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Actualizado: 28/06/2024 0:13

Con ojos de lector

El precio de ser diferente

Un documental toma a Reinaldo Arenas como figura emblemática de la represión que sufrieron los homosexuales cubanos durante las décadas de los 60 y los 70.

“Mi nombre es Reinaldo Arenas. La primera novela que yo escribí se llama Celestino antes del alba…”. Así comienza Seres extravagantes (Malas Compañías/ Doce Gatos, España, 2004), el documental de Manuel Zayas (Sancti Spíritus, 1975) que tan excelente acogida viene teniendo en todos los festivales en donde se proyecta. Su participación en esos eventos le ha reportado además varios reconocimientos, entre los cuales están el premio Unión Latina del Festival Cinémas et Cultures de la’Amérique Latine, de Biarritz, la mención especial en el IV Festival de Cine Latino de Nueva York y los galardones al mejor documental y mejor director español del X Festival de Cine Gay y Lésbico de Madrid.

Tiene como subtítulo Una biografía de Reinaldo Arenas narrada por él mismo, pues su director ha tomado como columna vertebral la voz del propio escritor hablando sobre su vida. Sus intervenciones pertenecen a una entrevista que le realizó en 1983 Liliana Hasson, traductora al francés de varios de sus libros, quien generosamente permitió a Zayas utilizarlas en su documental. A ese valioso material sonoro se incorporan testimonios filmados en Cuba a familiares de Arenas (Oneida, su madre, Carlos Fuentes, su tío preferido), así como a amigos como Delfín Prats y Antón Arrufat, quienes también fueron castigados y marginados a causa de su obra literaria y su opción sexual. Fotos, varias de las cuales son poco conocidas, y fragmentos de noticieros vienen a completar la materia prima a partir de la cual se ha creado este recorrido por la existencia de Arenas, a quien Zayas escogió como figura emblemática del proceso de represión y negación que sufrieron los homosexuales cubanos durante las décadas de los sesenta y los setenta.

Las primeras imágenes recrean la infancia de Arenas, en aquel caserío entre Gibara y Holguín en donde nació y vivió hasta los doce años. Vemos a un niño sin camisa que se quita el pantalón y se zambulle en el río. En un sitio como ése Arenas tuvo la primera revelación de su homosexualidad. En su autobiografía relata la fascinación que experimentó al ver a un grupo de hombres que se bañaban desnudos en las aguas del río Lirio. Fue su descubrimiento del “misterio glorioso de la belleza”, y también de que le gustaban las personas de su mismo sexo.

Vemos después a un señor canoso a quien la cámara toma de espalda, mientras camina bajo el sol por el campo. “¿Ves la palma aquélla que se ve solita allá?”, comenta. Y hacia allí se dirige, para buscar una marca hecha en su tronco: RAF, Reinaldo Arenas Fuentes. “El único que escribía los árboles era él, pues tenía cosas de no normal”, recuerda. Es Carlos Fuentes, y según confiesa era el tío preferido de Arenas. En su charla confiesa que su madre no, pero sí otros miembros de la familia sabían ya desde entonces que su sobrino manifestaba rasgos que denotaban su futura opción sexual. A partir de esa escena, Carlos aparecerá en distintos momentos a lo largo del documental, pues Zayas lo convertirá en cómplice de la búsqueda de José Antonio Arenas, aquel “hombre apuesto, alto, trigueño”, que Arenas sólo vio fugazmente una vez en su vida, y a quien finalmente logran localizar.

A partir de ese inicio, comienzan a sucederse los testimonios que, a manera de un rompecabezas, el espectador deberá armar. Zayas optó —un criterio inteligente, en mi opinión— por entrevistar a un número más bien reducido de personas: los escritores Arrufat y Prats, quienes además de haber sido amigos de Arenas, conocieron desde los inicios su actividad como escritor; Tomás Fernández Robaina, compañero de trabajo y también de algunas de sus correrías sexuales; la actriz Ingrid González, con quien Arenas estuvo nominalmente casado; y Oneida Fuentes, su madre, con quien desde la infancia mantuvo una relación conflictiva que queda nítidamente reflejada en el documental.

El retrato que emerge de Seres extravagantes es, en primer término, el de eso que en España se conoce como un letraherido. Cuenta Arrufat que, desde que lo conoció, Arenas se distinguió por su urgencia de escribir y también por su gran voracidad como lector. “Siempre andaba con un libro encima”, apunta; y lo califica como uno de los autores cubanos que más escribió y que más leyó. A esto último lo ayudó mucho el hecho de que en 1962 pasó a trabajar en la Biblioteca Nacional José Martí. Pero ya desde entonces empezó a señalarse negativamente, expresa Fernández Robaina, debido a las personas “raras” que iban a buscarlo al trabajo. En ese sentido, Zayas recupera un fragmento de uno de los discursos del Innombrable que hace mucho dejaron de proyectarse o citarse, ellos sabrán por qué. Se trata de uno de 1968, en donde se refiere a “cierto fenomenito extraño” que se está dando en la capital. Sus protagonistas son “elementos que atentan contra la obra del pueblo”, al hacer “ostentación de sus desvergüenzas”. Les pone la etiqueta de “extravagantes” y lanza contra ellos una amenaza que después se cumpliría: “Que no digan luego que no estaban advertidos”.

Se convierte en una no-persona

En Arenas, como él mismo se encargó de puntualizar, lo literario y lo erótico marchaban de la mano. Este segundo aspecto es tratado, por supuesto, en Seres extravagantes. Delfín Prats recuerda que el seudónimo de Hiram Pratt bajo el cual él aparece en algunos de los libros de Arenas, era el nombre de guerra que usaba en el “ambiente”, en aquella vida de la calle que “era muy linda, pero con sus riesgos, como todo”. En ese submundo que existía al margen de lo establecido por el régimen, y que aparece espléndidamente recreado en El color del verano, Arenas había desarrollado, recuerda Prats, una verdadera adicción al sexo, en el cual tenía gustos bastantes amplios. Se hizo además un especialista en el arte del “fleteo”, y poseía técnicas eficaces para capturar a sus amantes.

Varios de los testimonias incluidos en el documental insisten en que, además de haber sido marginado por su opción sexual, ideológicamente Arenas quedaba excluido de esa sociedad. Para él, la literatura debe ser, ante todo, irreverente, y “en un régimen totalitario la irreverencia es castigada”. Arrufat recuerda que cuando escribió El mundo alucinante trabajaba en la Unión de Escritores y Artistas, “un lugar que le fue muy adverso”. Fue precisamente la publicación en México de esa novela una de las razones por las cuales se convirtió en la bestia negra del régimen. Por la misma etapa en que sus obras se traducían a otros idiomas, expresa Arenas, él no tenía empleo, ni siquiera un cuarto donde vivir. “Paso a encarnar así un típico personaje de Orwell, soy una no-persona”.

Ese hostigamiento alcanza su punto extremo en 1973, cuando es detenido en la playa de Santa María del Mar, bajo los cargos de “inmoral”, “corruptor de menores”, “extravagante”, “desacato y escándalo público”. Aquel incidente es contado, mediante una excelente labor de montaje, por Arrufat, Fernández Robaina, Ingrid y el propio Arenas. Todos coinciden en que fue algo preparado y amañado para meterlo entre rejas. Algo que esa vez no se consumó, al lograr él escapar de la estación de policía, pero sí al año siguiente, cuando fue internado en la prisión que entonces se hallaba en el Morro. De modo que, como concluye Fernández Robaina, si una persona tenía que irse de Cuba era Arenas. Lo corrobora él, cuando relata que al iniciarse el éxodo masivo del Mariel, un oficial de la policía lo visitó para sugerirle que se fuera, pues en la isla él no iba a tener ningún futuro.

La etapa que viene después, es decir, los diez años que pasó Arenas en el exilio prácticamente no se reflejan en el documental de Manuel Zayas. Es ése el reparo fundamental que, a mi juicio, debe hacérsele a Seres extravagantes. Es también, por cierto, uno de los defectos de la versión cinematográfica de Antes que anochezca que realizó Julian Schnabel. No es posible hacer un recuento biográfico de Arenas y obviar el período más productivo e intenso de toda su existencia. Entre 1980 y 1990, se convirtió en jefe de fila y portavoz del grupo del Mariel, fundó y animó revistas culturales, publicó decenas de artículos, dictó conferencias en universidades de varios países, intervino en congresos y tuvo la idea de exigir al Innombrable un plebiscito en la isla. Para ello logró reunir más de doscientas firmas de intelectuales del renombre internacional de William Styron, José Luis Aranguren, Louis Malle y Manuel Puig. Reescribió asimismo los originales de las novelas que había perdido en Cuba y acometió y finalizó nuevos proyectos. Al suicidarse dejaba escritos una veintena de títulos, que componen una obra original, transgresora y apasionadamente comprometida. ¿Hace falta que suministre más datos para insistir en que es lamentable que esa etapa se haya ido de vacío en Seres extravagantes?

El director deja para la última parte el testimonio de Oneida Fuentes, lo cual constituye otra muestra de la sabiduría cinematográfica que demuestra en Seres extravagantes. Con mucha tristeza, la madre del escritor confiesa que se había hecho muchas ilusiones con él. “Pero yo no lo comprendí a él, ni él a mí”. Reconoce, sí, que a pesar de su carácter, Arenas la quería mucho. Agrega que en su familia no hay nadie que haya leído entero ninguno de sus libros. ¿Por qué? “No le gustan, no es lo que ellos esperaban que él escribiera”. Según ella, su hijo llevó una vida muy amargada, y no fue capaz de entender la revolución, “que lo ayudó muchísimo”. Una intervención de Delfín Prats aporta un comentario significativo: para Oneida fue más duro leer su autobiografía, que recibir la noticia de su muerte.

Manuel Zayas, quien estudió dirección de documentales en la Escuela Internacional de Cine, Televisión y Video, de San Antonio de los Baños, y en la Filmakademie Baden-Württemberg, de Alemania, ha sabido hacer un magnífico empleo del material de que disponía. Los testimonios están muy bien ensamblados con las fotos e imágenes de archivo. Con todo ello, Zayas creó un discurso que discurre con coherencia y buen ritmo. Sabe aprovechar el momento más oportuno para incorporar las entrevistas, y establece un contrapunto entre los discursos del Innombrable y las imágenes que luego se muestran. En ocasiones, la realidad misma irrumpe en la filmación, como si deseara dejar constancia de que no todo lo que se dice en el documental pertenece a un pasado ya superado. Me refiero al momento en que la entrevista de Delfín Prats es interrumpida por un policía, que llega a pedir los carnets y a averiguar qué están haciendo allí aquellas personas que portan una cámara.

Quince años después de su muerte, Reinaldo Arenas disfruta de un reconocimiento internacional con el que seguramente nunca soñó. Pero al igual que ocurre con otros escritores y artistas que padecieron el ostracismo y la marginación, todo lo que se haga por recuperarlos y darlos a conocer nunca será suficiente. Debemos recibir, pues, con entusiasmo este valioso acercamiento a su vida y a su obra que es Seres extravagantes.

© cubaencuentro

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