Béisbol: Clásico Mundial

Impotencias y culpas

Si los peloteros cubanos han destrozado el mito de las Grandes Ligas, ¿por qué ninguno de los llegados últimamente a EE UU es siquiera fijo en equipos débiles?

Las ocho caras del diario Granma no circulan los domingos, pero para sus editores no era posible esperar hasta el lunes para publicar la noticia.

"Quedó demostrado sobre el terreno que el béisbol cubano, el de la Cuba revolucionaria, el único no rentado en este torneo, tiene calidad por arrobas. Ha ratificado ante las millonarias estrellas de las Grandes Ligas y en el mismo escenario de juego de esa pelota, que sus títulos mundiales y olímpicos no se deben a los pobres desempeños de los contrarios, sino a la indiscutible clase de nuestros peloteros. Esa es la gran verdad de este Clásico Mundial".

Hasta el autor de la triunfal nota sabe que, más que verdades, el Clásico Mundial estuvo lleno de mentiras. Pero los lectores de Granma desconocen eso y es para ellos a quien está dirigida esa frase y cada uno de los eufemismos que en él se publican. Es verdad que el Clásico ha tenido un éxito inesperado hasta para sus propios organizadores, pero es mentira que los verdaderos favoritos (República Dominicana y Estados Unidos) estuvieron representados por sus mejores hombres en cada posición. De haber sido así, aun con la pésima condición física en que se presentaron la inmensa mayoría de ellos, la victoria cubana ante República Dominicana no habría sido probable.

En el juego del domingo, los maderos de Manny Ramírez y Vladimir Guerrero y los lanzamientos de Pedro Martínez y Francisco Cordero hubieran podido cambiar el curso de los acontecimientos. Los dos primeros jugadores, lo más temibles de una verdadera alineación dominicana, prefirieron mantenerse al margen del certamen y defraudar a sus apasionados seguidores. Esa sí es la gran verdad del Clásico Mundial: el enorme contraste que hubo entre el fervor de los aficionados y la apatía de muchas luminarias, que prefirieron cumplir sus compromisos en los campos de entrenamiento y no arriesgar ni un músculo por sus patrias.

Pero los lectores de Granma, que han estado eximidos del Big Show por más de cuarenta años (salvo quienes se precian de ciertas conexiones satelitales, subrepticias y clandestinas), no entenderán esa excusa y creerán por cuatro años más que en Cuba y en su recaída Serie Nacional se juega el mejor béisbol del mundo. "¡Ahora que nos traigan a la Maquinaria Roja!", dijo un anciano sin dientes ante las cámaras de una corresponsalía en La Habana.

Jugar con el corazón

La desafiante frase deja al descubierto el precio que han tenido que pagar los aficionados cubanos por cuatro décadas de ignominiosa censura en su deporte nacional. La última noticia que el anciano tuvo de las Grandes Ligas data de los tiempos dorados del Cincinnati. La mayoría de los cables y buena parte de los comentaristas deportivos coinciden ahora, después del resultado del juego entre Cuba y República Dominicana, que "a los cubanos sólo les faltan los millones".

Hasta cierto punto, eso es verdad. Todos los atletas cubanos de alto rendimiento practican deporte día por día; ninguno tiene otro empleo (o si los tienen, no los ejercitan, bajo la dispensa estatal de "licencia deportiva"). De manera que son profesionales cuya única diferencia con los de otros países es el patrimonio personal y las reprensiones que sufren cuando viajan al extranjero. Si los peloteros cubanos han destrozado el mito de las Grandes Ligas, ¿por qué ninguno de los que ha desertado en los últimos cinco años es regular ni siquiera en equipos sumamente débiles como Tampa Bay?

El verdadero cuarto bate de ese equipo Cuba, el más grande prospecto de la Isla en la última década, Kendry Morales, sigue siendo eso, una gran promesa que no acaba de cuajar. Su desempeño en las Estrellas Orientales prueba lo que digo. Ningún bateador cubano ha logrado sentar cátedra en las Grandes Ligas en los últimos treinta años y los desertores de primerísima línea pasan de la docena. No es lo mismo un juego contra un equipo muy lejos de su forma deportiva y con escasa compenetración, que más de ciento sesenta, noche tras noche, llueva o ventee.

Al finalizar el juego contra República Dominicana, el receptor cubano Ariel Pestano hizo unas breves declaraciones a ESPN. Feliz por la victoria, pero con muchísima humildad, Pestano agradeció el trato que había recibido su equipo de los jugadores dominicanos y subrayó cuánto admiraba a muchas de las figuras que conformaron, a pesar de la derrota, una de las mejores alineaciones de todos los tiempos.

Los peloteros cubanos estaban virtualmente secuestrados por sus custodios (no se les permitía tener teléfonos ni televisores en las habitaciones y no podían disfrutar, como los otros equipos, de la gran fiesta que fue el Clásico); pero a pesar de toda la presión de que fueron objeto, dejaron el alma en el terreno. No muchos de los que componen ese equipo Cuba tienen la calidad suficiente como para integrar una novena de Grandes Ligas, mas todos jugaron con el corazón, y esa cifra, aunque no va a las estadísticas, decide los partidos a la postre.

Novecientas treinta y siete palabras no alcanzan para justificar un mal pronóstico. Por ello pido prestado a Guillermo Cabrera Infante uno de sus títulos más ingeniosos y el que mejor define algunas de nuestras impotencias y culpas: Mea Cuba. Los que esperábamos un aleccionador torneo contra el triunfalismo de una dictadura, tendremos que esperar cuatro años más. Aunque, en honor a la verdad, para ese entonces preferiría estar deseando la victoria cubana con toda tranquilidad.

Ojalá que Cuba sea el campeón del Clásico Mundial 2010. Ojalá que gane un equipo verdaderamente superior, con jugadores que también formen parte de los rosters de Grandes Ligas y con la paz de que el diario Granma no viva para contarlo.

© cubaencuentro

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