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Actualizado: 01/07/2024 13:46

Opinión

Violencias estructurales

Raíces de la corrupción, el hambre, la violencia y la intolerancia.

La izquierda radical que apoya a cal y canto a la llamada revolución cubana debe sentirse bastante desmoralizada. Cuba no es el paraíso que ella se dedica a pintar por todas partes. El jefe de dicha revolución se ha encargado de decir lo que todo el mundo sabía, pero como provenía de la derecha —que es todo el mundo, excepto la izquierda radical—, no tenía entidad ni verosimilitud: Cuba está corrompida.

Al igual que el Partido de los Trabajadores de Brasil, el Partido Comunista de Cuba nada en un mar de corrupción que sugiere un análisis del asunto más sociológico que moral.

La corrupción es el índice más claro de desmoralización pública y privada de una sociedad. Transparencia Internacional lo sabe y ha ganado prestigio mostrando a la comunidad mundial cuáles son los países moralmente execrables. Sin embargo, si Cuba y Brasil están entre ellos, hay datos que merecen ser revelados más allá de las cuestiones morales.

Hay que seguir hablando de corrupción, incluyendo ahora la entrega corruptora de relojes Rolex a los trabajadores sociales por la propia campaña anticorrupción, lo que constituye todo un símbolo de poder y ostentación.

También se debe reflexionar sobre el tema de las violencias estructurales que están en la raíz, entre otras cosas, de la corrupción y también del hambre, la violencia y la intolerancia, que son los otros tres flagelos que más golpean al mundo globalizado.

Ajuste entre lo que debe ser y no es

¿Qué es la violencia estructural? El choque entre las expectativas y retóricas de una sociedad, y sus mecanismos, instituciones y prejuicios profundos, lo que provoca, por un lado, la permanente expulsión de amplios grupos humanos y, por otro, el intento de muchos de esos grupos de satisfacer esas expectativas y retóricas de cualquier manera.

Las respuestas de esos grupos podrán parecer detestables, ilegales y no institucionales, en algunos casos heroicas e imaginativas, pero buscan siempre el ajuste entre lo que debe ser y no es.

La primera de estas violencias estructurales es de orden cultural. Es más visible en los países de raíz católica y tiene que ver con la moral pública y privada de sus élites. No se saben bien las razones, pero la más enraizada de las instituciones culturales en estos países es la del "haz lo que yo digo y no lo que yo hago".

Cuando este exergo se convierte en una obligación, produce una de las más fuertes violencias estructurales: los que no pertenecen a las élites se comportan como un niño, que, según describe la psicología infantil, hace más lo que ve hacer que lo que le dicen que haga. Si la élite come salmón y ostenta renovados símbolos de poder, tiene un problema muy serio —independientemente de las justificaciones— cuando intenta prohibírselo a los demás seres humanos.

Las peripecias de las leyes en estos países reflejan este vicio cultural. Por un lado, su concepción parte de prohibir todo lo que no está expresamente permitido, lo que lleva al absurdo de prohibir casi todo lo que hace naturalmente un ser humano; por otra parte, produce una profusión exagerada de leyes y decretos casi incodificables, y, finalmente, alimenta la constante ilegalidad en la que se vive, de arriba hacia abajo y viceversa.

Excluidos y desequilibrados

La segunda de estas violencias es de orden psicológico y se origina en la inseguridad de las normas escritas y no escritas de convivencia. Nadie tiene la certidumbre del día de mañana. Se rompen las convenciones, siempre que se pueda y se necesite, para garantizar y fortalecer los nichos de protección.

La expresión cubana "quien da primero da dos veces" refleja cristalinamente esa violencia en el mundo de la psicología colectiva, al transgredir todas las instituciones humanas y para la que son insuficientes todas las policías del mundo, de cualquier tipo: morales o de la ciudad. Aquí la guerra hobbsiana del "todos contra todos" vive bajo la tranquilidad aparente de una sociedad psíquicamente desequilibrada.

La tercera de estas violencias es económica. El tercio excluido de cualquier sociedad próspera, nace en la reproducción de esa marginalidad que no tiene acceso al bienestar por ninguna de las vías legítimas. Los mercados negros, los asaltos a turistas en las calles, la violencia luddita, la formación de mafias prósperas burocratizadas, surgen en la marginación pandémica de los otros.

Si los marginales son los prósperos, los de élite, se normaliza la violencia estructural que se crea y recrea en la miseria económica. De paso, se debilita y destruye cualquier intento de crear una sociedad productiva: los pobres cierran los ojos para no ver quién les da lo que comen, y los nuevos ricos hacen lo que aprendieron de los viejos: especulan.

Los nuevos Mesías

La cuarta violencia estructural se cuece en los dominios del saber, los valores y el poder. Cuando se combinan con el mismo aderezo, llevan a la mesa el plato de la intolerancia. En una época como la actual, esta cocción merecería toda la indiferencia del mundo si no tuviera éxito en violentar a las sociedades donde prosperan, con su tonta pretensión de que el resto de los ciudadanos debe suspender el juicio y seguir tras sus elucubraciones.

Los radicales, a izquierda, centro y derecha, han fracasado en el orden moral e intelectual, pero no en su capacidad para impedir el diálogo entre la razón, el conocimiento y los valores —dominios autónomos, aunque vinculados— que funda la tolerancia, la ética y la crítica creativa de los límites actuales en las posibilidades humanas.

Hay una quinta violencia estructural que se vincula a los nuevos racismos intra-étnicos y crece en los discursos de la identidad, de los pobres y los populismos, y que busca y justifica constantemente a los nuevos Mesías de la eterna redención.

Haití, Venezuela, Bolivia, Perú, Ecuador y Cuba, con menos fuerza Brasil, son los países que circulan y recirculan estas violencias estructurales, con una vocación irrepetible en el resto de los países latinoamericanos. No es casual que aquellos estén entre los más débiles, con independencia de sus riquezas naturales y la imagen aburguesada de sus élites exclusivistas.

© cubaencuentro

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