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Actualizado: 02/07/2024 13:30

Música

Lo mismo con lo mismo

Leyendo la prensa: Para la burocracia cultural cubana resulta vital inventarse una bestia negra musical a la que criticar e incluso prohibir.

Recientemente el diario oficialista Juventud Rebelde publicó un artículo de investigación titulado "Los stereo-típicos". En el texto, cuatro estudiantes de periodismo desarrollan una encuesta a pie de calle entre los jóvenes habaneros, tratando de poner en claro las diversas motivaciones culturales e ideológicas que alientan a la juventud a asumir determinada denominación o estética, en correspondencia con el género musical del que sean devotos.

Una de las conclusiones del artículo es que, a partir de la amplia difusión de algunas corrientes musicales —algunas nuevas como el reggaetón y otras tan añejas como el rock—, "se han creado grupos juveniles que se identifican a sí mismos como mickies, freakies y repas, entre otros". Tales grupos estarían asimilando y reciclando patrones de comportamiento de sociedades con otro sistema de valores.

Según los autores, las instituciones que tienen que ver con la orientación ideológica, y los medios masivos de comunicación, deben "crear un filtro que no permita la entrada de manifestaciones que atenten contra la cultura cubana y los valores humanos y morales que en ella se constituyen".

Los autores entrevistan a seguidores de diferentes tendencias musicales, incluyendo la salsa, el reggaetón y la trova, deteniéndose sobre todo en los fanáticos del rock, conocidos en Cuba como "freakies". Éstos, según el artículo, se desenvuelven en un mundo "oscuro, nocturno". Asimismo, el director de orquesta Guido López Gavilán, relativamente importante dentro de la Isla y funcionario del Ministerio de Cultura, reitera en el artículo que habría que crear un filtro, una suerte de muro o cortina de bagazo que impida la contaminación ideológica que ya exhiben algunos jóvenes cubanos fanáticos del rock, del hip-hop e, incluso, del reggaetón.

Cansancio y malestar

El artículo de Juventud Rebelde amerita varias observaciones. En primer lugar, cabe señalar la sempiterna preocupación del régimen castrista por preservar la "pureza ideológica de las masas", y en particular de la juventud, o sea, del llamado "relevo generacional".

Es una "batalla ideológica" que se viene librando ininterrumpidamente desde los años sesenta. Entonces eran Los Beatles, los Rolling Stones y los Monkees "los agentes corruptores", aquellos que trasmitían un mensaje diversionista a la juventud cubana con sus melenas, pantalones entubados y camisas bombacho. En los setenta, el Movimiento Hippie, así como los Chicago, los Blood Sweat & Tears y Santana, entre otros, se encargaron de enturbiar la pureza del hombre nuevo.

Seguramente, para la burocracia cultural resulta vital inventarse una bestia negra musical a la que criticar e incluso prohibir. Esta bestia constituye, sin embargo, una bocanada de aire fresco, de diversidad, de libertad. Al penetrar la cortina de bagazo del régimen, pone en serio peligro la ortodoxia del discurso ideológico-cultural establecido y, consecuentemente, el control gubernamental sobre lo que piensa o deja de pensar la población, sobre la manera en la que procesa esos códigos provenientes de sociedades libres.

Estas conductas juveniles son, a su vez, un acto de resistencia y auto-reafirmación frente al cansancio y el malestar que provocan en la sociedad tales prohibiciones del régimen.

En segundo lugar, el interés de los censores culturales por controlar y "dosificar" la música que es apta para el consumo de la población y la que no, otorgando prioridad a la difusión de la música nacional sobre la extranjera —un 70% a la cubana frente un 30% a la extranjera, según expresa el propio artículo—, resulta absurdo e ineficaz. Hoy día en Cuba, a pesar de los rigurosos límites que impone el régimen a la sociedad de la información y las carencias materiales que sufre gran parte de la población, casi cualquiera puede escuchar a Arturo Sandoval, Paquito D'Rivera y Alejandro Sanz, "prohibidos", según una lista que sólo se conoce en la radio.

Por otro lado, basta con que se prohíba a algún músico o cantante para que el deseo de escucharlos arraigue más profundamente. En su momento, las prohibiciones de que fueron víctimas José Feliciano, Rubén Blades y la mismísima Celia Cruz, no hicieron más que acrecentar su popularidad entre los oyentes cubanos.

En tercer lugar, la manía gubernamental de controlar la música que se escucha constituye, a fin de cuentas, un soberano disparate. El Estado totalitario argumenta que dicha música está asociada implícitamente a códigos de conducta capitalistas, concebida para un consumo masivo e inescrupuloso. Por lo que, además de ser ideológicamente nociva, erosiona las formas y géneros propios del acervo musical autóctono. Incluso la salsa proveniente de Nueva York, a pesar de sus letras reivindicativas, fue vista en la Isla como un intento de apropiación del son autóctono, siempre a tono con el "síndrome de plaza sitiada".

Lo que vale y lo que no

Pero se trata de una concepción errada. Por ejemplo, países del entorno caribeño o latinoamericano —Puerto Rico, República Dominicana, Brasil, Argentina…— que no cuentan con los inestimables servicios de una burocracia cultural como la castrista, mantienen y renuevan constantemente su discurso musical autóctono. Y ello a pesar de estar envueltos en una feroz competencia con los productos musicales del Primer Mundo.

Esto es así precisamente porque sólo en un marco de libertad para la circulación y el consumo del producto cultural puede la música, provenga de donde provenga, salir fortalecida y beneficiada. El consumidor nacional, más allá de modas y empaques formales fabricados en estudios de Londres o Nueva York, alcanza siempre a reconocer los valores auténticos. Y por supuesto, lo hace sin que ningún culturócrata a sueldo venga a decirle lo que vale para sus oídos y su mente, y lo que no.

En ese futuro democrático que no deja de insinuarse para Cuba, cabe esperar y desear que en la radio y la televisión nacionales, en cada casa, cada fiesta familiar, incluso en cada establecimiento público, se pueda escuchar lo mismo a Pablo Milanés que a Led Zeppelin, a Gloria Estefan que a Silvio Rodríguez, a Nilo MC que a Guillermo Álvarez Guedes. Tal y como conviven hoy todos, juntitos y felices, en el disco duro de mi computadora.

© cubaencuentro

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