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Actualizado: 02/07/2024 13:30

Música

¿Una causa sin rebelde?

De trovador a mecenas, de contestatario a figura del régimen: Silvio Rodríguez cumple 60 años mimado por los homenajes.

Ya no calza botas rusas, ni desmelenado rasga la guitarra. Sus canciones —alguna vez contestatarias— han dejado de atraer a la censura y ya no vive en un apartamento de la calle 23.

El mundo y también la vida han cambiado para Silvio Rodríguez. Tal vez sin quererlo, así lo resumen los verbos en pasado de su último disco: Érase que se era.

A sus sesenta años, el trovador es lo que se dice un hombre del stablishment: diputado al parlamento, director y accionista de una casa discográfica que cobra 200 dólares la hora de grabación, mecenas de talentos jóvenes, dueño de un todoterreno japonés y de pastores alemanes con los que suele jugar en los cercados jardines de su casa en Siboney, un reparto de la antigua oligarquía.

En cuestión de semanas, sus viajes lo mismo lo ubican en el Barbican de Londres que en el Zócalo de México. Es una estrella de la izquierda internacional que bebe whisky, aunque se muestre retraído, vista jeans y camisetas, y diga que no es "un animal de escenario", lo cual también es cierto.

"Creo que se lo merece. Es una gloria de Cuba", opina uno de sus fans, que se identifica como Max.

Para este graduado de Arquitectura en los años noventa, Silvio descubrió a muchos "un registro impresionante de sensaciones y de búsquedas".

"Le debo mis lecturas de Vallejo por una entrevista que leí hace tiempo; le debo también haber encontrado a mi actual esposa en un concierto en la Universidad", enumera Max.

"Si tiene una vida burguesa, al menos la ganó con su talento y su trabajo, no como otros que roban, malversan o sencillamente son hijos de papá", remata, mientras se arregla su rabo de mula en la batiente esquina de 23 y L.

El artista y el poder

Silvio, como otros en la historia, es un caso típico de la relación entre el artista y el poder. Siempre pende del dilema de la complacencia o la crítica, sobre todo cuanto la fama y el prestigio tironean en una u otra dirección. Mirar para ambos lados se torna angustioso para alguien con escrúpulos.

"Creo que mis canciones, en cierto sentido, siempre han sido una especie de grito", reconoció el autor en una rara entrevista de hace diez años concedida a El Nuevo Herald, de Miami.

"Casi todas llevan implícita alguna queja y creo que no hubieran podido ser de otra manera (…) Sin embargo, ni entonces ni ahora he pensado en 'la oficialidad' para hacer o para dejar de hacer. Muchas de las canciones que por algunos fueron vistas como 'sospechosas', luego fueron editadas".

En efecto, las piezas de Rodríguez ya no zumban en los oídos de la censura, aun cuando algunas sean de lectura crítica o dardos contra zonas oscuras o pudendas de la revolución cubana.

En Resumen de noticias se compadecía de no haber estado nunca con los presos y habla de amigos y enemigos; en El problema enfila sus cañones hacia la falta de amor y solidaridad, mientras que se mete con la prostitución visible entonces en la Quinta Avenida de La Habana al escribir Flores nocturnas.

En 1994 sorprendió a casi todos con una de sus extravagancias: grabó varias canciones, entre ellas Venga la esperanza, junto a José Feliciano, quien por décadas estuvo maldito en la Isla por respaldar de algún modo la guerra en Vietnam y cantar la navideña I want live in America. Rodríguez lo sacó del ostracismo.

"Lo que me importa son sus canciones, tienen vida propia. Francamente, la persona que hay detrás me tiene sin cuidado", simplifica tajante María Morales, una florista que trabaja en un jardín funerario y que está de plácemes cuando radian en la madrugada alguna que otra canción del trovador.

'Guevarista hasta la médula'

Julio Venegas es diseñador gráfico, pero se dedica a la mecánica automotriz para "ir tirando". Cuando tenía 17 años, su hermana mayor lo llevó a la UNEAC a un concierto de Silvio Rodríguez. Pudo darle la mano y preguntarle sobre el significado de Sueño con serpientes.

"Recuerdo que sonrió con ironía. Era más pedante que ahora. Parece que le cayó mal que alguien no entendiera la canción. Me explicó que trataba de la lucha del hombre contra sí mismo y que esa lucha era interminable. Sí, me doy cuenta ahora de que el tipo estaba fuera de serie".

En los duros sesenta y parte de los setenta, Rodríguez se mostraba como un "guevarista hasta la médula". Sus presentaciones en Mientras tanto, un programa que él mismo animaba en la televisión, lo captaban con sus molestas botas militares.

"Los únicos zapatos que tenía entonces… eran tiempos en que el pueblo se vestía muy mal", recuerda.

Los directivos de la televisión decidieron mejorar su imagen, entregándole una tarjeta con la que podía comprar ropa y calzado, una prerrogativa vigente para el resto de los artistas. El trovador la rechazó sin más.

Haydeé Santamaría tomó cartas en el asunto. Noel Nicola, Pablo Milanés y el propio Rodríguez, la trilogía más desfachatada de la canción protesta, fueron llevados de la mano de la presidenta de Casa de las Américas a una tienda especial para figuras públicas. Allí terminó el desaliño iconoclasta.

Pero el idealismo de los años sesenta se fue de bruces con la zafra de los diez millones, una frustración nacional que arrancó a los cubanos parte de la confianza en las posibilidades reales del socialismo y reajustó el sentido colectivo de cualquier ulterior proeza.

Silvio Rodríguez compuso entonces, entrados los setenta, La vergüenza, en la que se quejaba de que finalmente los bienes materiales habían copado sus resistencias morales.

"Tengo zapatos / tengo camisa / tengo sombrero / tengo hasta risa / mas si tuviera en mi ropero / sólo la percha vacía / la vergüenza tendría / ¡A qué mas!", dicen con amargura algunos de sus versos.

Canciones de hace 25 años

Para algunos, la rebeldía del artista nacido en San Antonio de los Baños en 1946, cede más hacia el mito que hacia la verdad.

"A diferencia de Pablo (Milanés), Silvio nunca problematizó su relación con las grandes figuras de la revolución. Fueron burócratas medios los que le hicieron la guerra al principio. Cuando logró imponer su gran peso en la cultura cubana, apareció junto Fidel —también estaba Pablo— en la portada de la revista Revolución y Cultura".

Así opina un músico vinculado con el autor de Ojalá en los ochenta, que pidió no ser identificado. Al sobrevenir la caída soviética y la crisis en la Isla, "y nadie sabía que pasaría con nosotros, entonces compuso El necio, que considero es su testamento político. Silvio no es un oportunista, tampoco un despistado; él cree sinceramente que de todas las alternativas para Cuba la mejor es el socialismo, pese a sus errores", concluye.

Los últimos discos del trovador — Descartes, Expedición y ahora Érase que se era— se nutren de una frondosa creatividad pasada. Cientos de canciones, alrededor de mil, todavía estarían a la espera de ser publicadas, pero tal vez nunca lleguen a serlo.

"Si tienes que recurrir a lo hecho hace treinta o veinticinco años, eso habla de declinación", apunta por su parte Eumelio, estudiante de Derecho. "Es posible que ya no tenga mucho que decir, porque lo ha dicho casi todo", reflexiona.

Por lo pronto, el artista, que cantará en los festejos por el cumpleaños 80 de Fidel Castro, respaldó junto a otros la película Mañana, "un viaje profundo a la interioridad de una familia cubana de hoy para revelar los peligros de la irresponsabilidad, la intolerancia y la inconsciencia", según la prensa.

Tal vez es una manera de continuar la rebeldía, aunque a través de otros.

"He dicho lo mío a tiempo y sonriente", escribió el trovador en Resumen de noticias. Fue hace más de treinta años. Con jactancia o sin ella, entonces ya lo daba por hecho.

© cubaencuentro

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