Música

Otras huellas

Paradoja: La dificultad de hallar un buen libro sobre música en Cuba.

En Cuba sigue siendo difícil encontrar libros sobre música. Es una verdad como una piedra que a la muy singular riqueza de nuestros ritmos, no podemos unir, lamentablemente, una paralela y necesaria cuantía bibliográfica.

Dentro de la Isla, continúa siendo escaso el respaldo en libros y textos diversos, más allá del alcance de algunas revistas y publicaciones periódicas, a ese movimiento incesante y profundo, reconocido en cada continente, que es la sabia de tantos géneros, bailables o no, y la perdurabilidad de sus renovadas influencias.

Como sucede con lo escaso, cuando aparece algún volumen rápidamente se agota y entonces son las reediciones o reimpresiones las que no llegan nunca. Esto conforma un panorama bastante arduo no sólo para investigadores o estudiosos, sino para los propios lectores, atenazados entre la ineficacia estatal para responder a la demanda y el nulo acceso a los mercados extranjeros y circuitos internacionales de distribución musical y bibliográfica.

Si nos atenemos a la estricta verdad, no son pocos los estudiosos, biógrafos, investigadores y ensayistas que dentro de la Isla intentan dejar alguna huella en este terreno, algunos incluso trabajando desde ciudades y localidades del interior (Santa Clara, Camagüey, Santiago de Cuba, Matanzas…), pero muchas veces sus esfuerzos no hallan el necesario apoyo para acceder a imprescindibles materiales de archivo dentro y fuera de Cuba, ni para publicar y promover sus textos.

Casos aislados

En los últimos tres años, pueden citarse algunos casos aislados de aciertos editoriales en este terreno. Uno de ellos fue reseñado oportunamente en la revista Encuentro de la Cultura Cubana (número 37/38) por el musicólogo Cristóbal Díaz Ayala. Se trata del libro Con música, textos y presencia de mujer, de Alicia Valdés, publicado por Ediciones Unión en 2005. Según se refiere en una de sus páginas, este volumen fue premiado en el año 2000 en el Concurso de Musicología de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Las razones por las que su autora debió esperar tanto para verlo en circulación no aparecen por ningún lado, aunque la autora asegura haber trabajado en él hasta 2002.

Díaz Ayala no duda en calificar este libro de excepcional. Y lo es por muchas razones. En primer orden, por ser un ejercicio casi modélico de apertura e inclusión, en un campo en el que desde todo punto de vista persisten tantas exclusiones y omisiones. Discografías, medios de comunicación, archivos fonográficos, diccionarios, censos y mapas culturales se han dado a la tarea de borrar a todo aquel que huela a exilio, disidencia, emigración o sencillamente crea necesario un cambio en su país.

Sin embargo, aquí aparecen ¡al fin juntas! (al menos en el papel) Esther Borja y Zoraida Marrero, Celeste Mendoza y Celia Cruz, Lucrecia y Olga Guillot, Freddy y María Teresa Vera, Marta Strada y La Lupe, Celina González y Albita Rodríguez. Ningún comentario denigra a las exiliadas y eso es digno de señalarse hoy, cuando se vuelven a vivir esos cruentos momentos ya conocidos por los cubanos en los que la impunidad del régimen campea sin dar cuentas a nadie por nada.

Dentro de los estudios de género, una especialidad de la autora, el volumen también destaca en un terreno en el que, al menos en la literatura, se ha avanzado mucho dentro de la Isla, no así en la música. Hay profusión de datos en torno al papel de la mujer en la historia de la música cubana, desde el siglo XIX hasta nuestros días. Valdés buceó en censos y sus indagaciones no quedaron circunscritas a La Habana. Incluso se arriesgó a recoger los nombres de extranjeras que en algún momento trabajaron en Cuba.

El desacierto mayor de este libro está en toda su primera parte, que cubre más de 60 páginas iniciales antes de llegar a lo que de verdad va a despertar el interés mayoritario de los lectores, las fichas de casi 400 cantantes, compositoras, instrumentistas, pedagogas y musicólogas.

¿Por qué comenzar el libro atiborrando al lector con 9 anexos y medio centenar de tablas numéricas, si ello pudo ubicarse sin ningún problema al final para ser consultados por quien lo desee? Ello parece obedecer menos a una sed perentoria de datos inéditos que a una falsa jerarquización. ¿Qué era lo más importante para la autora, las fichas o el saldo numérico?

Al margen de esto, el libro aúna lo necesario y cubre un vacío. Las fichas son bastante completas al aportar fotos, discografía y bibliografía en la mayoría de los casos, aunque brillen por su ausencia las referencias a la discografía de, por ejemplo, Celia Cruz.

El caso Leonardo Acosta

El escritor que con mayor sistematicidad ha entregado a la imprenta libros sobre diversos fenómenos de la música es el habanero Leonardo Acosta. Conocido músico que llegó a integrar el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC en los años setenta, su labor investigativa ha sido muy pródiga y hoy es difícil no contar con su voz autorizada en varios senderos del devenir musical en la Isla.

Polémico siempre, Acosta es lo inquietante hecho persona. Publicó un libro de poemas y otro de cuentos, toca el saxofón, ama el jazz y recientemente un libro suyo sobre la obra de Alejo Carpentier fue premiado por la Academia Cubana de la Lengua como la mejor aproximación al autor de Los pasos perdidos en los últimos años.

En 2004, Acosta puso en circulación el volumen Otra visión de la música popular cubana, por la Editorial Letras Cubanas, y obtuvo el Premio de la Crítica. Allí son repasados con tintes críticos varios sucesos y fenómenos relacionados con diversos géneros cubanos y su interrelación con otras zonas cercanas del mundo, como Estados Unidos y Puerto Rico, si bien debemos decir que la mayoría de estos ensayos y artículos habían sido recogidos anteriormente en revistas, selecciones y eventos teóricos.

Acosta desea salirse de lo trillado. Es una obsesión suya. Dejando de lado cierto sabor anecdótico que colma las páginas de sus dos volúmenes sobre el jazz en Cuba ( Descarga cubana: el jazz en Cuba, 1900-1950 y Descarga número dos, 1950-2000, ambos por Ediciones Unión), en este libro sus flechas hacen diana polémica en los complejos del son y la rumba, en ocasiones muy mal tratados o considerados acríticamente como el origen de casi todo en la música cubana. Llama a transgredir conceptos que son tenidos por inamovibles en el difuso escenario de los géneros musicales y su crecimiento en el tiempo.

Dice no creer en lo nuevo o lo experimental puro, musicalmente hablando, si sabemos la riqueza ancestral de tradiciones que no han terminado su ciclo vital de influencias. Innovación y tradición para él conforman un proceso orgánico, cuyo papel es esencial para impugnar determinadas teorías relacionadas con la salsa, la fusión, las claves, el bolero, el jazz y la creación del mambo y el chachachá.

En tan magro panorama bibliográfico sobre nuestra música dentro de la Isla, estos dos volúmenes aquí reseñados vienen a ser excepciones cuando deberían ser norma, en nación rítmicamente tan plural. Ojalá este lado iluminado de la luna donde habitan ambas propuestas pueda mostrar pronto otras huellas de la labor denodada de músicos e investigadores.

© cubaencuentro

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