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Actualizado: 03/07/2024 11:40

Opinión

Manual sobre la ceguera

La Feria del Libro de La Habana y la posición de los comunistas españoles.

Nuevo año. Nueva feria del libro. De nuevo en La Habana los comunistas españoles: Andrés Sorel, Carlos Fernández Liria, Pascual Serrano, Ramón Chao, Santiago Alba, Belén Gopegui. Una vez más, admirados de que la feria en Cuba sea una fiesta, mientras que en el mundo capitalista es un mercado, de lo mucho que se lee en la Isla y lo asequibles que son allí los libros en comparación con España.

Muy perspicaces a la hora de advertir los límites de la democracia representativa y los espejismos de la sociedad de consumo, estos intelectuales no alcanzan a darse cuenta de que la convocatoria de este evento ferial se debe no poco a la falta en La Habana de otras opciones recreativas, sumado al hecho de que coincide, no por casualidad, con una semana de receso escolar.

Críticos acérrimos de la publicidad, sucumben sin embargo fácilmente a las estrategias publicitarias de un populismo antidemocrático que usa la feria del libro para darse un barniz de cultura masiva y alcance ecuménico.

Quien se tome el trabajo de hacer la comparación, sin pasar por alto que el valor efectivo de un artículo es relativo y no absoluto, podrá notar que no es cierto que en Cuba los libros sean más baratos que en España. Con un salario medio de Cuba, digamos 300 pesos, es posible comprar menos libros de un precio promedio (15 pesos) que los que a un promedio de 20 euros se podría adquirir en España, con un salario medio estimado en 800 euros.

Si las estadísticas de libros vendidos durante la feria se compararan con las de las ventas de librerías el resto del año, creo que saltaría a la vista que para una buena parte, cuando no la mayoría de las personas que acuden al evento, es esta la única ocasión en todo el año en que compran un libro. ¿Indica eso que el cubano es, como repite la propaganda oficial, el pueblo más culto del mundo?

Digan lo que digan Belén Gopegui y compañía, es un hecho que en el metro de Madrid se lee mucho más que en cualquier camello de La Habana.

Simpatizantes censurados

Ciegos a tales evidencias, estos turistas revolucionarios también parecen desapercibir ese claro indicio del absoluto control sobre la información, ejercido por La Habana, que constituye el hecho de que ninguno de los dos libros sobre Cuba, publicados por ellos en España el pasado año — Mañana, Cuba, de Andrés Sorel, y Cuba 2005, que reúne trabajos de Carlos Fernández Liria, Santiago Alba Rico, Carlo Frabetti, John Brown y Belén Gopegui, con prólogo de Alfonso Sastre—, se haya presentado en la Isla durante la feria. ¿Será que no los han publicado por falta de papel?

Es obvio que la razón está en que, a pesar de que sus autores apoyan decididamente al régimen castrista, ambos volúmenes contienen ciertos señalamientos críticos que el stablishment no puede asimilar fácilmente. Basta con leer, por ejemplo, las entrevistas de Santiago Alba a Abel Prieto e Iroel Sánchez, reproducidas en Cuba 2005, para comprender por qué par de libros repletos de argumentos en favor de La Habana no han sido puestos al alcance de los lectores cubanos.

Con audacia que ningún periodista cubano podría permitirse, Alba confronta al ministro de Cultura con la escandalosa aplicación de la pena de muerte en 2003. Insinúa que en Cuba no hay un "modelo vivo", sino más bien uno "virtual" de "democracia participativa" y, reconociendo el estado de excepción a que obligaría a la Isla el hecho de estar bloqueada, pregunta si hay tanta libertad como podría permitirse un país en esa situación.

Sin llegar nunca a captar, o soslayando siempre la lógica con que Alba defiende al régimen castrista, Prieto apela una y otra vez a esos "principios abstractos" que Alba suspende para introducir en la argumentación datos concretos. Se diría que allí donde el español da un salto fuera de la ideología burguesa —basada, según los marxistas, en la abstracción humanista y la falsa universalidad—, el cubano se mueve dentro de ella como en casa.

Otro tanto ocurre en la entrevista con Iroel Sánchez. Es muy ostensible el desencuentro entre ambas líneas de argumentaciones, cuando el presidente del Instituto Cubano del Libro se niega a admitir la contradicción, señalada por el filósofo español, "de que por parte del gobierno cubano se insiste en que Cuba vive 'un estado de guerra permanente' —lo que justificaría, por ejemplo, las condenas a muerte de abril del año pasado"— y al mismo tiempo se insiste también en que la vida cultural y literaria de la Isla es completamente "normal", en el sentido de completamente "libre".

Al afirmar que no sabe si la distinción entre "el apoyo incondicional a Cuba" y la "aprobación condicionada" de las sucesivas medidas de su gobierno, que lo hacen a él sentirse "al mismo tiempo, muy revolucionario y muy crítico", ha podido hacerse dentro de la Isla por los intelectuales cubanos, Alba insinúa que el gobierno revolucionario ha reprimido la crítica en favor de la militancia.

De cal y de arena

Resulta significativo que a raíz del lanzamiento de Cuba 2005 en España, a la que acudieron tanto Abel Prieto como Iroel Sánchez, La Jiribilla haya reproducido el prólogo de Sastre y uno de los ensayos compilados, el de Carlos Fernández Liria, pero no ninguna de estas dos entrevistas, publicadas originalmente en Rebelión, sitio al que no se puede acceder desde la intranet cubana.

Y ahora de aquel libro publicado por Hiru, la Editorial de Ciencias Sociales viene a recoger en nuevo volumen, bajo el título de Cuba: la ilustración y el socialismo, el ensayo de Carlos Fernández Liria y otro en el que Santiago Alba se muestra mucho más complaciente que en las dos entrevistas mencionadas.

El caso de Andrés Sorel es aun más llamativo. ¿Cómo entender que en la feria acaba de lanzarse la edición cubana de su novela Apócrifo de Cernuda, pero no una de Mañana, Cuba? La publicación a fines del pasado año de este largo ensayo testimonial ha contado, hasta donde sé, con escasa o nula repercusión en los medios cubanos. Y no creo, desde luego, que ello se deba a mala prosa del autor o a las abundantes contradicciones en que incurre, sino a que Sorel sazona su defensa del régimen de Castro con afirmaciones de algunas cosas que el gobierno de La Habana no puede reconocer.

El escritor español afirma, por ejemplo, que "en Cuba, ciertamente, la libertad de información y de expresión en los medios no existe, entre otras razones porque los medios, prensa o televisión, son tan limitados como gubernamentales".

No importa que enseguida apunte que tampoco en el mundo supuestamente libre existe la total libertad de prensa. Tampoco importa que de los muchos intelectuales cubanos a los que da voz a lo largo del libro, la mayoría sean partidarios del régimen, que para explicar la política cultural de la revolución acuda una y otra vez a Alfredo Guevara, y para esclarecer los mecanismos de su "democracia participativa", a Ricardo Alarcón.

Si fueran más honrados…

Sorel se refiere a Raúl Rivero y a la revista Encuentro en términos diferentes a los de La Gaceta y La Jiribilla, y eso basta para que Mañana, Cuba no sea recomendado a los lectores de la Isla. Poco importa que desautorice a los disidentes, si propone al final de su libro una "paulatina desmilitarización de la sociedad civil" (propuesta que alcanza a evidenciar las tremendas contradicciones de Sorel. Si es preciso desmilitarizarla, ¿es realmente una sociedad civil?). Todo ello basta para que un manto de silencio caiga sobre su libro.

Si estuvieran menos ciegos o fueran más honrados, Sorel y los demás intelectuales españoles que han adoptado a la Cuba de Castro como su "patria moral", verían en esta bien merecida lección un signo de la naturaleza totalitaria de un régimen que no tolera más que a propagandistas y fanáticos. Pero me temo que eso sería pedirles demasiado.

Ellos no dirán "hasta aquí", o si lo dicen, quizás vuelvan al redil como Saramago. Tal como hicieron con el "socialismo real", del cual la dictadura que se perpetúa en nombre de la revolución cubana es parte orgánica, sólo tomarán distancia del régimen castrista cuando este haya caído. ¿Sentirán entonces vergüenza?

© cubaencuentro

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