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Actualizado: 02/07/2024 13:30

Literatura

Constancias e inconstancias de la ninfa

La novela póstuma de Cabrera Infante no va a desplazar a 'Tres tristes tigres' del lugar de honor que tiene en su obra o en el canon cubano.


La ninfa inconstante, novela póstuma de Guillermo Cabrera Infante, gira en torno a dos ejes que se reflejan mutuamente y que corresponden a los dos protagonistas: el narrador innominado y la joven que éste desea y con quien sostiene la aventura que constituye la trama. El primero de esos ejes es la historia de la pasión del narrador por Estela Morris, adolescente, primero, de quince y, luego, de dieciséis años, por quien deja a su mujer y familia. Estela es una rubita etérea, bella pero inculta, prácticamente abandonada por su padre y madre, a quien el protagonista conoce por casualidad. El segundo eje es la dramatización de los estados de ánimo del narrador y de la imagen que quiere proyectar al escribir estas memorias, que pretenden ser verídicas en el contexto de la ficción (no necesariamente con respecto al autor real, pero a esto volveré). Se trata, en síntesis, del tema del desarrollo del ser, del yo, en el proceso de una pasión amorosa, ligado al del surgimiento de la escritura.

La amada que inspira la poesía y que la encarna en su fuga (“Ah, que tú escapes”) es una figura tradicional, por no decir manida. Las antepasadas de Estela, o las amantes célebres de las que ella es la estela, son Beatriz (Dante), Laura (Petrarca), Dulcinea (Cervantes), Lucy (Wordsworth), Albertine (Proust), Daisy Miller (James), Nadja (Breton), La Maga (Cortázar), entre otras. Son mujeres hermosas, enigmáticas, esquivas, que agudizan la conciencia del amante escritor en su afán de poseerlas, de aprehenderlas —lo inducen a autodefinirse, a hacerse artista, love´s labour—. Estela se le escapa al protagonista a causa de la vaciedad misma de su ser; es inalcanzable porque es una nada engalanada que engaña con su belleza. Cuando éste logra atraparla, no hay consumación, por así decirlo, porque es hueca, casi inexistente, una Dulcinea totalmente inventada. Incrédula, abúlica, inapetente, Estela se deja desflorar sin aspavientos, aunque no es frígida; luego, seduce a otros hombres deslumbrados por lo mismo que atrae al protagonista, pero estos tampoco quedan satisfechos. Al final, se convierte en lesbiana pero, aparentemente, sin mucho entusiasmo, más bien como queriendo descubrirse y confirmarse en imágenes especulares de sí misma. Sabemos desde el principio que Estela ha muerto, pero no sabemos cuándo ni dónde. Desaparece.

La autodefinición del narrador —que tiene, según veremos después, mucho de autobiográfico— es por vía negativa. Es una suma de restas, por así decir, las de sus defectos y carencias. El personaje dramatizado en sus esfuerzos por, primero poseer, y luego, desembarazarse de Estela, es un crítico de cine pedante, aficionado a los juegos de palabras y las citas dizque eruditas, a lo que en inglés se llama name dropping: la mención de nombres de figuras conocidas para darse tono, “dejar caer” nombres célebres para hacer alarde de cultura. Es un retrato del artista como adolescente pasmado que se angustia por su propia ridiculez e insuficiencia y trata de remediarlas con desplantes y jactancias aún más irrisorias. Éstas se manifiestan en su diálogo con Estela, que tiene ecos cervantinos, porque ella, sanchopancesca, le advierte una y otra vez que no lo entiende, y se burla de su pedantería y de sus piruetas verbales. Él persevera, consciente de que no puede expresarse, de que no puede ser, de ninguna otra manera. La ironía constante y englobante se aloja en esta reflexividad novelística mediante la cual el narrador confiesa su propia impotencia para alcanzar a Estela (¿la poesía, el arte?) y para conocerse y transformarse a sí mismo, impedido por las fallas de carácter que lo con-forman.

Esta vertiente auto inculpadora de La ninfa inconstante la afilia con una tradición confesional que se remonta a San Agustín, que pasa por Rousseau, que aflora en Proust, pero que tiene muy poca aceptación en las letras españolas. Su mejor exponente es el Guzmán de Alfarache, apenas leído hoy. En San Agustín, que interpela nada menos que a Dios, hay una profundidad filosófica que ya no es asequible en la modernidad. Hoy falta el sentido de la culpa y, ausente la fe, el anhelo de ser sólo se expresa a través del eros —en todas sus vertientes y versiones—. Esto ya se manifiesta y, en realidad, toca su límite en Petrarca. San Juan, quien logró reunir la trascendencia y el deseo, disfrazados de eros, ha sido el único en alcanzar semejante fusión (“amada en el amado transformada”), principalmente en su poesía, pero también en la prosa de la Subida del Monte Carmelo. Las confidencias de Rousseau y Proust se quedan en un psicologismo cuya teoría habría de formular Freud, con chispazos literarios a la altura de sus precursores y contemporáneos. En este contexto, La ninfa inconstante es una obra menor, precisamente por las debilidades de que se acusa el narrador: la pirotecnia verbal, que casi siempre se queda en fuegos de artificio, y el patético dejar caer nombres, que revela una cultura hecha de lugares comunes donde no se ha asumido lo sustancial de los autores citados, que no son más que autoridades barajadas para impresionar al ignorante, pero que a mí me suenan a los desplantes de un autodidacta con una cultura prendida con alfileres (de ser esto un autorretrato crítico, es excesivamente severo). Todo ese andamiaje lingüístico, que es la firma de Cabrera Infante, llega a aburrir, aunque no a abrumar, como en otras obras suyas.

Pero La ninfa inconstante tiene dos virtudes ausentes de la obra anterior del autor: un argumento coherente y cierto lirismo. Los libros de Cabrera Infante estaban compuestos de fragmentos ensamblados como una especie de collage. Algunos eran simplemente recopilaciones de textos diversos, como Exorcismos de esti(l)o, mientras que otros, como Ella cantaba boleros, eran trozos refritos de libros anteriores. Tres tristes tigres, libro al que, en mi opinión, le sobran como cien páginas, consistía en secciones de distintos relatos que se reflejan unos a otros, y a veces se cruzan siguiendo el procedimiento fílmico del montaje. La Habana para un infante difunto carece de forma o argumento, la única posible unidad es la que le da la educación del protagonista. La ninfa inconstante, por el contrario, es un relato cronológico que comienza con el encuentro fortuito del protagonista con Estela, sigue con su seducción y la breve vida en común de ambos, la ruptura y un final elegíaco en que no se sabe a ciencia cierta qué le ocurre a ésta, cómo y cuándo muere. Hay algún que otro zurcido, tal vez producto de la reconstrucción del texto por la viuda del escritor y los editores. Pero, en términos generales, La ninfa inconstante es de fácil y grata lectura, aunque carece de un significado trascendente más allá de la frustración erótica y existencial del protagonista.

El capítulo inicial, en el que el narrador especula sobre la relación entre la memoria y la escritura, plagado de lugares comunes y sin alcanzar ninguna conclusión que sirva para justificar la organización del relato, podría haber sido el marco que le diera sentido a éste. Pero no es así. Otra forma posible de dar remate al argumento habría sido revelar cómo y cuándo murió Estela. La presencia de su muerte le habría dado profundidad a la novela y justificado la alusión joyceana —estela es wake en inglés, tanto velorio como el rastro que deja un barco en el mar—. La ninfa inconstante sería así no sólo la estela de Estela, sino una suerte de Estela´s Wake, el velorio de Estela, o hasta el despertar de Estela en la escritura (wake también quiere decir despertar) de la novela. Todo esto habría sido posible, pero la ausencia de la muerte de ésta le roba a la novela no sólo estas asociaciones sino otras más sugestivas y profundas. Las muertes de Bustrófedon y Estrella otorgan un aura trágica a Tres tristes tigres que la eleva por sobre la andanada de chistes buenos y malos.

Pero, claro, Estela también remite a stella, estrella, con lo cual la protagonista no sólo nombra el residuo, el pasado de algo, sino el futuro, el inasible hado. En la descripción de este oscilar entre presente y pasado de Estela, y en la vaporosa esquivez de la ninfa, Cabrera Infante logra un lirismo en esta novela que no se le había conocido antes. Su mejor momento son las páginas 94-96 en que se compara a Estela con las mariposas o, más exactamente, con las ninfas; es decir, la mariposa en su estado larval, antes de sufrir la metamorfosis que la convierte en el insecto cuya belleza admiramos. Las mariposas, que vuelan raudas sin dirección constante, y cuya captura nos ha tentado a todos alguna vez —pero al tocarlas les podemos quitar un polvito de las alas que es lo que les permite volar— son el emblema de Estela, de su atractivo y también de su fragilidad. Como las mariposas, Estela es un presente fascinante y fugaz, sin dirección; es bella por lujo, sin otra función que la de serlo en el instante y desaparecer. En estos momentos Cabrera Infante alcanza lo sublime, en contra del cinismo explícito del narrador, contaminado de una jerga existencialista sartreana muy de los años 50. Lo sublime, lo sabemos desde Longino, es por su propia naturaleza breve, insostenible, es propio del fragmento, y en La ninfa inconstante ésta es su única aparición, pero es notable.

La novela, como dije, es autobiográfica y su ubicación histórica y geográfica es precisa: La Habana de fines de 1957 o 1958 (después del ataque a Palacio). Desde la segunda parte del Quijote (1615), la novela se ha permitido ambas cosas, absorbiendo a la ficción tanto la vida de su autor como las circunstancias sociales y políticas en que surge. Hay, no obstante, tres elementos objetables en la presentación de lo histórico real en La ninfa inconstante. El primero es el narcisismo excesivo de Cabrera Infante, que alude a otros libros suyos como si se tratara de hitos en la historia de la literatura. Pero esto, tal vez, se le podría atribuir a las inseguridades de su protagonista narrador. El segundo es la insistencia en una alabanza de la prosperidad de La Habana de entonces que llega a tener un tono de panfleto turístico. El tercero es más delicado. Cabrera Infante hace aparecer figuras reales del mundo artístico cubano como Titón (el cineasta Tomás Gutiérrez Alea), lo cual también es permisible. Sin embargo, el retrato grotesco del poeta Roberto Branly, que contiene una nauseabunda insistencia en sus lacras físicas, es innecesario. Si Cabrera Infante necesitaba un personaje poco atractivo que se sintiera fascinado por Estela no tenía por qué darle el nombre de un poeta conocido, muerto, además, en 1980, aun si se trata de una venganza política. Haberlo hecho me parece una cobardía y una bajeza. Me gustaría pensar que, de haber podido revisar esta novela, Cabrera Infante habría usado otro nombre.

La ninfa inconstante no va a desplazar a Tres tristes tigres del lugar de honor que tiene esa novela en la obra de Cabrera Infante o en el canon cubano; es, en última instancia, un texto light. En cuanto a la temática del amor, tampoco puede competir con una obra como El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez. Pero es una novela bastante mejor de lo que se ha publicado dentro y fuera de Cuba en los últimos años y que por su relativa facilidad de lectura y la notoriedad de su autor va a encontrar un público amplio.

© cubaencuentro

15 Comentarios


15 by Chicho Caturla (Usuario no autenticado) 29/08/2009 17:00

Después de leer la crítica de G. Echevarría, me da más ganas de leer LNI. El autor de la crítica se ha pasado demasiado tiempo sumergido en las fosas carpenterianas y eso le ha embotado el gusto. Cabrera Infante tiene todo el derecho de incorporar a personas reales en sus novelas; toda la ignominia cubana la transforma por medio del arte. Ojalá que hubiera incluido a algunos de esos "profesores" en la novela, pero me imagino que hubieran echado a perder el argumento y por eso no lo hizo.

14 by Alejo Novas Calvo (Usuario no autenticado) 21/08/2009 14:40

Increible como el sr. profe tiene que mencionar todos los libros que ha leido, todas las musas de la literatura, en fin, no deja pasar un instante en su reseña resentida en que no deja de probarnos que es un profe con catedra con nombre y fondos en esa elitista escuela en New Haven! Pero todo se le perdona al ex-humilde muchacho de Sagua la Grande, ya que escribio un gran libro sobre la pelota cubana!

13 by Wilfredo Lam (Usuario no autenticado) 19/08/2009 23:00

Cabrera Infante es y será el gran escritor del exilio cubano. Me sorprende una critica positiva sobre su obra de parte de González Echevarria, a quien nunca le gustó la obra de Cabrera Infante. El siempre prefirio al castrista y barroco de Carpentier y al oportunista, apolitico y ultra-barroco de Sarduy. En fin, me parece que la reseña es milagrosa y extraña viniendo del autor de quien viene.

12 by gustavo carmona (Usuario no autenticado) 17/08/2009 8:20

Saben uds.lectores como gustaba lo llamaran a Cabrera Infante en los dias tragicos de los fusilamientos de Enero y Febrero de 1959 en la fortaleza colonial de la Cabaña,le gustaba le dijeran "El Comisario" y se pavoneaba de dicho nombre,porque lo se?porque yo estaba alli de otro lado de las rejas y no olvido muchas cosas que hoy tambien se olvidan pero por conveniencia.

11 by Isabella (Usuario no autenticado) 17/08/2009 8:20

Contra! Una critica "legible", que puede ser entendida por la mayoria de los lectores y que aun asi, refleje cierto conocimiento en la materia… Hay que reconocer que se trata de algo poco comun. Pues yo aun no me he leido la novela, pero por lo que cita Gonzalez Echevarria en este articulo respecto al narcicismo del autor de "La ninfa inconstaste" y otros detalles, no me cabe duda de que GCI puede llegar a ser asi de engreido. Y que me perdonen sus fans, pero la genialidad nada tiene que ver con eso. En el caso de GCI siempre lo he tomado por un signo que acusa una carencia que hay que compensar. Sus confesiones de escritor adolescente en esta novela asi nos lo confirman. Pero por favor, "lectorvos" cubanos -como diria el poeta de anaranjada aureola-, volvemos a caer en lo de siempre: desacreditamos y rebajamos a todo aquel que no expresa un criterio que nos complace. La critica en arte se basa en el ejercio de la opinion personal de quien escribe desde un prisma de "connaisseur" y se supone que ademas deba aportarle al lector elementos para la comprension o analisis de lo que él critica. Repito, lo que leimos es simplemente el punto de vista de este autor. Todos tenemos derecho a estar de acuerdo o a disentir, pero saber dialogar desde el respeto es algo esencial que deberiamos incorporar todos. Saludos a todos y gracias a este autor por tener la valentia de expresar lo que piensa!

10 by UNO UNO (Usuario no autenticado) 16/08/2009 20:00

Cabrera Infante fue libre, escribió lo que creyó oportuno, y de paso nos ha dejado uan obra excelente, incluyendo ñesta póstuma. NO debe comprararse a Carpentier, testaferro del régime, con alguien que escribió todo cuanto quiso en libertad, y al tiempo, con su Cuba a cuestas. Una memoria , que fue historia , que fue literatura en el estado más puro de la palabra.. Miriam Gómez no cambió un solo párrafo a instancias de los deseos de Cabrera Infante. Las comparaciones no son buenas, ël tuvo su pripio estilo y la brillantez dejada como legado lo hace un hacedor de la literatura, guste o no. La inifa inconstante es una nocela a ritmol bolero de un recuerdo mantenido de su Cuba onírica.Por suerye hay masteria, para ser editado para quienes lo admiran , incluso hoy , despues de su fallecimento. es mi caso y puedo suponer que el de muchos que coj su obra, se deleita con su prosa procazm imgeniosa y directa.

9 by Francine Loyola (Usuario no autenticado) 16/08/2009 19:40

Este es un señor bastante lerdo en su crítica, muy provinciano, provincianísimo, Y seguramente con muchos deseos de haber podido llegar aunque sea al tobillo de GCI, lo que ni en sueños.

8 by Quintin Banderas (Usuario no autenticado) 16/08/2009 9:20

Gracias Maestro Gonzalez Echevarria!!! Como siempre, y vez en cuando, usted salva del ridiculo a nuestro criticos literarios ilegibles. Un abrazo de saguero ausente!!!

7 by Caronte (Usuario no autenticado) 16/08/2009 9:00

Nunca a la altura de las de Carpentier? Solo una lectora de bodrios puede opinar asi sobre las novelas de Guillermo Cabrera Infante, un maestro de la lengua y un mago de la narracion, el buen gusto y la ameniedad. Por "Berraca Barroca" es que opina asi, tomando prestado de los juegos de palabras sin igual del tigre. EPD, Guillermo Cabrera Infante. Gracias por tus maestria.

6 by Jorge Alaide Bolet (Usuario no autenticado) 16/08/2009 9:00

El provincianismo cubano no tiene límites. Ahora resulta que la crítica no debe hablar de la obra de los novelistas muertos. Y que es bajo y cobarde hacerlo. Visto así, no existirían los estudios sobre literatura del siglo XIX.

5 by Desdedentro Deyale (Usuario no autenticado) 15/08/2009 21:20

¿Y eso que llama "name droping" es: a) "Las antepasadas de Estela, o las amantes célebres de las que ella es la estela, son Beatriz (Dante), Laura (Petrarca), Dulcinea (Cervantes), Lucy (Wordsworth), Albertine (Proust), Daisy Miller (James), Nadja (Breton), La Maga (Cortázar), entre otras" b) "Su mejor exponente es el Guzmán de Alfarache, apenas leído hoy" (a que lo leyó en inglés!)? ¿Y no es "una cobardía y una bajeza" atacar a un novelista muerto? (qué duda cabe, para defender a sus dos mulatas el cabezón negrero ataca al mulato)

4 by Roberto Fernandez Rizo (Usuario no autenticado) 15/08/2009 21:20

Cuando corre sin miedos y atavismos nihilistas, la crítica al corpus artístico cubano adquiere un sentido universal que pocas veces se nos presenta. Es posible que nuestro estado natural -por viejo y repetitivo- nuble nuestra visión del resto y es entonces, cuando nuestro Chauvin se nos aparece con sus deleites y aberraciones. gracias tocayo por ubicar nuestros "enseres" llenos de lastre que nos obligan a descender, cuando nos creemos en ascenso.

3 by Justino Herrera (Usuario no autenticado) 15/08/2009 21:20

Es patetico es articulo. El autor trata de darle lecciones al autor, le propone finales, otra conclusion, otro marco...Si Cabrera Infante estuviera vivo, lo mandaria al carajo...pero esta muerto, y no se puede defender...patetico, patetico. Como lo unico de lo que sabe es del Quijote... ahi va la carga con su Rosinante...senor, estamos en el siglo XXI, y si prefiere otro final, escriba su propia novela!!

2 by Monica L (Usuario no autenticado) 15/08/2009 21:20

Duro pero atinado comentario. Tengo una mejor opinión de otras obras de Cabrera, aunque no lleguen nunca a la altura de Carpentier, pero esta me dejado un sabor triste al poner demasiado a la vista los defectos del autor. Triste que este juicio sea la primero que lea en la mañana.

1 by Isaac Fortuna (Usuario no autenticado) 15/08/2009 21:20

Muy buen articulo. Diaz de Villegas debia tomar nota a la hora de hacer sus criticas de cine.

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