Opinión

Detener la violencia

Reprimir o desertar: ¿Están a las puertas de tal disyuntiva los militares cubanos?

Las violaciones de derechos humanos no dejan de serlo porque se cometan de uno u otro lado de las cercas que rodean la Base Naval de Guantánamo.

Las palizas colectivas a presos maniatados, los lanzamientos de piedras e insultos contra viviendas habitadas no sólo por disidentes, sino también por familiares que incluyen a menudo mujeres embarazadas, niños y ancianos, las turbas lanzadas contra una mujer que es tirada del cabello, golpeada e insultada cuando se disponía a emprender el largo viaje para visitar al marido preso, son expresiones de una nueva espiral de violencia política, oficialmente sancionada por el Comandante en Jefe cubano.

"Las calles son de los revolucionarios", según el Partido Comunista de Cuba, y casi ya no es posible estar siquiera en la propia casa si se ha disentido públicamente de la política oficial.

Los que vociferan y lanzan piedras contra ventanas y puertas, han sido inculcados en la creencia de que, de imponerse políticamente la disidencia y la oposición, vendrían cambios que podrían afectarlos negativamente y que, eventualmente, algunos pudieran pasarle la factura por los abusos ya cometidos.

Temen a los que tienen el poder —y por ello les obedecen— y a quienes pudieran llegar a tenerlo. Están literalmente paralizados por el miedo y por ello llegan a actuar de manera cobarde.

Pero el mayor culpable es aquel que vistiendo grados de Comandante en Jefe —portando una pistola al cinto, y rodeado las veinticuatro horas del día por varios anillos de seguridad y tropas élite—, teme a esas mujeres y hombres desarmados, por lo que dispone su despiadado acoso, moviliza el odio, exige obediencia y decreta la impunidad.

Rehenes eternos

El envejecido Comandante preferiría que, a su cada vez más cercana e inevitable muerte, todo civil o militar cubano tuviese sobre su conciencia un abuso, una arbitrariedad o un crimen que lo hiciera cómplice definitivo de su régimen. Serían sus rehenes eternos.

Pero sucede que, para su angustia, las Damas de Blanco portan flores y contestan los insultos con cantos de paz. Los grupos disidentes y de oposición en Cuba, y una creciente mayoría de las organizaciones del exilio, ofrecen un diálogo para el cambio, no violento y pactado, con amnistía general y reconciliación nacional.

¡Qué coraje se necesita para no responder el odio con odio, para no alimentar aspiraciones de venganza por las patadas, los escupitajos, las piedras y heces lanzadas contra el hogar, el ultraje a los familiares, el acoso y humillación de los hijos en las escuelas, el maltrato al esposo preso! ¡Qué valor es necesario reunir para contener el odio ante la cobardía de quienes se sienten amparados para dispensar abusos!

Los que abrazaron la causa de la Revolución Cubana —así, con mayúsculas—, en defensa de altos ideales de sensibilidad y solidaridad humana, son ahora movilizados a pisotearlos, junto a su sentido de decencia, por aquellas mismas instituciones a las que juraron lealtad.

Cada vez estamos más cerca del instante en que el militante comunista y el militar cubanos se vean definitivamente en la disyuntiva de escoger entre dos traiciones posibles: a los ideales que inspiraron su adhesión inicial a la causa revolucionaria, o a las instituciones a las que juraron lealtad, en la creencia de que serían herramientas para la solidaridad humana, y hoy les ordenan arremeter contra ella.

Cuando en nombre del Partido se ordena dispensar cabillazos —o disparar, llegado el caso— contra ciudadanos que sólo han expresado una opinión divergente, hay que escoger cuál es la "traición" decente y la lealtad indecente. Después de todo, ¿es realmente posible "traicionar" la traición?

La Habana no es Tiananmen

El 5 de agosto de 1994 no se llegó a disparar contra los miles de manifestantes que avanzaban protestando por el Malecón habanero. Pero en el Parque Martí, del barrio del Vedado, estaban acantonadas unidades militares, el Malecón estaba allí bloqueado por una ametralladora pesada, montada sobre un jeep descapotado al costado del monumento a Calixto García, y francotiradores de tropas élite tomaron azoteas claves en varios edificios públicos de la zona de la Habana Vieja.

En 1994, el Comandante en Jefe no creyó necesario dar la orden de disparar, pero sin lugar a dudas se preparaba para hacerlo. ¿La habrían cumplido los militares cubanos? Con la primera andanada de fusilería se habría abierto un cisma en la sociedad cubana. Es muy probable que también se hubiera facilitado el espacio a una intervención extranjera, unilateral o multilateral, cuya única responsabilidad caería sobre aquel que diera la orden de matar y aquellos que la obedecieran. Cuba no es China; La Habana no es Tiananmen.

La violencia puede y debe pararse ahora, antes de que el diálogo lo hagan las balas y los cambios se produzcan finalmente, pero entonces acompañados de rencores y venganzas.

Todo cubano tiene hoy el deber ético de no cooperar con la violencia, sea cuales sean sus creencias y afinidades ideológicas. Y los cubanos que vivimos fuera del país que nos vio nacer, tenemos el ineludible deber de hacernos escuchar por todos aquellos que creen que la indiferencia no es opción y que los derechos humanos son universales y no sólo para quienes comparten sus ideas.

Quien hoy no contribuya a detener la violencia que ya se viene desatando, será su cómplice moral cuando tenga mañana que enfrentar a sus víctimas. Y seguramente las habrá de ambos lados, si a ella no se impone el diálogo. Cuba no merece esa tragedia.

© cubaencuentro

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