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CDR

“¡Malanga sí, chicle no!”

Los CDR se constituyeron no solo en las cuadras, también en los centros de trabajo, incluyendo un prostíbulo en la calle Marina

Lugar: explanada frente al Palacio Nacional. Día: 28 de septiembre de 1960. Fidel Castro se dirige al pueblo para informar sobre su reciente viaje a los Estados Unidos. Se lamenta por la suerte de los cubanos que allí encontró, aquellos que abandonaron la Isla huyendo de la dictadura: “¡Y qué triste que una parte de nuestro pueblo haya tenido que arrancarse del suelo de la Patria! (…) ¡que esa parte de nuestro pueblo tenga que vivir en el extranjero y qué suerte tan dura la de esos cubanos!” Los llama los “verdaderos héroes de la revolución (…) esos cubanos que allá gritan: ¡Malanga sí, chicle no!”

Explota un petardo. “¡Fíjate bien… Fíjate bien, en el mismo momento en que estaba hablando del imperialismo sonó el petardo”. Se vuelve hacia los que lo acompañan: “¿Lo cogieron, no hay noticias?” Gira al frente y, casi ronco, anuncia a la multitud enfebrecida que grita “¡Paredón!”: “Vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva, que todo el mundo sepa quién vive en la manzana y qué hace el que vive en la manzana y qué relaciones tuvo con la tiranía, y a qué se dedica, con quién se junta, en qué actividades anda…” Se escucha una segunda y oportuna explosión: “¡Déjenlas, déjenlas que suenen, que con eso están entrenando al pueblo en toda clase de ruidos!”

Así nacieron los Comités de Defensa de la Revolución.

En rigor, desde varios días antes, los vecinos interesados en defender la revolución se comenzaron a inscribir en comités de barrios para la vigilancia, pero fue aquella escenografía dramática, en la terraza del Palacio, la que marcó la fundación de los CDR. Los petardos sonaron cuando tenían que sonar.

El logotipo para la identificación del nuevo organismo se basaba en el grito espartano “con el escudo o sobre el escudo” que no todos entendieron, pero en esos tiempos Fidel Castro aún exhibía rezagos de sus lecturas humanistas.

Comenzamos a hacer guardias nocturnas. Al principio eran solo cinco o seis cederistas por cuadra, los más entusiastas, quienes creían que un marine pudiera aparecer a la vuelta a la esquina en cualquier momento. Los CDR se constituyeron no solo en las cuadras, también en los centros de trabajo, incluyendo un prostíbulo en la calle Marina.

Primero fue la vigilancia, luego derivó a los permisos hasta para sacar un mueble de su casa, los trabajos voluntarios, las células de vigilancia o informantes de confianza del MININT (no eran todos), la búsqueda de los estados de opinión, los registros para el racionamiento, el reciclaje de materias primas, la supervisión en bodegas y carnicerías, las campañas de vacunación, los círculos políticos, la limpieza de calles, la invención de la caldosa… De una asociación de pocos se transformó en una organización a la que era obligatorio pertenecer, “dejarse ver ahí”, por miedo a un mal informe que lo perjudicara en el trabajo o en la escuela. Nada peor que ser tildado de “apático” y de “no participar”. Casi todos los emigrados fueron cederistas, casi toda la población que permanece en la Isla lo es. Todos están bajo el escudo constrictor esperando que lleguen tiempos mejores.

En las zonas, distritos, municipios, provincias, militaban cederistas sinceros en un inicio. Hoy, en la mayoría de las cuadras, los cargos están ocupados por personas que solo tratan de sobrevivir, de mirar hacia otro lado y no darse por enterados de lo que sucede, las que buscan esconder lo que hacen en la privacidad de sus casas, las que perjudican a otros por competencia o por envidia, muy pocos por convicción; cualquiera puede ser el Presidente o el Responsable de Vigilancia del CDR. No tiene sentido que el anciano Machado Ventura confíe “en la madurez, fortaleza, fidelidad y compromiso de los cederistas”, como hace poco dijo.

La malanga amarilla se perdió. La malanga blanca, la de verdad, apenas se ve y, cuando hay, es cara. Un poco más barato es el chopo (que no es malanga) y hay que saberlo encontrar. Por lo tanto, los cubanos no tenemos opción: malanga, no y chicle, tampoco.

© cubaencuentro

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