Tuve la fortuna de verla bailar en La Habana y en “nuestra” Matanzas querida —los dos somos yumurinos—, ciudad donde fue profeta en su tierra cuando debutó con gran éxito en Giselle; en la antológica función de “las todas” por el 150 aniversario del estreno parisino de ese ballet —en la cual fue una de las dos wilis solistas del segundo acto—, y todavía conservo un video de su brillante debut en El lago de los cisnes, pero cuando todo auguraba que Aydmara Cabrera iba a ser otra leyenda más del ballet cubano, desapareció de los escenarios de la Isla, y su destino se convirtió en un misterio para sus admiradores.

Hoy la tenemos aquí, para que nos cuente sobre su vida, sus sueños, y las razones de su “desaparición”:

Aydmara, ¿por qué “desapareciste” de la escena del Gran Teatro de La Habana, y por qué no habíamos oído hablar de ti en Estados Unidos hasta ahora?

Aydmara Cabrera (AC): Durante los dos años que residí en Miami tuve la oportunidad de trabajar con José Ramón Forteza como productor general, así como con Rosario Suárez, en la fundación del Ballet Cubano de Miami; después el Ballet Hispánico de Nueva York me ofreció un contrato para bailar con esa compañía, en la cual permanecí hasta que la llegada de mis hijas Gabrielle y Sofía le puso una pausa a mi carrera.

¿A qué edad se produjo tu debut como protagonista en un gran ballet clásico?

AC: Tenía 15 años cuando bailé La Fille Mal Gardée por primera vez. Estaba en la Escuela Nacional de Ballet en La Habana, y tenía entonces el privilegio de ser alumna de la gran maestra Ramona de Sáa, una de las máximas responsables de la creación de buenos bailarines dentro de la Escuela Cubana de Ballet.

¿Con qué personaje del mundo de las puntas te identificas más?

AC: Si se refiere a los personajes de los grandes clásicos, es muy difícil para mí escoger con cuál me identifico más, porque disfruté muchísimo cada uno de los roles que interpreté; todo era importante, desde el momento en que salía la lista con los elencos, con quién bailaría, la fecha, los ensayos —que se convertían en funciones ya que el vínculo entre personajes, bailarines y maestros producía momentos tan sublimes como la puesta en escena en sí—; pero, aunque me es difícil escoger, repito, definitivamente dar vida, o mejor dicho, recibir vida a través de Giselle, Kitry, Odette y Odile, representan para mí una de las vivencias más lindas de mi vida.

¿Qué recuerdos guardas de Alicia Alonso, Alma Mater del ballet cubano?

AC: Alicia Alonso es una persona, una artista, una mujer de negocios, a la que admiro y respeto profundamente. Su legado artístico, respaldado por un carácter fuerte, perseverante, astuto e inteligente, hizo posible la creación de una compañía con un estilo de bailar que llegó al mundo de la danza para quedarse.

¿Qué significó para ti el haber bailado tu primer Giselle precisamente en el teatro Sauto de la ciudad de Matanzas?

AC: Nací y comencé mis estudios de Ballet en Matanzas, así que regresar a mis 22 años para bailar Giselle por primera vez en el teatro Sauto —ícono del arte en Cuba— fue una experiencia absolutamente extraordinaria que pude compartir con mis maestros, mi familia y con los amigos con los que crecí.

¿Con qué partenaire te has sentido más a gusto bailando?

AC: Una pregunta muy difícil de responder. Tuve la suerte de bailar con los mejores bailarines del Ballet Nacional de Cuba: José Manuel Carreño, Carlos Acosta, Lienz Chang, Jorge Vega, José Zamorano… Incluso, hasta con Jorge Esquivel cuando yo todavía estaba en la escuela, pero, definitivamente, guardo un espacio muy especial para la experiencia de despedir a Orlando Salgado en su última función de El lago de loscisnes. Su generosidad, su experiencia y su dulzura hicieron que lográramos una conexión tan especial que al final del Pasdedeux del segundo acto ni el público se atrevió a aplaudir de inmediato, para no romper la magia de lo que sucedía en el escenario.

¿Qué está haciendo Aymara Cabrera en la Florida, y cuáles son sus planes inmediatos y a largo plazo?

AC: Regresé a la Florida en el verano de 2010, con planes de explorar dónde debía abrir mi escuela de ballet, pero Marisela Alonso, bailarina y amiga mía desde el Ballet Nacional de Cuba ya se me había adelantado: hacía diez años que ella había fundado PROBALLET, y entonces me propuso unirme a la dirección de la escuela. Como respeto mucho su talento y su disciplina, acepté, y ahora estamos trabajando muchísimo para devolver todo lo aprendido, con muchos planes para la educación y el entrenamiento de nuestros estudiantes de ballet.

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