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Actualizado: 01/07/2024 13:46

Historia

El mito de la igualdad

Discriminación e injusticias: el devenir de la población negra en la Isla desde la Colonia a la República.

En mayo de 1912 se produjo en la Isla una sublevación que culminó con la más horrenda masacre ocurrida en la historia de Cuba. Un sangriento suceso cuyas raíces están en el infernal comercio de africanos que sometió a la esclavitud a cientos de miles de seres —considerados "cosas" o "herramientas parlantes"—.

A pesar de los maltratos físicos y el desarraigo cultural que sufrieron, los negros esclavos o libres realizaron importantes aportes a la conformación nacional, desde la producción agrícola hasta las artes.

Durante el periodo de la Colonia, constituyeron la base de la producción: en la artesanía, la enseñanza, la música, la literatura, las creencias religiosas y el baile. Al empezar la guerra de independencia, se sumaron como combatientes y ocuparon los más altos cargos militares en el Ejército Libertador. No obstante, al concluir la Guerra de los Diez Años, el derecho al sufragio introducido dependía del pago de impuestos por las propiedades y de un nivel de instrucción del cual carecía la población negra.

La permanencia de las injusticias y las discriminaciones explica la decisión —animados por el liderazgo de Antonio Maceo y la prédica de la igualdad racial de José Martí— de incorporarse masivamente al Ejército Libertador en 1895.

La conformación de la nación, que en Cuba se inició fundamentalmente con la nacionalidad surgida de la interrelación entre europeos y africanos, devenidos criollos, dependía de la fraternidad entre blancos y negros —al decir de Juan Gualberto Gómez—, que permanecían separados por su posición económica, social y cultural, además de por el color de la piel. Para eliminar ese obstáculo, Martín Morúa Delgado insistió en la necesidad de la superación de la raza negra como aspecto fundamental para lograr la libertad y la igualdad necesarias. "Sin libertad no hay vida, mas sin ilustración no hay libertad", decía Morúa. Planteamiento demostrativo de por qué a fines del siglo XIX Cuba aún no podía considerarse una nación.

El nuevo escenario

Con el nacimiento de la República surgió un nuevo escenario, donde el avance dependía precisamente de lo que los negros carecían: tenencia de propiedades e instrucción. La mayoría de los cargos públicos estaban ocupados por blancos. Los soldados y policías negros constituían el 14,3%, en un país donde el 60% de los mambises habían sido negros. Los empleos en empresas norteamericanas, establecimientos comerciales y oficinas públicas les eran vedados.

En cuanto a los derechos electorales, sólo podían votar los hombres mayores de 21 años de edad, que supieran leer y escribir, y contaran con propiedades por valor de 250 pesos como mínimo. Resultó entonces que sólo una minoría tenía derecho al voto, a pesar de que en las guerras habían sido mayoría entre los vivos y entre los muertos.

El sur de la provincia de Oriente, donde se produjo el trágico acontecimiento, estaba poblado mayoritariamente por población negra. Una gran parte de estos hombres había combatido en las guerras de independencia. La región, que había sido refugio de una gran parte de los negros por la relativa facilidad para adquirir tierras, dejó de serlo a causa de las fincas adquiridas por los ocupantes norteamericanos y por inmigrantes españoles; mientras disminuían las posibilidades de empleo para unos 200.000 caribeños.

Así, la contradicción entre la teoría del derecho a la igualdad de la población negra, recogido en la Constitución de 1901, y su situación real, condicionaron los acontecimientos de mayo de 1912.

En 1902, Evaristo Estenoz —figura central de los Independientes de Color y veterano de las Guerras de Independencia— expresó: "…todas las oficinas siguen en el mismo estado, los de color siguen solicitados para porteros, para cocheros, para criados o para ínfimos puestos, lo mismo en correo que en la aduana. El presidio sigue dividido en blancos y negros, y el Cuerpo de Artillería dividido también". En ese contexto, se fundó en La Habana la agrupación que posteriormente se denominó Partido Independiente de Color (PIC). En el primer número de su órgano oficial, La Igualdad, se decía: "Nada puede esperar la raza de color cubana de los procedimientos usados hasta aquí por los partidos políticos porque nada han hecho que pueda ser para nosotros apreciable".

Morúa Delgado, que desde 1880 venía oponiéndose a la creación de asociaciones raciales, presentó ante el Senado, en febrero de 1910, una enmienda adicional al artículo 17 de la Ley Electoral que consideraba "contraria a la Constitución y a la práctica del régimen republicano la existencia de agrupaciones o partidos políticos exclusivos por motivos de raza". Enmienda que fue aprobada y a partir de la cual el PIC quedó proscrito.

Los últimos intentos de "solución" —el compromiso de derogar la Ley Morúa si el término de "color" se eliminaba de la denominación del Partido, y las gestiones de Salvador Cisneros Betancourt para evitar la salida violenta— fueron rechazados en concordancia con nuestra cultura intransigente del machete como paradigma de solución.

A ello se unió el discurso inoportuno de líderes del PIC, que amenazaron con la violencia y con matices raciales que fueron aprovechados por la prensa para alimentar el miedo al negro. Por ejemplo, Previsión, órgano del PIC, el 10 de noviembre de 1909 publicó lo siguiente: "Todo hombre de color que no mate instantáneamente al cobarde agresor que lo veje en un establecimiento público es un miserable indigno de ser hombre, que deshonra a su patria y a su raza". En ese contexto, los Independientes de Color lanzaron el grito de "guerra o abajo la Ley Morúa", pensando más en la derogación de la ley que en una guerra.

El desenlace

El desenlace se dio con la reconcentración, como en tiempos de Valeriano Weyler, que afectó a decenas de miles de familias campesinas; la distribución de miles de rifles (9.927 en Oriente) entre ciudadanos blancos, de tal forma que el control social se definió en términos raciales y se presentó como un acto de patriotismo; y por último, la suspensión de las garantías constitucionales, que permitió al ejército iniciar una despiadada represión sin tener en cuenta la inocencia de las víctimas.

Según cifras oficiales, de una parte hubo 2.000 muertos, aunque hay historiadores que refieren entre 3.000 y 6.000; y de la otra, 12 muertos y 31 heridos entre guardias y voluntarios, mientras las armas ocupadas a los alzados fueron menos de 100 revólveres y unas decenas de machetes, escopetas y fusiles.

Aquel monstruoso crimen confirma las palabras de Jorge Mañach en la Universidad del Aire: "con la república no basta: la república no es más que una forma. Cuando una forma se ha llenado de sustancia espiritual y social, cuando se ha integrado y solidarizado cabalmente de modo que no haya vacíos ni tensiones en ella, cuando no sólo se siente vivir en sus recuerdos, sino también en su voluntad creadora de futuro, esa entidad histórica ha alcanzado la dignidad de la nación". Sueño aún pendiente de realización.

© cubaencuentro

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