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Crónicas

Un síndrome nada casual

Como en 1989, vuelve la moda del 'militante' que hará los planteamientos de arrancapescuezo con motivo de la discusión del discurso de Raúl.

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TEMA: Un 'debate' por decreto

Por lo menos en La Habana, que es donde vivo, está de moda en estos días un tipo muy conocido. El bárbaro, el que más sabe, el que más dice, el tipo ya listo para entrar en los récords Guinnes. El que siempre pesca el pez más grande o tiene las novias más bellas del mundo, o mete las trompadas más demoledoras que recuerda su generación, o puede liquidar más latas de cerveza en menos tiempo, y ahora, con motivo del llamamiento al estudio y discusión del discurso de Raúl en Camagüey el último 26 de julio, el que hará (o ya hizo) los planteamientos del siglo, algo que no se veía desde los tiempos en que Nikita Jruschov agarró el poder y empezó a descongelar la URSS.

Esto no quiere decir que dicho síndrome esté presente en todo el que desde su repentina altura te mire en la actualidad con curiosidad casi científica al contarte el planteamiento que tiene preparado. Porque es cierto que sacado de muy abajo, tal vez del hastío y aun del rencor o del odio hacia sí mismo, por haber callado durante tantos años, anda la gente por ahí urdiendo planteamientos de arrancapescuezo. En círculos de más o menos confianza, y hasta en público, usted los oye así como si ya estuvieran en vísperas de un nuevo 14 de julio, dispuestos a cambiar la historia. No se cuidan.

"Oigan ustedes lo que voy a plantear y cáiganse para atrás", decía un calvito del barrio hablando en la esquina de casa con dos amigos, después de declarar, no sé si con cierta modestia o a manera de precaución, que no es que él no tenga pelos en la lengua, sino que como militante y cubano su interés, su único interés en este mundo, era salvar a la revolución, dejarle a sus hijos una revolución duradera, saneada, libre de polvo y paja.

Cuba en la ONU, decía, y en cuanto fórum internacional le viniera a mano, era una abanderada del derecho a la diversidad política. Cosa que no entendía Estados Unidos, Cuba sostenía el derecho de cada país a escoger su credo político, su filosofía de gobierno, su forma de hacer elecciones y aun de no cambiar su presidente en 2.000 años si le pareciera. Por sabia, por democrática, era una política internacional que nos enorgullecía, una divisa que Cuba socialista había pagado gallardamente soportando bloqueo económico y agresiones que llegaron inclusive hasta las se quedaron en amenazas nucleares.

Sin embargo, y he aquí la contradicción que él veía, después de tanto izar allá afuera el derecho a la diversidad política, aquí adentro ¡ay! del que no fuera un eco del Partido. Y al decir esto, decía el tipo, quién sabe las consecuencias que en lo personal eso le traería.

Es verdad, observó, que Raúl el otro día, al despedir en Varadero al presidente Dos Santos, exhortó a hablar ahora, a decirlo todo ahora valientemente. Así dijo: "valientemente". Pero una cosa es lo que te digan en Varadero y otra cuando tú abras la boca. Recordó que ya en el año 89 hubo un llamamiento que también exhortaba a la militancia a hablar, a manifestarse con sinceridad, ¿y qué pasó? Que quienes se lo creyeron salieron bien si sólo los regañaron o los castigaron, porque a otros les quitaron el carné.

No obstante, él, que había callado entonces, esta vez correría el riesgo pero haría su planteamiento, lo haría, dejaría las tablas ardiendo aunque eso le costara carné, puesto y Lada. "O socialismo con democracia y todo lo demás, o nada", dijo levantando el tono. Este era el momento.

La ideología del estado mayor

Yo estaba asombrado. No sé quién es el tipo, pero nos conocemos de vista, de vernos en el Agro y por ahí, y por la cara de médico que tenía no lo hubiera imaginado diciendo algo así. Estuve por no inmiscuirme, pero me sentía su deudor por la muestra de confianza que me diera poniéndose a hablar con sus socios estando yo presente (en espera de que mis dos perras terminaran de jugar) y porque me apenaba su ingenuidad. Con todo respeto, le dije, yo no veía la contradicción mencionada por él, el modelo que el gobierno cubano representaba y para el cual demandaba respeto, era el que aquí regía: la nación concebida como un ejército y, por tanto, sin otra ideología que la de su estado mayor.

Sorprendiéndome, el tipo sonrió, nos miró con picardía a mí y a sus dos amigos, y dijo que él lo sabía, pero de todos modos se haría el loco y lo plantearía en su núcleo del Partido. El asunto, decía, era meter el chicotazo en el panal, hacer salir las avispas, poner a correr allá arriba al Partido.

El hombre me impresionó. Desde luego, también pensé viendo el deslumbramiento con que sus dos amigos lo miraban, quién quita que después de haberse sentido aquí héroe por un rato no olvide este tipo el planteamiento anunciado y plantee en su núcleo, por el contrario, digamos escribirle una carta al Comandante exigiéndole que se restablezca de inmediato para que asuma el poder durante los próximos cincuenta años o más, si la salud le diera para eso.

Sin embargo, lo que el tipo pueda hacer entonces es lo de menos, me diría después alguien que sabe de estas cosas y regresaba de provincias restándole importancia al hecho de que hoy por hoy, en la confusión reinante, sería aventurado decir en Cuba quién es portador del síndrome del tipo-Guinnes y quién no ha sido contaminado aún. La importancia del detalle radica, me decía, en que la repentina aparición de este síndrome en el panorama político cubano no es casual.


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