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A debate

La ilusión de Villaverde

Una normalización entre La Habana y Bruselas forzaría un debate sobre las ventajas de una política más flexible en EE UU.

El 18 de octubre de 1869, Cirilo Villaverde, entonces exiliado en Nueva York, recomendó a José Morales Lemus, enviado del gobierno de la República en Armas, que los patriotas cubanos concentraran sus esfuerzos diplomáticos en Gran Bretaña.

Según Villaverde, el reconocimiento norteamericano de la república cubana vendría como reacción a los ruidos que los patriotas causarían al obtener alguna concesión en Londres. "Ellos —escribía Villaverde refiriéndose a los norteamericanos—, celosos de los ingleses, sus rivales, ya se habrían alarmado, y concedido por la astucia lo que no han podido arrancarles el ruego y los halagos".

El consejo de Villaverde recuerda las formas indirectas con las que los cubanos pueden influir en las relaciones de Estados Unidos con Cuba, usando las relaciones triangulares entre Europa, Estados Unidos y Cuba para conveniencia de nuestro país. Recordar estos elementos es útil porque el actual diferendo diplomático entre Bruselas y La Habana, iniciado a raíz de la represión de la primavera de 2003, estanca los procesos de liberalización, apertura y fortalecimiento de la independencia cubana. El simplismo de Aznar de no "mover fichas", esperando por el gobierno cubano para promover cualquier apertura, ha sido una ineficaz pérdida de tiempo.

En este artículo argumento que la política europea hacia Cuba requiere una iniciativa de alto perfil para romper ese impasse. De paso, respondo algunas de las críticas que Eva González ("Ilusiones y Realidades", Encuentro en la Red, 18 mayo de 2006) hizo a mi artículo "Las virtudes del coro" sobre este tema.

Impacto de las políticas de interacción europea

Según Eva González, mi mera mención de los matrimonios entre europeos y cubanos, "exagera" el papel de esas uniones en la democratización de Cuba. En realidad, González tomó una línea de mi artículo para crear su teoría de seis párrafos sobre los matrimonios democratizadores y después criticarla. Mi única referencia a los matrimonios entre cubanos y europeos fue como evidencia de que en Cuba ambos grupos interactúan tanto que llegan a la mayor intimidad. Los números oficiales de los consulados europeos de invitaciones para viajar prueban que los obstáculos gubernamentales a la interacción entre nativos y extranjeros no son eficientes.

El artículo de González es respetuoso, sus argumentos merecen análisis. Según la autora, las políticas europeas de interacción económica con Cuba a través de las inversiones, el turismo, los intercambios culturales, académicos y científicos, los entrenamientos laborales, y la inserción de Cuba en la economía mundial tienen dos grandes fallas: 1) son de "mínimo efecto", "no determinantes para el surgimiento de los cambios", y 2) "no pasa de ser una relación con sectores élites de la sociedad cubana", "pertenecientes a instituciones estatales", "nuevos ricos".

Si la interacción económica, el turismo, las becas y programas culturales producen efectos positivos "de mínimo efecto", lo lógico sería incrementarlos. "¿Qué significa exactamente —pregunta González y me cita— 'maximizar el contacto de la población con las democracias de otros países'?". Jesús Díaz lo pidió en su premonitorio artículo Una delicada bomba de tiempo: "Tender incesantemente puentes sin contrapartida alguna: derogar la Ley Helms-Burton, levantar el embargo, propiciar inversiones, intercambios, becas, visitas".

Respecto al segundo tema, si la interacción europea sólo tuviera impacto en los "sectores élites de la sociedad cubana", ese sería en sí mismo un efecto positivo. Desde la toma de La Habana por los ingleses, la historia demuestra que la interacción de las élites cubanas con el mundo ha acelerado, nunca retardado, el ritmo de los cambios internos.

El intercambio con las élites fue usado eficientemente por el mundo democrático para influir en el bloque comunista europeo. Joshua Muravcik, estudioso neoconservador del colapso del comunismo, ha escrito: "El comunismo murió porque la gente, hasta la más alta jerarquía, dejó de creer en el sistema… Ninguna explicación del colapso del comunismo tiene sentido si no se centra en el desencanto de la clase dominante soviética o incluso de algunos de sus líderes en particular".

Precisamente por su influencia, es importante dar incentivos a la élite para reciclarse en una economía de mercado.

El desarrollo de contactos y relaciones en el mundo capitalista por funcionarios, administradores, intelectuales, científicos que trabajan en el gobierno repercute positivamente en la liberalización de Cuba. Los "individuos pertenecientes a instituciones estatales" son tan cubanos como los miembros de la oposición.

No conozco a ningún cubano, favorable al gobierno o no, que haya regresado de Europa con peor visión del capitalismo que con la que fue. Apoyar a la sociedad civil y oponerse a las violaciones de los derechos humanos que tienen lugar en la Isla no implica hostilidad hacia los cubanos en el gobierno.

Es positivo que médicos y científicos cubanos tengan acceso a los avances y a las universidades europeas, y que Europa coopere con La Habana en la lucha contra el tráfico de narcóticos. Muchos de los que trabajan para el gobierno producen beneficios para los ciudadanos y para otras naciones.

Campeones de la lucha por los derechos humanos, como el ex presidente James Carter, han criticado a La Habana por sus violaciones a los derechos políticos con la misma fuerza que reconocen el mérito de su cooperación de salud con otros pueblos. Es injusto insultar al médico altruista, cualquiera sea su ideología —llamándolo "mercenario", como hizo la revista Forbes—, o confundirlo con el fanático que golpea a un compatriota por expresar una opinión diferente.

Las políticas europeas de compromiso constructivo con los sectores del gobierno cubano no son de suma cero. Europa contribuye a desarrollar una clase media profesional, con los conocimientos y habilidades para manejar una economía de mercado, "evita el aislamiento de los cubanos —apunta González— y coadyuva a desautorizar la eterna política de confrontación del gobierno de la Isla".

La interacción con la sociedad

González propone un apoyo europeo "más directo y definido" a "proyectos de carácter cívico, independiente y plural". Para tales fines, es vital identificar aquellos sectores en la sociedad civil cubana (intelectuales reformistas, agrupaciones profesionales, comunidades religiosas y opositores moderados, para mencionar algunos) que abogan por reformas y dinamizan el proceso que Velia Cecilia Bobes ha llamado de "pluralización social". Los grupos de oposición son parte esencial de la sociedad civil, pero esta no se limita a aquellos.

La analogía con la España franquista vuelve a ser válida. A fines de los sesenta, Juan Goytisolo fue atacado por las cúpulas antifranquistas cuando escribió en el semanario francés L'Express que España sería liberada por las fuerzas de la apertura y el mercado que estaban "normalizando" el país. La apertura económica desarrolló lo que el historiador Edward Malefakis llamó el "aburguesamiento de las masas españolas" y una élite profesional insertada en la economía capitalista mundial.

La idea de Goytisolo no implica subestimar el papel de lo político, pero describe la creación de condiciones favorables en las que el Pacto de la Moncloa, mérito de los líderes de los partidos, pudo prosperar. El pacto fue: 1) para desmontar el legado autoritario del franquismo, y 2) para lograr tal meta minimizando las confrontaciones. Como ha descrito Juan Linz, la liberalización económica complementó la acción de políticos dialogantes y moderados como Adolfo Suárez, mientras se aislaba o subordinaba a los radicales.

El gradualismo ni es nuevo en la historia de Cuba ni es signo de cobardía. Quien así piense que estudie a Félix Varela, o las formas óptimas que Máximo Gómez y los constituyentes de 1902 usaron contra la anexión. En todo caso, siempre será más ético abogar por la apertura que por las insurrecciones verbales o por un embargo cuyas consecuencias las sufren personas distintas a las que lo predican.

Una política europea de compromiso constructivo con el gobierno y la sociedad civil se puede discutir abiertamente. El principio es que no es posible una democratización inmediata. Por lo tanto, hay que proceder gradualmente, evitando que la impaciencia y el desespero sean un obstáculo para dar al comunismo la estocada final en la forma que más sirva a nuestros intereses de crecimiento económico, democracia y reconciliación nacional.

En una estrategia gradual, la secuencia de los cambios es esencial. La misión de hoy es construir los requisitos de una democracia futura mientras se derrota el embargo, que es la última justificación de los radicales de derecha e izquierda. ¿Dónde estaríamos hoy, si a finales de los ochenta, Estados Unidos, Europa y Canadá se hubiesen fundido en una política común de compromiso, diálogo y apoyo a la moderación? Ningún apoyo europeo debe ir a aquellos que no condenen sin ambages el embargo norteamericano, una política que es anticubana, antieuropea y antidemocrática.

Desde lo internacional, es alentadora la creación del grupo Cuba Europa en progreso, que promete respaldar una política cubana de libertad, independencia y justicia social, más allá de los radicalismos de derecha e izquierda. Aumentar el papel del mercado en la economía, los contactos culturales con el exterior y la ampliación de las libertades civiles de religión y viaje son objetivos más viables que seguir con la matraca de las reclamaciones de propiedades.

Una iniciativa de envergadura

Si en lo estratégico hay que proceder gradualmente, la política europea hacia la Isla necesita una iniciativa de alto calibre para romper el actual estancamiento. Europa necesita una gran iniciativa que la saque del modo reactivo en que ha funcionado desde junio de 2003 y retorne la relación con Cuba a un sendero de progreso. Europa puede ofrecer a La Habana incentivos suficientemente amplios para que el precio político a pagar por no acceder a concesiones mínimas sea alto, nacional e internacionalmente.

El gobierno cubano no está desesperado por negociar con la Unión Europea. Desde su perspectiva, es mejor esperar a que Europa se cocine en su salsa, dividida entre el lógico interés español en una interacción más activa y las acciones ineficaces de la República Checa, empeñada en congraciarse con el exilio cubano de derecha y en cobrar una deuda que según ellos —los checos siempre tan graciosos— La Habana le debe por el comercio del CAME. Mientras tanto el gobierno aprovecha que cada país europeo mantiene una relación singular con Cuba, independiente de la Posición Común de 1996.

No es difícil imaginar situaciones —como un acceso real y efectivo a las ventajas del acuerdo de Cotonou— en las que sea conveniente hasta para los conservadores en el gobierno resolver el actual diferendo con Europa. Aunque La Habana no está cerca de colapso alguno, compra alimentos suficientes en Estados Unidos y ha encontrado formas de inserción internacional con el ALBA, Cuba está lejos de los niveles productivos de 1989, y persisten problemas de pobreza y carencias.

A la élite cubana le conviene evitarse tensiones internacionales, mejorar la situación económica interna y expandir las opciones del país en general y sus privilegios en particular. Precisamente porque no está en condiciones de extrema debilidad, el gobierno puede otorgar clemencia a sus opositores y evitarse los repudios continuados por los encarcelamientos de la primavera de 2003, incluso entre amplios sectores de la izquierda mundial.

Las condiciones internacionales también son favorables para esa movida. La administración Bush no va a ir a un conflicto con Europa por Cuba, cuando necesita a un occidente unido para lidiar con Irán. Europa puede dar mayor apoyo hacia la inversión de sus sectores empresariales en la Isla, sin generar mayores reacciones en Estados Unidos, con la excepción de la derecha radical cubanoamericana, un sector que cada día es electoralmente menos importante (Bush perdió Dade en 2004).

La petición europea debe concentrarse en áreas donde exista consenso con sectores significativos de la sociedad civil y disenso entre la élite. La diplomacia europea debe enfatizar una diplomacia persuasiva, cuidadosa de las sensibilidades del nacionalismo cubano.

Ejemplos de eso serían presiones por la liberación de los presos de la primavera de 2003, la abolición de la pena de muerte, y la eliminación de los permisos de viaje al extranjero y de las discriminaciones contra los nativos en las instalaciones turísticas. Esas demandas concuerdan con opiniones de las iglesias, o incluso de intelectuales y artistas dentro de las instituciones del gobierno.

Europa debe formular su iniciativa de cooperación en paralelo al gobierno y la sociedad civil con absoluta claridad y gran publicidad. Europa debe usar su amplia presencia en Cuba para asegurarse que todos los sectores conozcan la propuesta y los beneficios de elevar el nivel de relaciones.

Si los cubanos, de diferentes posiciones políticas, religiosas e intelectuales, así como los empresarios y técnicos europeos en la Isla, entienden como provechosa para sus intereses una mejor relación con Europa, crecerá la presión interna a favor de una postura cubana más constructiva.

Es importante otorgar agilidad a la política europea hacia Cuba, evitando que se pierdan oportunidades para destrabar la negociación. "El firme deseo de ser socio de Cuba en la apertura progresiva e irreversible de la economía cubana" —expresado en la Posición Común europea— es meritorio en sí mismo y no debe hacerse depender de supuestas concesiones de La Habana.

Para rebasar la parálisis de las evaluaciones periódicas sería conveniente responsabilizar al comisionado para el Desarrollo, Louis Michel, un diplomático con larga experiencia en el tratamiento del tema cubano —bajo cuya jurisdicción está la implementación del Acuerdo de Cotonou—, con negociar y proponer al consejo europeo pautas para la relación con la Isla.

La ilusión de Villaverde

Donde Villaverde decía Gran Bretaña, hoy podemos decir Europa. Los países europeos, dados los especiales vínculos económicos y culturales con Cuba y América Latina y su capacidad para una diplomacia coordinada, pueden influir favorablemente para la liberalización política cubana como ningún otro actor.

Una normalización de las relaciones entre La Habana y Bruselas daría un mazazo demoledor al tambaleante embargo norteamericano, forzando un debate sobre las ventajas de una política más flexible en Estados Unidos, coherente con sus intereses nacionales.

La ilusión de Villaverde de usar los balances de poder mundiales a favor de una Cuba independiente y democrática, un proceso que era y es esencialmente interno, quizás pueda ser una realidad.

© cubaencuentro

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