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Actualizado: 03/07/2024 11:40

Literatura

«Creo en el hombre y su dignidad bajo cualquier circunstancia»

Narrativa, poder, exilio: Entrevista con el escritor Nicolás Abreu.

Nicolás Abreu (La Habana, 1954) es miembro prominente de eso que se ha dado en llamar Generación del Mariel. Ha publicado Al borde de la cerca (Madrid, 1987), testimonio de su participación en los hechos de la Embajada del Perú, así como las novelas El lago (Miami, 1991) y Miami en brumas (Miami, 2000). Además, es coautor con sus hermanos de Habanera fue (Barcelona, 1988).

Con motivo de la publicación de su más reciente novela, 'La mujer sin tetas' (Miami, 2005), me arriesgo en un vuelo de Miami a Hialeah para entrevistar a Nicolás. Para los que no han estado por estos lares, les digo, volar es lo que literalmente se hace cuando se conduce un auto por el Expressway 826 para ir de la primera ciudad (esa que fue refundada por los cubanos a partir de 1959) a la segunda (esa que, hoy por hoy, es la ciudad que más cubanos contiene después de La Habana).

Aterrizo en Hialeah y el escritor me recibe con un exquisito asado y un buen tinto. Hablar con Nicolás es una aventura, primero porque no deja hablar a uno, y segundo, porque lo que habla es interesante. Me cuenta de sus hazañas de asere ilustrado en La Habana de los setenta, de sus reyertas callejeras, de su amistad con Reinaldo Arenas y de la época en que, fugitivo Arenas y oculto en el Parque Lenin, él y sus hermanos (Juan y José) se las arreglaban para hacerle llegar alimentos y mensajes del exterior, del acoso y el azoco de la policía política en torno al grupo de escritores, del horror, en suma, de ser un insumiso bajo un régimen comunista. Estas son las preguntas que, finalmente, me dejó hacerle para Encuentro en la Red.

Usted fue testigo de excepción y participante en los acontecimientos de la Embajada del Perú y el subsiguiente Éxodo del Mariel; hechos que estremecieron como probablemente nunca antes, o después, los cimientos mismos de la dictadura comunista isleña y que, algunos más osados, vislumbran como la primera grieta que se abría en el infame Muro de Berlín. ¿Cómo valora esos hechos históricos, a la distancia de los 25 años que recién se acaban de conmemorar?

Mi esperanza era que Fidel Castro sucumbiera con la llegada del siglo XXI y que los que fervientemente creían que el mundo se acabaría, tuvieran razón. Pero nada pasó, seguimos nadando en la misma porquería. Castro ha sobrevivido al milenio y a la posible desaparición del planeta tierra. El dictador sigue ahí riéndose de todo y de todos, sigue encarcelando y fusilando y el éxodo de cubanos continúa, con la diferencia de que ahora son deportados si no logran tocar tierra, por el mismo país, Estados Unidos, que en 1980 recibió con los brazos abiertos a 125.000 cubanos.

Es indudable que Cuba, cuando los sucesos de la Embajada de Perú, estuvo al borde de una guerra civil. La dictadura que desde 1959 tomó el poder, no se había enfrentado a una turbulencia social de esa magnitud. Es para morirse ver 25 años después al delincuente en jefe aún en el poder. Eso sí, ya hoy es un viejo baboso y decrépito, pero lleno de maldad como nunca.

Lamentablemente le fue dado todo el tiempo para joder la Isla y ya el daño está hecho. Lleva 46 años amenazando con una invasión americana y el pueblo, a pesar del desaire de EE UU, es más pro americano que nunca. Hoy por hoy, la dictadura de Castro es un bochorno para las dictaduras, va más allá de todo bandolerismo, no tiene límites, la Isla es nido y refugio de delincuentes que entrena y prepara para la subversión mundial. Y no puedo dejar de decir que bajo su amparo prolifera la promiscuidad intelectual, encarnada por escritores oportunistas que entran y salen de la Isla representando al régimen por unas migajas, que los diferencia del resto del pueblo al que, por supuesto, ven inferior. Debe estar bien claro para todos que no son confundidos, son cómplices. Por eso y muchas cosas más, sigue ahí el comandante.

En un época en que, al menos en Occidente, todo el mundo pretende ser joven, bonito y tener una mascota, y donde los escritores, intelectuales y académicos parecen repetir el mismo guión de lo políticamente correcto en nombre, ¡dicen engolados!, de la sensibilidad social; en una época así, ¿qué le hace a usted retomar esos grandes temas de la literatura universal que son el dolor y la muerte en su novela 'La mujer sin tetas'?

Pienso que los grandes temas de la literatura universal están respaldados por el mundo único e inimitable del autor de la obra, donde deja y transmite sus sensaciones, sus muertes, sus fracasos y también sus frustraciones. Lo único que te pertenece, inimitable, es tu mundo.

En verdad es una gran suerte y, por lo menos para mí, es una de las grandezas de la creación. Esa esencia está a disposición de todos, pero pasa inadvertida para muchos, otros prefieren ignorarla, y muy pocos enfrentarla, porque lleva consigo también el "terror de ser", como diría Rimbaud.

En particular nunca he sido un tipo muy apegado a las cosas materiales, que a la larga te sobreviven; tal vez de ahí la falta de nostalgia que tengo con respecto a Cuba. Lo que más me toca en realidad es la ausencia, ese vacío que va ocupando la vida a medida que envejeces. La muerte te va haciendo nudos. A eso que se aficiona la gente en Occidente, como dices en tu pregunta, no es más que un pretexto para no hacer frente a lo inexplicable de la existencia. La mayoría se esfuerza por engrandecer lo inútil para exhibirlo como una virtud que lo mantiene al margen de la realidad, que impresiona notablemente por su carga de misterio y confusión.

La mujer sin tetas es el mundo de las tiñosas, es la tiñosa invisible que llevamos todos al hombro y que el día que menos lo esperas te sorprende picoteándote la oreja y todo cambia. Ya tenemos entonces una pata aquí y otra del otro lado, esta novela es un viaje por esa pata que está del otro lado, por esa podredumbre, desconcertante, donde el amor es lo único que puede mantenerse contra tanto desorden, contra todo lo que creemos inmerecido, pero que a su vez es irremediable.

En el exergo de Carlos Gustavo Jung que encabeza su novela: "Sé. No necesito creer. Sé", creo ver una clave para acceder a un plano, digamos, profundo de la obra. Si mi apreciación es cierta, abunde un poco sobre ese plano…

En mi opinión creer no salva, pero saber es posible que sí, aunque eso no tiene mucha importancia salvo para lo seres humanos que quieren empotrarse en la tierra eternamente. Si miramos el caso más convincente, Jesucristo, era un sabio, sabía, por eso dirigía, creía en el padre porque sabía que existía, conversaba con él. Pasó todo el sufrimiento de la cruz, porque estaba seguro que tendría un puesto al lado derecho de Dios. Él sabía, no creía. Por esas mismas circunstancias, prefiero imitarlo. Quiero saber, no creer, creer es fácil, es un facilismo para no pasar por el trabajo de pensar. No se puede esperar por nadie que te salve, prefiero tratar de hacerlo por mí mismo. No quiero nada del más allá por haber creído, sino por haber conseguido saber.

'La mujer sin tetas' contiene la historia de una gran tragedia; pero, y este probablemente sea el gran éxito de la novela, esa tragedia no se narra, está implícita e imbricada en el derroche de los humores, en su doble acepción de lo humorístico y purulento. ¿Cuál es esa tragedia que, como toda tragedia, es siempre personal?

La tragedia es ver la muerte. Uno no puede controlar los desastres. La mayor virtud, a mi entender, está en formar parte de ellos y enfrentarlos. No es nada agradable ver, como en segundos, algo que se mantenía inalterable, que daba estabilidad a tu vida, se desdibuja ante ti, implacable.

La muerte llega en persona, te mira y te dice: 'Estoy aquí'. Y no te queda otro remedio que ajustarte los pantalones y enfrentarla con dignidad, aunque sepas que la bronca cuerpo a cuerpo está perdida de antemano. Y eso hago en mi obra, enfrentarla, burlarme de ella, pasear por su mar de pus, atravesar sus cortinas de flemas, sin doblegarme, como en una aventura; restregándole en la cara lo que ya me ha enseñado, a mis muertos, lo que hizo con ellos. Si Ella ríe, yo río también, aunque sea con lo poco que me queda, mis dientes postizos.

En 'La mujer sin tetas' usted utiliza la técnica de la novela dentro de la novela, al insertar en sus páginas 'La Perlana', una obra mítica en los ambientes del clandestinaje literario en La Habana de los setenta; pero creo ver en ese procedimiento más que una técnica narrativa, usada ya por Cervantes en 'El Quijote', una especie de venganza. ¿De quién se venga y por qué?

La razón de insertar La Perlana en La mujer sin tetas, al margen de la suerte de encontrarla en la constelación del mismo nombre, fue la de presentar dos horrores que le tocaron vivir al personaje, en diferentes espacios y circunstancias, pero que no dejan de ser dos verdaderos retos. No lo veo como una venganza. La literatura es también un medio para identificarse con la posteridad, de decirle: 'yo no formé parte de la indigencia humana que me tocó vivir'. Esa para mí es la gran victoria, si es que se logra alguna.

En las siempre tensas relaciones entre la literatura y el poder hay al menos, desde mi punto de vista, tres posibles tipos de relaciones: la literatura que entra en maridaje con el poder, la que se desentiende de la vida y se hace poder ella misma acampada en los atemporales castillos, y la que se enfrenta al poder y se realiza desde el odio y las vísceras, siempre en contra de algo o alguien. ¿Por cuál de esas posibilidades es que apuesta su acto creativo?

Quiero aclarar, como ya hice en mi novela La mujer sin tetas, y ahora viene muy bien al caso, que no creo y me cago en el chiste del hombre y sus circunstancias, especie de proverbio muy práctico para los cobardes y los oportunistas, que ha servido a muchos como legado para justificar sus infamias. En lo único que creo es en el hombre y su dignidad bajo cualquier circunstancia, que no es lo mismo. Por eso prefiero apostar por mi mundo, que como ya te dije es único, en ese universo personal se desenvuelve mi literatura, eso sí, sin compasión y sin prejuicios.

© cubaencuentro

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