Por enésima vez, Fidel Castro dejará con un palmo de narices a los anticastristas cirqueros que, en esta ocasión, llegaron a detectar mármoles rosados para su tumba en Santiago de Cuba y echaron a rodar hasta que había conferencia de prensa ad hoc en La Habana e incluso albur de arranque entre los militares, como si fuera a repetirse la espantada de los batistianos hacia 1959.

Pero el cadáver, ay, siguió muriendo. Así se confirma no solo que Castro sale en vivo cuando le da gana, sino también que el circo no quiere darse por enterado de que la muerte de Castro ya dejó de ser noticia, porque Castro vivo no hace falta para nada al efecto de que el núcleo duro del castrismo perviva a través de sus metamorfosis para adaptarse a las circunstancias.

Quien no acaba de adaptarse es el anticastrismo circense. No se avergüenza de meter la pata una y otra vez. Ahora Castro tenía que salir en vivo recibiendo a “Los Cinco” y escribir una reflexión sobre el restablecimiento de relaciones Cuba-EEUU. Como no lo hizo, lo dieron por muerto. Y Castro se muere de risa, porque sabe que le prestarán atención cuando sale y cuando no sale. Así que sale cuando le viene en ganas.

Tras llegar al colmo de la dictadura ejerciéndola sin ningún atributo formal de mando, Castro sabe también que el pueblo de Cuba seguirá aguantando su gobierno disfuncional como único encargado de resolver los problemas causados por sus propias disfunciones. Y así el castrismo trascenderá con jefe de Estado y Gobierno que no llevará el apellido Castro.

Mientras ciertos líderes opositores alardean de entrevistas y fotografías con Obama, el gobierno de Cuba pacta con él; mientras otros se jactan de tener tal o cual acceso al Papa, este coopera con aquel gobierno. La clave estriba en que la política es cosa de poderes y aquellos líderes no tienen poder político alguno.

Sus proyectos y campañas, llamaditos de urgencia, avisos de performances y demás acciones de trompeteo mediático no surten efecto movilizador de masas. Sin la fuerza de número, toda oposición pacífica se diluye en la dimensión vertical de la democracia (quiénes gobiernan desde arriba a los gobernados de abajo) y se contrae a la dimensión horizontal (la igualdad de derechos), donde afloran la represión, las violaciones de derechos humanos y los demás problemas del irrespeto a las minorías.

Sólo que si las minorías no pueden resolver esos problemas conforme a las propias leyes del gobierno, por quejas y peticiones, nada más pueden hacerlo desde la dimensión vertical, esto es: sumando más y más partidarios para replantear tales problemas como problemas de legitimación. Semejante tarea política nunca podrá cumplirse con líderes opositores más interesados en los medios que en el poder.

Así viene acercándose el día en que los exiliados tendrán que ir al Memorial Cubano (Tiamiami Park), adonde no suelen ir los líderes opositores que visitan Miami, para ponerse de rodillas, inclinar la frente y decir a las víctimas del castrismo: ¡Hermanos, la revolución de Castro está hecha más allá del propio Castro; vuestra sangre cayó en vano! Y en vez de losa con mármoles rosados, Castro ordenará quizás ser incinerado y esparcir sus cenizas por la Sierra Maestra, para que nadie pueda consolarse orinando sobre su tumba.

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