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Actualizado: 01/07/2024 13:46

Humor

Con las mismas manos

El Comandante, su delicado secreto de Estado y la indignación de los intelectuales con la 'cadena'.

"Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela" (Roberto Fernández Retamar).

"Te doy una canción con mis dos manos, con las mismas de matar" (Silvio Rodríguez).

Año tras año, los exiliados cubanos de todas partes del mundo dan vida a una de sus más persistentes y queridas tradiciones: poner a enfriar champán para celebrar la inminente muerte del Comandante. Esta vez parecía ser la definitiva, ante la persistencia del rumor de que el Comandante —al igual que el champán de los exiliados— estaba descansando en una nevera. Pero al parecer las neveras del exilio no eran las únicas que se preparaban para las celebraciones.

Se cuenta que cuando el Comandante salió de la suya, sus primeras palabras fueron: "¿Por qué el refrigerador está lleno de botellas de champán?". A lo que su hermanísimo contestó: "A mí no me mires Fidel, que aquí todo el mundo sabe que lo mío es el whisky".

No obstante, los expertos insisten en que tras la complicada operación intestinal a que fue sometido el Comandante —que incluyó la reparación de algunos sitios de su anatomía, que, como todos sabemos, es un secreto de Estado— retornará a la política como figura simbólica.

Cocineros e instrucciones

Se supone que, dado su prestigio histórico y su delicada condición médica, el Comandante ocupará permanentemente un lugar muy delicado en la estructura de poder: los servicios sanitarios del Palacio de la Revolución. Eso no disminuirá su capacidad de comunicarse con el pueblo, ya que los baños tienen por lo general muy buena acústica. Tampoco debemos pensar que la imagen del Comandante, con su secreto de Estado a tiempo completo en ese lugar, afectará su prestigio, sino que, al contrario, resumirá como pocas veces las intensas relaciones que ha sostenido con su pueblo todos estos años.

Pongamos como ejemplo de estas fluidas relaciones las ollas arroceras, que tan pacientemente el Comandante distribuyó en todas las casas mientras disertaba sobre cómo debían usarse. Las ollas arroceras (siguiendo el simbolismo apuntado más arriba) han resultado ser —usando el vocabulario técnico que utilizan los propietarios-víctimas de las mismas— una mierda. Pero, por supuesto, eso no ha sido culpa del Comandante, sino de aquellas personas que no han sabido entender las instrucciones, algo que ya ha ocurrido en otras ocasiones.

Y es que el Comandante siempre ha tenido mala suerte en eso de que sigan sus instrucciones. Por ejemplo, cuando Batista decía "arránquenmele las uñas a ese", sus esbirros iban y dejaban a su víctima incapacitada de por vida para rascarse. Pero si el Comandante dice: "dentro de la revolución todo, contra la revolución nada", vienen esos cuadros intermedios que nunca entienden las instrucciones y se ponen a freír intelectuales. Y eso, por supuesto, es un error terrible, porque puede ocasionar desperfectos en la olla, que en el fondo no es más que un modo metafórico de decir "revolución".

Luego aparece en televisión un antiguo cocinero, famoso por recetas tales como "cuentista al horno" (de fundición de acero), "aporreado de dramaturgos", "novelista (rehogado) en su tinta" y "poeta a puñetazos" (o tostón de poeta, como también se le conoce), y muestra las medallas que recibiera por sus méritos culinarios.

Los intelectuales ponen el grito en el cielo, siguiendo el precepto leninista de meterse con el eslabón más débil de la cadena, sin tocar al mono. Escriben emails en los que se muestran alarmados por la posibilidad de volver a ser materia prima de la política gastronómico-cultural del país. Pero enseguida aparece una declaración de la UNEAC con la explicación de que aquellas recetas son cosa del pasado y que, de acuerdo con las claras instrucciones dadas por el Comandante 45 años atrás, la única receta aceptable es la de "intelectual pasado por agua".

Eso, siempre y cuando la receta no incluya huevos, porque "intelectuales con huevos" es un plato que siempre trae problemas. Con esa explicación y unas palmaditas en los hombros, muchos se van tranquilos a casita, porque si hay algo que a ciertos intelectuales les cuesta resistir es una palmadita en el hombro. Me refiero a esos ciudadanos de la República de las Letras, cuya consigna (letrada) es: "Dame la 'F', dame la 'I', dame la 'D', dame la 'E', dame la 'L'"; "¿Qué dice?": "¡Viajes!". Hay otros que no, esos que se han quedado pidiendo algo más sustancioso, los que están cansados de que siempre les digan que el horno no está para galleticas. O que no es el momento adecuado.

Porque la gente que sabe en Cuba, o sea, la que manda, siempre te dice que no es el momento adecuado y uno llega a la conclusión que los últimos 48 años (y los que faltan) no han sido el momento adecuado, y en eso definitivamente hay que darles la razón.

Es cierto que este no es el momento adecuado, porque hay cosas mucho más trascendentes a las que dedicarse. Eso lo demostró el Comandante cuando tuvo media hora de conversación por teléfono con su hijo pródigo (en petróleo), Hugo Chávez, en Aló, Presidente, el estelar programa venezolano. Emociona escucharlos: una relación tan intensa sólo es comparable a la de Romeo y Julieta, o la de la bruja de Blancanieves con su espejo mágico.

Sin detenerse en otra cosa, el Comandante fue directo al problema que más le preocupa en estos momentos. No, no me refiero a cuándo podrá levantarse del inodoro o cómo mantener limpio su secreto de Estado. Hablo del otro problema, el del calentamiento global. El Comandante y Hugo Chávez se sienten elegidos para evitar que el planeta se derrita. No importa cuánto petróleo consigan vender, porque están convencidos de que en cuanto empiecen a producir bombillos ahorradores conseguirán salvar a la especie humana, como Supermán en sus buenos tiempos.

El Comandante y Chávez andaban por las líneas telefónicas como el Quijote y Sancho por las llanuras manchegas, sólo que en vez de luchar contra molinos de viento, hablan de construirlos y así, mediante el consiguiente ahorro de combustible, salvar al planeta. En fin, un espectáculo digno de admirar por toda la humanidad con la excepción de los cubanos, a quienes, hechizados por el mago imperialista Merlín, lo único que les interesa es tener una antena parabólica.

Muchos hasta hablan de mudarse para Matanzas, por aquello de que es "La Antena de Cuba". Todo con tal de ver cualquier programa televisivo de Miami. Cuando digo cualquier programa, es cualquiera, incluidos esos donde alguien vagamente famoso diserta sobre cuántas veces se ha operado los senos, mientras su mujer protesta porque con las operaciones de su marido no le va a alcanzar dinero para hacerse una liposucción.

Mientras tanto, el hermano del Comandante se indigna, no tanto porque él también quiera hacerse una liposucción —algo que es muy libre de hacer—, sino porque con tales distracciones los cubanos nunca se van a enterar de las evidentes muestras de mejoría del Comandante y de su secreto de Estado (plástico).

El poder de los escritores

Entretenidos en las fruslerías capitalistas, los cubanos no podrán escuchar al Comandante diciendo cosas tan alentadoras como esta: "Sí, voy ganando terreno, me siento con más energía, más fuerza y más tiempo para estudiar. He vuelto a ser un estudiante". Bueno, alentadoras por una parte y un tanto preocupantes por otra, porque en su época universitaria el Comandante tiró más tiros contra sus condiscípulos que luego contra los soldados de Batista. (El contacto con los libros al parecer tenía la virtud de alegrarle el gatillo).

El problema —piensan algunos— es que al Comandante parece interesarle algo más que el estado de los casquetes polares. En medio de la conversación con Chávez, sin que viniera a cuento, el Comandante dijo: "Al fin y al cabo, tú vas a pasar entre los grandes escritores de este hemisferio. Y no te lamentes, porque los escritores tienen cada vez un poder mayor". Hummm —dirán los expertos—. Primero le llama a Chávez escritor, algo que no se atrevería a decirle ni siquiera su abuelita. Y luego, que no se preocupe, que ser escritor no significa perder poder, porque los escritores tienen cada vez un poder mayor.

"¿A qué se puede referir sino a nosotros —se preguntarán los intelectuales cubanos— y a nuestra rebelión cibernética?". Y como todos conocen lo nervioso que se pone el Comandante cuando piensa que alguien en sus inmediaciones tiene demasiado poder, temen que el nerviosismo le dé —ahora que ya puede ingerir alimentos sólidos— por mandar a pedir picadillo de intelectual sin ponerse a pensar en la sobrecarga que le puede traer a su últimamente tan manoseado secreto de Estado.

Yo trataría de tranquilizar a los rebeldes letrados diciéndoles que si históricamente los subordinados del Comandante nunca han sabido cumplir sus instrucciones, ¿por qué esta vez van a cumplirlas al pie (de la República) de la letra? Ahora, si el Comandante dice: "límpienlo todo", eso sí sería un problema. Entonces, los subordinados, ante la duda de si el Comandante se refiere a su secreto de Estado o a los hombres de letras, les meterán mano a los dos. Y si van a ser las mismas manos las que emprendan ambas tareas, no es difícil suponer que nuestros letrados prefieran que empiecen por ellos.

© cubaencuentro

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