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Actualizado: 01/07/2024 13:46

Sociedad

Miedo ambiente

Las nuevas reglas del juego del gobierno consisten en una modalidad de represión menos aparatosa, pero más demoledora.

Algunos conjeturan que este ensayo de transferencia dinástica al que asistimos hoy (como cucarachas en un congreso para pavos reales) podría reportarnos un cierto inicio de recuperación económica. Es algo que está por verse. Lo que sí resulta ya visible, palpable y preocupante es que nos está recargando el miedo ambiente.

Lo curioso es que ocurre de una forma, digamos, discreta, a tono con la tónica del legatario.

La primera señal parece habernos llegado con la eliminación (radical hasta ahora) del tan llevado y traído cable para ver los canales televisivos de Miami. Tal vez obedeció a una decisión dictada antes de la transferencia, pero el caso es que a la población le ha dado por acreditarle este golpe a lo que considera una nueva modalidad de represión, menos aparatosa pero más demoledora.

Durante mucho tiempo los cuerpos represivos de la Isla pifiaron en su empeño por impedir que la gente tuviera acceso clandestino a esos canales. Se sucedían los operativos para desmantelar las rústicas bases del sistema y para encarcelar a los suministradores (los que últimamente habían logrado incluso soterrar las líneas), pero todo era insuficiente. El llamado "cable" seguía constituyendo la primera opción entre nuestros fanáticos de la caja boba.

En parte, por la indiscreción que es común y proverbial entre cubanos, a todos los niveles; y en parte, por esa ilimitada disposición al soborno que también nos tipifica ya, quienes administraban en el patio este mecanismo de canales furtivos siempre fueron informados a tiempo y supieron arreglárselas para mantener el servicio, jugándole cabeza a la policía y a los chivatos.

Podrían continuar jugándosela, ya que aún hoy casi todos ellos conservan los medios y se muestran decididos a utilizarlos. Pero una fuerza mayor se lo impide. Y ahora no es la policía ni los chivatos, sino la propia gente, esa misma gente a la que tanto gustan los canales de Miami, pero que de pronto no los quiere ver, temen verlos. Entonces no hay demanda. Y sin demanda no hay negocio. Así que los suministradores se encuentran ante la disyuntiva de comerse (metafórica y literalmente) el cable.

Lo sintomático es que para redondear este acierto sin precedentes el régimen no necesitó echar sus perros a la calle. Sólo publicó una nota en el periódico Granma advirtiendo que en lo adelante serían castigados (dicen que) por ley no únicamente los servidores del llamado "cable", sino todo inocente espectador que se atreviera a hacer uso de sus servicios, o sea, la mayoría potencial de los televidentes, al menos en las periferias de La Habana.

Son las nuevas reglas del juego. Y han sido impuestas sin un solo discurso, sin una sola palabrita subida de tono. Se entiende entonces que su implementación fuera tomada como un paso de avance (al parecer, el único posible hoy para el régimen) en cuanto a la sofisticación y la efectividad de las vías para reprimir.

Todavía no ha pasado lo peor

También resulta comprensible que luego del impacto de esta primera medida, la gente se pusiera a esperar otras iguales o parecidas. Y de hecho esperó poco. En este mismo momento tiene lugar en La Habana un inusual operativo contra los vendedores de refrescos de gas, cuyas fábricas clandestinas nunca pudieron ser desmanteladas debido a la pericia de sus dueños y también a sus muy bien engrasados conductos para el aviso de alerta.

Quizás no esté de más recordar que en la capital de nuestra isla, una ciudad sobrepoblada y con temperaturas de caldera infernal durante la mayor parte del año, los establecimientos estatales (en moneda nacional) jamás han sido capaces de mantener ofertas estables de refrescos u otros líquidos, incluida el agua. Es el motivo por el cual resulta tan exitoso para los osados (o los desesperados) ponerse a vender cualquier tipo de bebida fresca. Y entre éstas sobresale, claro, el refresco de gas, cuya alta demanda propició que en casi todas las cuadras habaneras hubiese un punto de venta clandestina.

De tal modo, y al parecer convencidos de la imposibilidad de neutralizar por completo a los proveedores, el nuevo operativo desdeña la ruidosa variante de correrles detrás, como siempre hizo la policía. En su lugar, se dedica a desestimular a sus clientes, a la chita callando, con la simple maniobra de asustar mediante "advertencias", barrio por barrio, cuadra por cuadra, a las miles de personas que por un imperativo de sobrevivencia les compran a 6 pesos el pomo de 1.500 mililitros de refresco de gas, para venderlo frío en sus casas al precio de 8 pesos.

Remedio santo. Se acabó el refresco de gas para los habaneros de a pie. No hay dudas de que en este nuevo estilo (presumiblemente un fruto de la transferencia dinástica) se tienen muy en cuenta las leyes del mercado, así como la conveniencia de su aplicación serena y escalonada. Tal vez sea la base de los pronósticos optimistas lanzados por algún que otro sesudo cubanólogo.

Para nosotros, en cambio, el nuevo estilo no es sino un arranque de crueldad "refinada". Y otra prueba, una más, de que se pueden renovar las armas pero el fin de la batalla continúa inalterable: monopolización ideológica, inercia institucional, reducción de eso que llaman "un futuro mejor" a mero inmovilismo del presente. No en balde se nos está recargando el miedo ambiente.

Y sin embargo, hay esperanzas. Dos a simple vista. La primera es que aunque muchos entre los de abajo no hayamos reparado suficientemente en el particular, los de arriba (por más que lo disimulen) les temen tanto a nuestras reacciones como nosotros a las suyas. Y bien pudiera suceder que su miedo termine aconsejándolos. La segunda esperanza sirve lo mismo para ellos que para nosotros y podría resumirse parafraseando a un caro personaje de El rey Lear: si podemos vislumbrar el peligro y nos queda voz para anunciarlo, significa que todavía no ha pasado lo peor.

© cubaencuentro

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