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A debate

Antídoto del 'negrismo'

Repuesta al artículo 'La visión que no nos permite crecer', publicado por Manuel Barcia en 'Encuentro en la Red'.

Si, como alega Manuel Barcia en su artículo La visión que no nos permite crecer, Fidel Castro no la emprendió a balazos contra el orden institucional, sino únicamente contra "la dictadura de Fulgencio Batista", entonces debe haber sido una bala perdida la que le dio en el pecho a la república, pues la evidencia forense indica que su fallecimiento ocurrió el 1 de enero de 1959.

Inversamente, sería un paseo demostrar que el golpe de Estado de 1952 no le ocasionó ni un rasguño. La república de Cuba nunca gozó de mayor libertad para atacar y demoler sus propias instituciones: el cuartel, la prensa, la cultura, el Palacio, el senado o la estación de radio. La revolución burguesa encabezada por un jesuita fue el más escandaloso alarde de su salud libérrima.

Tendríamos que estar dispuestos a tergiversar la verdad hasta el punto de hacerla coincidir con la doctrina histórica castrista, para negar que éramos hombres emancipados, y que sólo a partir de la caída de Batista dejamos de serlo. Nunca antes —incluida la época de la "primera" esclavitud— tantos cubanos habían sido privados, indiscriminadamente, de sus derechos. La esclavitud comienza, en mi cronología, el 1 de enero de 1959, mientras que, obviamente, Barcia alude a un concepto análogo, pero situado en la lejana fecha de 1880.

Discrepamos también acerca de cuál evento "efectivamente, acabó con la historia democrática de Cuba". Mi fecha —26-7-53— es, de nuevo, ulterior a la que propone Barcia: ese día, y no otro, concluye, según mis cálculos, la era democrática en Cuba. En términos absolutos, la discrepancia es minúscula, mas no negligible. Sostener que el 10 de marzo de 1952, y no el 26 de julio de 1953, propinó el golpe de gracia a nuestra sociedad, equivale a adoptar (aunque fuese de buena fe) la dogma central que apuntala el andamiaje teórico de la superchería revolucionaria.

Todo lo demás, en la catequesis izquierdista, se desprende de esa patraña: desde la mención ritual de Meyer Lansky hasta el cliché de "la dictadura amparada por el gobierno estadounidense". Los más ajados estereotipos doctrinales serán esgrimidos —y ordeñados también— a consecuencia de una discrepancia cronológica: ¿qué vino primero, el huevo o la gallina? Quienes adopten el calendario castrista nos harán creer que se trata de una paradoja insoluble. Salir de ese círculo vicioso requiere de una voluntad firme, y equivale, en esencia, a romper las cadenas epistemológicas con que nos aherrojó, desde la cuna, el Negrero.

¿Por qué los Clinton?

He dicho en más de una ocasión que los exiliados cubanos somos los cimarrones del socialismo. Lleva razón Barcia al recordarnos que a las épocas de esclavitud sucede "un extenso periodo de marginalización, discriminación y consecuentes estereotipos". ¡Si lo sabremos nosotros, los gusanos! Nos cuesta ansias deshacernos de los cepos mentales; y una vez instalados en Miami, o en Leeds, no es extraño que nos pongamos de nuevo los grilletes, porque, sin ellos, nos sentiríamos ingrávidos.

Tal vez sea esa la razón por la que el autor de La visión que no nos permite crecer no entiende "bien por qué", en mi artículo sobre los negros, involucro a los Clinton. Trataré de explicarme: el calendario socialista norteamericano empieza en el clintonismo; y quizás, en un futuro próximo, la llegada del niño Elián marque su epifanía. Aunque los "demócratas" se empeñen en negarlo, la revolución guevarista ya comenzó.

El indecente saqueo de la Casa Blanca vino a confirmar —a los que escapábamos de otra dictadura de la canalla— que los vándalos habían llegado también a Roma: durante el relevo de administraciones, la letra W (de George W. Bush) fue arrancada de cuajo de los teclados de las computadoras y pegada con teipe al marco de las puertas; las gavetas de los escritorios fueron taponeadas con goma, las líneas telefónicas cortadas y los llavines de las puertas rotos. Días más tarde se descubrió el robo de los preciosos objetos de la colección presidencial al que aludo en Fidel Castro, El Negrero. Hillary los devolvió con una fláccida disculpa. De inmediato, los Clinton proclamaron la reforma urbana desde un lujoso estudio de 800.000 dólares anuales en las Carnegie Towers. ¡Sólo después se mudaron a Harlem!

En las pasadas semanas, gracias al docudrama Path to 9-11 de la cadena ABC, se hizo público que, durante su mandato, Bill Clinton dejó escapar a Osama Bin Laden. Pero el calendario clintonita discrepa de esa fecha, y sitúa el año cero del conflicto terrorista en el 2001; específicamente, el 11 de septiembre del 2001, durante la presidencia de Bush. Al ser interrogado sobre las acusaciones de negligencia en su contra, Clinton respondió al entrevistador Chris Wallace con un salvaje ataque. Al final de la entrevista se arrancó el micrófono, lo tiró al piso y golpeó la mano que Wallace le ofrecía.

Permítaseme reiterarlo: las revoluciones son, por definición, sólo un cisma de los calendarios, y los clintonitas, desde su salida de la Casa Blanca, han estado interesados, especialmente, en borrar huellas, en alterar fechas, en reescribir la Historia. Pulverizarán de un golpe amarillista a quienes los cuestionen; y lo que es aun más alarmante: nunca han entregado realmente el poder, pues gobiernan a través de los medios, y ya se aprestan a retomarlo en el 2008, por los medios que sean necesarios. Si sabíamos que el vandalismo y la extorsión no les eran ajenos, el episodio de Harlem define, prácticamente, su discipulado castrista.

Unos negros más 'negros' que otros

En lo tocante al tema "negro", creo que el más problemático —por espurio y condescendiente— de los argumentos que adelanta Barcia, es el que nos insta a creer que "en términos históricos, personajes como Cuesta Morúa y Condoleezza Rice no han representado a su gente, porque han formado parte de selectas elites". ¿De qué formaban parte, entonces, los Maceo dentro del panorama político cubano, sino de esas tautológicas "selectas elites" que invoca nuestro articulista?

Estaría muy mal encaminado el autor si piensa que el ideal independentista revolucionario fue —o ha sido nunca— una aspiración compartida por las clases desheredadas. Tal es, acaso, la noción contra la que arremetí en Fidel Castro, El Negrero, y que ahora, tras la lectura de La visión que no nos permite crecer, me atrevería a bautizar de "negrismo": la idea de que existen unos negros más "negros" que otros. De que el negro que cosecha bananas, por el solo hecho de llegar al Hit Parade, es el negro "modelo".

Idénticos prejuicios obligarían al señor Manuel Barcia a descartar toda una fecunda vertiente de nuestro pensamiento sociopolítico, únicamente por haber sido el producto de una "selecta elite" de negros y mulatos: la que encarnó en Juan Gualberto Gómez, por ejemplo; o en Manuel Morúa Delgado, delegado a la Convención Constituyente de 1900-1901, senador y miembro del Partido Conservador —a quien, quizás, Barcia haya confundido con Manuel Cuesta Morúa, ¡de lo contrario sería inaudito que estuviera acusando de elitista nada menos que al presidente del Arco Progresista y líder de la oposición socialdemócrata!—; para no mencionar a Generoso Campos Marquetti, a Nicolás Guillén Batista, a Lázaro Peña o al gran Brindis de Salas, y correr el peligro de quedarnos sin un solo negro que —por haber tocado el violín o participado en asambleas constituyentes— caiga dentro del estrecho cabildo que levanta la argucia de Barcia para "lo negro" académicamente correcto.

Acto seguido Barcia se interna en el platanal de Bartolo: "En el caso de Castro, o tal vez sería mejor decir: de su gobierno, por más cosas que se puedan expresar acerca del subyacente racismo que ha existido en la Isla hasta hoy, también es cierto, muy cierto, que después de 1959 la posición social de la población cubana de ascendencia africana mejoró en muchos aspectos".

Primero, deslinda a Castro de "su gobierno" —"¡pero cómo se atreve!", exclamaría un lector airado— y después nos informa que hubo un sector que "mejoró en muchos aspectos" bajo ese régimen. Felicito sinceramente a esa población cubana de ascendencia africana con un ritual "¡Aché pa'ti!": el de nuestros hermanos afrocubanos sería el único grupo que podría jactarse de haber mejorado en "muchos aspectos" después del 59. Aunque —y ahora hago de abogado del diablo— desmejoraran en un detalle crucial: desde Fulgencio Batista no han podido colar a otro negro en la "Casa Blanca", en ese Palacio de las blanquísimas mofetas construido en el municipio Plaza al gusto modernista del retranquero de Banes y que ocupa desde hace cincuenta años un gallego de Birán.

No fue para conseguir "mejoras en muchos aspectos" para lo que se esforzaron tanto Juan Gualberto Gómez y Morúa Delgado, ni Cuesta Morúa o Vladimiro Roca: ¿alguien podría explicarle la diferencia entre "mejoras" y mejoras al autor? Cuando dice que "es cierto que la policía detiene más a los negros en la calle, y que las cárceles cubanas tienen muchas más personas negras que blancas, pero de esto no se puede culpar solamente a Fidel Castro…", da muestras del mismo "subyacente racismo" que denuncia en otros, e imita a ese Tally Mon Banana que mide con una vara los racimos de negros que van a dar a la reja, y con una vara distinta al negrero.

© cubaencuentro

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