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Actualizado: 01/07/2024 13:46

Esplendor y miseria del deporte revolucionario

Los conflictos de intereses entre los atletas y el Estado han minado la imagen de Cuba como potencia deportiva.

El deporte, que tipifica tanto como el star system a las secularizadas sociedades de masas del siglo XX, ha sido utilizado con evidentes fines propagandísticos por los estados totalitarios: recordemos las Olimpiadas de 1936 en Berlín y, más cerca ya de nuestra experiencia nacional, la gran cantidad de recursos destinados a su práctica en la URSS y sus satélites, cuyas competiciones con Estados Unidos en escenarios mundiales se convertían en sordas batallas de la Guerra Fría. Lo que estaba en juego era, al fin y al cabo, lo mismo que en la carrera espacial: ¿quién podía, en este caso en la tierra, correr más, el hombre nuevo, desinteresado y comunista, o los atletas profesionales del mundo capitalista?

En Cuba, el gobierno revolucionario no tardó en aprovechar el deporte para alentar, por medio de la manipulación y la catarsis, los sentimientos nacionalistas de la gente. Desde la "hazaña" de los deportistas del Cerro Pelado en los Panamericanos de San Juan hasta la de los boxeadores del Mundial de Houston, convertidos en héroes por el solo hecho de haber sido descaradamente despojados de sus triunfos, nos sabemos de memoria estas historias que explotan hasta la saciedad la confrontación política con Estados Unidos y nutren abundantemente el kitsch comunista cubiche.

¿Cuántas medallas olímpicas no han sido dedicadas a nuestro invencible Comandante en Jefe? ¿Cuántas veces no hemos oído que los atletas cubanos no compiten por dinero o afanes individuales de gloria, sino en nombre de todo un pueblo y de su revolución?

Las críticas al profesionalismo que han sustentado ideológicamente el desarrollo del deporte revolucionario desde que en 1960 se celebrara la primera Liga Nacional de Béisbol, no alcanzan a ocultar un hecho obvio: los cubanos, como los soviéticos en su día, no son en realidad amateurs, sino profesionales que tienen por único representante a un Estado que les paga un sueldo por un empleo nominal mientras, de hecho, se dedican exclusivamente a la práctica y la competición deportiva. Poco tienen de aficionados esos deportistas que, captados desde la base e intensivamente preparados en escuelas especializadas, han alcanzado grandes éxitos en disciplinas como el atletismo, el judo o el boxeo.

No está de más recordar, además, que la descalificación del profesionalismo que se encuentra en los orígenes del movimiento olímpico moderno es genuinamente aristocrática: sólo los patricios pueden asumir el deporte como un cultivo desinteresado, humanista, mientras que los pobres plebeyos tienen que usarlo como medio de vida.

En el caso cubano, los tintes conservadores del olimpismo se perciben en la defensa del sport que acoge una revista racista como Cuba Contemporánea, mientras que, en contraste con ese tipo de ideales, el deporte profesional ha sido, como la música popular, una provechosa vía de ascenso social para individuos procedentes de grupos marginados, como los obreros y, sobre todo, los negros: es ese el caso ejemplar de Kid Chocolate.

Y en ello la revolución ha sido, en buena medida, una continuación: campeones como Ana Fidelia Quirot y Félix Savón son los "chocolates" de los tiempos rojos, aunque en mi opinión son, en general, los de antes, los auténticos mitos del deporte cubano, lo cual resulta paradójico si tenemos en cuenta que es en las últimas décadas cuando se han conseguido, tanto en lo individual como en lo colectivo, mayores logros.

Quizás se deba a que los de a.C. (antes de Castro), no tutelados por el Gran Hermano, representan de forma más pura el drama de la superación personal, la gloria y la caída, y no han tenido que ajustarse al molde del revolucionario integral que la normativa comunista impone. ¿No son los mitos más arraigados del deporte revolucionario los que, como Anglada, han entrado en algún momento, aun a pesar suyo, en conflicto con el Estado?

'Productos de la Revolución'

Pero, volviendo al tema, parece evidente que el hecho de que el deporte sirva como medio de ascenso social para grupos desfavorecidos, unido al sistema de laboratorio que se utiliza en Cuba, explica que los negros estén representados en este campo en una proporción mucho mayor a la que ocupan en el conjunto de la población. Atribuirlo a factores genéticos de raza, cosa plausible en alguna medida para determinadas disciplinas como las carreras de velocidad, se revela, en general, como una falacia si tenemos en cuenta lo que ocurre en otros países con niveles de mestizaje similares al de Cuba.

Compárese, por ejemplo, la composición racial de las selecciones cubanas de voleibol, integradas casi exclusivamente por negros, con las de Brasil, en las que hay negros, blancos y mulatos en similares proporciones. Y es también muy significativo que en el béisbol la preeminencia de negros y mestizos en los equipos cubanos sea mucho mayor que la que existe en un país como Estados Unidos. Los únicos atletas cubanos blancos descollantes son, prácticamente, los del ajedrez, lo cual pone de manifiesto no la superioridad física de los negros, sino las condiciones de desventaja social que los llevan a dedicarse más al deporte de alto rendimiento.

¿Por qué tantos negros en la ESPA y tan pocos en la Lenin? Ante esta pregunta, o apelamos a un falaz argumento racista, o reconocemos que el contraste manifiesta una diferencia de oportunidades al interior de la sociedad cubana. Provenientes en muchos casos de familias numerosas y con bajo nivel educacional, desde niños los talentos negros son "becados" en escuelas deportivas: es así como los mejores ascienden social y económicamente al punto de poder estrechar la mano del Comandante y poseer un auto moderno, privilegios al alcance de muy pocos.

Pero estos "productos de la Revolución" carecen, como tales, de autonomía. El Estado le quita buena parte del dinero que ganan y, en los casos en que la permite, limita su participación en ligas profesionales extranjeras. No olvidemos que los caprichos de Castro han afectado a no pocos atletas que lo veneran. Si Cuba hubiera participado en los Juegos Olímpicos de Seúl, donde hasta la Unión Soviética y los países del Este asistieron, posiblemente Ana Fidelia Quirot, que ese año lideró ampliamente tantos los 400 como los 800 metros, tuviera una (o quizás dos) medallas de oro olímpicas. Y Mireya Luis tuviera quizás cuatro.

Conflictos entre el Estado y los atletas

En los últimos años los conflictos surgidos entre los intereses de los atletas y los del Estado se han intensificado, como se ha puesto de manifiesto en el voleibol con la destitución de Eugenio George, exitoso entrenador de "Las morenas del Caribe", y en el caso masculino, cuando la casi totalidad del equipo titular se "quedó" hace algunos años en Italia para poder jugar allí profesionalmente, lo cual fue presentado en los medios informativos como una "renovación".

Estas tensiones se agudizan, claro, en el béisbol, donde la confiabilidad ideológica ha condicionado por mucho tiempo las selecciones nacionales: ya no son los tiempos del caso Anglada, y el hecho de que este haya logrado convertirse en mánager del equipo Cuba es muy significativo de los tiempos que corren. La práctica de pioneros como Liván Hernández y Niurka Montalvo se generaliza: cada vez son más los "quedados", sobre todo en el béisbol, donde los mecanismos de control de las instituciones deportivas no alcanzan a contrarrestar el "efecto llamada", intensificado últimamente con los éxitos de Yuniesky Betancourt, que evidencian que no es necesario ser pitcher para que un jugador cubano triunfe en las Grandes Ligas.

A esta crisis se unen claros indicios de que el dominio cubano en muchos deportes comienza a perderse, a medida que la práctica profesional de algunos como el voleibol se extiende más por el mundo, y que en otros como el béisbol los profesionales son aceptados en las competiciones internacionales.

Si finalmente el boxeo, hoy en franca decadencia en su versión amateur, sale del programa olímpico, Cuba bajará muchos puestos en los medalleros y la imagen de potencia deportiva que se ha creado en el mundo comenzará a desvanecerse. Que así sea, si ello significa que hemos abandonado nuestra artificial excepcionalidad para entrar de una vez en la normalidad democrática. Antes que el pueblo más culto, el más heroico y el que da los mejores deportistas, es mejor ser, sencillamente y después de tantos años, gente.

© cubaencuentro

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