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Actualizado: 28/06/2024 0:13

Transición democrática, Dictadura, Desarrollo

¿Es la Libertad la causa del desarrollo económico?

España, Chile, Corea del Sur, Taiwán y Singapur empezaron y tomaron el impulso para el crecimiento de su economía bajo una dictadura militar de derechas.

España, Chile, Corea del Sur, Taiwán y Singapur accedieron al desarrollo más o menos en los mismos años, entre la década de los sesenta del pasado siglo y el año 2000. Lo común a todos estos casos es que empezaron y tomaron el impulso al desarrollo bajo una dictadura militar de derechas, o por lo menos bajo una autocracia del mismo signo político, que restringía derechos civiles y políticos, para luego, cuando el PIB per cápita superó cierto nivel, comenzar a transitar pacíficamente a un régimen democrático, del tipo sustentado en la división de poderes y el voto universal para los mayores de edad.

España permaneció en el umbral de la industrialización desde mediados del siglo XIX. Sin embargo, la persistente inestabilidad política causada por la violenta desconexión de ese país de las Españas americanas lo mantuvo allí, pero sin lograr atravesar dicho umbral, como una nación de desarrollo medio con regiones algo industrializadas. El salto definitivo al desarrollo solo se da en la década de los sesenta del pasado siglo, bajo la autocracia de derechas del general Francisco Franco, tras debilitarse el bloqueo económico a que estuvo sometida España desde el final de la II Guerra Mundial. Los sesenta, o la época del “desarrollismo”, es el periodo de mayor crecimiento económico del país, con una media del 7 por ciento de crecimiento anual, algo que no se ha repetido después, ni aun cuando ya en Democracia España accedió como miembro pleno a la Unión Europea y a todas sus consiguientes ventajas.

El caso chileno es un poco más complejo, pero sin duda el impulso al desarrollo se dio bajo la dictadura militar del general Augusto Pinochet, o bajo la tutela autoritaria suya a la posterior Democracia, durante gran parte de la década de los noventa. Una primera aplicación de los postulados de la Escuela de Chicago, demasiado apegada al manual, condujo a Chile a una severa crisis a inicios de los ochenta. No obstante, a partir de 1985 se regresó al liberalismo económico, solo que de una forma controlada por el Estado, sin el dogmatismo ideológico de la vez anterior. Influyó también el mejor entorno internacional de los ochenta que el del paso de los setenta a esa década, todo lo cual condujo al país a un sostenido crecimiento a partir de 1986. Como resultado el PIB per cápita chileno, que desde 1980 estaba un 10 por ciento por debajo del promedio de América Latina, para 1987 lo superó, y en 1995 era ya un 30 por ciento mayor. Debe señalarse que aunque Chile era oficialmente una democracia desde 1990, en realidad se mantuvo como una democracia tutelada por las fuerzas armadas hasta más o menos el arresto del general Pinochet en Londres, en octubre de 1998.

En Corea del Sur, aunque tras cincuenta años de estancamiento ya se experimentaba cierto crecimiento desde el final de la Guerra con Corea del Norte, no es hasta el derrocamiento del gobierno autoritario de Syngman Rhee, y posterior golpe de estado del general Park Chung-hee, que comienza en realidad el verdadero salto al desarrollo. Es bajo este gobierno militar de derechas, que echó mano de la represión a niveles extraordinarios ante una importante oposición comunista, respaldada desde Corea del Norte, que el país consigue colocar las bases del desarrollo. El crecimiento económico promedio bajo el gobierno de Park Chung-hee, entre 1961 y 1979, es nada menos que del 10 por ciento, y entre las postrimerías de los sesenta y la crisis del petróleo en 1973, las tasas de desarrollo coreanas alcanzan incluso el 15. Al asesinato de Park en 1979 el país se hunde en el caos, y por primera vez en casi veinte años, para 1980 ocurre un decrecimiento, del 2 por ciento. No obstante ese mismo año un nuevo general, Chun Doo-hwan, ocupa el poder mediante un golpe de estado, y tras un breve periodo de represión sangrienta consigue recuperar el orden y la senda del desarrollo. Este general se mantiene en el poder hasta 1987. Durante esos años la economía coreana consigue superar el 10 por ciento de crecimiento económico en cuatro ocasiones.

En 1987, ante las crecientes manifestaciones obreras y estudiantiles en todo el país, y a menos de un año de los Juegos Olímpicos en Seúl, el gobierno de Chun convoca a elecciones directas para elegir al nuevo presidente. Las elecciones, sin embargo, las gana Roh Tae-woo, del partido creado por el dictador Chun, por lo que en realidad no se puede hablar de una transición completa a la democracia hasta las posteriores elecciones, que sí gana un opositor, Kim Young-Sam, en 1993. Para ese entonces el PIB per cápita de Corea rondaba los 8 mil dólares (a precios de 2019), habiendo partido de 147 dólares en 1960. Corea, que al iniciar la dictadura de Park Chung-hee tenía un PIB per cápita del 8 por ciento de los países del OCDE, y era de una tercera parte del promedio mundial, al convertirse en una democracia plena en 1993 ya tenía un PIB per cápita del 48 por ciento del de la OCDE, y era casi dos veces superior al mundial. Un último dato: tras 1993 la economía surcoreana solo ha vuelto a superar la cota del 10 por ciento de crecimiento una vez, tras la crisis asiática, algo que los gobiernos autoritarios habían conseguido en 15 ocasiones.

El Taiwán actual es el resultado de la retirada hacia esa isla desde la China continental de los remanentes del régimen del partido Kuomintang, de Chiang Kai-shek, tras su derrota allí por el Partido Comunista de Mao Zedong, en la violenta guerra civil reiniciada al término de la II Guerra Mundial. Ya antes del traslado hacia esa isla de casi 2 millones de personas, entre soldados, funcionarios, empresarios e intelectuales ligados a la República China y el Kuomintang, en ella se había dictado la ley marcial. Dicha ley no fue derogada hasta 1987, y durante esos 38 años en que Taiwán consiguió pasar de un PIB per cápita de aproximadamente 150 dólares (a precios de 2019), a los 6,338 dólares anuales de 1988, el país estuvo gobernado por una dictadura de partido único, encabezada primero por Chiang Kai-shek, y después por su hijo Chiang Ching-kuo. Aunque el primer partido de oposición reconocido se formó en 1986, el Partido Kuomintang permaneció en el poder hasta el año 2000, cuando un candidato del Partido Progresista Democrático logró acceder al poder, concluyendo en propiedad en ese año la transición a la democracia en Taiwán. Para ese entonces el PIB per cápita taiwanés era 14,844 dólares.

Singapur es en la práctica una autocracia de partido único

En Singapur el PIB per cápita pasó de 428 dólares en 1960, a los 72,794 dólares en 2021, según datos del Banco Mundial. Por entonces el PIB per cápita más alto del mundo. Singapur es en esencia una creación de Lee Kuan Yew, y de su Partido de Acción Popular, el cual se encuentra en el poder desde 1959 —tanto como el castrismo. Lee Kuan Yew fue primer ministro —significativamente el mismo título que eligió para sí Fidel Castro entre 1959 y 1976— entre 1959 y 1990, y luego, bajo la administración de 14 años de Goh Chok Tong, se mantuvo hasta 2004 como el verdadero poder como Ministro Mayor. En ese año 2004 el hijo de Lee, Lee Hsien Loong, tomó el relevo dinástico y se convirtió en primer ministro, hasta este pasado 15 de mayo.

En marzo de 2015, cuando Lee Kuan Yew murió, el gobierno impuso un periodo de luto de una semana muy semejante al decretado en Cuba, un año y medio después, a la muerte de Fidel Castro —cualquier celebración, pública o privada, estuvo estrictamente prohibida, como acá.

Singapur, a quien la Heritage Foundation ubicó de primero en su índice de libertad económica en 2021, y donde se puede iniciar un negocio en dos días, es sin embargo en la práctica una autocracia de partido único, a pesar de existir pluripartidismo en teoría. Lo es no solo porque no se permita la importación y consumo de chicles, o porque esté prohibido el matrimonio homosexual, o se mantenga la pena de muerte para delitos como el tráfico de drogas, o se conserven los castigos corporales —latigazos. Mas allá de estas manifestaciones más superficiales, que son las que saltan a la vista del visitante occidental curioso, la realidad es que en el país hay importantes limitaciones a las libertades civiles y políticas. No en balde Reporteros sin Fronteras ubicó a Singapur en el lugar 129 entre 180 países de su Índice de Libertad de Prensa del año pasado, y Freedom House lo clasifica como un país parcialmente libre.

El hecho de que cinco de los casos de desarrollo en los últimos 60 años, y por cierto, de los más publicitados, hayan tenido esta evolución, nos lleva a cuestionar la interpretación dominante, según la cual es la Democracia la que conduce al desarrollo económico. Los ejemplos citados, que constituyen más o menos la tercera parte de los casos que han accedido realmente al reducido círculo del desarrollo desde 1960 a la fecha, nos cuentan la historia inversa: han accedido al desarrollo económico mediante políticas gubernamentales que solo cabía imponer sobre la limitación de los derechos civiles, políticos y sociales, y solo después, sobre el desarrollo económico alcanzado, se estableció casi sin violencia una democracia efectiva, o al menos parcial, como en Singapur.

Esto es muy importante, porque tampoco en los demás países que han accedido al desarrollo de los sesenta para acá la causa principal de haber llegado a él se encuentra en el haberse convertido antes en democracias. Los países como República Checa, Eslovaquia y Eslovenia, Polonia, o las tres repúblicas bálticas, que accedieron a la exclusiva lista de los más desarrollados entre los 90 y el 2020, lo han conseguido en esencia gracias a las políticas de la Unión Europea para promover su rápido crecimiento económico, y en general humano. Lo mismo cabe decirse de Grecia y Portugal, donde por cierto la influencia del anterior desarrollo español es clara. O sea, si bien es cierto aquí se cumple la relación primero democracia después desarrollo, debe admitirse que esa democracia que empuja el desarrollo no es la nacional, sino la de un conglomerado supranacional vecino, interesado en alejar lo más posible de su núcleo original el subdesarrollo.

Hay que destacar también que los primeros siete países han accedido al desarrollo desde una infraestructura y una base industrial ya existente en el socialismo real, e incluso de antes de la II Guerra Mundial —la República Checa era ya una nación industrializada en 1938, y Polonia heredó los polos industriales del III Reich hacia el este de Berlín. No en balde son estos países quienes han conseguido desarrollarse, mientras Hungría o Rumanía y Bulgaria, economías menos industrializadas en tiempos del socialismo real, no lo han conseguido todavía. O sea, República Checa, Eslovaquia y Eslovenia, Polonia, o las tres repúblicas bálticas eran países ya en esencia industrializados en 1989.

En cuanto a Grecia, si bien su desarrollo se dio principalmente bajo los gobiernos democráticos que siguieron a la caída de la dictadura militar, no se puede dejar de señalar que entre 1967 y 1974, años de esa autocracia militar de derechas, el PIB per cápita pasó de alrededor de 1 000 dólares, a más de 2 800 dólares. Lo cual si no apoya completamente la interpretación alternativa de que primero desarrollo, y después democracia, al menos refuerza la idea de que desarrollo económico y autoritarismo de derechas no se excluyen mutuamente, como en sentido contrario suelen sostener los más radicales defensores de la interpretación dominante, convertida en dogma incuestionable.

Esa interpretación dominante parte de obviar una realidad archiconocida: que todo acceso al desarrollo solo ha ocurrido tras un proceso de industrialización, y este es tan traumático que difícilmente pueda impulsarse en una democracia.

Tomemos a Inglaterra, por ejemplo. Accedió al desarrollo tras su industrialización entre 1820 y 1850. En ese periodo de treinta años no puede considerársela de ninguna manera una democracia, porque aunque existía una elaborada división de poderes, y representación parlamentaria, solo una minoría de los hombres en edad adulta tenían poder de elegir representantes, y por lo tanto de participar políticamente. Para que se tenga una idea: la Reform Act of 1832 hizo crecer el electorado de Inglaterra de 400 mil personas, a solo 650 mil, garantizándole el derecho al voto a más o menos el 20 por ciento de los varones mayores de edad ingleses. El restante 80 debió esperar a 1867, y la siguiente Reform Act, cuando ya Inglaterra era un país plenamente industrializado, y desarrollado, para tener derecho al voto.

El camino al desarrollo implica sacrificios y renuncias

La respuesta del estado británico ante las moderadísimas demandas del movimiento cartista en los 1840, con cargas de caballería y a sablazos, demuestran a las claras el carácter para nada democrático de la sociedad inglesa del periodo de industrialización. En Inglaterra para cualquier historiador serio es evidente que sin la previa mercantilización de la propiedad inmobiliaria, la consiguiente expulsión del campesinado hacia las ciudades, y la abolición de las históricas salvaguardas a los pobres, no hubiera habido ni los capitales, ni la oferta de mano de obra muy barata, necesarios para echar andar la industrialización inglesa. Todo lo cual se hizo gracias a que el parlamento no respondía a la absoluta mayoría la población británica, solo a una minoría privilegiada, que en todo el Reino Unido no pasaba del 12 por ciento de la población, incluso a partir de las reformas políticas de 1832.

Incluso la industrialización americana, en un país-continente con abundantes o casi infinitos recursos materiales, y con una inmigración constante, de personas dispuestas a dejarse sacar el zumo en las factorías del Este para acumular un capital con el cual continuar camino hacia el Oeste, resultó traumática. En primer lugar porque como muchos observadores perspicaces han notado, la República bucólica, equitativa y sostenida sobre el asociacionismo a todos los niveles, que conoció y admiró Tocqueville, desapareció tras la guerra civil y el triunfo de los sectores del Norte yanqui interesados en empujar la industrialización. Con ella, los millonarios, que en 1850 no pasaban de los 20, para 1990 se elevaban a los 40 mil, y en consecuencia el capital pasó a controlar la política antes patrimonio de las comunidades, a la vez que el ideal nacional del individuo integrado activamente a su comunidad fue sustituido por el actual del hombre de éxito que compitiendo de manera feroz con todos se hace multimillonario.

La industrialización americana implicó por demás una fuerte inquietud obrera en el Este, y en el Nordeste, entre una clase obrera en su mayoría recién emigrada de Alemania, que incluso llegó hasta la guerra abierta entre los obreros y los poderes locales de una parte, y los patrones respaldados por el poder estatal o federal de la otra, como durante las Guerras del Carbón. De hecho las condiciones de vida de los obreros en los conglomerados industriales americanos del este se mantuvieron algo por detrás de las de sus compañeros británicos o alemanes hasta el inicio de la Gran Guerra, en 1914.

El camino al desarrollo implica sacrificios y renuncias que no todos están dispuestos a asumir, y al menos en sus inicios conlleva un aumento de la desigualdad y consecuentemente de la inestabilidad social. No puede lograrse sin disciplina y una racionalización de las relaciones productivas, y de muchos otros tipos, entre los individuos. Algo que la mayoría de los ciudadanos nunca recibirá bien, independientemente de la cultura cívica de la sociedad en cuestión, y de su convencimiento de la necesidad de alcanzar la meta del desarrollo. En definitiva la industrialización, y el desarrollo, implican una filosofía y cultura de vida anti naturales para el hombre pre-moderno[1], que solo puede serle impuesta por los poderes económicos con el apoyo de la política, y del estado.

Pero hay algo más, que parece desprenderse de que mientras en España, Chile, Corea del Sur, o Taiwán, el crecimiento económico se haya ralentizado a partir de la llegada de la democracia, en Singapur la economía haya seguido creciendo casi como en sus mejores momentos: la democracia traga desarrollo económico. O sea, o la democracia, para mantenerse, debe consumir una gran cantidad de recursos humanos y materiales, que consecuentemente se desvían de la economía, o sus políticas desincentivan el crecimiento económico en cierta medida, aunque por lo que se desprende de los datos, no lo detienen. El que todas las economías democráticas desarrolladas mantengan bajos crecimientos económicos respalda esta visión.

Por tanto, no, lo que muestra la historia es que al parecer la libertad no es la causa del desarrollo económico, sino un lujo que pueden permitirse quienes viven en economías desarrolladas.


[1] El hombre pre-moderno trabajaba hasta que satisfacía su demanda inmediata, y luego se echaba a descansar en un almiar. Ello se debía a que el hombre pre-moderno no podía confiar en el futuro, a la manera del moderno. En un mundo como el nuestro, en su sector desarrollado al menos, para cualquiera es casi seguro se llegará a vivir hasta la vejez, y la posibilidad de que alguien venga a privarte violentamente de tu producción, sea un señor, un invasor, o simplemente otra aldea hambrienta, o una plaga de langostas, es extremadamente baja. En comparación, el hombre anterior a 1789, o incluso a la última hambruna europea de 1846-48, no tenía seguridad de absolutamente nada: de ahí esa costumbre suya de al despedirse, incluso solo para ir a dormir, decir “si Dios quiere”. Una costumbre que significativamente ha desaparecido casi totalmente de los países con economías desarrolladas.

El hombre moderno es el resultado de una organización racional de la vida, gracias a la construcción de un mundo previsible a fines del medioevo europeo por un sector de la población de ese continente, que dio en un por entonces poco justificable optimismo filosófico. Pero como todo lo racional implica una rutinización de la vida, un abandono de las formas de pensar tradicionales, que en la absoluta mayoría de los hombres no es bien recibida, sobre todo porque los resultados prácticos de la misma, el desarrollo y la abundancia, no se logran de golpe, ni tampoco son claros en un principio.

© cubaencuentro

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