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Actualizado: 03/07/2024 11:40

Literatura-Política

Escarmentar por cabeza ajena

Entrevista a Judith Némethy, profesora de la Universidad de Nueva York, sobre el exilio húngaro en Argentina.

En la ya frecuente práctica cubana del totalitarismo comparado, va quedando como asignatura pendiente el estudio y comparación con otros exilios no menos extensos y complejos que el cubano.

Las sorprendentes similitudes, así como las inevitables diferencias, pueden ayudar a sobrellevar mejor la costumbre de escudriñarse el ombligo y evitar que nos sorprenda una y otra vez una historia que ya otros experimentaron décadas antes.

De ahí esta entrevista a Judith Némethy, directora del Programa de Lengua Española de la Universidad de Nueva York y autora del libro Mi libertad devino mi prisión. La historia de los exiliados húngaros en Argentina, 1948-1968. El volumen, publicado en húngaro en 2003, es el resultado de una investigación sobre la relativamente pequeña comunidad húngara exiliada en Argentina que, a pesar de no superar el número de 12.000 exiliados, llegó a desarrollar una intensa y fecunda actividad en diversos campos.

Se recogen en este libro, además de las diferentes manifestaciones culturales desarrolladas en las dos primeras décadas de exilio, la investigación de los archivos secretos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Hungría, que permitió a la autora reconstruir —al menos en parte— las estrategias del gobierno comunista para sabotear el desarrollo de esta comunidad.

Las similitudes con cualquier exilio son obvias: tensiones entre los propios exiliados, paranoia (justificada) ante posibles infiltraciones, diferentes estrategias para hacer frente al desarraigo del exilio o el siempre accidentado camino del regreso. No menos obvias son las conclusiones: el pasado de ellos es nuestro presente y su presente es —en la medida que aprendamos o no de sus experiencias— nuestro futuro.

¿Qué motivó su investigación sobre la comunidad exiliada húngara en Argentina?

Me aproximé al tema en primer lugar porque yo formé parte de esa comunidad. Mis padres se habían exiliado de Hungría, al final de la Segunda Guerra Mundial, escapándose del avance soviético y llegaron 4 años más tarde a Argentina, donde nos acogieron. Llegamos en 1948. Escribí este libro porque me permitía reconstruir la experiencia de lo que fue mi niñez. Del ambiente en el que crecí.

Traté de entender a ese grupo de húngaros que había vivido allí y que nos inculcó un fuerte sentido de la patria húngara. De ahí el título, tomado de los versos de un poeta exiliado —"y mi libertad devino mi prisión"—, porque la experiencia del exilio supuso una liberación al tiempo que estábamos presos de nuestra nostalgia por Hungría. Y me interesó cómo podía ser que esa comunidad, después de 50 años, todavía sobreviviera a pesar de no haber recibido más inmigrantes después de la revolución de 1956.

Al principio quería escribir básicamente sobre los libros que se editaron en esa época y sobre el teatro húngaro, porque mi madre había trabajado en una de esas pequeñas editoriales del exilio y también había colaborado con la gente de teatro. Cuando fui a Hungría, a presentar mi proyecto a los miembros del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Szeged, me encontré con que estos por suerte estaban interesados en estudiar la emigración húngara a Hispanoamérica.

Allí el jefe del departamento me empezó a hacer sugerencias que ensancharon mucho mi proyecto, como por ejemplo que investigara en la Biblioteca Nacional y en el archivo secreto del Ministerio de Relaciones Exteriores de Hungría. Y es curioso porque ese jefe de departamento, antes de la caída del comunismo, era el jefe del núcleo del Partido Comunista en la universidad y ahora era justamente él quien me ayudaba a convertir una investigación que en su origen era estrictamente cultural en algo mucho más complejo, en algo que también tenía un lado político más bien siniestro.

El tema de la identidad es una preocupación permanente en todo exilio y usted me ha hablado antes de la preocupación que tenían esos exiliados en transmitir el amor por Hungría y el concepto de patria. ¿Cómo se inculcaba en la práctica esa idea de patria?

Con las instituciones que se crearon. Estos exiliados eran todos gente de la clase media alta, con estudios universitarios, y a los dos años de haber llegado, ya había una gran cantidad de instituciones. Se creó el Centro Húngaro y dentro de éste se formó una Universidad Libre para los jóvenes que habían tenido que interrumpir los estudios y habían vivido durante años en campamentos de refugiados en Alemania y en Austria.

Esos mismos jóvenes pidieron que se buscaran formas de continuar sus estudios con los universitarios que había en el exilio. Esta universidad libre fue modelo para otros grupos de exiliados húngaros en otros países. Se reunían dos veces por semana, de noche, a pesar de las distancias que tenían que recorrer y del trabajo diario; se organizaron también ciclos de conferencias. Todo el mundo empezó a aportar lo que tenía.

Otra gran institución que funcionó en esa comunidad fue el teatro húngaro, porque de alguna manera los mejores actores de Hungría fueron a parar a Buenos Aires. Allí se organizó un grupo de teatro que luego de una escisión dio lugar a la creación de un segundo grupo. Este teatro húngaro sobrevivió durante muchos años e incluso ahora existe otro, aunque en este caso se trata de aficionados.

¿Entonces aquellos grupos eran profesionales?

Sí, porque eran actores famosísimos en Hungría. Incluso actualmente se sigue estudiando a muchos de ellos en Hungría, con especial interés en sus años de exilio. Otra institución que funcionó en aquella época fueron las editoriales. Los exiliados se habían ido sin nada, apenas con algunos libros. Así que a los dos años ya aparecieron las primeras publicaciones de libros clásicos húngaros, sobre todo la poesía, que es lo más valioso que tiene la literatura húngara. También se publicaron autores que los comunistas habían censurado y prohibido.

Buenos Aires se convirtió en el más importante centro de publicación de libros húngaros en el exilio. Desde allí se enviaban libros a otros centros de exiliados húngaros en otros países. Otras instituciones importantes fueron las educativas. Por una parte, un grupo de monjas húngaras creó un colegio pupilo para los hijos de los exiliados y además una escuela de fin de semana, el centro Zrínyi, que sobrevive hasta hoy y donde se aprende historia, geografía, literatura, música y, sobre todo, la lengua húngara. Otra institución determinante fue la del scoutismo. Y los fines de semana los jóvenes los pasaban entre una y otra institución y todavía lo hacen.

¿Qué diferencias encuentra entre sus puntos de vista sobre ese tema antes y después de realizar la investigación?

La investigación me hizo entender muchas cosas. Por una parte, comprender más a mis padres. Nosotros los jóvenes nos sentíamos muy húngaros, pero nos hacíamos preguntas como hasta qué punto uno es húngaro o es argentino, habiendo nacido allí o habiendo llegado de muy pequeño.

Pensábamos que nuestros padres eran un poco paranoicos cuando decían que con la gente de la embajada no se podía tratar y que estos estaban tratando de penetrarnos, destruirnos y de meter cizaña entre nosotros. Y bueno, esos temores de mis padres, esa paranoia, estaba totalmente justificada, según pude comprobar en mi investigación.

Por otra parte, me hizo abrirme los horizontes y conocer que existían otras comunidades húngaras en ese momento, y me hizo también entender un poco el pasado húngaro, la fuerza que tenían las diferencias sociales e ideológicas, incluso en el exilio. Y me hizo entender que si a los exiliados húngaros nos había tocado ser una especie de ciudadanos del mundo, puesto que estábamos dispersos por todas partes, a la larga eso era una fuerza y no una debilidad.

Me hizo entender que esa dispersión no nos debilita ni como personas ni como húngaros. El problema con los húngaros es que su identidad está muy ligada a su lengua, una lengua que por su número de hablantes tiene muy poco provecho, hablando en un sentido práctico. ¿Cómo se le hace entender a un niño o a un joven que debe aprender húngaro en Argentina cuando puede aprender inglés o francés, idiomas que le van a ser más útiles en el futuro? Para un húngaro la lengua lo es todo, justamente porque es tan inútil y sin embargo es tan importante.

Llama la atención de que a pesar del número relativamente escaso, la comunidad húngara en Argentina tuvo una intensísima actividad cultural. Me imagino que en parte se debería a su alto nivel cultural. ¿Hay otras razones?

Es que eran exiliados políticos con la idea de que tenían la obligación de hacerlo pensando en que en algún momento regresarían a su patria. Eso y la lucha contra el comunismo obviamente los unían a todos. Aun así había diferencias enormes. En realidad, no eran enormes, era más bien cuestiones de detalle pero que en aquel entonces parecían irreconciliables.

De esas diferencias querría que me hablara también. ¿Qué diferencias políticas o de otro tipo había en esa comunidad?

Había desde extrema derecha hasta centroizquierda. Había entre los húngaros de Argentina comunidades socialistas y hasta comunistas, pero no de esta emigración de 1948, sino de personas que habían emigrado antes y con los que no había contacto.

Antes de hacer esta investigación yo ni me había enterado de que existían. Eran grupos bastante fuertes, con diarios y buenos contactos con la embajada comunista. Volviendo a las tensiones entre los exiliados políticos, resulta que al terminar la guerra Hungría había pasado al control de los soviéticos y se llegaron a hacer elecciones controladas por los comunistas.

Las diferencias dentro de los exiliados de la postguerra eran entre quienes no reconocían ni siquiera el gobierno que salió de estas elecciones y los que todavía tenían esperanzas de que se pudiera llegar a algún entendimiento con éste. Para estos últimos el desencanto llegó en 1948, cuando los comunistas, quienes en las elecciones habían tenido sólo un 10% de los votos, tomaron el control completo del gobierno. Hoy en día podemos pensar que ambas tendencias podían haber colaborado más entre ellas, pero en esa época era bastante fuerte la división. Después vino la revolución anticomunista de 1956 y ya todos se unieron.

¿Qué incidencia tuvieron en esta comunidad los exiliados de 1956?

En realidad tuvieron muy poca, porque para ese entonces la situación económica de Argentina había empeorado mucho. En esa época muchos de los de la emigración de 1948 que habían pedido entrar en Estados Unidos empezaron a abandonar Argentina para venirse acá.

Los exiliados que llegaron a Argentina en 1956 eran en su mayoría obreros y no se mezclaron mucho con los que habían llegado antes. Hay que reconocer también que los exiliados de 1948 eran un poco snobs y clasistas y desconfiaban de los que venían del régimen comunista.

Su libro recoge, por primera vez, información de primera mano de los archivos secretos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Hungría. ¿Podría ilustrar sobre la estrategia que seguía el Ministerio y por tanto el gobierno con los exiliados?

Cuando empecé a investigar estos archivos descubrí la importancia que tenían para las autoridades húngaras las actividades de los exiliados. Me concentré en investigar sólo lo que tenía incidencia directamente en el mundo cultural, y aun así, en el Ministerio de Relaciones Exteriores encontré mucho material sobre nosotros.

Una de las cosas que más me llamó la atención fue la pobreza intelectual de la gente que manejaba el Ministerio de Relaciones Exteriores y la embajada en Buenos Aires en esos primeros años. Escribían muy mal y obviamente estaban muy acomplejados con los exiliados. Daban informes constantes de las actividades de los exiliados, mandaban copias de los diarios que publicaban, etcétera.

También noté que al menos al principio estaban muy desinformados. Se notaba que se habían enterado por vías muy oblicuas. Pero poco a poco fueron poniendo al frente de la embajada a personal mucho mejor preparado y culto e hicieron su labor de penetración de maneras muy interesantes.

Por ejemplo, un obrero se pudo infiltrar en la imprenta donde se imprimía el diario de los exiliados húngaros y ese hombre, con el diario ya en la imprenta, cambió algunos textos. Encontré una carta en los archivos del Ministerio en la que los funcionarios de la embajada se jactaban de lo hábil que había sido este hombre.

Otra manera de infiltrarse en los años sesenta fue a través de los clubes de los inmigrantes económicos que habían llegado antes que nosotros. A estos clubes les llegaban películas y libros de Hungría. Como sabían que los exiliados añoraban la cultura húngara, intentaban penetrar por ahí.

Tenían por ejemplo una revista con el título inocente Noticias de Hungría, llena de hermosas fotos y artículos optimistas sobre la situación del país y lo mucho que había prosperado la gente. Esa revista la enviaban gratis a todas partes. Los exiliados la llamaban El Diario de la Tentación, porque obviamente estaba hecha con la intención de debilitar la militancia de los exiliados en contra del gobierno comunista.

También organizaron festivales de cine, trajeron compañías de bailes folklóricos, etcétera. Por supuesto que nosotros sabíamos distinguir a los funcionarios que organizaban todo eso de los artistas que venían en esas delegaciones. A los artistas los veíamos como nuestros hermanos. Aunque a veces protestábamos contra las actividades organizadas por la embajada, para nosotros estaba claro que estos chicos no tenían la culpa, aunque fueran utilizados por el régimen con fines propagandísticos y económicos.

Cuando vino el ballet folklórico nos hicimos amigos de muchos de los bailarines. Los invitamos para seguir conversando, pero estos jóvenes no tenían permiso para hablar con los exiliados y eran vigilados de cerca. Sin embargo, el domingo en la tarde era su día libre y los bailarines se fueron todos al Centro Húngaro y eso provocó un escándalo increíble en la Embajada de Hungría.

En la correspondencia entre el Ministerio y la embajada pude comprobar que estos eventos culturales eran parte de toda una estrategia para dividir y manipular el exilio. Allí decían, por ejemplo: "ahora vamos a intensificar nuestra actividad y vamos a llevar más actividad a los clubes" de los inmigrantes económicos. Y fue una campaña muy buena y eficaz, y si no hubiera llegado la caída del comunismo en 1990, ya al final se hubieran disuelto las líneas que separaban al gobierno húngaro de los exiliados. Ya al final todo se había ido relajando mucho.

Cabe decir, sin embargo, que el club Hungaria, sucesor del Centro Húngaro, nunca admitió a ningún representante del gobierno en su sede. El primer embajador invitado al club fue el del nuevo gobierno democrático, después de la caída del comunismo.

La reconciliación es un tema clave en cualquier proyecto de transición democrática. ¿Cómo ha sido su experiencia en el caso húngaro?

A nivel personal, puedo decirte que, por ejemplo, la hija de aquel embajador que veíamos como nuestro principal enemigo es ahora una de mis mejores amigas. Hay entre nosotras muchas más cosas que nos unen que las que nos separan. Sin embargo, a nivel nacional, ahora mismo no hay reconciliación.

En la actualidad hay dos Hungría, separadas por ideologías opuestas, con la herencia del comunismo todavía muy marcada. Existe, por ejemplo, el caso del Tratado de Trianón, por el cual Hungría perdió dos tercios de su territorio y un tercio de su población. Durante el régimen comunista estas minorías húngaras repartidas en diferentes países fueron ignoradas y a sus integrantes no se les reconocía como húngaros. La gente no sabía que en Transilvania —la cuna cultural de Hungría— vivían dos millones y medio de húngaros o que en Eslovaquia también había un millón de húngaros. A nosotros nos educaron explicándonos que ellos eran parte de nuestra nación.

Ahora los ex comunistas se han convertido en los capitalistas más feroces, igual que en Rusia. En las elecciones de 2004 se llevó a votación el tema de si se le reconocía a los húngaros de Transilvania la ciudadanía húngara y, lamentablemente, el pueblo húngaro votó que no. Eso para nosotros es incomprensible. Y todo es tan contradictorio como que a mis hijas, quienes nacieron en Estados Unidos, se les reconoce la ciudadanía húngara pero a ellos no.

Ahora mismo, cuando me jubile, no sé lo que voy a hacer, porque siempre me he sentido húngara; pero en cambio la gente allá me parece tan extraña y distante, a pesar de que he hecho amistades entrañables. En cambio, las calles de Buenos Aires son otra cosa. Allí siempre me sentiré como en casa.

¿Qué satisfacciones le ha dado este libro?

Este libro no ha tenido ninguna publicidad, pero a pesar de eso he notado que ha ayudado a que se empiece a pensar y a escribir sobre un tema que era absolutamente desconocido para los húngaros de Hungría. Y mi satisfacción más grande con este libro fue escribirlo en húngaro. Siempre había escrito decentemente, sin faltas de ortografía, pero la escolaridad mía la adquirí en español.

Cuando fui a Hungría para escribir el libro, al principio todo me iba saliendo un poco raro, pero poco a poco le fui tomando la mano y eso me dio una satisfacción tan grande que no te puedo decir: la satisfacción de que no se dieran cuenta de que estaba escrito por alguien que nunca había vivido en Hungría y la de darme cuenta de que ser bilingüe es uno de los beneficios más grandes de nuestra vida de exiliados.

¿Le gustaría seguir estudiando estos temas?

Sí, me gustaría seguir escribiendo sobre estos temas. Ahora mismo me acaban de invitar a una conferencia sobre la revolución anticomunista de 1956 para que hable de su impacto en el exilio en Argentina. Y claro que me interesa y me enorgullece que cuenten conmigo. Me interesa seguir escribiendo y trabajando sobre el tema, pero sin convertirlo en una obsesión. Lamentablemente, no soy fanática de nada.

© cubaencuentro

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