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Conferencia del Partido, Represión, Cambios

La Cuba real que se abre paso

El aburrido discurso de Raúl Castro remachó el esquema de “parapetamiento” al que tanto se acomodan los representantes de esa clase dirigente

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Si algo hay que agradecerle a Raúl Castro es que en su último discurso, sin querer, o más bien sin siquiera imaginarlo ya que a estas alturas sería mucho pedir, haya abierto la puerta al futuro. Porque, ¿qué otra cuestión que el futuro angustioso ha dejado entrever a todos esos delegados de la Conferencia del Partido y aquel que tuvo los hígados de verlo por la TV? ¿Esperaban un milagro de renovación y progreso de este militarote ebrio de poder? Lo que sí es seguro es que los calificativos de “renovador” y “pragmático”, que algunos obsesivos ilusos le otorgan de gratis al general, ya acabaron de perder todo su valor en el mercado de las esperanzas.

Su aburrido discurso remachó el esquema de “parapetamiento” al que tanto se acomodan los representantes de esa clase dirigente. Pretenden hacer un sortilegio de conservadurismo y que las cosas sigan como están, barranco abajo, hasta que la situación nacional se vuelva a poner segura para ellos, sin importarles el precio en miserias a pagar por la población.

Pero basta de hablar de estos señores y el sombrío panorama que le pintan de obligatorio e inamovible al resto de los cubanos. Si algo ha ido mal con ellos es hacerles caso y tomarlos en serio. Hay que hablar del futuro real, el que a todos, verdugos y víctimas, déspotas y humillados, indiferentes o fervorosos idiotas, les va a llegar en Cuba.

Los cambios radicales que ese futuro que irrumpe va hacer a la futura sociedad libre y enderezada hacia el progreso ya están aquí. Empiezan a rebullir en el comportamiento, la manera de pensar y de proyectarse personalmente cada cubano. En primer lugar, está tras los rostros absurdamente fieles que pulularon en la Conferencia del Partido Comunista. Ante tanto inmovilismo que ya no sienten como puerto seguro, malamente ocultan el creciente deseo de venderle el cordobán a tanta bobería de Revolución, fidelidad, disciplina cuartelera, y el resto de las zarandajas totalitarias. De hecho, y más allá de los deseos del general y el hermano ayatolá, el futuro que no gobiernan se filtra en el país con la avalancha de ideas de modernidad, de individualismo creativo y productivo, en la audacia de pensar más allá de los estrechos corrales mentales impuestos por el castrismo. La gente se está quitando el correaje que los mantiene atados a esquemas y comienza a soñar sus propias vidas, cada uno alejándose, a su manera y entender, del magro destino que les designan.

Surgen iniciativas que aún los jefazos y sus amanuenses de la estructura burocrática ni siquiera han comprendido del todo cuando ya se alejan, sustituidas por otras cada vez más disímiles e impensables, sin esperar por autorizaciones o lentas modificaciones enrevesadas que van dejando caer en migajas los poderes del distante Estado. Y este torrente que se está desprendiendo de la despertada iniciativa personal lo mismo se anuncia en páginas electrónicas que nadie ha autorizado, que emprende en concreto negocios para los que aún no hay alguna regulación o “análisis”. Es algo sin cesar, sin esperar vistos buenos, ni cohibirse aunque esté rigurosamente prohibido, o esperar a ver qué decide el Gobierno. Es un caos, donde cabe desde el trabajo y búsqueda honrada del progreso personal hasta el robo, latrocinio y escamoteo más rampante. Es el futuro que llega, pero no el que desean los Castro.

Y los efluvios de la vana sensación franquista de tenerlo todo “amarrado” va a desaparecer de un suspiro en un momento impredecible, cuando todos estos cambios sutiles e interiores lleguen a su punto de madurez, dejen de moverse clandestinamente e irrumpan en la realidad nacional con un estallido gigantesco que todos identificarán como lo que quieren y se sumarán al mismo. Nadie puede decir cómo ni cuándo, eso es un vano intento de adivinación. Pero ocurrirá porque es un movimiento civilizatorio mundial que está dejando atrás todas las viejas estructuras de poder y dominio sobre las personas. Ya se vio el pasado año en múltiples ejemplos donde lo “amarrado” se hacía polvo antes las narices de los autócratas. Algunos han terminado en prisión, otros en el exilio, los menos con una muerte horrenda, pero todos se han ido del poder que parecía eterno y transferible a sus crías.

Lo mismo ocurrirá si los Castro se mueren antes, como les pasó a Franco y a Trujillo, o en pleno arribo del cambio incontrolable, como sucedió con Ceaucescu y Gadafi, o esperando la carroza entre rejas, como le va a ocurrir a Mubarak y al hijo del ex dictador libio, Saif al Islam Gadafi. Es algo que no se puede contener. Ni con los viejos esquemas represivos llevados a su máxima expresión tolerable, ni con nuevas formas de forzado sojuzgamiento, cautiverio o liquidación que lo único que lograrían sería desmandar más lo que se quiere inútilmente evitar. No se puede con ese cambio, hágase lo que se haga.

Y lo importante no es que los dictadores lo entiendan y cedan el paso. Eso solo ha ocurrido en Myanmar, pero cuidadito con confiarse en la buena voluntad de los represores. Lo importante es que las personas identifiquen el futuro como una realidad posible, independientemente de lo que les digan o autoricen. Sería bueno, excelente, que llegara ordenadamente, a buen paso pero con armónica transformación. Desgraciadamente, no siempre es el caso. No obstante, no por eso va a dejar de ocurrir. Las voluntades de todos se van a aunar en un esfuerzo irresistible, empujando súbitamente hacia una sola dirección.

En Túnez, ¿cuántos no se habrán dado candela en un acto de desesperación ante la arbitrariedad del despotismo, sin que luego ocurriera nada digno de contar como no fuera recoger sus restos calcinados? ¿Quién podía decir cuál sería el caso que representaría la diferencia que lo cambiaría todo? ¿Quiénes se imaginaron en Berlín oriental que en una sola noche, cuando se esperaba una enorme matanza de la población por la policía totalitaria, el Muro se abriría y no volvería a cerrarse nunca más? ¿Cómo se podría esperar que una multitud oficialista convocada por el dictador rumano, con un chivato cada veinte habitantes y un militante del partido por cada ocho adultos, se arrebatara y lo hiciera huir en helicóptero? ¿O que los egipcios lograran derrocar un régimen vetusto en solo dieciocho días? ¿O que el pueblo checo lograra lo mismo en once?

No son milagros, ni conspiraciones del “Enemigo”, ni pueblos más valientes enfrentando regímenes más débiles que el de Cuba. Es el furioso hervir del futuro. Les llegó en ese momento, todos instintivamente lo sintieron, se identificaron con él como lo que íntimamente querían y se quitaron de encima en un santiamén lo que les colgaba del cuello. Ese va a ser el futuro de la Isla también, lo mismo para los abundantes escépticos que para los esperanzados. No es una especulación ilusa movida por el ansia de un cambio radical que no llega. Es la realidad que ocurre a diario en la geografía global.

Abran bien los ojos, ofensores y ofendidos. Está rondando ya.


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