Experiencia
Desde hace medio siglo, los cubanos están presos, en régimen cerrado o abierto
En 1992, mi mujer y yo pudimos salir de Cuba y vinimos a España. Aquí prevalecía entonces una admiración fanática por Fidel Castro y su revolución.
Una noche, en Barcelona, en casa de unos amigos protagonizamos una tertulia sobre Cuba, en la que participó el escritor húngaro Mihály Dés. A Dés no tuvimos que explicarle nada de lo que contábamos de Cuba. Él vivió en su país lo mismo que nosotros en el nuestro, y ya dijo Václav Havel que para saber qué es el totalitarismo hay que vivirlo.
Estos recuerdos me asaltan a la vista de las dificultades que el Gobierno español está teniendo para convencer a la Unión Europea de que para encaminar al régimen castrista hacia la democracia hay que levantarle las sanciones y normalizar la relación con él. Es lógico que los países del Este sean los más remisos a aceptar la receta zapaterista porque tuvieron regímenes idénticos al cubano y saben que el único lenguaje al que atienden los totalitarismos es el de la presión. Presión que en primer lugar debe incluir el respaldo a quienes los enfrentan. A los apaciguadores, esos regímenes les toman los créditos y el pelo.
Si ahora el castrismo excarcela disidentes no es porque piense cambiar, sino porque necesita librarse de la presión, nacional e internacional, que le ha sobrevenido a partir de la muerte del preso político Orlando Zapata. Está quebrado y quiere créditos europeos y turistas yanquis para sobrevivir.
Desde hace medio siglo, los cubanos están presos, en régimen cerrado o abierto. Los únicos ciudadanos libres en aquel archipiélago gulag son los hermanos que forman la diarquía reinante. Nada ha cambiado, y nada básico tiene necesariamente que cambiar tras la excarcelación de disidentes. Es más, el régimen se beneficiará si avienta a todos los presos políticos, que son un motivo de turbulencia interna y un lastre para su política exterior.
Los cubanos siguen con el dogal al cuello, la mordaza ceñida y la sombra de las prisiones sobre la cabeza. Esto continuará, irremediablemente, si la oposición interna y el exilio aminoran la presión que vienen ejerciendo sobre la dictadura desde el martirio de Zapata. La presión que ha obligado al general a llamar al cardenal.
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