Literatura

Alabanza del poeta olvidado

¿Por qué es tan difícil para el lector contemporáneo acceder a la totalidad de la obra de Agustín Acosta?

Sería pedirles demasiado a las autoridades culturales del régimen que brinden aunque sea un minuto de recordación a la memoria de ese gran poeta cubano que fue Agustín Acosta en el aniversario 120 de su natalicio. Hoy, el autor de La zafra continúa siendo un perfecto olvidado para los lectores de la Isla, principales destinatarios de todo cuanto escribió.

A diferencia de sus contemporáneos Regino Boti y José Manuel Poveda, su obra ha sido escasamente estudiada y sus libros no se han reeditado. A diferencia de ellos también, Acosta tuvo una vida política mucho más activa durante la República, murió en el exilio de Miami y disfrutó de una longevidad no conocida por los otros dos. Aun así, el conjunto de la obra de este trío es considerado el principal aporte literario inmediato a la cultura de la Isla tras la muerte de José Martí y Julián del Casal.

Es absolutamente insoslayable su nombre en el decurso de las letras nacionales. Con varios poemas suyos abrió Juan Ramón Jiménez su importante antología de 1936. Mucho más tarde, los ensayistas Jorge Luis Arcos y Virgilio López Lemus lo incluyeron en sus estudios sobre poesía cubana. También el Diccionario de la literatura cubana (1980) y la Historia de la literatura cubana (2003) —este último con la profunda visión crítica del estudio que le dedica Enrique Saínz— refieren la nada modesta huella que Acosta ha dejado en nuestra cultura.

¿Por qué entonces es tan difícil para el lector contemporáneo acceder a la totalidad de su obra, si además no es tan vasta? Están creciendo muchas generaciones de cubanos a los que ni siquiera se les dice que existió Acosta. No se les menciona la obra de este gran poeta, no se recomienda la lectura de sus obras.

Ese olvido sin duda es coherente con la fractura cultural impuesta tras la llegada al poder de Fidel Castro en 1959, práctica que en el caso de Acosta cobró al parecer matices de espanto, si juzgamos el largo período de silencio que vivió desde ese año hasta su definitiva salida al extranjero en 1973. Nunca ha habido nada para quienes tomen el camino del exilio o la diferencia/disidencia/oposición al régimen cubano, donde quiera que vivamos. Al parecer tampoco habrá nada mientras continúe el actual estado de cosas.

Apenas dos breves volúmenes publicó Acosta en ese período, ambos de manera casi clandestina y aprovechando los mínimos resquicios que a la libertad de imprenta dejaba el naciente gobierno. Según refiere el mencionado Diccionario de la literatura cubana, en 1959 vio la luz su ensayo En torno a la poesía de Manuel Gutiérrez Nájera por el Instituto Municipal de Cultura de Marianao (La Habana) y cuatro años después su poemario Caminos de hierro por la editorial Ágora, sello que evidentemente no sobrevivió esa etapa. Para mayor desazón y sin motivos explícitos, Pablo Le Riverend no lo incluyó en su muy irregular, aunque insoslayable, Diccionario biográfico de poeta cubanos en el exilio (1988).

Saldar una añeja deuda

Para ser justos, debe decirse que ese vacío ha comenzado a ser atendido por una editorial de las llamadas "de provincias". Se trata del volumen Agustín Acosta. Última poesía, publicado en rústica el pasado año por Ediciones Matanzas, la tierra natal del escritor. El libro recopila parte de la obra escrita o editada en el exilio, menos conocida aún por los lectores, tomando como base los cuadernos Trigo de luna y El apóstol y su isla, que aparecieron en el exterior gracias a ediciones artesanales casi simbólicas y sin fecha.

Habría que hacer un breve paréntesis para encomiar la labor poco reconocida de estos muy modestos sellos territoriales, que en ocasiones se arriesgan a poner en circulación libros que jamás integrarían los muy desiguales catálogos de las editoriales nacionales. Además del de Acosta, en Matanzas se realizó una antología de la obra del poeta Luis Marimón, fallecido en Estados Unidos, y otros sellos provinciales (Villa Clara, Pinar del Río y Holguín) han asumido proyectos relacionados con la obra de escritores exiliados.

Claro, al publicarse en el interior estos libros alcanzan tiradas muy limitadas y apenas llegan a distribuirse, pero ya existen, tienen cuerpo y participan con toda su carga de libertad del singular momento que se vive aquí dentro.

Este volumen de poemas de Acosta lleva al reencuentro con un poeta de sólida percepción de su realidad, fiel a su estirpe de escritor dialogante con su tiempo, que luego de cruzar las aguas, vio resurgir entrecortada aquella ancestral voz denunciante de Las carretas en la noche o la claridad y el humanismo de La piedra desnuda, Ex libris o El oscuro combate, entre otros poemas.

En muchas de estas páginas fechadas en los años setenta, los últimos del escritor, reaparece el oficioso sonetista ( A un Adán, Único mar…), estrofas que valdría repasar por estos tiempos en los que parecen ponerse de moda otra vez los modos clásicos del verso. Y también el ser angustiado ante la distancia y la pérdida de aquello que daba sentido a su escritura: "No soy sino un viajero cansado. El alba es dura / y apoyo mi cabeza sobre la piedra dura. / Me ensombreció la noche del camino. Sentado, / como un mendigo, espero la imprevista limosna. / Mimético, entre sombras, no me sospecha nadie".

Quién podría adivinar que estos versos pertenecen al mismo autor de Los camellos distantes, cuya obra le valió el polémico título de "Poeta Nacional de Cuba", conferido por el Congreso de la República en 1955, cuando ya Acosta se había retirado de la política para dedicarse a las letras.

Cuánto quisiera el cubano sin dobleces, amante de esas cálidas transparencias que sólo la poesía propicia, que versos tan sinceros sean conocidos y difundidos a una escala mayor. Felices entonces los otros "normales" que puedan acceder a las últimas e íntimas páginas de un gran poeta de cualquier época como sin dudas fue Agustín Acosta.

© cubaencuentro

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