Juan Gelman o la ternura hirsuta de las palabras
Breve homenaje al poeta argentino que acaba de fallecer en México
Los poetas tienen el corazón de violín: la sangre frota el péndulo de sus contracciones y del pecho brotan milongas, valses, sones, huapangos, himnos, madrigales, coplas y boleros. Los poetas atemperan las cenizas de los cotos y se tragan el polvo de las rondas desérticas del mundo. Presagian la mordedura y mastican la noche de luna grande y los mediodías de siestas abrasadoras y columpio de insulto en los meridianos de la vida.
Juan Gelman (Buenos Aires, 3 de mayo de 1930 - Ciudad de México, 14 de enero de 2014), de sus ojos un ciruelo manchó con pulpa y ventolera —en vuelcos de sílabas y barros— el destino de muchos lectores. Com / Posiciones: el lector cae boca abajo, colmado por la dureza del diluvio de imágenes a la intemperie “de dulcísimas sombras / me sacaste / a la luz de tu luz / celebraré el instante de mi pacto / mañana / conoceré los rojos de un ocaso sangriento”. Gelman: ánimo de sed y humo que se anida en el vientre de una cólera caliza: vendimia de convulsiones: clavijas en los subterráneos ríos del dolor. Incompletamente: cobijo “En el filo de la belleza que / corta la vida / la devuelve / a su no ser / la vida / grita el no ser de la belleza”. Susurro de Juan: “si tanta luz o intensidad de amor / no pertenece o cabe aquí o necesita / otro mundo ¿Cuál es la realidad?”.
El lector sucumbe en el “bello amor humano / imperfecto perfecto como una madre oscura” de los versículos de sus pliegos remolinos: de sus salmos abrigantes: de sus estrofas y endechas: matojos atribulados por la fiebre del deseo.
Dicen que murió el pasado martes 14 de enero, eso es mentira: aquí me está gritando en los fondeaderos de la palabra de más de 30 cuadernos de jubiloso oleaje por nombres, designios, avatares, mudanzas, vuelcos, aguaceros, insomnios, desventuras, ilusiones y cosechas. Aquí lo veo arrebujado en la ternura hirsuta de las palabras.
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