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Economía

¿El huevo o la gallina?

Acometer los verdaderos cambios que necesitan los ciudadanos es quizá la única forma de salvar la nación.

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Una singularidad del proceso actual en la Isla consiste en que el rol protagónico está en manos de la misma fuerza que ha gobernado durante casi medio siglo. Esa fuerza elegirá el punto de arranque, el ritmo y la profundidad de los cambios. Sin embargo, esas y otras aparentes ventajas tienen un fortísimo obstáculo: el tiempo.

La demora para emprender las transformaciones ha conformado un contexto al interior del país, caracterizado por una economía deficiente, ausencia de disciplina laboral, desinterés de los trabajadores por el resultado productivo, moral amoldada a la sobrevivencia, desesperanza generalizada, descreimiento, apatía, creciente intento de emigrar y ausencia de civismo, derechos y libertades. En fin, un cuadro cuasi apocalíptico.

Jamás, a lo largo de la historia del país, un gobierno asumió su mandato en condiciones tan difíciles. En ese contexto, el presidente del Consejo de Estado, en su discurso de clausura de la Asamblea Nacional el pasado 24 de febrero, esbozó un primer programa de cambios —sin llamarlo así— que, entre otros objetivos, comprende cuatro de las múltiples necesidades que cualquier proyecto tiene que priorizar: fortalecimiento sostenido de la economía, satisfacción de las necesidades básicas de la población, reevaluación progresiva del peso cubano y recuperación de la función del salario.

La gran dificultad radica en su implementación. Como sólo se puede distribuir lo que se ha producido, el punto de inicio se sitúa en el aumento de la producción, la productividad y la eficiencia en general. Sin embargo, en el estado actual de deterioro, la mayoría de los ciudadanos no quieren trabajar por un salario que no guarda relación con el costo de la vida y donde las promesas de futuro, después del fracaso del modelo vigente, no llenan las expectativas de los productores.

Como resultado, el punto de partida constituye una contradicción: sin aumento de la producción, no habrá mejoría en las condiciones de vida; a la vez, si las condiciones de vida no mejoran, la gente no está en disposición de producir.

Demanda a gritos

En la búsqueda de solución a tan compleja situación, si es que la tiene, tendrán que participar los trabajadores. Para ello, se requiere salir del esquema de ordeno y mando y escuchar a los productores y a todo el que tenga algo que decir, con independencia de su forma de pensar. Sencillamente, un problema que afecta a todos, generado por algunos, no puede ser resuelto con el criterio de algunos, sin la participación de todos.

Además, en bien de la nación, se impone dejar atrás los esquemas ideológicos, partidistas… y los triunfalismos. La voluntad política de enfrentar con objetividad el problema tiene que acompañarse de nuevos enfoques. Por ejemplo, de nada sirve anunciar al mundo que el país ha escapado al flagelo del desempleo, cuando decenas de miles de plazas esperan ser ocupadas, a la vez que miles y miles de personas han optado por no trabajar para el Estado. En horario laboral, pululan por las calles, los comercios, las cafeterías, venden, compran o, sencillamente, conversan en algún sitio.

La respuesta no puede ser represiva. Muchos de esos ciudadanos cuentan con fuertes argumentos para no estar vinculados laboralmente. El salario no garantiza las necesidades y, por tanto, dejó de ser fuente principal de ingresos. Una anomalía que ha acarreado y acarreará nefastas consecuencias para la economía, las relaciones sociales y la vida espiritual de todos.

Será muy difícil entonces comenzar por el aumento de la producción sin la correspondiente mejoría en los ingresos. De forma simultánea, habrá que brindar más espacio a la participación del trabajo por cuenta propia, las pequeñas empresas y las formas de propiedad cooperativas, y vincular los salarios de las empresas estatales con los resultados productivos.

Es decir, reformas en la propiedad y los salarios, conjuntamente con la eliminación de las trabas burocráticas y la implementación gradual de los derechos económicos, civiles y políticos contenidos en los pactos de derechos recientemente firmados por el Estado, y que hasta ahora permanecen ausentes en nuestro escenario. Sin la introducción de esos elementos, será imposible rescatar el interés por los resultados de la producción y los servicios.

Intentar a estas alturas que la producción crezca con llamados ideológicos es insistir en una de las causas que ha generado el estado actual de cosas. La complejidad de la situación requiere, sin pérdida de tiempo, acometer los verdaderos cambios que la nación demanda a gritos. Es quizá la única forma y la última oportunidad de sacar al país del inmovilismo de forma pacífica, lo que significa salvar la nación.


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