Leyendo la prensa

El origen de la tragedia

Sucesión, transición, constitucionalidad. Las aristas del debate mediático sobre la enfermedad de Castro.

En Antifidelismo y anticastrismo, el filósofo Emilio Ichikawa examinó la reacción dionisiaca del exilio miamense frente a la Proclama del Comandante en Jefe al Pueblo de Cuba (julio 31, 2006, 6:22 p.m.): "poner música, bailar, prender tabacos, descorchar botellas de champaña y plantar el dominó".

A contrapelo de la última encuesta sociológica y sus comentaristas (véase El Nuevo Herald, marzo 9, 2006), esta celebración desvinculada de lo trágico demostró no sólo que "la comunidad cubana de Miami conserva la sensibilidad por el tema político, [sino también] que la juventud fue el eje mayoritario de las manifestaciones".

Al menos desde Nietzsche suele abordarse tanto aquel lado dionisiaco, donde predomina la embriaguez emotiva, como el lado apolíneo de la realidad, donde la reflexión debe campear por sus respetos. Y aquí parece confirmarse la tesis nietzscheana de que "en todos los lugares donde penetró lo dionisiaco quedó abolido y aniquilado lo apolíneo".

Humano, demasiado humano

El espíritu dionisiaco cundió entre las noticias y los análisis. La cobertura del reportero Rui Ferrera ( El Nuevo Herald) empezó con la imprecisión de que "Castro cede el poder" (agosto 2) y siguió con lugares comunes ("La salud de Castro [es] un secreto de Estado") o sensacionalistas ("Siguen desaparecidos Fidel y Raúl Castro").

Castro no ha cedido el poder ni cederá el poder mientras esté vivo. Sólo bajo la embriaguez dionisiaca se puede inferir de la Proclama que es cadáver o está a punto de serlo. La noticia fue, a lo sumo, que Castro ya podía morir.

Del lado reflexivo cabría esperar que la desbordante alegría en Miami se encauzara con fines políticos, pero la respuesta más ilustrativa entre cubanos vino de Jorge Mas Santos. Este líder de la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA) pidió a los militares dentro de la Isla que aprovecharan la coyuntura para instalar "un gobierno transitorio cívico-militar", evitar "el traspaso del poder de Fidel Castro a su hermano" y abrirse "hacia un Estado democrático" ( El Nuevo Herald, agosto 3). Al combate corred, bayameses, que la FNCA os contempla orgullosa.

La otra respuesta es el silencio de los trompeteros que el 17 de febrero de 2006 se congregaron en la sede de los Municipios de Cuba en el Exilio. Allí Antonio Calatayud (Congreso Nacional Cubano) abogó por "la acción directa y ayuda directa para alzar al país", mientras Antonio Esquivel (Movimiento de Recuperación Revolucionaria) auguraba que "no pasa de este año el fin de la tiranía". A lo mejor están engolfados ahora en operaciones encubiertas, pero entonces no se explicaría la fanfarria de febrero 17, que llegó al clímax con la arenga de Rodolfo Frómeta (Comandos F-4) contra Castro: "Hay que tumbarlo a bombazos".

Frómeta ejemplifica el dilema de la lucha armada contra Castro desde Estados Unidos. Ya confesó por qué se había infiltrado en Cuba (octubre 11, 1981) con antifaz de turista y propósitos subversivos: "Había comprendido que las operaciones emprendidas desde el exterior se malograban porque siempre un informante avisaba a Castro" ( Miami New Times, febrero 6, 2003). A las dos semanas comprendería que esto también ocurre dentro de la Isla: Frómeta fue detenido por la Seguridad del Estado (octubre 23, 1981) y condenado por un tribunal castrista.

Al regresar a Miami (abril 18, 1991) se olvidó de su prevención original contra "las operaciones emprendidas desde el exterior" y comenzó a preparar acciones armadas contra Castro. Aquí se tropezó con que, además de informantes de Castro, había otros (a veces los mismos) del Buró Federal de Investigaciones (FBI). Uno de ellos, Raymon López, tendió la trampa de compraventa de un misil antiaéreo y otras armas. El 29 de septiembre de 1994, Frómeta fue condenado por un tribunal estadounidense.

Este dilema no conduce a un callejón sin salida: Castro ha logrado encontrarla. Un artículo del diario floridano Sun Sentinel (abril 6, 2003) sobre los entrenamientos de Comandos F-4 "con armas pesadas" y las amenazas de muerte proferidas por Frómeta contra Castro fue la única referencia del canciller Felipe Pérez Roque para invocar, en conferencia de prensa (abril 9), la invasión yanqui como justificación de la escalada represiva contra opositores pacíficos y periodistas independientes, así como del fusilamiento de tres autores del secuestro incruento de la lancha Baraguá.

Genealogía de la moral

La agresión armada del Norte es la premisa de Castro para delegar sus funciones. Su Proclama puntualiza que ha tomado esta decisión porque "nuestro país se encuentra amenazado en circunstancias como esta por el gobierno de EE UU". Así Castro puede movilizar, sin necesidad de proclamarlo, al ejército y la policía, que por lo demás no tienen en sus cuarteles ni a un sargento llamado Batista ni posibilidad alguna de oír a Mas Santos entonando su peculiar estrofa del Himno de Bayamo.

La movilización militar se conjuga fácilmente con el temor y la desconfianza, inoculados por siempre mediante la infiltración de segurosos dentro de la oposición pacífica y el periodismo independiente, para conjurar cualesquiera revueltas.

Castro agita otra vez el trapo de la invasión americana, cuando no se ha visto un solo marine yanqui en zafarrancho de combate por Cayo Hueso y Washington se enreda cada vez más en el Medio Oriente, pero los cubanos dentro de la Isla no pueden saltar fuera de ese mundo alucinante. Aun el periodista independiente Ernesto Corría ( Nueva Prensa Cubana) pregunta desde Camagüey a sus colegas de Miami sobre los preparativos de la guerra contra Castro ( The New York Times, agosto 4, 2006).

Ahora el gran reportaje de la prensa estadounidense sería demostrar que el portavoz Tony Show dice la pura verdad cuando asegura que la Casa Blanca "no tiene absolutamente planes de invadir Cuba". Así se pondría al desnudo la doblez moral de la premisa enunciada por Castro en su Proclama, pero el espíritu dionisiaco es demasiado embriagante para que reporteros y columnistas irrumpan por este flanco apolíneo.

Si Antonio Jiménez-Castañeda reporta desde La Habana: "Cuba en estado de acuartelamiento" ( El Nuevo Herald, agosto 5), alguien en Miami debe tomar como punto de partida que Snow no sólo desechó el absurdo de la invasión yanqui, sino que previno contra el éxodo marítimo desde Cuba o la partida de flotillas desde la Florida.

Estas declaraciones pueden y deben interpretarse en el contexto actual de inactividad militar de Estados Unidos contra Castro, así como apoyarse en el antecedente de que, tras el fracaso de Girón (1961) y la solución a la Crisis de los Misiles (1962), sólo Castro ha preparado y desatado invasiones contra Estados Unidos: Camarioca (1965), Mariel (1980) y la llamada Crisis de los Balseros (1994).

Washington confirma que no tolerará otra invasión demográfica desde Cuba, pero al mismo tiempo advierte al exilio cubanoamericano que no dará márgenes para reeditar por mar la Marcha Verde (1975). Esta fue realizada exitosamente por los marroquíes a través del desierto para ocupar la colonia española de Sahara Occidental, aprovechando que el dictador Franco se encontraba enfermo de gravedad.

Sin posibilidad de Mariel a la inversa, ni ganas de poner el muerto, el exilio miamense prosigue en compás de espera, mientras "un periodista cubano consultado por El Nuevo Herald" informa que la gente allá continúa "esperando ver en público a su nuevo gobernante, Raúl Castro", cuando la reacción más natural sería que no quieran ni verlo.

Más allá del bien y del mal

De la Isla vino también un soplo de racionalidad. En "Delego con carácter provisional mis funciones" ( El Nuevo Herald, agosto 4), la periodista independiente Miriam Leiva explicó que esta letanía en la Proclama sólo indica que "Él está, pero no está, ni se sabe cuándo o si volverá, pero no deja de estar". Algo que ya se había adelantado en ¿Simulacro del 'hecho sucesorio'?: ni el reparto de las funciones de "impulsor principal" y tesorero de los programas de salud, educación y revolución energética, ni la delegación de las demás funciones en su hermano significan que Fidel Castro haya "cedido" el poder.

Así como el Buró Político del Partido Comunista de la Unión Soviética acudía al semicomatoso Stalin para descifrar sus gruñidos y transmitirlos como directivas políticas e instrucciones de gobierno, Raúl Castro y los demás continuarán guiándose por las señas del Comandante en Jefe desde su convalecencia.

El investigador Domingo Amuchástegui (Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos) juzga "sumamente improbable imaginar a Fidel Castro liderando una contracorriente de oposición a las iniciativas de su hermano en medio de estas circunstancias". Menos probable es que Raúl se oponga al "Papá de todos los cubanos", aun si estuviera (que no está) en su lecho de muerte.

Los límites se rebasan por quienes conciben a los mencionados en la Proclama (Raúl, Balaguer, Machado-Ventura, Lazo, Soberón, Lage y Pérez-Roque) como "gobierno provisional" (EFE, agosto 1) o "gabinete de crisis", que podría desembocar en "triunvirato o una dirección compartida, a no ser que Raúl dé un golpe de Estado" (Alejandro Armengol, agosto 2). Tal parece que Castro remplazó su probada maquinaria dictatorial (Partido, Estado y Gobierno) por otra distinta, en lugar de haber delegado ya sólo sus propias funciones por motivo de enfermedad.

Esta falsa apariencia trae su causa de la cubanología barata. Junto a nociones tradicionales (duros y blandos, radicales y reformistas) suelen manejarse criterios de identificación de fidelistas y raulistas para urdir estructuras de poder más allá del dato crucial apuntado por Haroldo Dilla: ninguna figura del régimen castrista tiene base propia, sino prestada por Castro y, por tanto, tan revocable desde arriba como volátil abajo. Al no encajar ahora los hechos dentro de las estructuras inventadas, entonces se ponen en duda o se procede a enmascararlos con juegos del lenguaje.

Ferreira cita a Brian Latell, ex director para Latinoamérica de la Agencia Central de Inteligencia (CIA): "Hay un acápite en la Constitución cubana que dice que cuando el primer secretario del Partido queda incapacitado para gobernar debe delegar el poder en el segundo secretario". Esta cita prende el espíritu dionisiaco, porque la Constitución (Gaceta Oficial Extraordinaria 3, enero 31 de 2006) no regula los cambios en el Partido único (que tiene sus propias reglas y estatutos), sino en el Estado totalitario.

La Constitución establece: "En caso de ausencia, enfermedad o muerte del Presidente del Consejo de Estado lo sustituye en sus funciones el Primer Vicepresidente" (Artículo 94). Esta regla entra en acción automáticamente con otra que instituye al jefe de Estado también como jefe de gobierno (Artículo 93).

Así quedan atrapadas en la embriaguez acotaciones al estilo de Andrés Reynaldo sobre la "dudosa constitucionalidad" de la Proclama ("Muerte de tirano", El Nuevo Herald, agosto 2), o de Juan Benemelis sobre un "cambio de mando temporal" donde la Asamblea Nacional y el Buró Político "brillan por su ausencia" (¿En vísperas del entierro oficial?).

Tania Quintero precisó ya que Raúl ha sustituido a su hermano cada vez que Fidel ha salido al exterior (Actor y tramoyista). Desde luego que aquellas sustituciones pasaron inadvertidas, mientras esta última tiene más salsita mediática, porque la enfermedad está más cerca de la muerte.

Desplazar el foco de atención

Así y todo, los expertos siguen desplazando el foco de atención. Carmelo Mesa-Lago (Universidad de Pittsburg) afirma que "la interrogante mayor es por qué Raúl no se ha dirigido al pueblo para calmarlo y asegurar que está en control". Aparte de que Raúl no tiene necesidad de calmar al pueblo, ni de asegurar que está al frente del país después de haberlo proclamado Fidel, Mesa-Lago se olvida de que volverse oportunamente invisible es condición primordial para sobrevivir en el ambiente político castrista.

También se dio mucho pábulo a que Castro podría estar muerto o absolutamente incapacitado. Ferrera aludió a "una carta que le fue atribuida" y usó comillas al informar que el presentador de la Mesa Redonda (televisión cubana) "había podido 'conversar' con el gobernante". Otro epicentro dionisiaco fue la "ausencia de Alarcón entre los escogidos".

Benemelis señaló la "notable ausencia [de esta] figura de la constitucionalidad", como si la presidencia de la Asamblea Nacional y el ejercicio de la diplomacia ante Estados Unidos no bastaran para Ricardo Alarcón, y no encontró explicación para "la ausencia de Almeida", que siempre ha estado ausente.

Armengol se desentendió de las nociones elementales sobre el Estado totalitario para soñar que con los sustitutos de Castro en los programas de salud, educación y revolución energética quedaba trazado "un primer esquema de la separación de las esferas de influencia entre Raúl y funcionarios de capacidad operativa".

Américo Martín se apeó con "El testamento de Fidel" ( El Nuevo Herald, agosto 5, 2006), preñado de confesiones propias: "Jamás imaginé que entre los cesionarios del poder figurara Ventura Machado (sic), debo creer que aquel fue puesto por Raúl, de quien es mano derecha. Ventura no goza de popularidad en ninguna instancia. Más sorprendente es que nadie pareció acordarse de Ricardo Alarcón".

Ernesto Betancourt siguió por el declive de que "Alarcón quedó fuera de la distribución de poderes" y "Raúl ha hecho mutis". Así desembocó en que "la cesión de poder de Fidel a Raúl es una manera desesperada para asegurar la continuidad de su régimen". No llegó adonde Mas Santos, sino que propuso: "Ante el desmerengamiento, hablemos con los militares" ( El Nuevo Herald, agosto 5, 2006).

El crepúsculo de los ídolos

Todo parece indicar que los militares en Cuba están movilizados y Castro ha delegado sus funciones de manera forzada, pero sin desespero alguno, abroquelándose con el socorrido escudo de la amenaza yanqui. Todas las figuras supuestamente omitidas permanecen en sus cargos y así continúan funcionando los aparatos del Partido (Buró Político, Secretariado y Comité Central) y la maquinaria estatal, en especial, los consejos de Estado y de Ministros.

La Proclama es casi superflua en cuanto a Raúl (quien por reglas de acción inmediata sucede a su hermano en las jefaturas de Estado y Gobierno, así como en el mando del Partido y las Fuerzas Armadas). Por consiguiente, el examen se reduce a las piezas de recambio en los llamados programas de salud, educación y revolución energética.

Tampoco aquí hay mucho que ponderar. Como aclaró Carlos Alberto Montaner, "esa gente no tiene ningún peso dentro de la estructura de poder. [Son] burócratas que tienen la autoridad que les confieren Fidel y Raúl" ( Diario Exterior de España, agosto 3).

Para el programa de salud, Castro escogió al ministro del ramo, José Ramón Balaguer. No lo hizo para el programa de educación, porque es más bien de adoctrinamiento ideológico y conviene ponerlo sosegadamente bajo la dirección del Partido, que está representado por el tándem de José Ramón Machado-Ventura y Esteban Lazo. El único programa de índole económica estricta se encomendó a Carlos Lage, quien ha llevado habitualmente esas riendas, así como los cheques al buró de Castro para la firma.

Es lógico que ahora Lage firme los cheques junto con Francisco Soberón (Banco Central de Cuba) y el canciller Felipe Pérez Roque. Este último aparece ahí porque los tres programas antemencionados se transfiguran hacia el exterior como las tres propuestas cardinales de Castro a la XVI Cumbre del Movimiento de Países No Alineados (NOAL), prevista entre el 11 y el 16 de septiembre en La Habana: la campaña de alfabetización, la formación emergente de médicos y la revolución energética.

Nadie puede tragarse que Castro atine a resolver el complicado problema energético a escala tercermundista, pero sus intenciones quedan claras en las restantes ofertas: 1) "Nadie tendrá más médicos que nosotros. Los médicos del Tercer Mundo se están formando, y luego podemos ayudar a educar a los del Primero"; 2) "Enseñemos a leer y escribir a cientos de millones de seres humanos, y les aseguro que tendremos cientos de millones de luchadores capaces de cambiar el mundo".

Así pretende exhumar el cadáver de la Conferencia Tricontinental (1966) y proseguir la revolución mundial por otros medios. Al interponerse su nuevo "accidente de salud", Castro decidió sacarle ventajas tácticas, tal y como hizo cuando se enteró de que permanecía en Cuba el padre de un balserito rescatado en Miami tras haber fallecido la madre en el intento de cruzar el Estrecho de la Florida.

Tal y como hizo después de caer estrepitosamente en Santa Clara (octubre 20, 2004), Castro dio su propio parte médico y tomó "varias semanas de reposo" con la intención de estar en forma para la cumbre de los NOAL. De paso, aprovechó la oportunidad para ensayar "el hecho sucesorio". Todavía Benemelis duda si todo esto se trata de "un ensayo maquiavélico aprobado por Fidel [o] una estrategia de Raúl para ganar tiempo".

Según Adolfo Rivero-Caro ("Crónica de una sucesión anunciada", El Nuevo Herald, agosto 4, 2006), lo importante es "que el fundador de la revolución ya no está en el poder, ni lo va a estar durante varios meses. Independientemente de la voluntad de nadie, estamos en medio de una sucesión".

Este argumento huele a la definición leninista de materia y pretende pasar con marca registrada de objetividad, pero dista mucho de serla. Castro sigue en el poder, por detrás y por encima de las bambalinas jurídicas. Lo que nadie puede saber es cuándo dará la orden de ¡posición anterior! en esa revolución que fundó como se manda un campamento.

Lo único realmente claro

Sólo está claro que por algo serio decidió diferir la celebración de su cumpleaños del 13 de agosto al 2 de diciembre y dejar en suspenso su participación en la Cumbre de los NOAL. Es plausible que a la postre reaparezca en ella y, entre otras cosas de mayor importancia, dé otra prueba de pronta recuperación, se ría de las expresiones jubilosas en Miami y ridiculice no tanto los dictámenes médicos a distancia como las coberturas de prensa y las opiniones de los expertos.

Uno de los pocos que podría salvarse de las burlas castristas sería el catedrático Jean Monnet y el director del Centro de la Unión Europea (Universidad de Miami), Joaquín Roy, por haber instado a que Bush aprovechara "una extensión más allá de lo urgentemente razonable de la suplencia de Castro, para retar a Raúl con una oferta espectacular: el levantamiento incondicionado del embargo".

Semejante instancia es otro avatar de Una broma colosal, que Castro viene jugando en el sentido de abrogar la Ley de Ajuste Cubano (1966). Roy acaba de hacer el mismo chiste con la Ley para la Libertad y la Solidaridad Democrática Cubanas (1996).

El presidente norteamericano no puede montar el espectáculo solicitado por Roy en medio de la embriaguez dionisiaca, porque el embargo quedó establecido de manera apolínea como ley y sólo puede levantarse por el Congreso de Estados Unidos, bajo la condición ineludible de que se haya instaurado en Cuba un gobierno democrático.

Dice Nietzsche que la tragedia griega antigua consiguió representar de modo armónico lo apolíneo y lo dionisiaco. Acaso la tragedia cubana actual resida en lo contrario.

© cubaencuentro

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