Opinión

Una izquierda 'anti-izquierdista'

Los polos ideológicos y sus reacciones frente el castrismo. ¿A quién corresponde la mayor crítica?

En 1841, el ministro de Instrucción de Federico Guillermo IV, recién estrenado emperador de Prusia, invita a Berlín a Schelling a ofrecer unas conferencias para, en rigor, hablar mal de Hegel. Sabían hacer las cosas: en lugar de meter presos a los jóvenes hegelianos que ya amenazaban hasta con una revolución, optaron por socavar las bases filosóficas de la misma.

Schelling dio unas charlas "espectaculares": no se limitó a criticar el hiperbolismo de la racionalidad hegeliana, ni ofreció a los políticos una alternativa racional más ajustada a la praxis; nada de eso: Schelling subió la parada negando la omnipotencia de la razón y coqueteando decididamente con la mística. Como diría una vez el profesor Alexis Jardines, Schelling había recorrido en sí mismo el camino que llevó a Occidente del cartesianismo al postmodernismo. Un ejemplo crucial de la unidad entre ontogénesis y filogénesis.

Dicen que el salón donde el filósofo disertó estaba abarrotado de oyentes, y se asegura que entre los mismos estaban Engels y Kierkegaard, dos pensadores que llevarían hasta las últimas consecuencias, cada uno por su lado, el programa antihegeliano.

Engels se mantuvo fiel al punto de vista de "la ideología alemana", buscando detrás de los gestos políticos unas macrotendencias socioeconómicas tan descomunales, que ya hacia al final de su vida tuvo que hacer una auto-revisión de su punto de vista (que es el punto de vista del marxismo), en una serie de documentos epistolares que se conocen como Cartas de la década del 90.

Kierkegaard, sin embargo, abría las puertas hacia una forma más humana de ver la historia, dirigiendo su mirada a las angustias y anhelos de la criatura edénica. Schopenhauer, Nietzsche y Freud complementarían su visión.

Si la revolución cubana de 1959 se entiende como un proceso político, cuya esencia es el ejercicio de una descomunal voluntad de poder durante casi medio siglo, no es entonces Hegel, ni Marx, quienes ayudarían a comprenderle, sino el último Schelling, Kierkegaard y Nietzche. El quid de la revolución castrista no está en la estructura (económica), sino en la biografía.

La metafísica del capricho

Como la voluntad y la afectividad de Fidel Castro constituyen en sí mismas la fuente de nuestra historia contemporánea, resulta muy difícil de ajustar a concepto; como lo es todo aquello que depende de inclinaciones individuales puntuales. Téngase en cuenta que no estamos ajustando a definición un objeto estructural con más o menos estabilidad ontológica.

Cuando tratamos de pensar la política castrista, de hecho nos enredamos en la paradójica faena de hacer historia del evento, de lo casual, de lo singular. Tratamos lo efímero con rango de eternidad. Es como si intentáramos producir una metafísica del capricho.

Esta perplejidad es palpable cada vez que se aprehende el castrismo en términos de revolución-contrarrevolución, elitismo-populismo, democracia-dictadura y, por supuesto, de izquierda y derecha.

El 14 de enero de 2002 publiqué en estas páginas un artículo, cuyo título evidenciaba ya ese paradojismo. Se titulaba La derecha castrista y quería mover el piso en el que a veces se estanca la opinión, la doxa, para provocar un intercambio sobre el asunto.

Encuentro en la Red publicó hace poco un interesante artículo del periodista Alejandro Armengol, que también admite la paradoja: Por una izquierda anticastrista (26 de diciembre, 2005), que habla de la posibilidad de concebir una izquierda que se desmarque de los excesos castristas; un eco de aquellos revolucionarios del siglo XX que anhelaban un sovietismo anti-stalinista.

Los dos artículos se complementan y puede decirse que hasta redundan: si el castrismo es una derecha (cierto que anómala), el anticastrismo no puede ser sino de izquierda. Si la izquierda es democrática, entonces debe ser necesariamente anticastrista, como desea Armengol.

Se trata de un silogismo parecido al que propuso el escritor chileno Roberto Ampuero, cuando trataba de "proteger" su libro Mis años de verdeolivo: una posición verdaderamente antipinochetista lleva obligatoriamente al anticastrismo. Se trata de algo efectivamente obvio, si se opera en el nivel discursivo del asunto.

Intenciones performativas

Pero hay dos diferencias esenciales entre La derecha castrista y Por una izquierda anticastrista, publicados con una diferencia de cuatro años. El primer texto es simplemente una meditación, aún más, un ejercicio aclaratorio. El segundo tiene intenciones performativas: el "por" que aparece en el título revela un afán de practicidad, una angustia por ese permanecer solo dentro de la teoría, que lo hace heredero legítimo de la izquierda hegeliana de mediados del siglo XIX y, por otra parte, deudor de lo mejor de la filosofía "pragmaticista" norteamericana.

En la historia política contemporánea, cuatro años es demasiado tiempo, y el pensamiento político, sobre todo aquel que se hace de frente a la noticia, desde las redacciones periodísticas, debe ajustarse a la información.

Por una izquierda anticastrista se ajusta al hecho de la creciente visibilidad política de la izquierda latinoamericana; sobre todo, de su ascenso al poder en varios de los países de la subregión. El periodista tiene la noticia y tiene la vivencia. Se le hace poco menos que imposible (está también el peer pressure del contexto) ser consecuentemente anticastrista y anti-izquierdista, o ser izquierdista y procastrista. Entonces opta por una combinación más eficaz: izquierdista, pero anticastrista (sólo comparable con la cuarta combinatoria: derechista y procastrista).

Pero el posicionamiento respecto a los nuevos eventos no sólo acontece dentro de la izquierda. El 21 de octubre de 2005, el periodista Adolfo Rivero Caro, quien lleva una página electrónica de riesgoso compromiso intelectual con el neoliberalismo (www.neoliberalismo.com), presentó un proyecto en el Teatro Tower de Miami para enfrentar lo que puede considerarse el nuevo desafío del liberalismo en la región: su inviabilidad democrática.

Rivero Caro, quien fue acompañado aquella noche por estudiosos como Roberto Luque Escalona, Orlando R. Sardiñas y Juan Clark, argumentó que, a pesar de todo, la elección de Hugo Chávez en Venezuela demostraba que la democracia no funciona sin individuos modernos, por lo que la dictadura podía también originarse en las urnas. Sin darse cuenta, quizás, reactualizaba todos los prejuicios antidemocráticos que existían en ciertas escuelas del pensamiento liberal clásico.

Cuba, discurso y realidad

El artículo Por una izquierda anticastrista muestra, por demás, que igual que la República cubana (1902-1959) fue capaz de engendrar un pensamiento marxista que no se ha dado nunca en los marcos de la propia revolución castrista, el propio exilio está concibiendo un pensamiento de izquierda, mucho más serio y digno de considerar, que ese que se produce en las instituciones sociológicas de la Isla.

El castrismo, por ser una fórmula que eleva a un individuo al nivel de una institución (los libros de Teoría del Derecho lo suscriben abiertamente: "los discursos del Comandante en Jefe son fuente de jurisprudencia"), está atravesado por desnivelaciones injustificables. Una de ellas tiene que ver con las fisuras que en ese proceso se dan entre teoría y práctica, entre discursividad y toma de decisiones.

El castrismo es, a pesar de todo, una alternativa que formalmente se posiciona en la izquierda. Su discursividad es anticapitalista y promueve una sensibilidad socializante capaz de adjuntar el más descarado "kitsch" del realismo rojo. En la práctica, sin embargo, ha terminado por afiliarse a la peor herencia del capitalismo salvaje descrito por Engels en su obra cumbre: La situación de la clase obrera en Inglaterra (1844-1845).

Paradójicamente, en Cuba se ha cumplido la profecía antimarxista de Bernard Shaw: la working class se torna conservadora; ha empezado a rebautizar los hijos, a ir a la iglesia y guardar dinero; mientras tanto los intelectuales, particularmente los escritores, se atrincheran en el último reducto del subsidio y el paternalismo estatal, pretendiendo lo mejor del consumo capitalista.

Una crítica al castrismo tiene que contener las mismas movilidades del objeto que se propone criticar. De esta manera: 1) Como su discursividad es de izquierda, su crítica intelectual debe venir desde la derecha. 2) Como su práctica es de derecha, su crítica instrumental debe ser de izquierda.

Una crítica a la prédica discursiva del castrismo debe ser necesariamente "conservadora" y echar mano de lo mejor del pensamiento liberal clásico.

Gestos imposibles

Desde la teoría, la crítica socialista del socialismo castrista (una autocrítica de izquierda) no podría llegar a sus últimas consecuencias, pues de alguna manera u otra Castro es garante efectivo de unos cuantos dogmas básicos de la izquierda. Para la izquierda sería ilusorio tirar a un lado a Castro; su crítica podría hasta escribirse en los libros, pero el gesto no sería leal ni prácticamente posible.

En la práctica sucede lo mismo que en la discursividad, pero en sentido contrario: una derecha no puede negarse totalmente a todas las prácticas del castrismo pues, de alguna manera, este garantiza condiciones favorables de inversión de capital, movimiento obrero sin sindicatos, paz oportuna, policía cooperativa, etc. Eso explica la presencia de capital extranjero en La Habana; todo un escándalo comprensible.

Es a la izquierda a quien corresponde una crítica práctica del castrismo: en la defensa del derecho sindical, en la protección del medio ambiente, en la protección de los derechos de negros y mujeres, en la defensa de la libertad de expresión y la regulación del espionaje doméstico; incluso, en la defensa de la emigración y el exilio. Los consulados y embajadas cubanas no pueden seguir siendo perseguidores de la comunidad cubana en el exterior.

¿Cómo a la izquierda le va a parecer inmoral la edificación de un muro en la frontera sur de Estados Unidos y no se cuestiona el irse de copas con las delegaciones diplomáticas castristas en Washington y Nueva York que vigilan y saquean a la comunidad cubanoamericana?

Las tareas pendientes de la izquierda cubana le dan un derecho legítimo a existir, en cualquier fórmula que se pueda seguir en el futuro político de la Isla.

La crisis de la izquierda no es política, es moral. El desprestigio de los ideales de izquierda, el hecho de que los cubanos identifiquen como "muela" cualquier tema en torno a la cooperación y la ayuda al prójimo, se debe a que la misma izquierda ha portado hipócritamente esos valores que también ha monopolizado.

Los 'aristocastros'

Mientras critica al capitalismo y promueve una solidaridad con los pobres del mundo, se entrega a prácticas orgiásticas y consumos desenfrenados, incluso en el marco del más rancio imperialismo. Una izquierda que se respete a sí misma debe ser por esta razón "anti-izquierdista". Debe desmarcarse de esos hábitos que le han ganado el calificativo de red set, "aristocastros", "izquierda caviar". Es deber de ella entonar un réquiem por esos hipócritas y "dulces juergueros cubanos" que pululan en sus filas.

No hay más que ver el filme Notre Musique, de J. L. Godard, para desilusionarse de la izquierda tradicional. La irreverencia con pretensión cortesana, esa juventud de pellejo caído, es una porción teratológica de la creación. Esos viejos incongruentes ya son estéticamente feos, aun cuando sean monacalmente necesarios. Como muestra esta cinta, el comunismo no es ni siquiera erróneo: es tedioso.

Según cree el ideólogo estetizador, la utopía comunista habría tenido un último reducto para realizarse: dos tiempos de 45 minutos, un partido de fútbol en el Wembley Stadium, donde el Honved de Budapest venció a unos ingleses individualistas, gracias a haber jugado con más solidaridad colectiva. Continuando con esa metáfora, el DT debió haber sido algo así como el secretario general del equipo, y sus auxiliares la policía.

Por supuesto, también queda abierta otra opción: "la derecha antiderechista". Y es cierto, el capitalismo de hoy está replanteando sus relaciones de una forma bastante peligrosa, incluso para el propio capitalismo. Se ha distanciado demasiado de ese espíritu cooperativo que latía en la escritura constitucional de la época fundacional.

Las aseguradoras, por ejemplo, parecen despojadas de esa suerte de filantropía con que nacieron como empresas. Y las grandes compañías despiden no sólo gravando la economía de sus empleados, sino olvidando que con el despido también se lesiona el honor del trabajador prescindible.

De cualquier modo, ni la derecha ni la izquierda per se están responsabilizadas con los destinos individuales. La suerte no tiene contornos ideológicos definidos. El escritor o pintor que cree que no tuvo éxito en 2005, porque defiende ideas de derecha y las galerías y editoriales suelen estar colmadas de gente de izquierda, debe saber que su propio argumento es de izquierda. Ninguna fuerza supra-individual estaría responsabilizada con la suerte de cada cual. Ningún gobierno. Ningún partido. Los argumentos deben ser centrípetos, no centrífugos.

En Emerson, en Thoreau, en José Martí está vivo ese espíritu de self-reliance que presidió la fundación de la sociedad natural. Este nuevo año puede ser también otro chance para prosperar en el vencimiento de esas vertiginosas paradojas.

© cubaencuentro

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