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Actualizado: 01/07/2024 13:46

Béisbol

Yugulares en el debate

La fiebre beisbolera desata violencia verbal. ¿Afloran en peñas y estadios las frustraciones de la libertad de expresión en la Isla?

Lo que no puede la política, por obvias razones, lo consigue la pelota: arrastrar a miles a estallidos de debate público.

La finalísima del béisbol nacional es la catarsis masculina. Dos o más hombres en una esquina o un portal o una funeraria no hablan de otra cosa, al menos en La Habana y Santiago, las ciudades que respaldan a sus equipos fetiche: el Industriales y el Santiago.

Se calcula que el 64% de los cubanos son aficionados a la pelota, cuya pasión por ella es parte del patrimonio emocional de la nación.

En la santiaguera Plaza de Marte, un santuario para las discusiones beisboleras, se toma ron y se alza la voz con igual desenfreno de alucinados.

No menos ocurre en el habanero Parque Central. Una secta de fanáticos grita y gesticula hasta que las yugulares marcan la temperatura de las porfías. Amenazan reventar.

Las palabrotas resuenan muy cerca del pedestal de mármol blanco de José Martí. Un agente de la Policía Especializada, con perro pastor incluido, observa discretamente. "Suave caballero", dice uno de los enzarzados al advertir la presencia policial. El griterío mengua en instantes, luego resurge rugiente.

Alguien escupe ron sobre un remedo de avispa, el símbolo del equipo santiaguero. Luego se persigna. Es una manera de conjurar los maleficios contra su novena.

"Mira que el cubano se entretiene con cualquier cosa", dice al pasar una señora con sombrilla. "Si esa energía la tuvieran para trabajar", agrega con desdén. El sol de mediodía calienta hasta marcar las axilas con sudor. Todavía es abril y el verano es dócil.

El out y el ministro

A doscientos metros de la peña beisbolera, que se congrega diariamente, aún se escucha el vocingleo. Por momentos las discusiones, casi todas caóticas, pasan de unos a otros para no tener fin. Una conclusión de todas ellas sería cuando menos arduo. Nadie se atreve a poner orden. Las gargantas están calientes.

¿Puede ser esto tomado como un modelo de polémica en la sociedad cubana o al menos un punto de partida? Hace un par de años, una controversia patrocinada por la revista Temas intentó entregar respuestas.

Bajo el título Con las bases llenas: el béisbol y la cultura de debate en Cuba, la polémica convocó a cronistas deportivos, ensayistas y críticos de audiovisuales.

"En general, las discusiones de pelota se caracterizan por la intolerancia y el fanatismo", opinó Arturo Arango, escritor y guionista de cine.

Aunque casi todo parezca desmentirlo, Arango llamó la atención sobre la civilidad de los debates beisboleros. "La gente habla a gritos, se ofende, pero sin mayores consecuencias", argumentó el guionista de la película Lista de espera, una ácida critica al transporte en la Isla.

Para reforzar su tesis, el escritor recordaba una conversación con un colega colombiano, con quien concluyó que "en Cuba primero se discute muchísimo y después, si acaso, la gente se mata, mientras que en Colombia la gente se mata y después discute".

José Córdoba, un anciano que vive en una de las bocacalles del Parque Central, evoca tiroteos por esa zona entre hinchas del Almendares y el Habana.

Las reyertas sucedían en los predios de un pantalla lumínica que en los años cincuenta informaba de los topes entre los grandes clubes profesionales de entonces.

"El alboroto era mayor. Yo vi gente sacar pistolas en medio del pugilato", rememora Córdoba.

En 1946, el cronista deportivo Eladio Secades escribía: "A la gente le importa más un out cantado que la destitución de un ministro". Las cosas no parecen haber cambiado.

Aunque sea sobre pelota…

Rufo Caballero, un polémico crítico de audiovisuales, considera que el afán discutidor del cubano pasa por su condición de pueblo joven. "De aquí que todo el tiempo estemos tratando de encontrar la identidad de esa dimensión escurridiza que comporta lo cubano".

El autor de Un hombre solo en una calle oscura afirma que el desacuerdo en cualquier discusión o tema responde "a la necesidad de expresar el disentimiento... que en las últimas décadas se ha hecho muy prominente".

Las consideraciones de Caballero fueron calzadas por Arango: "Hay muchas zonas de la vida cubana donde ocurren debates", dijo el narrador, lamentando que las polémicas ocurran a un nivel doméstico, porque "no hay espacio para que se produzcan de otra manera".

La cerrazón a los debates, sea del tipo que sea, es una de las tapias de la sociedad actual. Si se dan y si luego se publican, no pasan de ser golosinas para élites intelectuales. A la polémica de esquina se la lleva el viento.

"Esto no es nuevo. Es una descarga. La gente tiene que sacudirse aunque sea hablando de pelota", consideró uno de los tertulianos que parecía menos exaltado que el resto.

Le llaman Febles y se dedica a reparar aires acondicionados. Es de Cruces, un pueblo del centro cubano y cuando tenía 18 años fue reclutado para el Servicio Militar.

Su equipo de entonces, el Azucareros, le hizo perder una apuesta. De un machetazo perdió el meñique.

"Me lo corté yo mismo. Esa era la apuesta. Quien perdía se quedaba mocho", repasa la historia sin inmutarse. "Menos mal que no me dio por ser pianista".

Nada indica ahora que Febles fue víctima en los setenta de una pasión beisbolera. Como todo el que pasa por la talanquera, se deja cachear por la policía a la entrada del Latinoamericano. Revisan hasta los celulares en busca de cuchillas escondidas.

Es el juego Industriales-Santiago, el gran clásico de la pelota cubana. Los ánimos están caldeados, el bullicio atonta y las quinielas no cesan de subir. Hay mucha pasta en juego y todavía más que eso, frenesí. Cualquier cosa puede ocurrir en esta casa de locos.

© cubaencuentro

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