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Actualizado: 01/07/2024 13:46

Crónicas

Otra aventura secreta de la materia

El nombre del creador de la televisión cubana se ha convertido en un misterio de la Naturaleza, como el de un general fusilado que habría sido héroe en la guerra de Angola.

Festejaba Cuba el pasado año 2006 un nuevo aniversario de una aparición no por modesta ni reciente menos misteriosa que la creación del mundo. La aparición de su televisión. Tentados por la cercanía en el tiempo de tan trascendente novedad, jóvenes reporteros del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) salieron a sorprender al escurridizo autor de dicha creación. Pero esa es una puerta vedada.

Encontraron lo que ya era del dominio de los reporteros de la generación anterior: sin que se sepa cómo ni fundada por quién, la televisión cubana existía y ofrecía una interesante programación de varias horas al día casi medio año antes de que en febrero de 1951 la introdujera en la Isla Goar Mestre.

Ellos lo conocían de nombre. Un cubano exiliado que al final de su vida visitó su patria por unos días y tuvo palabras tolerantes con la Revolución que lo había nacionalizado, tal vez porque gracias a ello le dio por viajar a Argentina donde en pocos años recuperó, multiplicado por diez, el capital perdido en Cuba, a pesar de haber llegado al país de Evita y el Che sin un centavo.

Por lo que en justicia, concluían los jóvenes reporteros del ICRT mirándose asustados, no era en efecto el aniversario 55 de la televisión cubana el que estaba corriendo. Era el 56.

Revolucionariamente, sin embargo, creyendo su deber disimular aquel hueco inexplicable (no se lo fueran a apropiar con fines de propagandas milagreras monseñor Carlos Manuel de Céspedes u otros religiosos), no dudaron aquellos audaces jóvenes en suscribir el informe rendido por los reporteros de la generación precedente, y de este modo, señoras y señores, damas y caballeros, si la vida no dispone otra cosa, si el documento de hoy valiera todavía mañana, seguirán en Cuba las nuevas generaciones repitiendo que Goar Mestre es el padre de la televisión cubana.

El locuaz Pumarejo

Los viejos, no. En voz baja y mirando con disimulo para los lados, temerosos de ser oídos, los viejos del dominó bajo el almendro del barrio hablan de un supuesto Gaspar Pumarejo, antecesor de los hermanos Mestre (Goar y Abel), el cual habría fundado un espacio televisivo llamado Hogar Club, que según ellos más que drogadicción fue para las amas de casa religión fundamentalista. Hipnosis quizá.

En una ocasión, cuentan, Pumarejo las convocó a comprar determinado dentífrico que al día siguiente saldría a la venta por primera vez, para con esta acción demostrar "al poderoso imperio de los hermanos Mestre" la fuerza potencial del modesto pero invencible Hogar Club, y con minuciosidad de tambochas, a las diez de la mañana del siguiente día las laboriosas socias de Hogar Club (que además pagaban dos pesos mensuales por cabeza) habían arrasado en los establecimientos de la Isla hasta con el último tubito del dentífrico de la consigna.

Habría sido el fascinante Pumarejo un pacífico gordo siempre vestido de negro, corbata de lacito, discreto bigote de asesor del Gobiernote inglés, aunque simpático, muy simpático, además de locuaz y de buen apetito.

Cuando no estaba en pantalla comiendo pan con chorizo, estaba regalándole a sus amadas socias de Hogar Club ollas de presión, batidoras, vajillas, ropa de cama, refrigeradores, juegos de cuarto y cosas así. Pues en materia de gentilezas domésticas, ni aun las hadas realizaron tantos milagros como aquel sonriente Aladino de la TV, cuyo primer milagro fue (siempre según los viejitos del dominó) traer a Cuba la televisión, novedad a la que dan por fecha el 26 de octubre de 1950. Lo recuerdan, dicen, porque ese día se conmemoraba el aniversario 458 del Descubrimiento de la Isla.

Aunque en los días de la guerra contribuye Pumarejo con dineros para hacer posible el triunfo sobre el tirano Batista, no debió ser devoto del gobierno instaurado por los barbudos triunfantes. O los barbudos, a los que no perdonó ni en su lecho de muerte en el exilio (donde volviera a levantar capital), no fueron devotos de él. Estaba ya por esos días del 59 el divinal Pumarejo en su bastión de Hogar Club, donde tantas reinas por un día hiciera y donde casadas y solteras lo veían como la imagen del esposo ideal, regalando todos los meses lujosos apartamentos amueblados en edificios que pretendían tocar las nubes, espléndidos automóviles, viajes a Europa, albas de oro incluso.

Más aún. Adelantándose por segunda vez al poderoso imperio de los hermanos Mestre, semanas llevaba Pumarejo por entonces haciendo las primeras emisiones de televisión en colores que tenían lugar en Cuba, las emisiones del canal 11. Empresa cuya junta de accionistas presidía y en la que se dijo que también tenía acciones el Tirano, según los viejitos.

Misterios insolubles

Mitos así sobran en el folklore cubano. Todos nacidos de misterios igualmente insolubles. Dejaré fuera los del arte y las letras. De la historia oficial de la Revolución, tomaré dos al azar, tres quizá.

Cuando todavía los rebeldes estaban en las montañas, un sicario famoso, jefe de un cuerpo militar, fue abatido en el céntrico cabaret Montmartre. Hoy ese ajusticiamiento es un hecho sin autor. Ocurrió solo. Dando a entender sectarismos políticos para explicar tal silencio, algún infame le ha atribuido esa acción a un personaje del Directorio Revolucionario.

Sin embargo, también la Sección de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, brazo armado de la Revolución en el llano, tiene famosos atentados sin autor y poderosas explosiones de bombas que nadie puso. Los viejitos que ya sabemos, sin embargo, los mismos imaginativos que hablan del mítico Pumarejo, les atribuyen tales hechos a combatientes que después habrían pasado a engrosar las filas enemigas dentro o fuera del país. Es el caso (dicen) de los pilotos que combatieron por la Revolución en los cielos de Girón y hoy no existieron, nunca estuvieron en Girón, excepto uno solitario, ya muy anciano, que sigue en el país.

Extrañan además la ausencia de un tal general Arnaldo Ochoa en un largo documental sobre la guerra de Angola que acaba de pasar la televisión. Según ellos, un general ya fusilado que habría sido uno de los héroes principales de aquella guerra más prolongada que la de Troya. De hecho, dicen, el jefe de misión que hubo de cerrarla. Sin embargo, en ninguno de los 22 capítulos en que fuera dividido el documental, para pasar uno por semana, aparece el mencionado Ochoa, que fuera de ellos nadie recuerda.

Yo no les creo, porque en una revolución martiana como la nuestra no cabrían tales olvidos. No puedo creerles. Así que me tapo los oídos al pasar junto al almendro del dominó.

Desde luego, no creer no quiere decir no estar prevenido. Y aun asustado. Es mi caso ahora con el gran Almirante de la Mar Oceana don Cristóbal Colón. Como el gobierno está hoy en guerra con la Unión Europea y el terruño natal del Almirante estaría de todos modos en el mapa de la UE, fuere el Descubridor genovés o no, quién quita que de repente un día, caso de tener razón los viejitos del dominó, no veamos en Cuba desaparecer el nombre de Colón. Y el Descubrimiento venga a ser entonces, al igual que la creación del mundo y la de la televisión cubana, un nuevo misterio de la Naturaleza, otra aventura secreta de la materia en el ultramundo de su infinito e ignorado cosmos.

© cubaencuentro

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