Cambios del régimen o cambio de régimen
Juan Antonio Blanco | 15/04/2008 3:00
El uso que algunos investigadores de ciencias sociales damos al término “régimen” no es el que usualmente le otorgan los medios de prensa, ni el que le han dado aquellos convencidos de que la democracia es exportable a punta de bayonetas.
Por “régimen” puede entenderse al conjunto de normativas (constituida por tradiciones, disposiciones legales y valores morales) que gobiernan las relaciones entre el Estado, el Mercado y la Sociedad Civil en una sociedad dada en un momento específico. Esa normatividad condiciona el modo en que se producen y distribuyen mercancías y servicios, así como las cuotas de poder y participación de los distintos grupos sociales.
Hay más de una régimen posible porque hay múltiples formas de entrelazar al Estado con el Mercado y la Sociedad Civil en sociedades abiertas y democráticas. También hay una amplia variedad de modelos de democracia, pero todos suponen el respeto a ciertos principios generales como son, entre otros, las elecciones plurales y libres, rotación del poder ejecutivo, separación de poderes que se contrapesen entre ellos, existencia de un Estado de Derecho e independencia del Poder Judicial.
Cuando los dirigentes cubanos imponen que toda discusión sobre el futuro se desarrolle “dentro del socialismo y la revolución” en realidad anuncian su absoluta intolerancia hacia cualquier otro régimen –socialista o capitalista- que no les asegure el monopolio del poder político. Cuando hablan de democracia participativa pretenden apropiarse de un concepto ajeno incompatible con el Socialismo de Estado. Pero el actual régimen socialista- totalitario enfrenta hoy una crisis sistémica que los obliga a modificarlo de algún modo.
La actual naturaleza centralizada, verticalista, estatizada y autoritaria del régimen vigente en Cuba le impide hoy alcanzar la necesaria eficiencia para generar riquezas nacionales, aportar innovación, y proveer prosperidad que contribuyan a la legitimidad del sistema. Es por eso que la necesidad de producir cambios se encuentra al centro de la gobernabilidad de la isla. Producir alimentos es un problema de seguridad nacional, como bien dijo una funcionaria.
La gran paradoja del sistema vigente consiste en que las herramientas empleadas hasta ahora para sostenerlo y perpetuarlo han pasado a ser barreras para su reproducción y gobernabilidad cotidiana.
Enfrentado a esa realidad, la elite de poder parece limitarse -por el momento- a dos opciones posibles:
1) Mantener el régimen vigente. Continuar la práctica de captar inversiones, créditos y subsidios que compensen su incapacidad para generar riquezas nacionales. Se menosprecia el valor de las pequeñas y medianas inversiones privadas nacionales o extranjeras y privilegian los negocios con grandes empresas transnacionales. Esta estrategia siempre persigue la quimera de “la gran solución” (encontrar petróleo, descubrir la vacuna contra el VIH o aliarse con un nuevo mecenas internacional estable). En esta opción se pretende ganar tiempo y popularidad con reformas administrativas que liberen a la población de las medidas más absurdas e irritantes.
2) Reformas dentro del régimen. Mantener el monopolio del poder político y compartir el económico con un limitado sector privado nacional (constituido por pequeñas micro empresas y cooperativas) y el gran capital extranjero, en un intento de fomentar la oferta de empleos, productos y servicios para lograr el apoyo de la sociedad a corto plazo. Esta opción pudiera incluir la introducción gradual de ciertos niveles de tolerancia, sin llegar a un completo pluralismo ni al abandono del monopolio del poder político.
Las medidas adoptadas por Raúl Castro desde el 1 de agosto del 2006 hasta mediados de abril del 2008, no exceden los límites de la primera opción de naturaleza esencialmente continuista, pero les facilita el avance hacia la otra alternativa si se sienten empujados a ello. La crisis de la producción agrícola es la que puede obligarlos desde ahora a incorporar elementos de reforma estructural propios de la segunda opción. Dada la subida de los precios de importación de artículos alimenticios, producirlos nacionalmente se ha convertido en urgente asunto de seguridad nacional, como bien dijo una funcionaria.
Nadie debe engañarse: sin presión social interna no habrá más cambios que aquellos que sirvan de manera directa o indirecta los intereses de la elite de poder.
No obstante, se ha demostrado que mientras el recién nombrado “consejero” de la Asamblea Nacional tenga alguna capacidad de influencia hará todo lo posible por dificultar toda iniciativa de cambios, incluso aquellos que se pudieran operar dentro del propio régimen vigente.
La tercera opción –un cambio de régimen, sin otra etiqueta que no sea la de construir una sociedad decente por sustentable, abierta, inclusiva y democrática- solo se logrará cuando la elite de poder se vea obligada a enfrentar la crisis final de su régimen de dominación bajo cualquier variante de ajuste que pretendan hacerle. El advenimiento de ese día es inevitable. Sería mejor si tuviesen la sagacidad de adelantarlo a través de un consenso nacional en lugar de esperar a que se les imponga por fuerza de la vida.
Deberían repasar a Marx. Todo nace para mutar en otra cosa. El régimen vigente no puede conjurar ese desenlace. Esa transformación puede ocurrir de manera tranquila o incierta. Todos podemos ganar si nadie se empeña en vencer al otro. Otro régimen con todos y para el bien de todos es posible hoy. Otra Cuba mejor es posible ahora. El asunto es hacerla no sólo posible, sino probable y, finalmente, real.
Varios futuros posibles aguardan a Cuba. El desafío ciudadano es asegurarse que prevalezca el mejor entre ellos, así tenga que ocurrir con, sin o contra la elite de poder.
Publicado en: Cambio de época | Actualizado 15/04/2008 20:21