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En clave de farsa

La comedia política en una isla arruinada por la guerra, gobernada por Estados Unidos y plena de ilusiones nacionalistas.

Arriba con el himno nos transporta a la Cuba de 1900, una isla arruinada por la guerra, gobernada por Estados Unidos y plena de ilusiones nacionalistas. En esa obra, que entonces tuvo gran éxito, Ignacio Sarachaga, acaso el mayor autor de nuestro teatro bufo, presenta en clave de farsa la actualidad del país intervenido, cuyo dilema da nombre a uno de los más conocidos folletos políticos de la época: Cuba Libre. Anexión o independencia.

Francisco Figueras, autor de este último, era acaso uno de "los que hablaban horrores del pueblo cubano sin conocerlo", contra los cuales Sarachaga esgrimía un discurso nacionalista que oponía a la propuesta extranjerizante de la anexión, la cubanía del danzón, vencedor del two step norteamericano en curioso contrapunteo:

"Ese baile insustancial, / —esto es público y notorio— / es más digno de un velorio / que de un centro mundanal. / A más de ser un horror / nuestro patriotismo hiere: / ¡que lo baile si es que quiere, / el gobierno interventor! / Porque el cubano que alcanza / nuestro futuro a mirar, / ¡tan sólo debe de optar / por nuestra cubana danza! / Mientras exista el danzón / y en nuestras orquestas gima, / ¡no habrá quien nos eche encima / el peso de la anexión! / ¡Fuera el baile americano! / ¡Y arriba nuestro danzón!".

Arriba con el himno es una suerte de gran teatro del mundillo habanero de la época. Allí desfilan y discuten los barrios de la capital, los periódicos, los nuevos partidos políticos, los teatros, así como un orador demagógico, un gallego cubanizado y otros tipos representativos. Y en medio de todo, aparece una palabra que definirá en gran medida la época que vendrá: choteo.

En graciosa parodia de la célebre Canción a las ruinas de Itálica, de Rodrigo Caro, el barrio de San Isidro le dice al yanqui bueno, interesado en conocer las cosas de Cuba: "Este, mister, ¡oh dolor!, que ves ahora barrio de la maldad, sucio y choteado, fue allá en un tiempo el barrio más famoso". Quien ha choteado al barrio de San Isidro y a las quintas coloniales es la historia; una historia que se revela como ruina y catástrofe.

Y la otra más conocida acepción del choteo, como mofa y burla, aparece más adelante, cuando un personaje denominado "el reconcentrado" sube a escena para recitar: "No os podréis burlar de mí / vosotros a quien (sic) choteé / porque pronto volveré / a chotearos porque sí". La palabra chotear era en 1900 parte del léxico popular cubano. Luego sería vista como la clave de una defectuosa psicología colectiva y de una fracasada experiencia nacional.

"Busco el desenlace de la comedia política que se está representando en mi país", dice uno de los personajes, obvio álter ego del autor. Pero Sarachaga murió en el propio 1900, sin ver este desenlace, que no fue ni una franca anexión ni una franca independencia, sino la constitución de una República mediatizada por la Enmienda Platt. Al acabar, pues, la comedia política de la Intervención, vendría una República en la que la política, convertida en "sport" e industria nacional, se reveló pronto como otra comedia.

Y también en ese espejo de la frustración popular que fue el teatro "alhambresco" encontramos el choteo. En Las cosas de Cuba, de Guillermo Rodríguez Ankermann, el negro Pancho Cabulla, antiguo coronel en la Guerra del '95, que ahora, en 1915, se gana la vida como vendedor ambulante, exclama: "¡Cómo se chotea todo en Cuba, caballeros!", antes de afirmar, como Varona, que la República era "una continuación de la colonia".

© cubaencuentro

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