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Actualizado: 03/07/2024 11:40

Literatura

Sin aplausos cortesanos

Nueva generación de escritores cubanos: La mayoría sabe que un poeta compite con Catulo y Lezama, no con la UNEAC.

Los menores de 30 años tienen a Pablo de Cuba Soria (1980) y a Duanel Díaz (1978) entre sus objetivos. Saben que el poeta de De Zaratustra y otros equívocos (con el que obtuviera el Premio de Poesía Luis Rogelio Nogueras en 2002) y que el ensayista de Mañach o la República (ganador del Premio Alejo Carpentier en 2003) se abren paso ahora —y publican nuevos libros— por los desfiladeros del exilio, frente a abismos que a lo mejor idealizan, pero mucho más motivantes que el saturado desierto que padecen ellos. Saben bien, demasiado bien.

Algunos de los escritores jóvenes de talento que malviven allá dentro —cuyos nombres omito por razones obvias—, me cuentan entre frases irónicas cómo se han hecho cargo de una nueva teoría del "arte por el arte" dentro de la "batalla de ideas", ahora que la poética oficial quiere regresar a la literatura "comprometida". La inmensa paradoja es signo del derrumbe.

Cuando ellos todavía estaban en la primaria o en la secundaria básica comenzó el giro. Los iniciales noventa de la caída del Materialismo histórico y dialéctico y la resurrección del "nacionalismo martiano", entre balseros y astutas semi-aperturas, vieron cómo se clausuraba la estética "revolucionaria", a veces neomarxista.

Ante la imposibilidad de conseguir loas, la orden que bajó del "cielo ideológico" fue que se apartaran, que escribieran de lo que décadas atrás —lo padecí muy de cerca— fue reprimido, tildado de "diversionismo individualista", "intimismo pequeñoburgués", "escapismo elitista"… De pronto los "temas sociales" fueron pecados.

Válvulas de escape

La dialéctica de la década fue hegeliana. Casi todos los libros de cierto valor artístico que se publicaron, en particular de las tres últimas promociones, se corresponden con la "orientación" marrullera, encarnada en el ladino ministro de Cultura, ya miembro del Buró Político del Partido, gracias a genuflexiones propias de uno de esos creyentes en Babalú Ayé, que camina de rodillas hasta la capilla de San Lázaro en El Rincón, el 17 de diciembre.

Las fábulas o motivos temáticos no salían del amor y la familia, de la muerte y la angustia creativa, de las ontologías que hasta hacía poco eran condenadas por su marfil de espaldas al "pueblo", a la heroica "construcción del futuro".

Sin embargo, tal giro retórico fue positivo para las letras cubanas, como la despenalización del dólar, las empresas mixtas o la autorización de trabajos por cuenta propia lo fueron para la economía. Las válvulas de escape cumplieron su función oficial, con la anuencia de muchos, que pensábamos ilusionadamente que se trataba de un escalonado camino hacia la sensatez.

Las gavetas de cuadernos inéditos fueron vaciadas, ahora servirían para guardar —salvo honrosas excepciones— el poema de denuncia al caudillismo, el cuento de ahogados en el Estrecho de la Florida, el ensayo sobre la riqueza intelectual de la revista Pensamiento Crítico, el drama sobre la discriminación a los negros, la comedia sobre el cantinfleo del caudillo…

Cuando esta nueva generación comienza a transitar de la adolescencia a la juventud, las nuestras se consuelan ante la evidencia de que no podrá volver el "realismo socialista". La barricada se transforma en almohada, aplaude los mundos interiores mientras no salgan a la calle, una calle donde ya la cultura de la queja y del desencanto es la dueña de exclamaciones y murmullos.

La pubertad les visitó cuando sus padres estábamos "inventando" y "escapando", pero bajo la astucia programada de que mejor era escribir sobre la Condesa de Merlín que sobre la Federación de Mujeres Cubanas y su clan dirigente, que mejor se leía a Mariano Brull que a Nicolás Guillén, cuyos poemas críticos —como Digo que yo no soy un hombre puro— era preferible que yacieran en una página perdida de las obras completas, porque el "hombre nuevo" sólo se había pospuesto.

Ni hablar de "angustia de las influencias" respecto de Vallejo o Neruda, porque enseguida saldrían Paz y Padilla. La revolución en la psique o en la metáfora, nunca denunciando el desplome, porque se hizo axiomático que ningún escritor honrado —aun entre los escasos creyentes— podía alabar los restos inmóviles de lo que fuera un hermoso proyecto social.

Quinquenios de colores

En ese limbo —pantano confuso— que incluye por supuesto los medios académicos, mucho más timoratos que los artísticos, comienza a emborronar cuartillas la generación emergente en este nuevo milenio, la del nuevo siglo XXI que amanece el 11 de septiembre de 2001, bajo el fanatismo terrorista y las pervivencias de crueles desigualdades, asquerosas corrupciones y globales mercadotecnias.

Cada una bien manipulada por el conservatismo "orgánico" y de "izquierda" —la superada manía ortopédica—, como si una hambruna en Etiopía explicara la ausencia de boniato en Santiago de Cuba, un derrumbe en París el hacinamiento en la Habana Vieja; como si un periodista asesinado en Colombia, crimen denunciado por Reporteros Sin Fronteras, justificara los encarcelamientos de disidentes e inhabilitara la condena de la misma organización no gubernamental.

Han crecido junto al padre que maldecía los salarios de miseria, mientras robaba papel de su oficina y lo vendía a los maniseros del barrio; a la madre que abominaba al Señor de las Moscas cuando hablaba seis horas y posponía la telenovela brasileña porque los dos canales de entonces —y aún los de hoy—, como las emisoras de radio, literalmente se encadenaban.

Pero siguen viendo que muchos de esos mismos padres y tíos y abuelos, que en la casa despotrican contra la realidad socialista, les aconsejan silencios, mesuras, aplaudir cuando no quede otro remedio en la asamblea de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media o en la Federación Estudiantil Universitaria. Y hay hasta casos donde la familia militante del Partido —aunque ya no crean ni en los mártires— persuade a la hija a que ingrese en la Unión de Jóvenes Comunistas, coja su carné de corsaria…

Ellos, por supuesto, lo contarán distinto, aunque desde la óptica de sus padres biológicos —la mía— podamos matizar aspectos que corresponden al quinquenio azul (La ilusión: 1990-1995) y al quinquenio borroso (La incertidumbre: 1995-2000), cuando ellos comienzan a escribir y publicar, antes de que los bestiales fusilamientos y encarcelaciones de marzo de 2003 —que a mí me trajeron de La Habana al exilio mexicano— inauguraran el quinquenio final, el verde sufí, la esperanza-arco iris en un fin cierto.

Matices… Impresiones ineludibles que van agudizando el juicio: Dios sabe que en lo fundamental será esa generación joven la encargada de asumir el espinoso y complejo trayecto hacia la libertad y la paz, hacia una democracia que ellos mismos suponen cuajada de vaivenes y curvas, de baches tan profundos como los de la calle Monte o 10 de Octubre. Y que el arribo de la Cuarta República o Constitución exige que la memoria afectiva y la histórica, tras el fin de la concepción de la historia como edificio, lejos de borrarse se mantenga presente como punto básico de comparación.

Lástima franciscana

Ellos —y los que regresemos— sabrán establecer paralelos, enseñárselos a sus hijos sin dramatismos, pero sin concesiones que conviertan las pesadillas actuales en caramelitos de miel cuando algún problema —y habrá decenas— no tenga una solución mágica o inmediata.

Vale sólo enunciar algunos de los conflictos que hoy le son más singulares a un joven escritor dentro de Cuba, ya que la mayoría de los demás —faltan algunos, como la discriminación racial, sexual y regional— han sido estudiados, aunque a veces hasta el delirio de un "realismo socialista" al revés, con cretinas inverosimilitudes y rumiantes bostezos.

Junto a la universal confusión entre valores y virtudes, junto a la local simulación y la consecuente impotencia, heredan, experimentan una lástima franciscana ante los escasos escritores que aún creen en el Líder y sus reumáticos planes. Vomitan —con ganas de alcoholifán en resaca— ante el grupito que saben de un oportunismo cínico, pasado por los chavitos que reciben mensualmente de la Oficina de Atención a Personalidades.

No confían en ninguno, aunque puedan aprovechar sus culturas y consejos literarios. Les da un asco de pescado ciguato al ver cómo muchos de la tropita oficial —sobre todo de la generación del cincuenta y del setenta— se creen "llamados a la posteridad", cuando la insularidad vanidosa les hace trampas, cuando esconden la cabeza de avestruz al enterarse de que casi nadie fuera de Cuba sabe que existen.

Se burlan de quienes piden estudios sobre sus obras porque conocen que fuera de algunos textos canónicos, el resto desde que se publicaron cayeron "en las oscuras manos del olvido". Y sanamente ríen ante los escribas-funcionarios que piensan que el tiempo —la acción de escribir durante siglos— les ha dado talento, calzado por generosas publicaciones y premios nacionales.

Los mejor informados también saben que dentro de los escritores exiliados, incluyendo a los que crecieron fuera, también hay de variadas especies que admitimos como endémicas, aunque aquí causan menos daño. Desde los que entienden la oposición a la dictadura como un carné del Partido Comunista al revés, hasta los que emulan —feo verbo— en insignificancia con sus pares de adentro, sobre todo entre los que acuden a las vanity press y entre algunos círculos académicos de bombos mutuos. Desde los pavos reales hasta los zopilotes…

Indefensión e incomunicación

Los jóvenes de honradez e idoneidad que hoy escriben en Cuba están expuestos, claro está, a los mismos virus y contaminaciones que los de cualquier edad, ADN y azar apartes, Asociación Hermanos Saíz (creada en 1966, hace 40 largos años) bien aparte.

Junto a la indefensión padecen, ejemplo clave, la angustia del acceso a la información y a la comunicación. Quizás alguno reciba El mundo, el texto y el crítico, de Edward W. Said. Y otros dos de provincias: ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, de Harold Bloom, y Cosas extrañas, de J. M. Coetzee; pero la impotencia de no poder comprarlos o de no tener acceso a ellos en una biblioteca, nadie puede enviársela con un amigo.

Ni hablo de Intranet o del correo "normal", de lo que siempre temen cuando hablan por teléfono. Ni de cuando deciden reunirse en la casa de alguno y las inefables guaguas se encargan de agriarles el ir y el regresar, lo que siempre me ha hecho pensar en que la crisis del transporte también obedece a una meditada orden para dificultar los intercambios, las interrelaciones sociales.

Ni hablo de lo que sé respecto del progresivo deterioro de la educación secundaria y terciaria, que evidentemente aumenta los obstáculos formativos e impone mayores sacrificios, ahora sí que prioriza como nunca la azarosa formación autodidacta.

Las colas para los escasos volúmenes comprables en la Feria del Libro, terminan muchas veces en la pregunta de Cabrera Infante: ¿Cine o sardina? Y se sabe —conozco por lo menos a un miembro de la Comisión Depuradora— que no todos los libros que llevan las editoriales, en especial las españolas, llegan a los estantes. El esperpéntico caso de la editorial cubana Plaza Mayor, con sede en Puerto Rico, parece elocuente, hasta ridículo.

Los escritores jóvenes en La Habana, Cienfuegos, Santa Clara, Remedios, Holguín o Pinar del Río, a veces se contentan con las sutilezas, que de tan sutiles nadie capta, pero cada día con más desenfado rompen la autocensura con el concurso de Vitral o enviando sus originales fuera de la olla arrocera.

Por varias vías están enterados —o colaboran con ella— de que hay una valiente disidencia interna que no teme a prisiones y mítines de repudio, junto a los sectores del exilio que no hay día que no piensen en Cuba, y una diáfana solidaridad internacional, fuerte ante el rizoma que padecemos.

Menor oportunismo

Algunos se desesperan con razón, una razón —como siempre y en donde quiera— que se agudiza por la edad y que en Cuba se agudiza por el contorno inhóspito, de supervivencia en La isla en peso que carga nuevos pesos. Por eso muchos ven en la salida del país su única vía de realización artística, humana. Mientras otros se encierran en sus cuartos y tratan de volverse impermeables. Y otros enloquecen, se alcoholizan o suicidan… Así es, las causas son groseramente tangibles…

Lo hermoso es que entre ellos, respecto de generaciones anteriores, parece observarse —incluyo los tan expresivos silencios— un menor índice de oportunismo y valoraciones menos maniqueas. La culpa ajena ha perdido adeptos, saben mejor que la "denuncia" no suele producir buena literatura, aunque sí excelente periodismo. Nada más desesperante para los amanuenses del régimen que no hallar a ningún joven de honradez y talento que escriba un poema al arrugado Comandante. El remedio de los noventa se les ha convertido a los "orientadores" en el veneno de 2006. Y aquí sí que los retrocesos no son por órdenes o marchas del pueblo combatiente.

Están desesperados por resolver sus problemas económicos a la manera de Ena Lucía Portela o Leonardo Padura, pero no subordinan la indefensión —como otros— al aplauso cortesano. La mayoría sabe que un poeta compite con Catulo y Lezama, no con la UNEAC y el Instituto Cubano del Libro. En las tertulias con ellos que recuerdo, poco oí hablar de "política cultural", de esperanzas en algún congreso. Las discusiones eran sobre la paronomasia en Cabrera Infante o la perversa imaginación de Reinaldo Arenas…

Quizás sea pensamiento de papá, pero en ellos tengo más confianza que en nosotros, por causas tangibles. Tienen un más nítido sentido del canon y el agón, a veces intuitivo, pero con menos ruidos extraliterarios, contextuales… Una poética —sé que toda generalización es burda— más cerca de Aristóteles y de Horacio, que de las teleologías desvencijadas. Uno me contestaba de las Palabras a los intelectuales (1961) con una frase preocupante, aunque alentadora: "Entonces, ni mis padres se conocían".

© cubaencuentro

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