Actualizado: 26/06/2024 13:34
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Francisco Almagro, Hábitos de lectura, Libros

La Biblioteca de Babel

Los libros que Francisco Almagro subraya y anota son casi siempre los textos científicos y los ensayos. Pero confiesa que a veces descubre con asombro que lo subrayado carece de valor y lo que no fue anotado es lo más importante

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Los trabajos que Francisco Almagro ha dado a conocer en las revistas Palabra Nueva y Amanecer, así como en las publicaciones digitales como Diario de Cuba y Cubaencuentro, se distinguen por estar muy bien escritos. Una prosa clara, fluida y con una encomiable voluntad de estilo le sirve como vehículo para expresar opiniones e ideas siempre inteligentes y agudas. A eso hay que sumar una adecuada dosis de humor y de libertad imaginativa, lo cual contribuye a que la lectura de los textos de Almagro propicie el disfrute, a la par que la reflexión.

Todos esos valores permiten deducir que, detrás de esas páginas, es evidente que se halla la mano de un escritor de una exigente madurez. Almagro la ha logrado con una labor que se ha materializado en una extensa y sostenida producción, de la cual da cuenta su nutrida bibliografía. La integran las novelas Permiso de salida, La Casa Cuba, El retorno imposible, La ciudad y las piedras, Arenas negras y El último Talibrón; la recopilación de artículos Ventanas a Ítaca; el ensayo La fiesta innombrable: Familia y literatura cubana; y los libros de psicoterapia Los hombres lloran… y las parejastambién y El Facilitador Familiar. Estos últimos títulos pertenecen al campo de la medicina, profesión a la cual se dedica Almagro. Eso lo incluye en el grupo de autores como Antón Chéjov, Schiller, Conan Doyle, Mijaíl Bulgákov y Céline, entre otros, que compartieron el trabajo como médicos con la escritura. A propósito de ello, la dueña de la clínica en donde Almagro presta servicio lo define como un escritor que estudió medicina y no un médico que escribe.

1-¿Cuántos libros tiene tu biblioteca?

Es difícil contarlos y hoy día mucho más difícil releerlos. Pero hay considerablemente menos que cuando vivía en Cuba por dos razones. La primera es que en mi maleta de exiliado no cupo uno más, y eso que apenas traje una muda de ropa. La segunda, es que, con el advenimiento de Internet y la lectura electrónica, el libro en papel ocupa el espacio para otras “pequeñas cosas” necesarias. Diría que, entre libros técnicos, y de ficción apenas unos 500. En la biblioteca virtual esa cifra se supera.

2-¿Cómo los tienes organizados: por autor, por temas, por áreas lingüísticas o indiscriminadamente?

Para tener acceso rápido suelo organizarlos por temas: Medicina, Psicología y Psiquiatría, Filosofía y Teología, y ficción (novela, cuento, poesía), misceláneas. Pero ese orden desaparece tan pronto un libro es sacado de su empolvado reposo. Al terminar la consulta casi siempre el texto termina donde no va (la mesa de noche, en el piso de la oficina, encima del escritorio). Allí se amontonan a la espera de que mi esposa, con paciencia mal disimulada, me pregunte donde va ese libro.

3-¿Qué criterio sigues para comprar: un criterio racional, la recomendación de un amigo, las críticas que se publican o te dejas llevar por el impulso?

En la medida que envejezco releo más que leo. De modo que solo compro aquellos textos que siento como déficits en mi formación académica y cultural. En eso acostumbro a ser un lector “de temporada”. Salvo algún texto que por mi trabajo resulte imprescindible y no haya leído antes, compro aquellos textos sobre historia y Cuba a los cuales no tuve acceso en la Isla. Al ser el exilio una fuente inagotable de historias, cada libro que relata el pedazo negado y ocultado a mi generación se convierte en una tentación difícil de esquivar.

4-¿Qué haces para controlar la superpoblación, la cantidad excesiva de volúmenes?

He hecho varias donaciones a las bibliotecas de Miami-Dade. Eso ha sucedido cada vez que me mudo, una excelente ocasión para dejar cosas detrás. Vivimos en una sociedad donde atesorar algo material es una carrera contra la felicidad y el bienestar. En eso las filosofías orientales nos aventajan y apuestan por nuestra ruina. Cuanto material eres capaz de desprenderte es con cuanta felicidad (y no preocupaciones) puedes vivir. Coleccionar libros sin leerlos para impresionar amigos y visitantes es parte de algo que llamaría Síndrome de Diógenes Seudo-cultural.

5-¿Recuerdas el primer libro que leíste?

Como todo niño de mi edad y cubano pueden haber sido los escritos de José Martí, y sobre todo esas Cartas a María Mantilla, que, como El Principito, a los diez años te dicen una cosa, a los treinta otra, y al ser abuelo, otras. Pero después de los clásicos cuentos infantiles. En casa había unos libros llamados El Tesoro de la Juventud, y otros enormes, con excelente grabados y narraciones de Perrault, los Hermanos Grimm, Hans Christian Andersen. La primera novela leída fue 20,000 leguas de viaje submarino. Me volví fanático a la lectura de sus historias fantásticas, lo cual me llevo a Stevenson, Salgari, Kipling, y Dickens, quién toca el corazoncito infantil.

Hubo un tiempo en la Cuba donde yo crecí que se leía mucho y bien. Es cierto que nos vendaron los ojos para autores cubanos y extranjeros contrarios al régimen. Pero de algún modo “chocábamos” con la buena letra de molde los que queríamos. En la beca teníamos un grupo que nos decían los “intelectuales”. Además de (mal) oír el American Top Fortyde Casey Kasem los fines de semana, competíamos entre nosotros para conocer quién leía más. En la esquina de la casa de mi abuela había una librería. Era raro que al salir de pase de la beca no me comprara un libro de la editorial Cocuyo(ciencia ficción y misterio), de Huracán (novelas y cuentos), Gente Nueva (aventuras), Arte y Literatura y otras.

6-¿Cuál es el ejemplar más valioso que posees?

Las Confesiones de San Agustín, en latín y español, editadas a finales del Siglo XIX.

7-¿Cuál es el libro que más veces has releído?

Solo releo para escribir o cuando por mi trabajo de psicoterapeuta tengo un caso que necesita una técnica específica de intervención. Hay tres libros que suelo releer por capítulos cada vez que comienzo un proyecto nuevo: El Siglo de las Luces, Cien años de soledad y Paradiso. No siempre los leo completos, sino que, como diría García Márquez, los escritores leen las novelas como los relojeros desarman los mecanismos para ver cómo fueron hechos. Carpentier, a la pregunta de la dificultad para narrar decía que era de aspecto formal; cómo contar, pues la idea estaba en la mente del escritor.

De ese modo, la relectura casi siempre es un buen comienzo para encontrar la forma de decir, aunque el estilo es propio de cada cual. La relectura tiene un peligro. Mi amigo, el recién fallecido trovador Ireno García, confesó cierta vez que al oír la armonía de Sindo Garay se quedaba manco y sin componer por un buen rato.

La relectura tiene una curiosa dicotomía para el creador: puede ayudarte a encontrar la forma de narrar —Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa, es una obra maestra del diálogo intercalado— así como “acomplejarte” ante la barroca orfebrería de Carpentier en El Siglo… Es una anécdota conocida que a G. Caín, Guillermo Cabreara Infante, le preguntaron si había leído los miles de volúmenes de su biblioteca londinense y dijo que sí, pero solo una vez.

Hay dos textos que escapan a esa definición utilitaria de la relectura: los ensayos de Jorge Mañach y los cuentos y la poesía de Jorge Luis Borges. Los primeros porque carecen de obsolescencia, parecen escritos hace poco, a pesar de un lenguaje que algunos consideran vanidoso, altivo, muy de su época. Los cuentos y la lírica del argentino crean en ciertos lectores como quien escribe, una fascinación lúdica, como si fuera posible —y necesario— inventarse un universo propio donde existir sin tener que dar explicaciones del por qué, cuándo o para qué.

8-¿Qué te hace abandonar la lectura de un libro? ¿Qué obra famosa no terminaste de leer?

El tiempo y que no diga nada en los primeros capítulos. El tiempo que por estos lugares si no es oro son dólares. Que la lectura, como los filmes u otra manifestación del arte, no logre atraparme en los primeros 10 minutos, o el artículo, en el primer párrafo. Sucede con el periodismo de opinión y los ensayos. Las primeras líneas deben sentar al lector. Las últimas, dejarlo pensando. El “relleno” del trabajo no es lo menos importante, pero sin atrapar al lector no hay lectura. Sin hacer sentir y pensar al concluirla, no hay mensaje. Los guionistas lo tienen muy claro. Fue establecido por los psicólogos del arte desde mediados del siglo XX. Hoy, con tanta información —no importa si “basura” o no— y el bombardeo de tanta estimulación sensoperceptiva exterior, es muy probable que un lector potencial cierre el libro a los cinco minutos con un bostezo.

Nunca pude terminar El Quijote de tapa a tapa. Alguien dijo que muchos se ufanan de haberlo leído completo, como La Biblia, y muy pocos lo han hecho de verdad. Cuentan que Sigmund Freud aprendió castellano solo para leerlo en su lengua original. Espero que en mi jubilación tanto El Quijote como La Guerra y la Paz (otro pendiente) me acompañen en las noches de insomnio y soledad.

9-¿Hay títulos de los cuales tienes más de una edición?

En Cuba tuve algunos títulos “repetidos”, o sea, un par de ediciones, no más. Eso solo puede tener interés para los coleccionistas y quienes hurgan en los prologuistas, para sonreír cuando de una edición a otra se repiten o se contradicen.

10-¿Tienes un lugar específico para los libros escritos o editados por ti, eso que podríamos llamar la egoteca?

Como soldados en fila, dispuestos a dar una batalla que no comienza, reposan en un estante para recordarme que existen y pueden ser regalados a mis amigos o comprados por un incauto lector en Amazon. Allí se repiten varias novelas, un par de libros con trabajos publicados en la revista Palabra Nueva de la Archidiócesis de La Habana y en Diario de Cuba, un libro de cuentos, textos de psicoterapia de parejas y familias, algún testimonio de mis días de médico “nacionalista” en la primera Nicaragua sandinista, un ensayo sobre familia y literatura cubana.

El termino egoteca me parece excelente. Recoge muy bien el sentido de que no se escribe solo para ganar dinero o fama, lo cual estaría muy bien, o como dicen en la iglesia, es justo y necesario. La egoteca es el símbolo de eso que Lezama llamaba exorcismo: la necesidad de escribir, de sacarse de adentro muchos fantasmas, en fin, de burlar la muerte y la intrascendencia. La egoteca es también el blog Habaneciendo, donde por más de dos años publico mis artículos.

11-¿Lees solo libros impresos o también electrónicos?

Confieso haber llegado tarde al libro electrónico, aunque las circunstancias de espacio, los viajes y la realidad de cargar con un móvil donde a la espera de un médico o un abogado puedes leer cualquier texto lo hace imprescindible. El papel se puede tocar, oler, forrar y dejar abandonado en el estante como una novia a la cual se le debe una etapa vivida pero pasada. Es como oír una música y recordar una época. Toparse con el lomo de un libro leído evoca muchos recuerdos.

12-¿Acostumbras prestar libros a tus amistades?

Los presto con la certeza de que no volveré a tenerlos en casa. Quizás lo hago con la inconsciente intención de liberarme de su presencia.

13-¿Devuelves los libros que te prestan?

Olvido quién y por qué me lo prestaron. Tal vez la persona sentía lo mismo que yo en la pregunta anterior porque jamás los reclaman. En Miami casi nadie presta libros porque casi nadie lee, por lo menos en papel. Creo que ese es un fenómeno universal. Somos hoy una civilización de “visualizantes” más que de “leyentes”. Hay un cambio de paradigma en el aprendizaje y el conocimiento y, por tanto, en la cultura occidental. Lo que no entra por la pantalla del electrónico no tiene valor alguno. Lino Novas Calvo dijo una vez que de la literatura no valía la pena vivir. Si nos viera hoy se negaría a ser el primer traductor del inglés al español de El Viejo y el Mar para la revista Bohemia.

14-¿Cuáles son tus hábitos de lectura? ¿Tienes un lugar y un horario fijos para leer?

En estas sociedades tan escasas de ocios necesarios, de tiempos y recursos, se lee cuando se puede. Un recurso es salir de casa con un libro debajo del brazo, o la Tablet en el maletín de trabajo cuando se va a un trámite, o la cuando la señora pide que la acompañes a la tienda. Dan lastima esos caballeros sentados en el Mall —espíritu burlón de Saramago— sin hacer nada o jugando con el teléfono en vez de tener un buen texto delante de sus ojos mientras la mujer desecha en menudos pedazos la tarjeta de crédito en un día. Cuando se llega la cama en la noche en una sociedad como esta, hay que tener una voluntad de hierro, o un insomnio a prueba de barbitúricos para avanzar media docena páginas. A veces los fines de semana cargamos con un libro para leerlo en el patio, pero la lluvia o el vecino interrumpen. Después, en la soledad del baño —donde se acumulan revistas y textos húmedos— alguien necesita su uso con urgencia. En fin, el libro y el hombre viajan por toda la casa sin ponerse de acuerdo en qué momento tendrán la intimidad cómplice para estar en la misma página.

15-¿Sueles subrayar y anotar los libros que lees?

Casi siempre los textos científicos y los ensayos. Aunque a veces descubro, para mi asombro, que lo subrayado carece de valor y lo que no fue anotado es lo más importante.

16-¿Eres monógamo para leer o lees más de un libro a la vez?

Debo declararme impenitentemente polígamo, y abierto a cualquier relación extra profesional. Desde la poesía y el haikú hasta un texto en inglés en una revista de Psicoterapia. Es una costumbre aprendida de mi abuelo materno, profesor de inglés en un pueblito de Cuba. Abuelo tenía en su mesita de noche una montaña de libros y revistas. Cada libro estaba marcado, y en la noche, al acostarse y mientras abuela rezaba el Padre Nuestro, el teacher iba leyendo páginas de cada libro que volvía a colocar en aquella loma de sabiduría. Después vi a mi tía paterna hacer lo mismo, esta vez con libros de medicina y novelas que intercambiada sin perder el hilo de la lectura anterior. A veces me parece que leer con esa promiscuidad intelectual es como una comida: de aperitivo el periódico, la novela es el plato fuerte, y el postre, los Evangelios, y para otros, los libros de curiosidades o las revistas del corazón.

17-¿Qué libro estás leyendo ahora?

Una colega me ha sugerido Locos de la Historia de Alejandra Vallejo-Nájera, nieta e hija de grandes psiquiatras españoles. No adelanto quienes son todos los “locos” compendiados, pero Rasputín, Mesalina y Carlota son más conocidos por sus excentricidades de poder que por sus trastornos mentales documentados. Leo otro texto que un día abandoné llamado Sapiens, de animales a dioses, un mejor vendido muy interesante de Yuval Noah Harari. Una lectura tan potable como materialista del hombre. Y una novela, comprada en España de ese magnífico escritor que es Arturo Pérez Reverte, Línea de fuego.

18-¿Con qué personaje literario te gustaría tomar un café?

Sin dudas con Leopold Bloom. Es un personaje que desconcierta y motiva a la vez. Aunque para tomar café prefería alguien más cercano como José Cemí. Sería una fiesta innombrable vivir La Habana —mi Habana— contada por un poeta en ciernes cuya misión existencial es narrar su historia, la de su familia y quizás la mía.

19-Si pudieras quedarte a vivir en un libro, ¿en cuál lo harías?

El Libro, con mayúsculas, es La Biblia. En realidad es un conjunto de libros que tiene poesía (Salmos, El Cantar de los Cantares), historia (Reyes), libros sapienciales, (Eclesiastés, Sabiduría), teología y, por supuesto, la historia mejor contada, según García Márquez, que son los Evangelios.

20-Por último, si alguien quisiera iniciarse en la lectura y te pidiese ayuda, ¿qué diez títulos le recomendarías leer?

Depende de la edad y los intereses de la persona. También de sus posibilidades reales, tiempo y dinero para acceder a su formación. Para un niño las narraciones infantiles son básicas. Cada “cuento de hadas” encierra una filosofía moral que, hoy día, parece perdida entre el materialismo y la codicia. Las llamadas moralejas son esenciales para conocer la verdad y apagar la mentira. Creo que para un joven las lecturas de aventuras y ciencia ficción abren el camino a pretensiones culturales mayores. Y en esa época las lecturas de historia, testimonios y autobiografías forman en el adolescente una coraza cultural contra la mediocridad. Las novelas de época son como el “viajero inmóvil” lezamiano.

En el caso de un cubano crecido en la Isla, y con acceso libre a las fuentes de información, le recomendaría leer la obra de Leví Marrero y de Manuel Moreno Fraginals (El ingenio), complementadas con lecturas de Fernando Ortiz y Lydia Cabrera. El ensayo Indagación del choteo de Jorge Mañach y los cuentos de Lino Novas Calvo, sin desdeñar a Onelio Jorge Cardoso, son parte de nuestra idiosincrasia, una mezcla de lo africano con lo asiático y el español, del campesino con el hombre de ciudad. La novela obligatoria para toda formación sigue siendo El Quijote, aunque nunca se termine metafórica y literalmente. Más de cuatrocientos años después, la novela que se le compara es Cien años de soledad, de García Márquez.

El teatro y la poesía no deben olvidarse en la formación literaria del joven. Las Cartas a Elpidio, del Padre Félix Varela, sospechosamente ausente en los estantes de los jóvenes cubanos cuando debería ser lectura obligatoria en escuelas y ámbitos culturales. Por supuesto, siempre contar con los textos de José Martí, a veces de una tal sencilla complejidad que hicieron exclamar a Rubén Darío ante su muerte, ¿¡qué has hecho, maestro!? La poesía de amor de Guillen —y sus excelentes artículos periodísticos— malogrado internacionalmente al nombrársele Poeta Nacional, y no faltaría el mejor discípulo de Orígenes, Don Eliseo Diego. El teatro cubano aporta otro nivel de lectura que a veces se relega: Virgilio Piñera y Carlos Felipe.

La formación incluiría los libros de la llamada Madre Patria, comenzando por la Poesía Mística de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, el Siglo de Oro, y las generaciones del 98 y del 27, si se quiere gozar de la buena lengua castellana. Una mirada al Norte, revuelto pero funcional, nos llevaría a los dos pilares de la literatura norteamericana: Edgar Allan Poe y Mark Twain. Ernest Hemingway simboliza la fusión del pragmatismo aventurero anglo con la romántica tenacidad insular; quizás por eso decía de sí mismo que era “un cubano sato” y donó al santuario de la Caridad del Cobre la medalla del Premio Nobel de Literatura.

Y llegados a este punto, seleccionar 10 títulos parece una tarea descomunal e incumplida. En el texto he mencionado algunos imprescindibles. Aunque como dijo el general de Gaulle a un periodista, el cementerio de París está lleno de imprescindibles. Cuando sé que me falta algo por aprender o por leer, recuerdo a un profesor de cirugía a quien vi hacer una técnica quirúrgica que no estaba en los libros. Dije: “Profesor, con su respeto, pero eso yo nunca lo he visto hacer”. A lo que el viejo y varicoso cirujano respondió: “No se sienta mal, Francisco. Lo que usted no ha visto ni verá en su vida no cabe en una biblioteca”.