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Literatura

Un receptor y emisor oblicuo

Respuesta al artículo 'Un puente de silencio', publicado en 'Encuentro en la Red' por Antonio José Ponte.

El maestro José Lezama Lima teorizó en sus floridos años de ejercicio poético sobre lo que llamaba "la vivencia oblicua". Explicaba el procedimiento (que él consideraba esencial en su poesía) con una imagen tan insólita como suya: "consiste en accionar un conmutador en la pared de la habitación, y dejar inaugurada una cascada en el Ontario".

El ensayista Antonio José Ponte —a pesar de sus muchos reparos antiorigenistas— parece ser, a su manera, un continuador de la experiencia lezamiana. Claro que se trata de una "vivencia oblicua" en circunstancia de rebaja, a mitad de precio.

Mi discrepancia con él fue en mi libro Por el camino de la mar, a propósito de un artículo suyo ( El abrigo de aire) y las valoraciones que en él hace de José Martí. Entonces no respondió lo que allí decía yo: sólo me hizo llegar un parco correo electrónico exigiéndome que, en la segunda edición que ya se anunciaba, hiciera corregir una errata del diseñador que, al emplanar una cita del poeta José Kozer, extendía el "sangrado", haciendo parecer el texto mío que seguía, como opinión del citado.

Ponte me urgía a instar a la corrección del error porque, decía él, Kozer nunca ha sido defensor del "Martí dios". Todo ello quería hacer creer —a veces pienso que él se cree sus propias distorsiones— que yo deificaba a Martí, pero si Ponte no hubiera leído oblicuamente o mejor, si no opinara oblicuamente sobre lo que leyó, hubiera reparado en que era Kozer quien desplegaba una imagen en la que instaba a recordar a Martí, en su grandeza, como "un Cristo, un Buda, un Gandhi". Claro que la errata en cuestión estaba corregida para la segunda edición desde mucho antes de su demanda, porque nunca intenté atribuirle al amigo Kozer opiniones que no eran suyas.

Ponte, entonces, no respondió mis ideas, pero ahora salta oblicuamente en Encuentro en la Red ("Un puente de silencio"), para refutar mis criterios sobre el (buen) dossier que La Gaceta de Cuba publicara sobre la editorial El Puente y en los que yo hacía memoria sobre cosas que los contribuyentes a la entrega no revelaban. ¿Será su indirecta, tangencial respuesta a las opiniones de mi libro? ¿O será que se sentía obligado a opinar en un debate sobre las ediciones Il ponte?

O comisario político o gusano

Ponte es uno de esos partidarios del pluralismo que pueden aplastar la posibilidad de opinar del "otro". Tiene muy claras las opciones: o comisario político o gusano. Me imagino que él habrá hecho la opción no oficialista, "independiente", pero permítaseme decir que yo no he sido nunca ninguna de las dos cosas aunque, acaso por ello produzca el rechazo de los fundamentalistas, y así como los comisarios me vieron como gusano, los gusanos me ven como comisario.

Lo que ocurre es que buena parte de los comisarios que conocí y sufrí se han hecho gusanos, como es muy probable que algunos de los gusanos de hoy devengan en marciales comisarios como se les brinde la oportunidad, porque gentes hay que no conocen aquello que los clásicos llamaban la aurea mediocritas. Y claro que existen los que desdeñan la oficialidad de los pobres pero se apuntan enseguida a la de los poderosos.

Acaso por esa rigidez de pensamiento, nos concebía a los jóvenes escritores que hacíamos El Caimán Barbudo como sometidos a un juramento "militar o de partido". Estoy seguro de que Ponte, en sus tiempos de estudiante de tecnología, vio demasiadas películas soviéticas de los años cuarenta.

Ponte es hombre de un manejo autoritario de las opiniones de los demás, porque las presenta no como han sido dichas sino como él cree que deben ser leídas. Me acusa de desorientado, pero si no hubiera leído oblicuamente se habría percatado como yo, de que Pío Serrano estaba citando a José Mario en la imprecisa referencia de Isabel Alfonso (y no Díaz, como en dos ocasiones la llama el descuidado Ponte), porque era José Mario quien podía hacer esa tajante definición en primera persona de los propósitos de la editorial que dirigía, y no Pío, quien a lo sumo tuvo que haber sido un colaborador muy al margen, como sabemos los que conocimos de primera mano El Puente, en el lustro de su actividad.

Ponte deriva, con su "oblicuidad", todo un cúmulo de temores del testimonio que Nancy Morejón daba hace cuatro años en una revista: teme ser castigada, teme que no la dejen hablar, teme que la cuestionen políticamente, tiene el miedo dentro de sí, porque —es la moraleja ponteana— no se puede permanecer en Cuba sin sentir miedo. Y si no te hacen mal, tienes que tener miedo de que te lo puedan hacer. Pero no creo que Nancy, quien relataba con toda sinceridad los males que sufrió, no se sepa por encima de sus envenenadores.

'Conducta impropia'

Su mentalidad oblicua lo conduce a deducir que cuando yo hablo de Delfín Prats, en realidad estoy hablando de José Mario, y no es que no mencione Conducta impropia (el documental de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal) sobre la represión a los homosexuales en Cuba, sino "que me cuido muy bien de mencionarlo", cuando en verdad me parece que la denuncia que ese filme formula llegó muy tarde: cuando esa represión había cesado desde tiempo atrás. Ya entonces su propósito no era denunciar una represión que no existía, sino sumar un argumento más contra la revolución cubana, así fuera anacrónico. Porque del cese de esa discriminación, de ese maltrato, no se daba cuenta en la cinta.

Conducta impropia no fue realmente un testimonio contra las UMAP, que mi oblicuo crítico quiere comparar con Auschwitz o Buchenwald o acaso con algún campo de la cruda Siberia, donde Stalin mandó a morir al poeta Osip Mandelstamm.

Las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) eran campos de trabajo agrícola sostenidos por la absurda convicción de que el homosexualismo era una "enfermedad" que podía "curarse" con el trabajo físico.

Los que allí trabajaban eran reclutados por la ley del Servicio Militar Obligatorio, tenían régimen militar y recibían un "pase" como los soldados. Que no fueran los "campos de concentración" que Ponte quiere presentar, claro que no les quita el carácter represivo que tuvieron, pero para rendirle un mínimo de honor a la verdad, haría falta que Ponte les desinstalara a los campos la alambrada electrificada o la cámara de gas que sugiere con las expresiones "campos de concentración" e "internados".

La "oblicuidad" conduce a una lectura en la que no digo lo que digo sino lo que Ponte dice qué yo digo. Del mismo modo que mi reclamo de que se especifiquen los nombres de los que contribuyeron a las depuraciones universitarias que menciona Fulleda, es para el oblicuo Ponte, una trampa para conducir a mi contrincante a terreno enemigo. Me da lástima Ponte con esas presunciones, con esos miedos que son suyos y seguramente no de Nancy ni de Fulleda. Déjeme decirle que, si aparecieran esos nombres, a buena parte de sus portadores habría que ir a buscarlos fuera de Cuba.

El derecho a elegir

No le voy a dar cuenta al censor Ponte de qué he hecho yo en las ofensivas revolucionarias. En cualquier caso, sé que sólo pensará que no "maquillo" mi biografía si voy a retractarme de lo que he sido en algún lugar fuera de mi país. Esas exigencias las hará si alguna vez tiene la suerte de ejercer como fiscal (estoy seguro de que, si lo logra, será temible), pero primero tiene que ganarse esa oportunidad.

Sí, es cierto: no me pareció entonces que lo que debí hacer era renunciar a la revolución. Y no me lo pareció tampoco cuando, tras el I Congreso de Educación y Cultura, en 1971, estuve cinco años sin que me publicaran nada. Yo, como Delfín Prats, también fui víctima silenciosa. Qué quiere Ponte. Cuando uno decide asumir una idea, puede sostener sus convicciones por mal que le vaya con ellas. Después de todo, no es demasiado si se compara con lo que han hecho otros hombres. En el escalafón, me pongo al lado de Delfín y no de José Mario, porque me imagino que el demócrata Ponte me concederá el derecho a elegir.

Pero intenta engañar a sus lectores cuando afirma que quiero que esas represiones se olviden. Lo he dicho en muchos sitios a propósito del llevado y traído "quinquenio gris" y lo digo de cualquier abuso de poder, de cualquier maltrato represivo: el que olvida su historia —decían los filósofos del pitagorismo— está condenado a vivirla otra vez. Otros tenderán puentes de silencio, yo no.

Le aseguro al vengador errante de las libertades, que no tengo que arrepentirme de lo que hice. Y si no siempre pude hacer lo que me placía (creo que nadie puede hacerlo), no tengo que reprocharme de haber realizado un solo acto contra mi conciencia ni contra la pura decencia humana.

Ponte claro que lo tiene más fácil: cuando se hace muy poco también, forzosamente, hay poquísimo que lamentar. Existe un proverbio chino —no se asuste Ponte que no es de Mao ni de Deng Xiaoping— que me gusta recordar en estos casos: "un combatiente con defectos siempre es un combatiente; una mosca sin defectos no es más que una mosca perfecta".

Yo, aunque le moleste al oblicuo Ponte, que piensa que todos los que hemos ayudado a hacer la revolución debemos vivir en una permanente contrición, no tengo que justificar absolutamente nada. No tengo el menor de los reparos en dialogar con Gerardo Fulleda y con Norge Espinosa y tratar de que mutuamente comprendamos nuestros puntos de vista que, aún en la discrepancia, no tienen por qué ser irreconciliables ni convertirnos en enemigos.

El acuerdo con Ponte me interesa muchísimo menos: él tiene sus propios intereses y con esos no me voy a entender.

Y ya estuvo bien, que me he pasado demasiadas palabras polemizando con un hombre que no sabe nada ni de El Puente ni de El Caimán Barbudo.

© cubaencuentro

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