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Política

Desencabuyemos este trompo

¿Será que la mayoría de los cubanos todavía no se han enterado de lo que dijo Raúl, porque no dispone de tiempo ni de ganas para escuchar los discursos?

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En algunas farmacias habaneras están vendiendo termómetros, especie en vías de extinción en la Isla. Entregan un termómetro por cada libreta de racionamiento, previa presentación, además, del carné de identidad. No tuvieron que anunciarlo en un discurso, ni ha sido comentado en la prensa, pero es una noticia que se ha expandido como pólvora y que moviliza a la gente.

En cambio, nada se comenta en los barrios (porque al parecer no ocasionó el más mínimo revuelo) sobre las tan llevadas y traídas palabras que Raúl Castro dirigiera en su discurso del 2 de diciembre al gobierno de Estados Unidos.

Esta imperturbabilidad o falta de calor popular (tal vez por su carácter ordinario) se les ha escapado a los cubanólogos de gabinete, quienes de todas formas estarían a tiempo para ayudarnos a despejar algunas incógnitas.

¿Será que nuestros compatriotas tomaron lo dicho por Raúl como un ejercicio de retórica, uno más, desprovisto de sustancia, como cualquier otro? ¿Será porque el heredero se limitó a repetir algo que ya había dicho antes (sin trascendencia noticiosa) por lo menos en un par de ocasiones? ¿O simplemente será que la mayoría no se ha enterado aún de lo que dijo Raúl, porque no dispone de tiempo ni de ganas para escuchar o leer los discursos?

Del mismo modo, la mayor parte de nuestra gente de a pie está demostrando no sentir frío ni calor ante la respuesta del gobierno estadounidense. Por favor, señores cubanólogos, ayúdennos también a desencabuyar este trompo: ¿será que está de más que se les diga (por obvio) que el régimen, antes de ponerse a negociar arreglos con ningún gobierno extranjero, tiene la obligación de negociar con su propio pueblo salidas hacia la democracia y la prosperidad?

¿Será que no les resulta demasiado confiable la respuesta de Washington, en tanto conocen que no es precisamente democracia lo que más buscan en otros países los gobiernos de allí? ¿Será que les huele a queso el hecho de que por vez primera en su historia ese gobierno esté dispuesto a asumir lo que ya fue muy bien calificado como "una postura genuinamente antiplattista"? ¿O será simplemente que la gente de aquí no desea, ni necesita, ni ha pedido, ni contempla, ni espera la ayuda de Washington para rematar un cadáver?

Washington y los herederos del trono

También podrían ayudarnos los cubanólogos a encontrar un trillo dentro del manigual en que ahora nos mete la importancia (sobredimensionada) que le dan por ahí a esta declaración del 2 de diciembre: ¿no habíamos quedado en que el "bloqueo" es una farsa, que nos afecta mucho menos que nuestra propia ineficacia productiva, y que nunca ha constituido un problema real para el régimen? Entonces, ¿por qué nos mostramos de pronto tan entusiasmados ante la eventual posibilidad de un arreglo entre Washington y los herederos del trono?

¿No será que estamos precipitándonos a concederle categoría de gran reformador a un nuevo rey puesto que sencillamente no encuentra la manera de sostener el peso descomunal que el rey muerto acaba de echarle encima?

Tal vez lo que sucede es que luego de tanta noche negra, los de acá no estamos debidamente informados y/o capacitados para entender la alta política. ¿O será que nos hemos vuelto incongruentes? ¿Será que con la mejor intención a ciertos informadores y analistas se les está yendo la mano a la hora de evaluar este asunto de acuerdo con su correspondiente nivel de prioridad?

Todo parece plausible y todo puede ocurrir cuando se trata de este mundo virtual en que vivimos. Recientemente, por ejemplo, el corresponsal de una agencia extranjera "informó" que la gente en La Habana estaba celebrando la reelección de Hugo Chávez. Otros han especulado en torno a la graciosa posibilidad de que en el futuro inmediato aquel llanero bruto sea el número uno entre (sobre) nosotros.

Sin embargo, lo que ven los ojos y lo que escuchan los oídos en las calles, en las cuarterías, al pie del cañón, es decir, puertas adentro, es que aquí Chávez resulta una figura antipopular, antipática, porque, entre otras razones, según los viejos, se parece demasiado a Batista, y no sólo en el físico.

En fin, a lo que íbamos. Los cubanos de abajo son personas agradecidas. Y ni siquiera hay que preguntarles para saber que aceptarán de buena gana toda ayuda que venga del exterior, luego de que nos hayamos sacudido por nuestra cuenta y riesgo de la dictadura totalitaria, no sólo de los hombres, sino también de sus estructuras políticas y económicas y de sus tácticas opresoras.

Entonces habrá llegado el momento idóneo para que Washington demuestre esa nueva actitud antiplattista que tan esperanzadora podría resultar, lo mismo para nosotros que para todos los latinoamericanos y para el resto del mundo; incluso para los propios estadounidenses.

Mientras, Raúl Castro puede decir y planear lo que más gusto le dé. Y los de allá podrán responder según el caso. Después de todo, ¿no estará ocurriendo que hoy por hoy las declaraciones de ambos son goteras para los oídos impermeables del pueblo cubano?