Ir al menú | Ir al contenido

Actualizado: 02/07/2024 13:30

Música

De Viernes y Robinsones

La vieja y la nueva trovas, diez años después del Buena Vista Social Club.

Se cumplen diez años del lanzamiento de los abuelitos del Buena Vista Social Club y he vuelto a visionar el documental de Wim Wenders. Aparte del hecho puramente musical, BVSC fue sobre todo un negocio redondo para el gobierno insular, interesado en promover a Cuba como destino turístico tras la caída del Muro de Berlín y el fin del multimillonario subsidio soviético.

El tándem Cooder-Wenders descubrió y salvó a estos artistas cubanos, náufragos olvidados en una isla encantada. En cierta forma es la eterna historia de Robinson Crusoe rescatando a Viernes. Un norteamericano y un alemán descubren el mapa del tesoro, resucitando de paso la auténtica naturaleza acústica de esa isla tan musical.

La cuestión de fondo es por qué estos abuelos estaban tan ninguneados en su propio país. Algunos sobrevivían en recónditos cabaretuchos de provincias, otros incluso se ganaban la vida limpiando zapatos en las calles, como en el caso de Ibrahím Ferrer (q.e.p.d.), quien soltó la frase más profunda del documental: "hace dos años y pico me tuve que jubilar. No quería cantar más, por decepción. Sufrí muchas cosas... ya estoy aburrido de estar cantando, porque, en definitiva, no veo nada".

En su afán por crear al Hombre Nuevo, la revolución inventó la Nueva Trova entre finales de los sesenta y principios de los setenta. El resurgimiento de BVSC, cuarenta años después, así como su espectacular triunfo, demuestran que el tan cacareado Hombre Nuevo aún no ha hecho su aparición en la Isla y que, por tanto, la Nueva Trova ha sido en gran medida una impostura, al menos desde un punto de vista ideológico.

Lo nuevo y lo bueno

Hace casi cuatro décadas, cuando el gobierno cubano apostó por la Nueva Trova, empezó por marginar a la Vieja Trova, para evitar contaminaciones y para que no le hiciera la competencia a los nuevos troveros con sus imbailables cantos de plañideras.

Para un Hombre Nuevo, hacía falta una Nueva Trova. Como si todo lo "nuevo" fuera forzosamente "bueno", ese era el presupuesto teórico del experimento utopista. Así las cosas, los viejitos de BVSC —y otros muchos que aún permanecen en la sombra— representaban a la Vieja Trova y, por extensión, a todo el registro de la tradicional música tropical, la única capaz de producir sonoridades vivaces y bailables. Había que proscribirlos o reducirlos a la mínima expresión. Se pudiera decir que su delito era bailar el chachachá.

En ese propósito de arrumbar toda la música anterior a la conversión de la Isla en laboratorio socialista, contribuyeron dos factores: la temprana muerte de Benny Moré en 1963 y la salida masiva al exilio de compositores, intérpretes y músicos de primerísima calidad.

Por otra parte, ya al principio de la revolución, el Che había criticado lo que consideró con desdén: "socialismo con pachanga". Casi al unísono, en un acto fallido entre profético y admonitorio, Carlos Puebla empezó a cantar: "Y se acabó la diversión: ¡llegó el Comandante y mandó a parar!".

En efecto, a partir de entonces la música cubana perdió colorido y brillantez, todo sería más aburrido o menos divertido. El universo acústico cubano se volvió grisáceo, como el Hombre Nuevo. Y en ese terreno abonado fructificó la Nueva Trova, un movimiento que a pesar de todo tuvo al principio cierto esplendor.

En la atmósfera musicalmente desértica que se implantó en Cuba en la segunda mitad de los años sesenta, esos jóvenes solistas aparecían como la única opción fresca disponible en los medios de comunicación, ya para entonces totalmente controlados por el Estado. Al ser abolidos —o preteridos— tanto el rock and roll como el chachachá, el tumbao, el son montuno, la rumba y el guaguancó, sólo quedaban esos muchachos medio melenudos con sus sandalias y sus guitarras.

Con Elvis Presley prohibido, sin Beatles ni Celia Cruz que les hicieran la competencia, los nuevos troveros tenían todas las de ganar. A falta de algo mejor, la gente se tuvo que conformar con sus sonsonetes juglarescos y sus letras las más de las veces poéticamente fallidas, tan medievalizantes como luctuosas.

Esto se puso de manifiesto en 1983 cuando el salsero venezolano Oscar D'León visitó la Isla fugazmente. En las huestes de la juglaría no gustó ni un poquito el éxito de ese sonero tan parecido a Benny Moré que estremeció a Cuba con la fuerza de un huracán. Diez millones de cubanos saltaban de alegría a lo largo y ancho del país. El venezolano amenazaba con quitarles público a los nuevos juglares. En cuanto se fue del país, ya no se oyeron más sus canciones.

Música reaccionaria

La música bailable, la jacarandosa, la bullanguera, era oficialmente considerada poco menos que reaccionaria. Como mínimo, se pensaba que era pura chusmería. En cualquier caso, no servía para crear al Hombre Nuevo. Para el gobierno, sus letras resultaban subversivas, sobre todo porque incurrían en una serie de temas tabuados: la comida, por ejemplo.

En un país con los víveres racionados durante cuatro décadas, obviamente cualquier alusión musical a yucas, boniatos o mameyes (todos borrados del mapa gastronómico nacional por la revolución) era muy peligrosa. Eso podía fomentar la añoranza por ese vicio tan pequeñoburgués que consiste en devorar los frutos y los tubérculos del propio país.

En cambio, se promocionaban las letras de la Nueva Trova porque resultaban patrióticas, marciales, en ocasiones casi fúnebres, cada vez más políticamente correctas. Para oír a los nuevos troveros había que asistir a una sala, sentarse seriamente en una luneta, como en un funeral, y ni siquiera se podía estornudar, para no interrumpir los guitarreos de esos bardos que, más que cantar, parecían lanzar discursos trufados de metáforas de dudosa calidad: "cañón de futuro", "la era está pariendo un corazón", "en cada cuadra un comité"…

Yo prefiero honestamente letras como El cuarto de Tula o Candela. Y no creo equivocarme si digo que diez millones de cubanos coinciden conmigo. Otra cosa es que no todos puedan decirlo en voz alta.

La tremenda frase de Ferrer ("en definitiva no veo nada") restalla como un látigo en la memoria colectiva de un país que siendo tan musical y alegre devino artificialmente beligerante y adusto, pero cuya verdadera naturaleza vuelve a aflorar con ímpetu en cuanto se ofrece la primera oportunidad.

Esa "nada" a la que alude Ferrer significa ausencia de ganancias, de éxito, de fama, de reconocimiento nacional e internacional… Menos mal que al final de sus vidas estos ancianos pudieron disfrutar un poco de todo eso tan merecido. Pero ¿cuántos siguen en la Isla condenados al anonimato? ¿Cuántos Robinson Crusoe harán falta para volver a resucitar a tantos Viernes?

* Publicado en el número 293 de Día Siete.

© cubaencuentro

En esta sección

Con pasado y sin futuro

Roberto Madrigal , Cincinnati | 15/04/2022

Comentarios


La niebla de Miladis Hernández Acosta

Félix Luis Viera , Miami | 11/04/2022

Comentarios


Fornet a medias

Alejandro Armengol , Miami | 08/04/2022

Comentarios


Mujeres detrás de la cámara (II)

Carlos Espinosa Domínguez , Aranjuez | 08/04/2022


Juegos peligrosos

Roberto Madrigal , Cincinnati | 08/04/2022

Comentarios




Mujeres detrás de la cámara (I)

Carlos Espinosa Domínguez , Aranjuez | 01/04/2022


La prisión del «Moro» Sambra

Félix Luis Viera , Miami | 25/03/2022

Comentarios


Rompedora en forma y en contenido

Carlos Espinosa Domínguez , Aranjuez | 25/03/2022


Predicciones de los óscares

Roberto Madrigal , Cincinnati | 25/03/2022

Comentarios


Subir