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Actualizado: 01/07/2024 13:46

Sociedad

Camino de una tragedia irreversible

Entre derrumbes, corrosión y humedad, numerosas familias sufren el deterioro del fondo habitacional en la Isla.

Una de las distracciones de los turistas que otean a diario los atractivos de la Habana Vieja es fotografiar, desde diversos ángulos, la fachada de uno de los edificios de la Plaza Vieja, el ubicado en el número 360 de la calle San Ignacio.

Podría pensarse que el interés viene dado por el valor arquitectónico o histórico del más antiguo de los inmuebles de la Plaza. Sin embargo, basta detenerse un rato a observar la dirección en que los lentes lanzan sus destellos para comprender que el mayor interés, sino el único, radica en la sensación que produce la imagen de la restaurada Plaza, donde parece que se dejó a propósito este edificio derruido para ilustrar el estado anterior del resto de los inmuebles que la bordean.

Esta Plaza que, debido a la cronología de las construcciones en La Habana a principios del siglo XVII, se conocía como Plaza Nueva en oposición a la de Armas, está ubicada en el área rectangular conformada por las calles San Ignacio, Mercaderes, Muralla y Teniente Rey.

El paralelogramo, devenido centro de acontecimientos históricos, comercio y pasatiempo, fue concebido para levantar a su alrededor viviendas de dos cuerpos, alto puntal y balcones de madera, con anchos portales y amplias galerías cerradas de persianas sobre las que figuraban arcos de cristales.

Estas viviendas conformaron el conjunto denominado Plaza Vieja, a partir de la construcción de otra más joven, la Plaza del Cristo. Gracias a la solidez de sus construcciones se ha podido conservar allí el estilo arquitectónico cubano del siglo XVIII.

Residencia entonces del Brigadier de los Reales Ejércitos y primer Prior del Real Consulado de La Habana, don Ignacio Montalvo y Ambulodi, conde de Casa Montalvo, el edificio fue adaptado para hotel a mediados del siglo XIX. Ello introdujo un cambio en la tipología usada en la Plaza Vieja al agregarse otro piso y proyectar el entresuelo hacia la fachada, casi con igual jerarquía que el piso superior.

Basta mencionar algunas de las personalidades que vivieron en el lugar para comprender su relevancia histórica. Además del conde de Casa Montalvo, se encuentra la casa del capitán general Laureano Torres de Ayala, marqués de Casa-Torres, quien mandó a construir la bella fuente que adornaba la plaza, cuya actual imitación, aislada del público por una enorme reja circular de hierro, parece responder a lo que denominó "Moderna Edad de Hierro en Cuba". La del regidor José Martín Félix de Arrate y Acosta, principal ideólogo de la oligarquía criolla a mediados del siglo XVII. La de Gabriel Beltrán de Santa Cruz y Aranda, conde de Jaruco, donde vivió su hija, la Condesa de Jaruco, y también donde nació su nieta, la Condesa de Merlín.

Un problema de seguridad nacional

Para los cubanos, conocedores o no de la historia de la Plaza Vieja y del edificio de marras transformado en vivienda colectiva, y testigos del número de víctimas que han acarreado los derrumbes en la capital, la imagen del deterioro, la corrosión, la humedad y de los puntales que a duras penas lo sostienen, grabada en sus retinas, los mueve a compadecerse de sus coterráneos.

A pesar de su historia, San Ignacio 360 está amenazado por los derrumbes que como fantasmas recorren La Habana. La planta baja del inmueble, después de sufrir modificaciones a lo largo de su existencia, fue convertida en ferretería, la cual fue intervenida por el gobierno y convertida en almacén de una empresa estatal.

En febrero de 1977, un incendio provocado por el efecto del calor en las bengalas que allí se depositaban, destruyó las habitaciones de 11 de las familias que residían en el fondo y en los altos de la edificación, por lo que estas fueron reubicadas en la parte baja.

Uno de los 31 núcleos familiares que subsisten en el lugar, es el de una señora de 63 años que trabaja actualmente de custodio. Nacida en 1943 en la antigua residencia del Conde de Casa Montalvo, donde también vivieron y pagaron alquiler sus abuelos paternos y sus padres, con la de ella y su hermano, seguidas de los hijos y nietos, suman cinco las generaciones de su familia que han habitado el lugar, un hecho que se repite en otros hogares, que cuentan hasta seis generaciones.

Resultado del incendio y de los derrumbes parciales —hubo uno en el piso de arriba hace unos 8 ó 10 años y después otro en el fondo—, así como de la prolongada ausencia de mantenimiento, el estado del edificio es pésimo: las habitaciones del frente y casi todas las demás se mojan debido a filtraciones que han dañado el inmueble y también la salud de sus moradores, y el hedor de las fosas y tuberías albañales en mal estado hacen, en ocasiones, irrespirable el ambiente.

Por esas razones hay partes del edificio declaradas inhabitable-reparables, que significa reubicar a los ocupantes y someter el inmueble a una reparación capital.

La reubicación consiste en alojar a las familias en un albergue donde podrían pasar hasta el resto de sus vidas. Algunos de los perjudicados por los derrumbes fueron reubicados en las denominadas Casas Plásticas: albergues transitorios donde viven personas que llevan ya ocho años sin que se vislumbre solución. Esa razón explica la preferencia de los ocupantes de continuar viviendo en medio del peligro, entre la humedad y los puntales de madera colocados entre pisos y techos.

De unos 50, ahora quedan 31 familias: 12 en la planta baja, 10 en el primer piso, 8 en el segundo y 1 en el tercero, que suman unas 100 personas. A los afectados les han dicho, en diferentes momentos, que les iban a construir un edificio en San Ignacio y Lamparilla; o que los iban a mudar para Sol y Oficio, a un edificio de 24 apartamentos. Pero la realidad, como expresó lacónicamente uno de los afectados, "es que nos están engañando hace mucho tiempo".

Quienes llevan más años en el lugar, prefieren permanecer en la Habana Vieja, pues su vida, su historia y arraigo están allí. Consideran que una verdadera solución sería reparar el inmueble para hacerlo habitable, pues los turistas extranjeros prefieren el contacto con sus habitantes. Sería una buena decisión, que a diferencia de lo que ocurre en muchos lugares turísticos del mundo, en Cuba los añejos ocupantes puedan permanecer en sus inmuebles, como es el caso de los de San Ignacio 360.

El envejecimiento del fondo de viviendas, el deterioro por la falta de mantenimiento, los continuos derrumbes, el efecto de los huracanes y la disminuida capacidad constructiva del Estado, conforman un complejo cuadro que demanda un ritmo constructivo inalcanzado hasta ahora, como lo demuestran las cifras de los primeros meses del presente año.

Causa del éxodo masivo, de conflictos familiares, y fuente de desesperanza y descontento ciudadano, la vivienda, un problema de seguridad nacional, se agudiza en el tiempo y se generaliza en el espacio. Ante la falta de perspectiva y las afectaciones humanas, se impone la participación conjunta de autoridades, especialistas, instituciones y ciudadanos, impedidos hasta ahora de una real participación como sujetos activos. O el Estado promueve y respeta la autonomía y las libertades que propicien la participación paralela y subsidiaria de la ciudadanía y de la sociedad civil, o en su afán de control totalitario, la cultura, la historia, la arquitectura y la vida de sus ocupantes se transformará en una tragedia irreversible.

© cubaencuentro

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