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Actualizado: 01/07/2024 13:46

Ayotzinapa, Cuba, México

Todos (no) somos Ayotzinapa

(Sobre la tibieza cubana ante los sucesos mexicanos)
Lo que hicieron los empapados congregados de la Avenida de los Presidentes fue un buen performance político y la sociedad cubana ni siquiera se enteró que había sucedido

La terriblemente crítica situación mexicana —corrupción, impunidad, poderes fácticos, espiral de la criminalidad desde las propias esferas gubernamentales, represión— habla de un modelo económico y político que ha colocado sus miras con excesiva pasión en el mercado americano. Tanta pasión, que ha terminado suministrándole de manera privilegiada dos factores claves de la acumulación capitalista contemporánea: fuerza de trabajo desprotegida y drogas. Y asumiendo, sin compensaciones, todos los costos de esta inserción subordinada. Justamente al último de estos factores —las drogas— se refieren los últimos coletazos de un Estado que muchos empiezan a denominar “fallido”.

A pesar de que es casi imposible defender al gobierno mexicano, incluyendo a su presidente que ha agregado al fuego una bencina de alto octanaje con la revelación de propiedades millonarias y con las declaraciones ultrajantes de su hijastra, el gobierno cubano ha seguido su guión de camaradería con el PRI. Siempre lo ha hecho, lo que lo llevó a tratar a la izquierda mexicana como una pieza política incómoda e incluso a legitimar el triunfo fraudulento de Salinas de Gortari en 1988, entre otros hechos que llenarían páginas enteras de conciliábulos, favores políticos y aprovechamientos mutuos. Y en este caso lo ha hecho ofreciendo desde el periódico Granma una información sesgada en que los manifestantes campean los predios de la incivilidad, los crímenes son villanías del narco y Peña Nieto es un brioso caballero listo para remediar entuertos.

Es realmente deprimente constatar que en un país como Cuba, con vínculos históricos sostenidos con la sociedad mexicana más allá de los cuchicheos PRI-PCC (¿alguien tiene idea de cuantos miles de profesionales e intelectuales cubanos han estudiado o trabajado en México?) solo se hayan producido —al menos hasta donde escribo estas líneas— dos manifestaciones públicas en torno a la grave situación por la que atraviesa la sociedad mexicana.

Una es una nota de prensa de muy bajo perfil aparecida en Juventud Rebelde con el título “Declaración de los estudiantes de Cuba en solidaridad con el estudiantado mexicano”, sin que nadie precise que organización la suscribe. La nota, dícese inspirada en Fidel Castro, “…condena la violencia y el narcotráfico, resultado de años de explotación, miseria y políticas entreguistas a los intereses del imperialismo yanqui”, un enunciado que pudo haber sido redactado por algún comité seccional de la juventud priista. Una simple nota —confusa, imprecisa y casi invisible— sobre un tema que en toda América Latina ha provocado marchas, campañas de apoyo y grandes cartelones que engalanan los lugares visibles de los campus. Parodiando la retórica desabrida de Carlos Lage, hay cientos de universidades latinoamericanas apoyando expresamente a los estudiantes mexicanos pero ninguna de ellas es cubana.

La otra acción fue una convocatoria de tres ONG de la sociedad civil legalizada, dos de ellas de filiaciones religiosas, a un acto de apoyo bajo el lema que ha presidido aguerridas campañas en todo el continente: “todos somos Ayotzinapa”. Pero aquí hubo poco de épico. El acto fue convocado para la calle G, donde un busto de Benito Juárez servía de alegoría mexicana, y no frente a la embajada de ese país, como ocurrió en todos los lugares del continente, para apuntar claramente a quien se exige y quienes son partes del problema. Y solo reunió a 23 personas, un numero ridículo de asistentes que habla de la parca capacidad de convocatoria de instituciones que tienen varios lustros de quehacer permitido en la sociedad cubana. Bajo una intensa lluvia, muestra un video de poca visibilidad, enumeraron en voz alta hasta 43 —el número de estudiantes normalistas masacrados— y luego alguien, con acento marcadamente extranjero llamó a “internacionalizar la lucha”, sin darse cuenta que en Cuba aún no se había nacionalizado.

Pues al final, recordemos, tenemos una agenda democrática coartada al que la sociedad civil consentida solo se asoma de puntillas, y sería bueno que en algún momento nos preguntemos si no vale la pena volver sobre el Remolcador 13 de Marzo y las responsabilidades involucradas en lo que fue uno de nuestros obviados Ayotzinapa. En resumen, creo que, al margen de todas las probables buenas intenciones, lo que hicieron los empapados congregados de la Avenida de los Presidentes fue un buen performance político con más incidencia en los corazones de los implicados y en los organismos internacionales que les apoyan, que en la propia sociedad cubana que ni siquiera se enteró que había sucedido.

Finalmente, tampoco la oposición ha dicho nada. Ni siquiera 14 y medio, un medio de prensa que se caracteriza por otear el horizonte con miras amplias, ha hablado de México sino para informar del problema hace ya algún tiempo. Y para lamentar el dedo levantado de la luchadora de Taekwondo.

Todas, lamentables omisiones. Lo que pasa en México no es un asunto de mexicanos con el que nos solidarizamos. Es un asunto de todos.

© cubaencuentro

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