Barcia podrá reírse todo lo que quiera, pero es un hecho que en San Francisco, en Nueva York o en Hollywood, e imagino que también en Leeds, identificarte como "republicano" equivale a decir que eres "batistiano". Los soldados que pelean en Irak son ya meros "casquitos" y el Imperio completo, abocado a las elecciones, va rumbo a ese primero de enero que, según parece, acecha en el futuro de cualquier sociedad endemoniada.

© cubaencuentro

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